𝒄𝒖𝒂𝒓𝒆𝒏𝒕𝒂 𝒚 𝒕𝒓𝒆𝒔
El olor antiséptico del hospital fue lo primero que le llegó del mundo. Pero un instante después estuvo lo demás: rítmicos bips, voces lejanas en el pasillo, el olor a café, el calor que no se debía a las mantas, un par de brazos que la rodeaban, un gorro de lana que le rozaba la mejilla, los dolores adormecidos en su cuerpo. Muriel abrió los ojos y le costó enfocar la lámpara del techo. Cuando lo hizo, los bajó lentamente, con miedo.
El gorro de Hugo era azul oscuro, casi negro. Y era todo lo que podía ver de él.
Hubo un instante antes de que ella moviera su mano para tocarlo, para que él se levantara y la viera a los ojos que no podían estar más despiertos. En ese instante Muriel se permitió imaginar a Hugo a sus anchas, con el gorro de lana como única pista. Hugo fue, por un segundo, chino, negro, trigueño, indio, rubio, pelirrojo. En ese instante se sobrepusieron todas las imágenes que Muriel se había formulado y nunca tuvo la oportunidad de comprobar.
Cuando él levantó los ojos, cuando Muriel lo vio por primera vez, todas las imágenes dejaron de existir y ella ahora no podía imaginarlo de otra manera. Ese era Hugo, una imagen que se correspondía con su voz tan perfectamente que era impensable que ella hubiese imaginado otra.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top