CAPÍTULO 1: LA MENTIRA
Madison
Eran las nueve de la mañana y me dirigía a una ciudad situada al sudeste del estado de Dakota del sur llamada Sioux Falls. De lo poco que investigué sobre la ciudad, lo que encontré no me gustó nada. En esa época del año la temperatura máxima era de unos seis grados y solía nevar cada día. No era mi clima ideal, pero era lo que había. Durante el viaje, intenté convencerme de que esa ciudad sería buena para mí para no tener que pensar en cómo sería mi séptima familia de acogida.
Todas al principio fueron muy amables y consideradas conmigo hasta que les ocasionaba algún problema y decidían deshacerse de mí. Volvía al orfanato y la historia comenzaba de nuevo. Con los años entendí que si quería tener un hogar estable debía ocultar quien era en realidad. Fingir que encajaba con mi nueva familia. Aunque fuera mentira, eso me daría una estabilidad de un par de años para poder finalizar mis estudios y poder ser totalmente independiente, totalmente libre. Debía aprender a controlar mi temperamento y mis impulsos si no quería que todo se volviera a repetir.
La nube de mis pensamientos se desvaneció cuando el coche se detuvo. Eran las doce de la mañana y la Sra. White me avisó de que habíamos llegado. En el orfanato, todos la conocían como la Sra. White aunque yo la llamaba por su nombre, Helen. Ella había sido como mi familia durante todos esos años.
Era una mujer madura con el pelo cortado en media melena liso y teñido en un tono cobre oscuro. Sus ojos azules resaltaban en la mitad de su rostro junto con su piel blanca y su dulce sonrisa que siempre te recibía con gratitud.
La conocí cuando apenas entré en el orfanato y siempre se preocupó por mí. Era la única persona que tenía en mi vida y la única por la que realmente tenía aprecio, pero hacía tiempo que descarté el vivir con ella cuando me lo propuso. No quería ser una carga para ella. Tenía el corazón delicado desde hacía un par de años cuando sufrió un infarto por lo que necesitaba llevar una vida tranquila que no era compatible conmigo.
— A la séptima va la vencida, ¿no? — dije con una ligera risa al bajar del coche.
El aire soplaba algo fuerte y me obligó a abrazarme a mí misma a pesar de que llevaba un abrigo grueso puesto. El sol no tenía intención de salir tampoco. Había unas densas nubes cubriendo todo el cielo y casi parecían las ocho de la noche.
— Esperemos que así sea — respondió, intentando que no se notara que realmente estaba apenada. Nunca se nos habían dado bien las despedidas —. Sabes que si tienes cualquier problema puedes llamarme y vendré a por ti.
No sabía si estaba entristecida por despedirme de ella o por tener que empezar de cero una vez más.
— Lo sé...– susurré en un suspiro mirando la casa que se encontraba frente a mis ojos.
Esperaba que eso no sucediera ya que significaría que tendría otra familia fallida que añadir a mi lista y un nuevo comienzo pendiente.
La casa parecía bastante grande por fuera bajo el azul frío del cielo. El color de la fachada era de un tono beige, acompañada de detalles en blanco en la puerta y en los cuatro pares de ventanales visibles desde fuera. Se encontraba en un barrio residencial que parecía bastante tranquilo por lo poco que pude ver.
En lo que empecé a sacar mis cosas del maletero, oí el chirrido de la puerta principal de la casa al abrirse. Un hombre y una mujer aparecieron tras ella.
— Por fin estás aquí — dijo la mujer con una amplia sonrisa mientras bajaba las escaleras de la entrada acompañada del hombre —. Me llamo Lena, y este es mi marido Stephen.
— Es un gusto poder conocerte al fin — continuó el hombre cuando terminó de bajar los escalones y se puso a nuestro lado.
Lena tenía una apariencia muy fresca y joven en su rostro, no debía de tener más de cuarenta años. Su piel era clara y sus ojos avellana hacían juego con su melena ondulada que le llegaba por los hombros. Sumándole a eso su amplia y blanca sonrisa, Lena daba confianza. Llevaba un jersey fino marrón suave combinado con unos vaqueros de talle medio azules y unos botines del color del jersey.
