𝒅𝒐𝒄𝒆

Quizás ya no era divertido hablar con ella. Quizás Hugo se había cansado de pedirle que volviera. Quizás ella finalmente había logrado alejarlo, convencerlo de dejar de insistir, de dejarla sola. Habían pasado doce días desde la última vez que habló con él. O al menos doce días con su Sol y su Luna, afuera podía haber sido un segundo, un mes o un año; ella no podía asegurarlo Muriel se acurrucó en su cama, pegó su espalda a la pared y fijó sus ojos en el mar de espuma. Las olas eran de acuarela y se difuminaban como pinceladas en la arena que estaba dibujada con crayolas con sus caracolas infantiles remarcadas en rojo. Nunca había prestado suficiente atención a aquello. Era un paisaje tranquilo, silencioso y relajante; pero era también un paisaje solitario. 

Ella quería estar sola. ¿Verdad? 

Se dijo que sí. 

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