𝒄𝒖𝒂𝒓𝒆𝒏𝒕𝒂 𝒚 𝒐𝒄𝒉𝒐
Cuando el doctor salió Muriel se levantó de su silla como un resorte, casi a la misma velocidad que la madre del Hugo. Buscó, en vano, algún rastro de sus futuras palabras en el rostro del doctor. El hombre se acercó a ellas y primero se dirigió a la madre.
—Señora –dijo y ella se aferró a la mano de Muriel, por ser la única persona a la que tenía cerca.
—Dígame, por favor, rápido, doctor, rápido.
Muriel la sintió temblar. Quizás era ella misma quien temblaba, pero su temblor se convirtió en alivio cuando el hombre de bata dijo hacia ellas:
—La operación ha sido un éxito, podrán verlo en un par de horas cuando esté despertando de la anestesia en su cuarto –aseguró, sonriendo un poco—. Por un momento creímos que lo perdíamos, pero de pronto su pulso volvió más fuerte y el resto de la operación fue fácil.
La madre se lanzó hacia él en un abrazo alegre, murmurando muchos agradecimientos. Muriel se llevó las manos al rostro para limpiar el alivio que escapaba en forma de lágrimas y rodaba por sus mejillas. Después, recibió también el abrazo de la madre de él.
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