𝒅𝒊𝒆𝒄𝒊𝒐𝒄𝒉𝒐

Muriel tenía los ojos grises, un color triste, como las nubes de lluvia. Hugo se quedó viendo aquellos nubarrones mientras Luces de la ciudad se reproducía en el televisor. La habitación estaba en silencio, únicamente interrumpido por el lejano bip de algún equipo electrónico de la cocina. Hugo le había invitado a ver una película, porque faltaba una semana para que lo sometiesen a su último tratamiento antes de la operación.

Tenía miedo, claro que tenía miedo. Tenía mucho miedo, tanto que se armó de valor para pedirle a Muriel que viera una peli con él esa noche. Su familia estaba en el piso de abajo, su hermana había ido a checar si todo estaba bien hacía apenas cinco minutos, su madre mandaba con ella la noticia de que la comida estaría en una hora. Y Hugo seguía teniendo miedo, incapaz de decirle a Muriel la verdadera razón por la cual la había invitado.

-¿Por qué me sigues mirando? -preguntó ella, volteando a verle.

El chico hizo una sonrisa divertida, que ocultaba no tan perfectamente que había algo inquieto en él y volvió a mirar el televisor. Charles Chaplin, Luces de la ciudad, el resplandor en sus rostros era blanco y negro. No había voces, no había ruido, solo silencio, solo espera, solo miedo.

-¿Alguna vez te has enamorado? -preguntó ella entonces.

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