Stephen era un poco más alto que ella y tal vez un poco más mayor. Su pelo corto era oscuro al igual que sus ojos, que parecían ser completamente negros. En su rostro moreno, tenía una barba oscura perfectamente arreglada de la cual sobresalía una sonrisa. Su ropa era más arreglada que la de ella, tenía pinta de trabajar en una oficina. Camisa blanca conjuntada con un pantalón de pinza azul marino y unos zapatos negros.
— Un placer, me llamo Madison— dije mientras le extendía la mano a Lena y después a Stephen.
— ¿Cómo ha ido el viaje? — se adelantó a decirle Stephen a Helen con una sonrisa mientras le daba la mano para saludarla.
— Genial, hemos tardado menos de lo previsto.
Lena y Helen se saludaron también, pero con un pequeño abrazo.
Ellos ya habían hablado antes para concretar la adopción. Al principio me costó creer que otra familia se interesara por mí ya que casi rozaba los dieciocho, pero Helen me aseguró que eran buenas personas. Y siendo sinceros, no me quedaban muchas más oportunidades.
Cada año que pasaba era más complicado que me quisieran adoptar, pero según Helen tenía cara de niña buena y eso hacía que se inclinara la balanza en mi favor. Al parecer, a Lena y Stephen les agradaba.
— Puedes pasar ya si quieres y así hablamos para conocernos mejor, ¿te parece? — me ofreció Lena, girándose ligeramente en dirección a la puerta.
— Si, perfecto.
Me giré para coger mis cosas, pero encontré a Stephen con ellas ya en sus manos.
— Yo las meteré dentro, no te preocupes. Así puedes despedirte de ella — Stephen avanzó hacia la puerta de nuevo con Lena dejándonos a solas.
Miré a Helen con una media sonrisa ya que el momento definitivo había llegado.
La despedida.
— Espero que no vengas a verme y que sea yo la que vaya a verte porque significará que todo ha ido bien — dije mientras la abrazaba.
— Sabes que siempre que quieras, puedes volver — deshizo el abrazo despacio y puso sus manos en mis hombros —. No lo olvides — sonrió.
— Lo sé — fruncí una sonrisa.
Sabía que ella sería la única persona que estaría para mi si todo salía mal, pero una parte de mi necesitaba que no fuera así porque si no, me acostumbraría a que ella siempre me salvara de los problemas. Tenía que empezar a organizar mi vida yo sola.
Helen se metió de nuevo en el coche y desapareció a lo largo de la calle. Inspiré y espiré el aire de mi alrededor para calmar mis nervios. Debía jugar muy bien mi papel siendo la hija perfecta que todos los padres querían tener si no quería que me echaran a patadas.
Me dirige a la escalera y subí los peldaños hasta la entrada. Entré y cuando oyeron la puerta cerrarse, ambos volvieron sus caras hacia mí.
— Bienvenida a casa de los Allen — se adelantó a decir Lena —. Ven, te enseñaré la casa.
La casa me pareció grande por fuera y no me equivoqué al verla por dentro. Justo enfrente tenía una gran escalera de caracol cuadrada que daba a un segundo piso. También parecía haber un sótano por que un tramo de escaleras iba hacia abajo perdiéndose en un esquinazo. La entrada de la casa conectaba por la derecha con una gran cocina. Era amplia y con mucha luz por uno de los ventanales que había visto desde fuera. Los muebles y electrodomésticos tenían una mezcla de colores beige y marrón oscuro y en el centro había una gran mesa de madera.
A la izquierda, la sala de estar. Los colores que había visto tanto en la cocina como en la fachada, seguían siendo protagonistas en la decoración del salón. Muebles en colores oscuros haciendo contraste con el techo y paredes en color beige.
Seguí a Lena por la gran escalera de caracol mientras que Stephen se quedaba en la cocina preparando algo de comer.
