𝒐𝒄𝒉𝒐

Hugo nunca fue un chico muy musculoso, pero nunca había sido tan delgado como lo era ahora. Podía sentir las costillas a través de su camiseta, podía sentir su corazón, como un colibrí acelerado que revoloteaba en la jaula de su esqueleto. Había bajado mucho de peso y ahora siempre tenía frío. Cada vez tenía que pasar más tiempo en el hospital, las sesiones de quimio se hacían cada vez más largas. La primera solo fue un día, la segunda dos, y ya para la séptima debía mantenerse una semana internado. 

Llevó una mano a su rostro y el reflejo del espejo lo imitó. Sus ojos cafés estaban tristes, húmedos, desbordados hacia sus mejillas. El cabello en su cabeza había empezado a aclarar y dos días después su hermana traería la maquinilla de pelar para terminar de quitarlo todo. Pocos días después se ceñiría por primera vez el gorrito de lana para que sus amigos no vieran su cráneo cuando viniesen a verlo. 

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