𝒅𝒊𝒆𝒄𝒊𝒔𝒆𝒊𝒔
Cada día Hugo pasaba más tiempo con ella, incluso Fernanda llegó a ponerle los sueros en la habitación de la muchacha. Las enfermeras no tenían ningún problema con él hablando con la chica, el doctor Alejo incluso pensó que era una buena idea. Así que Hugo habló con ella, incluso si ellos no sabían que ella le respondía. Era de locos, estaba claro, pero era una sensación adictiva, ser el único que lo sabía, el único que la escuchaba.
Quizás por ser el único Hugo se dio la tarea de intentar despertarla. Si el resto estaban perdiendo las esperanzas, demasiado pronto, él no haría lo mismo. No conocía mucho de Muriel, pero no le importaba porque los pocos pedazos que ella le dejaban ver le gustaban. Le gustaban y Hugo quería recogerlos, porque tenía la impresión de que estaban rotos. Sin embargo, cada vez que lo intentaba su mano encontraba un borde punzante que le dejaba una herida, una advertencia.
Muriel no quería despertar. Y él seguía preguntándose por qué.
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