Lena se dispuso a abrir la primera puerta para mostrarme su dormitorio y el de Stephen. El estilo era elegante y limpio. Las paredes eran grises al igual que las sábanas, pero la habitación no parecía tan triste debido al blanco que inundaba los muebles y sobre todo esa luz natural que aportaban esas grandes ventanas por toda la casa. Y al parecer esa habitación tenía su propio baño por lo que no tenía que preocuparme por tener que compartir uno.
Seguimos andando por el pasillo y me fijé en que el lado contrario a las habitaciones era abierto con una barandilla que permitía ver la planta baja. Lena se paró en la siguiente puerta.
— Este es el baño — abrió la puerta dejando ver un baño en color blanco impoluto con una ducha vertical de cristales opacos —. De aquí puedes coger las toallas que quieras y te he dejado algunas cosas para el pelo. Seguro que un pelo tan largo necesita muchos cuidados — dijo con una sonrisa.
Se lo agradecí con una sonrisa de vuelta y nos paramos en la siguiente puerta.
— En esta no podemos entrar — avisó de forma amable —. Es la habitación de nuestro hijo, pero ahora no está en casa.
«Espera, ¿qué?».
Mi rostro borró la sonrisa que había sacado apenas cinco segundos atrás de forma demasiado drástica pero sus palabras me habían pillado por sorpresa.
— ¿Vuestro hijo? — dije en un tono que sonaba más sorprendido de lo que quería.
— Si... pensé que te lo habrían dicho cuando llamamos para confirmar tu traslado... — comenzó a atropellarse al hablar —. Si supone un problema para ti...
— No, no — dije rápidamente cortándola —. No me supone ningún problema, de verdad — mentí —. Solo es que pensaba que vivíais solos, como tampoco había visto a nadie más cuando he llegado...
— Había quedado esta mañana con unos amigos. No creo que tarde —me dedicó una sonrisa para después seguir hablando —. Me alegro de que no suponga ningún problema para ti.
— En absoluto — mentí.
No me hacía gracia, pero ¿qué iba a decir si no?
Continuamos andando a la siguiente habitación mientras mi cabeza procesaba que tendría una especie de hermano en esa casa. Al menos así sería para todos.
Llegábamos a la puerta de la última habitación, la mía.
— ¿Qué te parece? — preguntó dándome paso a la habitación.
Me fijé en que mis cosas ya estaban dentro, en cajas distribuidas por toda la habitación. El estilo eran colores sobrios y entre ellos destacaba el blanco en las sábanas y muebles junto con algunos toques granates en la decoración. Era bastante mi estilo.
— Me gusta — reconocí con una media sonrisa —, sobre todo los colores.
— Me alegro de que te guste — sonrió complacida.
— ¡Chicas, ya está la comida! — se oyó decir a Stephen desde abajo.
Comenzamos a bajar las escaleras, con Lena delante de mí, cuando oí de nuevo aquel chirrido de la puerta principal.
— ¡Ashton! — exclamó Lena entusiasmada yendo hacia la puerta.
Continué bajando los escalones hasta terminar en el piso de abajo y ver la escena. Estaba claro que ese chico era el hijo de Lena y Stephen. No sabía qué edad podía tener, pero al verle supuse que tendría mi edad, un poco más mayor tal vez.
— Ella es Madison y él es Ashton —. Nos presentó mutuamente con una sonrisa.
Me quedé mirando a Ashton por unos instantes sin saber que decir, prácticamente no había sabido de su existencia hasta hacía cinco minutos. Cuando le miré a los ojos, vi que eran azules y tenía la mirada algo apagada. Su pelo era un poco largo y ligeramente rizado en color negro. Su piel blanca escondía algunas pecas y unas ojeras suaves bajos los ojos.
Cuando le tuve frente a mi pude comprobar que era más alto que yo y de complexión delgada haciendo que los huesos de su cara se marcaran. Vestía ropa deportiva y hubo un detalle que me llamó la atención.
Llevaba unas gafas de sol colgadas del cuello de la camiseta, pero no tenía pinta de que en ese lugar hiciera mucho sol durante el año ya que cuando yo había llegado no había apenas luz en la calle por culpa de las nubes.
— Con que Madison, ¿no? — preguntó tras carraspear su voz.
