Parte 1

Era un día cálido de verano en la isla. Todos los pingüinos disfrutaban del buen día que hacía, iban a la playa, la bahía, o simplemente paseaban con un helado y un amigo. Sobretodo, hacían fiestas por toda la isla, con la música a tope y cientos de risas y diversión. 

Pero había alguien en un lugar apartado de la isla que no lo pasaba bien. Herbert, el oso polar estaba construyendo un aparato para arruinarles la fiesta a los pingüinos, como de costumbre. A pesar de que era verano, seguía habiendo nieve, y en su cueva hacía frío. No estaba dispuesto a juntarse con ellos donde hacía un poco más de calor.

—Listo, Klutzy —habló de repente mientras daba los últimos ajustes —; con esta máquina, desencadenaré una fuerte tormenta en toda la isla, y cortará toda la electricidad, excepto aquí, donde habrá mucha más energía para mi gran calefacción.

El cangrejo castañeó sus pinzas como respuesta.

—No, aquí habrá más calor, ya lo verás. De paso, les arruinaré la fiesta a esos inútiles, y a la Elite de Pingüinos Fracasados les costará rastrearme hasta esta nueva cueva.

Se escuchaba alta la música de las fiestas pingüinas, a pesar de estar lejos. El oso resopló, cansado de escucharla. Configuró la máquina y pulsó el botón, dispuesto a empezar con su plan.

—Hora de divertirnos, Klutzy.

---

Los pingüinos que disfrutaban al aire libre observaron como unas nubes negras se creaban encima de ellos, y de como de repente el verano empezó a convertirse en un inesperado invierno. El viento soplaba cada vez más furioso, creando olas gigantescas en la playa; la lluvia empezó a caer cada vez con más potencia, acompañada con rayos.

Los habitantes de la isla se alarmaron y corrieron a refugiarse, pero era cada vez más difícil ya que a cada segundo, la tormenta iba a peor. Por si fuera poco, la electricidad se fue, dejándoles casi a oscuras, pues las nubes tapaban el sol.
---

En la guarida de Herbert, había luz y calor. El oso se sentó en su cómodo sillón y empezó a sentir como el dulce calor lo envolvía. Encendió una televisión, donde se podía ver el caos que estaba sucediendo en la isla, y una sonrisa malvada se dibujó en su cara.

Pero tras una media hora, la máquina construida por Herbert empezó a sobrecalentarse. Empezó a vibrar cada vez más fuerte y a echar humo. El cangrejo se percató de eso y rápidamente, castañeó sus pinzas para avisar a Herbert.

—¡Déjame relajarme, Klutzy! —gritó.

Klutzy al ver que no le hacía caso, le dio un pellizco con sus pinzas. Herbert se sobresaltó, furioso.

—¡Klutzy! —vociferó. Miró hacia la máquina y vio como ésta estaba a punto de estallar -¡Maldición! ¡Va a estallar...Tenemos que salir de aquí cuanto antes!

El suelo empezó a temblar y de repente toda la estancia parecía un horno. El calor estaba aumentando a niveles insoportables y los temblores del suelo eran cada vez más fuerte, que hacían que otros aparatos inventados por Herbert se encendieran y se unieran al caos, además de tirar botes de cristal con sustancias químicas. Klutzy tiró de la pata de Herbert y los dos salieron de allí inmediatamente, con cuidado de los rayos y las ondas que lanzaban los artefactos. Pero antes de alcanzar la salida, la explosión los alcanzó, y los lanzó fuera, hacia la fría nieve. El oso quedó inconsciente, mientras que su aliado intentaba reanimarle y a la vez que veía como unos pingüinos se acercaban para socorrerlo.

Abrió los ojos lentamente, sintiendo la amenazante tormenta encima de él. Cuando su vista se aclaró, buscó a Klutzy con la mirada, pero no lo encontró. Se sintió extraño, como si no perteneciera a ese cuerpo. El frío aumentaba cada vez más y el gélido viento soplaba con más fuerza... Se estaba formando un huracán.Escuchó una voz a su lado y se volvió hacia ella.


—¿Estás bien? —preguntó un pingüino con cara de preocupación —.   Te llevaremos al refugio, ahí estaremos seguros de esta tempestad.

—¡Ni se te ocurra, plumífero bobo! ¡Jamás voy a ir con los pingüinos!

—¿Qué? —cuestionó el pingüino. Luego añadió— : Tu eres uno de nosotros.

—¿¡De qué estás...!? —empezó a decir él, pero no terminó la frase.


