𝒐𝒏𝒄𝒆

—Volveré –había prometido Hugo la segunda vez que hablaron, cuando Muriel ya no se había asustado al escucharlo. Aquella vez se habían dicho sus nombres de forma correcta y después él había mencionado su película favorita, desviando el tema con facilidad. Pero cuando ella pensó que la conversación sería eterna, que nunca se les acabarían las palabras, entonces él dijo que debía irse. Aguantó las ganas de preguntar a donde, porque recordó que él era una voz, una persona sentada junto a su cuerpo inconsciente.

—Muriel, ¿me escuchas? He dicho que volveré.

Ella había fruncido el ceño.

— ¿Por qué? –preguntó, bufando, cruzándose de brazos.

— Porque es divertido hablar contigo.

Muriel no había dicho nada, había resoplado, no le había creído. Pero Hugo había vuelto, y hasta ahora no había roto su promesa. Hasta ahora, hasta que habían discutido por última vez, hasta que ella había dado un rotundo no, hasta que él le había replicado y se había marchado sin dejarla responder.

Hasta ese momento, Hugo siempre había regresado.

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