𝒄𝒖𝒂𝒕𝒓𝒐
Siempre discutían por lo mismo: él insistía y ella se negaba. Ella no dejaría aquel lugar jamás, ella no saldría, ella no volvería. No importaba cuánto le insistiera, ella era feliz allí.
—Entonces no saldrás –había dicho él cuando ella le gritó que se callara. El muchacho sonó calmo, impasible, como cansado también de las discusiones.
—No –reafirmó ella, quitando las manos de sus oídos, sus ojos buscando algún punto donde posarse en el vacío de su habitación.
— ¿No hay nada por lo que saldrías? ¿No hay nada que te guste de aquí?
Ella dudó.
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