Al contemplarse, observó que tenía aletas y pies palmeados. Su cuerpo era más pequeño y cubierto de suaves plumas blancas. ¡Se había convertido en un pingüino de color blanco! Su corazón se aceleró por el terror, la sorpresa y las náuseas que le provocaba aquello.
— ¿¡Soy un pingüino!? —se alarmó él a gritos—.   ¡No! ¡Todo menos eso!

—Creo que necesita un médico —comentó otro pingüino.

— ¡Soltadme, idiotas! ¡No necesito ningún...!—exclamó, pero un fuerte dolor le mordió, y sintió como el frío se calaba hasta sus huesos. Esas temperaturas eran demasiado bajas, incluso para un pingüino que ni si quiera va abrigado.
Herbert tiritaba con ímpetu, y no podía moverse. Los pingüinos lo ayudaron a levantarse, y lo empezaron a guiar entre la tormenta. Él quiso alejarse de ellos y gritarles, pero su cuerpo no se lo permitía, estaba volviendo a perder la consciencia.

---

Se despertó con la suave luz de una hoguera. Un dolor de cabeza lo golpeaba, y su vista volvía a estar borrosa. No entendía donde estaba, ni cómo había llegado hasta ahí. Quiso creer que eso de convertirse en pingüino había sido solo un sueño, pero se decepcionó cuando vio a muchos pingüinos rodeándole.


—¿¡Qué estáis mirando!? —gritó él —¿¡No tenéis nada mejor que hacer!?

Los pingüinos lo miraron confundidos. ¿Qué le pasaba? Uno de ellos se acercó con una sonrisa y una taza con chocolate caliente.

—Toma —le ofreció —,  te vendrá bien.

—¡No necesito nada vuestro! ¡Quiero salir de aquí!

—No te alteres, amigo —dijo otro —,  podrás salir en cuanto acabe todo esto. Pero de mientras... ¡Podemos divertirnos aquí! Sólo relájate, tómate el chocolate y siéntate junto al fuego.

"Sentarme junto al fuego...chocolate caliente..." Pensó. Era eso lo que siempre estuvo intentando tener: calor y tranquilidad. Pero...¿Junto a ellos? Al parecer no tenía otra opción... Así que, intentó dejar un poco atrás su orgullo, y resopló.

—Dame ese chocolate —pidió —,  pero no os acerquéis a mi.

—Como quieras. —Le tendió la taza sonriente y se alejó de él, para unirse a sus amigos.


Herbert pudo disfrutar de un poco de tranquilidad mientras se tomaba el chocolate. Los pingüinos estaban tranquilos y jugando de forma serena al cuatro en raya, contando historias, o hablando de cualquier cosa. Les había arruinado el día de verano, pero lo estaban tomando con calma y sin dejar de ser positivos.


---


El viento y la tormenta hacían temblar las paredes, y cada vez eran más fuertes. A pesar de que la máquina hubiera explotado, se había desencadenado un huracán que había crecido demasiado y no paraba. Es más, aumentaba cada vez más. Llegó un punto que hasta los pingüinos estaban empezando a preocuparse y a asustarse, y los pingüi-niños se abrazaban a sus madres. Un joven pingüino empezó a tocar una balada suave con su guitarra, para distraerlos y que olvidaran el terror. Herbert resopló, pero no pudo evitar dejarse llevar por la música y la escuchó atento. Esa melodía aliviaba y te hacía olvidar...

—¿Qué estoy haciendo? —murmuró —; tengo que salir de aquí.

Herbert se levantó y se dirigió a la puerta, dispuesto a salir. Pero uno de los que estaba ahí lo paró.

—¿Dónde vas? —preguntó —, ¡es peligroso salir! ¿No ves que hay un huracán? Gary dijo que debemos mantenernos dentro de los iglús o cualquier edificio.

—¡Sí! Todos los de la isla estamos resguardados en todos los edificios posibles. ¡No puedes salir!

—Haré lo que quiera.

—Escucha, amigo —habló una pingüina —, debes quedarte. También estamos asustados, pero tenemos que mantenernos juntos.

—¡Está bien! —se rindió él —, pero no me toquéis.


Volvió a su sitio y se sentó junto al fuego. Tras un suspiro, intentó volver a relajarse. ¿Cómo se había convertido en pingüino? Era demasiado extraño. Pensó que tal vez fue por los aparatos que se encendieron y se unieron con la máquina que hizo la tormenta, o también pudo ser por los productos químicos...Quería salir de ahí, quería volver a su cuerpo... Estaba con sus enemigos y eso era algo irritante y amargo.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top