𝒅𝒊𝒆𝒛
Conoció a Muriel en sus peores días, el primer día de su antepenúltimo ciclo de quimios y sueros antes de la operación. Había pasado la mañana con los sueros dándole vueltas a su estómago y al final optó por abrazar el balde por si volvía a vomitar. Sujeto a la cubeta amarilla que le había dado la enfermera, Hugo oyó las ruedillas de una nueva camilla moviéndose por el pasillo.
Había sentido curiosidad, porque los pacientes de aquellas habitaciones solían llegar por sus propios pies. Había asomado un poco su cabeza y visto como en la habitación contigua entraban la camilla con una muchacha dormida. Una de las enfermeras lo descubrió mirando y le dio una sonrisa triste. Fernanda, la mujer amable que le regalaba chocolates y le cantaba décimas a veces.
—¿Qué le pasó a ella? –preguntó Hugo a Fernanda.
—No estamos seguros –dijo la mujer, suspirando—. Cayó por las escaleras y su padrastro dice que fue un accidente –explicó, acercándose a la puerta de Hugo—, pero tenía múltiples moretones viejos.
El ceño de Hugo se frunció.
—¿Está bien?
Fernanda se encogió de hombros.
—No hay nada de mal con su estado. La doctora Greta dice que debería haber despertado poco después de que la trajeran a Urgencias, pero no lo ha hecho.
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