«¿Esto le pilla tanto de sorpresa como a mí?». Me pregunté por su tono de voz.
— Si — respondí en un suspiro al no saber que más decirle. El momento de nuevos hermanos era un poco incómodo.
— Bienvenida — se atrevió a decir con una pequeña sonrisa acabando con el silencio que había dejado.
No quise añadir más y él tampoco lo hizo asique los tres nos dirigimos a la cocina junto con Stephen. Odiaba ser el tema de conversación asique esperé que tuvieran otros temas de lo que hablar, pero estaba claro que no podía tener tanta suerte.
Pasamos la comida hablando casi todo el tiempo de mí. Al parecer en el orfanato no les dieron tantos detalles de mi vida, ya que era menor de edad, por lo que me pidieron que les contara algunas cosas.
Podría haberme inventado mil historias fantásticas de mi vida y jamás hubieran descubierto que parte era mentira y cual no. Asique me permití adulterar un poco la verdad. Les dije que estuve solo en dos casa de acogida y que tuve que volver al orfanato porque ambas familias, cambiaban constantemente de ciudad por al trabajo y eso me suponía un problema.
En el momento me pareció mejor decir eso y no que esa era mi séptima casa porque yo era un descontrol para todas las familias con las que había estado. Tenía que crearme una nueva fachada y la ventaja era que podría moldearla todo lo que yo quisiera.
— Bueno, esperemos que aquí si te sientas como en casa — me declaró Lena con una sonrisa —. Todos pondremos de nuestra parte para que así sea — prosiguió echando una mirada a Stephen y a Ashton.
— Claro que sí — afirmó Stephen —. Puedes subir a tu habitación e instalarte ya si quieres.
— Si, debería ir colocando mis cosas — asentí mientras me levantaba de la mesa para recoger mi plato.
En toda la comida, Ashton no dijo nada, pero tampoco parecía molesto. Simplemente hizo como si yo no estuviera, aunque no supe si eso era peor que un cabreo. Supuse que esa situación era extraña para él y ahora tenía una intrusa en casa de la cual no conocía muchas cosas y las pocas que sabía, eran mentira.
Subí por las escaleras y recorrí el pasillo hasta llegar a la última habitación, la mía. Entré y cerré la puerta sintiendo una sensación extraña en el cuerpo. Olía algo rancio a pesar del olor a flores del ambientador que seguro Lena había colocado ahí horas antes de que llegara.
Eché otro vistazo a la habitación y empecé a sacar mis cosas de las cajas. Realmente no tenía muchos objetos personales, la mayoría era mi ropa. Cuando me fui de las otras casas de acogida no me llevé nada más que eso, nada de recuerdos de aquellas personas.
Lo único importante que tenía era un marco con una foto medio quemada de mis padres. Fue de lo poco que se salvó del incendio. No quería tener que recordarlo, pero esa foto me hacía volver a esa noche. El resto de cosas de mi casa que no se calcinaron se las quedaron la policía y nunca encontré manera de reclamarlas.
Coloqué toda la ropa en el armario y desmonté las cajas para guardarlas encima del armario. «Tal vez vuelva a necesitarlas», pensé.
Aunque esa vez me iba a esforzar al máximo, en mi cabeza seguía teniendo el pensamiento de que aquello no duraría mucho, pero solo dependía de mí el resultado.
Al terminar decidí bajar de nuevo, quería dar una vuelta por el barrio antes de tener que ir al instituto al día siguiente y así saber cómo llegar. No era mucho de pedir ayuda por lo que no les preguntaría a Lena y Stephen. A Ashton seguramente tampoco. Cuando me vio bajar se marchó del salón subiendo las escaleras por las que yo acababa de bajar.
No le di importancia. Con que Lena y Stephen estuvieran contentos conmigo me servía. Cuando llegué al salón estaban sentados en el sofá viendo un programa de televisión.
— Hola... — dije para que supieran que estaba ahí —. Creo que voy a ir dar una vuelta para ver el barrio.
— ¿Quieres que vayamos contigo? — dijo Lena al girar su rostro hacia mí.
