𝒄𝒖𝒂𝒓𝒆𝒏𝒕𝒂 𝒚 𝒄𝒊𝒏𝒄𝒐

—Me prometiste que haríamos un castillo de arena, que caminaríamos juntos en la playa, que viajaríamos en tren, que me llevarías a ver una película a ese cine al aire libre que tanto te gusta. Hugo, Hugo, me prometiste que volverías. ¡Hugo! ¡Hugo, sé que puedes oírme! 

El fondo se sentía tan cálido, tan correcto, tan…

—¡Hugo, me prometiste que vivirías!

El fondo contenía vida, música, calor.

—¡Hugo, por favor! –lloraba la voz. Era difícil reconocerla—. Hugo, no te rindas ahora.

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