𝒄𝒖𝒂𝒓𝒆𝒏𝒕𝒂

Cuando una enfermera salió de las dobles puertas azules, la primera en ponerse de pie fue la madre y los otros tres la siguieron con prisas. Muriel tuvo la sensación de conocer a la mujer que terminaba de limpiar sus gafas antes de hablar hacia ellos.

—¿Familiares de Hugo?

—Sí, nosotros –respondió el padre, abrazando a su mujer por los hombros—. ¿Ya salió? ¿Podemos verlo?

—No, todavía –respondió la doctora—. La operación marcha bien –aseguró, y Muriel sintió que un peso se iba de sus hombros—, pero demorará un poco más. Podéis salir a comer algo, con uno de ustedes que se quede a esperar es suficiente.

El tiempo era eterno, los segundos agónicos se estiraban y Muriel solo quería que todo eso terminase.

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