— No, no — negué con la cabeza—. Solo será un rato, no os preocupéis.
— ¿Estás segura? El barrio es grande podrías perderte...
— Déjala un poco de espacio, no te preocupes — Se adelantó a decir Stephen mirando a Lena, antes de que yo pudiera responder.
— Está bien — respondió ella poco convencida —. Ten cuidado — me recordó con media sonrisa.
— Lo tendré, no te preocupes.
La verdad es que apenas había estado unas horas en la casa y ya me sentía agobiada. No solía pasar mucho tiempo en las casas, siempre prefería estar fuera todo el tiempo que podía, al aire libre. Pero esa ciudad era todo lo contrario a lo que alguna vez hubiera conocido.
Me dio la sensación de que la temperatura había bajado varios grados desde que había llegado unas horas atrás. Me cerré el abrigo todo lo que pude y me comencé a andar en busca de la avenida principal. Si iba siguiendo los carteles en los cruces de las calles, encontraría el instituto fácilmente.
Apenas eran las cinco de la tarde y no se veía a mucha gente por la calle, pero la verdad es que no me importaba. Me sentía más cómoda cuando no había gente a mi alrededor.
Pasaron veinte minutos, pero no conseguí encontrar el instituto y sabía que no podía estar tan lejos. Encontré la avenida principal, pero ni por esas conseguí ubicar el instituto. Todas las calles me parecían idénticas al igual que todos los cruces. Decidí volver convenciéndome a mí misma de que encontraría la manera de llegar al día siguiente.
Cuando me giré di un grito al encontrarme a Ashton delante de mí.
— ¿¡Qué haces aquí!?, ¿¡me estabas siguiendo!?
Tenía las gafas de sol puestas a pesar de no haber ni un rayo de sol que pudiera molestarle.
— No, no — levantó las manos al ver mi enfado y después se levantó las gafas colocándolas en su cabeza —. Lena me ha obligado a seguirte, creía que podría pasarte algo.
— No necesito guardaespaldas — le recriminé sonando más borde de lo que quería.
No era justo. Decirme que podía ir sola para después mandarme a su hijo a escondidas para que me vigilara. No me gustaba que me controlaran de esa manera. No llevaba ni seis horas en esa casa y ya tenía canguro.
— Ya lo sé, solo lo he hecho porque ella me lo ha pedido. Ya tiene demasiados problemas como para sumarle estar preocupada por ti.
— ¿Qué clase de problemas? — dije intentando relajar mi tono.
— Problemas con Stephen — me aclaró.
Genial. Volvía a ser la excusa perfecta que necesitaba una familia para intentar arreglar sus problemas matrimoniales.
— Debes de estar pasándolo mal entonces... — dije en un suspiré intentando relajar mi enfado.
— No te creas a mí me da igual — la indiferencia en su voz era clara.
— Pues no debería — respondí con el ceño fruncido mientras pasaba por su lado para hacer el camino de vuelta —. Son tus padres.
— Ja... — Respondió soltando una risa al aire mientras se giraba en mi dirección — ¿Crees que me parezco al imbécil de Stephen?
— ¿Cómo dices? — pregunté confusa.
— No son mis padres — respondió con naturalidad avanzando unos pasos hacia mí —. Yo también soy adoptado.
No fui capaz de responder. Aquello me había pillado por sorpresa.
Si esa confesión era cierta tenía más cosas en común con Ashton de las que pensaba. Creía que tenía una vida con la que yo soñaba, pero realmente jugábamos en la misma liga.
— No tenía ni idea — le reconocí —. Lena no me había contado nada.
— Ni lo hará por que para ella que yo sea adoptado no es importante y hará lo mismo contigo. Desde que entraste por la puerta ya te considera su hija.
No sabía que pensar de aquello. Si sentirme feliz porque desde que llegué ya me consideraba su hija o si entrar en pánico por lo posesivo que sonaba. No me conocían de nada, mi carta de presentación me la había inventado entera.
— ¿Y qué hay de Stephen? — le pregunté con curiosidad —, ¿por qué has dicho que es un imbécil?
— Porque lo es — soltó con molestia sus palabras mientras continuaba sus pasos hacia mí —. No es capaz de ver más allá de sus narices en lo que respecta a Lena. Pasó unos años muy malos cuando se enteró de que era estéril, por eso me adoptaron a mí. Pero Stephen no ayudaba, la echaba la culpa de que no pudieran tener hijos.
— ¿Esa es la razón por la que me han adoptado?, ¿cómo si yo fuera un premio de compensación para Lena o algo por el estilo?
— No — soltó otra risa —. La iniciativa de que vinieras la tuvo Lena, no Stephen. Lena dice que él ha cambiado, pero yo sé que sigue siendo el mismo egoísta de siempre.
— ¿Y por qué me cuentas todo esto?, ni si quiera me conoces.
— Ahora eres parte de la familia, ¿no? — dijo encogiendo los hombros —. Lo suyo sería empezar sin mentiras.
Calmé mi tono de nuevo al entender un poco mejor la situación. Lena era una mujer que lo que más deseaba era formar una familia, pero por el camino solo se encontró con una infertilidad no deseada y un marido que no la comprendía y no la apoyaba.
No eran una familia de cuento como yo me creía. Su falsa fachada estaba incluso mejor trabajada que la mía. Al fin y al cabo, todos teníamos secretos que no queríamos que viesen la luz.
— Gracias por decírmelo.
— ¿El qué de todo?, ¿qué soy adoptado, qué Lena es estéril o qué Stephen es un imbécil? — dijo soltando una leve risa.
— Todo, supongo — respondí con una risa también. Le observé de nuevo y la curiosidad me estaba picando demasiado — ¿Puedo preguntarte algo?
— Si, claro.
— ¿Por qué llevas gafas de sol? Esta mañana te he visto con ellas también y estaba nublado.
— Tengo los ojos sensibles.
— Has dicho que lo suyo seria empezar sin mentiras — solté una risa por lo absurda que me había parecido su respuesta.
Parecía lo primero que se dice para así evitar responder, pero tenía los ojos azules. Puede que fuera cierto, yo no podía saber cómo afectaba la luz a unos ojos tan claros.
Se rio de nuevo como si acabara de hacer un chiste.
— Es la verdad — se encogió de hombros —. Deberíamos volver, aquí anochece pronto y te recuerdo que mañana hay clase — dijo mientras comenzaba a andar hacia casa.
— Primero quería ver donde estaba el instituto. Por eso había salido a dar una vuelta.
— ¿Enserio? — respondió sorprendido y al ver que yo no respondía, continuó —. Es ese conjunto de edificios de ahí, ¿no los habías visto? — dijo señalando al final de la calle.
Miré en la dirección que señaló y el vi a lo lejos el cartel del "Axtell middle school".
— No, porque justo llegaste por las espaldas para asustarme — le recriminé.
— Oh, perdona — dijo intentando hacerse el ofendido.
Comenzó a andar de vuelta a casa y le seguí. La poca claridad que había sobre la calle ya empezaba a irse asique pronto sería de noche y haría aún más frio. Fuimos caminando en silencio todo el camino hasta casa, pero no se me hizo incómodo.
Estuve pensando en que me iba a incorporar a las clases en un semestre ya empezado por lo que el día siguiente sería tal vez el más difícil. Siempre era la comidilla favorita de los institutos cuando llegaba a un lugar nuevo.
— Por cierto, tus libros los tengo arriba y también tu horario. Ahora te los doy — dijo mientras abría la puerta —. Y puedes coger una de estas llaves si quieres, así cuando salgas no tendrás que depender de que haya alguien en casa para abrirte — abrió un pequeño armario lleno de llaves que se encontraba al lado de la puerta y me entregó una —. Esta es la de la puerta.
— ¿Y todas las demás?
— Son del garaje, el jardín, el sótano... Aquí hay llave para casi todo, si necesitas alguna, todas están aquí.
— Vale, gracias.
Tener mi propia llave era un paso más para tener un poco de libertad para poder entrar y salir cuando quisiera.
Segundos después oí los pasos de Lena y Stephen acercarse a nosotros mientras me quitaba el abrigo y lo colgaba en el perchero de la entrada. Nada más ver sus caras, la conversación que había tenido con Ashton volvió a mi cabeza y me surgió una pregunta «¿En verdad Stephen es tan malo como Ashton dice?».
— Bueno, ¿qué tal el paseo?, ¿te gusta la zona? — me inquirió Lena.
— Si, pero podría haber ido sola, no tenías de que preocuparte — intenté mantener la calma en mi voz, pero se notaba que estaba molesta.
— Solo ha sido esta vez...por ser la primera. No lo volveré a hacer te lo prometo — dijo con una ligera pena en sus ojos.
— Esta bien, no te preocupes — quería entender que se preocupara de mí, pero odiaba que la gente estuviera encima mía todo el rato.
Otra tanda de nuevas preguntas surgió por parte de Lena y Stephen durante la cena y yo continuaba eligiendo en cuales debía mentir y en cuáles no. Me esperaba la pregunta más obvia, la razón por la que era huérfana. Recé mentalmente porque no formularan esa pregunta. Cada vez que pensaba en ello sentía un ardor en todo mi cuerpo. Pero fue de las pocas cosas que no me preguntaron y agradecí que fuera así.
Cuando me preguntaron por mi plan de futuro, les dije que estaba deseando acabar el instituto para poder ir a la universidad y estudiar medicina. Otra de las grandes mentiras ya que no sabía ni que iba a hacer con mi vida en una semana. Lena comentó con entusiasmo que era enfermera en el hospital Sanford al sur de la ciudad. Al parecer di en el clavo con mi respuesta y esa coincidencia la tuvo contenta toda la cena.
Mi vida siempre había sido un constante cambio por lo que vivía el día a día. Pero para ellos, quedaría mejor pensar que tenía más aspiraciones en la vida que terminar el último año de instituto y huir de todo y de todos a algún lugar remoto. Stephen no pudo reprimir su deseo de compartir que era abogado y añadir que era de los mejores de la ciudad. Trabajaba en un bufete pasado el puente del rio big sioux que daba a la zona este donde se situaba el centro de la ciudad. En cuanto terminamos de cenar, recogí mis cubiertos para subirme a mi habitación.
— Voy a irme ya a la cama, no quiero acostarme muy tarde.
— Buenas noches, Madison — dijo Lena con una tierna sonrisa.
— Buenas noches — respondió casi a la vez Stephen mostrando una sonrisa sin dientes.
— Yo también me subo – dijo Ashton levantándose de la mesa —. Tengo que darte los libros y el horario — me recordó saliendo delante de mí de la cocina.
Subí por las escaleras andando detrás suya hasta pararnos en su puerta.
— Espera aquí —. Me pidió mientras entraba a su habitación para después entornar la puerta detrás suya y salir unos segundos después. — Estos son — dijo depositando en mis brazos una pila de libros.
— Gracias... — dije un poco agobiada al echar un vistazo a la montaña de libros que tenía en mis brazos.
— De nada — sonrió y abrió de nuevo su puerta.
— Eh...espera.
— ¿Pasa algo?
— Quería preguntarte... cómo vamos a hacer para el baño. Entiendo que al ser el único que hay tendremos que compartirlo — dije con la mirada un poco perdida esperando su respuesta.
— No tienes que preocuparte, apenas tengo un par de botes. El resto del baño es tuyo.
— No, no me refiero a eso.
— ¿Entonces?
— Por los horarios. Mañana tendremos que ir a clase y me gustaría ducharme antes de ir.
— Tampoco tienes que preocuparte por eso —. soltó una pequeña risa —. Suelo levantarme bastante pronto para dar una vuelta por el parque del lago Covell antes de ir a clase. Asique no creo que nos crucemos.
«¿Quién se levanta a las seis de la mañana para estar en un parque pasando frío antes de ir a clase?».
— Ah...vale — respondí un poco confusa pero aliviada a la vez por saber que tendría intimidad en el baño, al menos por las mañanas —. Era solo eso. Buenas noches.
— Buenas noches — me pareció que sonrió ligeramente y después se metió en su habitación.
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