Capítulo tres: Charla animosa
Durante un buen rato, la reina Kinn no pudo comprender ninguna de las palabras que parloteaba Lady Josum. La miraba, frente a sí misma, moviendo los labios, abriéndolos, cerrándolos, sonriendo incluso, pero no era capaz de captar ni una sola palabra de lo que decía, porque en su cabeza aún estaba intentando adaptarse a la idea de que ella le estuviese hablando con tanta confianza.
No era que le molestara. Generalmente no le importaba que las personas le hablaran, por el contrario, le encantaba. Amaba conversar con todo el mundo, pero… ¿Quién demonios era Lady Josum? ¿De dónde rayos había salido? Kinn solo sabía que era la dueña del castillo en el que estaba (como el nombre lo indicaba), pero, al recibir la invitación, había creído que la anfitriona del evento era la Reina Amer…
Y ese era otro detalle que la hacía distraerse. Si la reina Amer había insistido tan amablemente en que ella viniera… ¿Por qué demonios parecía mirarla como si quisiera matarla con los rayos diabólicos imaginarios que salían de sus ojos a cada puto segundo? Es que casi podía sentirlo, el odio, el resentimiento. Ni siquiera le había dirigido la palabra aún, pero ella ya había dictado su sentencia, y había sido desfavorable.
—... y es por todo esto— continuó Lady Josum, en medio de su vómito de palabras sofisticadas pésimamente utilizadas— Que quisiera pedirle un favor, majestad.
Eso fue suficiente para que la reina Kinn volviera a poner su atención en ella. Un favor. Ajá. Ya se lo esperaba. Todo el mundo recurría a ella para pedirle favores, lo cual no estaba mal, era mil veces mejor que ser completamente ignorada. Y siempre y cuando pudiera otorgarlo...
—¿Qué clase de favor? — preguntó Kinn, sonriendo ampliamente con simpatía y un tono cantarín en la voz.
—Amer y yo, habíamos decidido que…
El rostro de la susodicha no pudo ocultar su estupefacto al escucharla. Sus labios entreabiertos y el ligero fruncir de sus espesas cejas, fueron indicio suficiente para hacerle saber a Kinn que Lady Josum, parecía tener la mala costumbre de hablar por otros, y no causaba ni una pizca de gracia a su majestad Amer. Sin embargo, la anfitriona ni siquiera acabó su oración, porque justo en ese instante, apareció otra invitada del castillo.
—¡Oh por Dios! ¡¿Es realmente usted, reina de Noctum?! —un chillido salió de los labios de una muchacha que vino corriendo hacia ella para casi abrazarla. No obstante, se abstuvo de hacerlo en el momento justo y en vez de eso, tomó ambas manos de la reina entre las suyas, sin dejar de mirarla con ojos llenos de admiración —¡Amo, amo, sus tierras, mi señora! ¡He ido el mes pasado, y he quedado encantada con la excelencia que maneja su pueblo. Oh, y sus libros, ¡por supuesto he leído algunos de los que ha hecho!
¡¿Ella escribía?! Le costó bastante ocultar su sorpresa, Kinn la miró con más curiosidad que antes, de ser eso posible. Había oído de su implacable autoridad, la mano dura con la que gobernaba; también oyó sobre el prestigio y auge de sus tierras, ¡pero jamás se enteró sobre libros! ¡Ah, pero claro que Amer no podía ser mejor que ella! ¡Ja, apuesto que encontraría simples garabatos en el contenido de sus libros!
—¡Oh! No sabía que escribías reina Amer, ¡esto es aún mejor de lo que pensaba! —exclamó Josum, para luego reír con “jo, jo, jos” elegantes y soplarse con su abanico decorado con piedras preciosas. —¡Amo los libros! ¡Dígame los títulos de sus obras ahora mismo! ¡Voy a leerlos por completo y le enviaré una carta de recomendación a mis amigas de la alta sociedad cuando acabe.
—Eh, — titubeó Amer, por un momento se encontró dubitativa e incómoda, sin embargo, cuando divisó el rostro ligeramente mosqueado de la reina Kinn; con una sonrisa socarrona, aprovechó la oportunidad y empezó a sonsacarle más halagos a la nueva — ¡Oh! ¿En serio te gusta lo que hago? Es la primera vez que hablo con una de mis lectoras, normalmente mi gente me conoce más por mis hazañas de guerra que por mis sencillos libros…
—¡Sus libros me han salvado del ocio, majestad! —exclamó la muchacha, con sus mejillas ligeramente sonrosadas. — Jamás pensé que la encontraría en un lugar como este, ¡socializando con la plebe! ¡Oh, me llamo, Rossi, mucho gusto.
—Igualmente, —contestó Amer, deshaciéndose de su agarre y simulando que necesitaba ponerse un mechón de pelo detrás de su oreja. Ja, para Kinn, aquellos gestos decían más que mil palabras de su boca. —Es increíble… Me siento como una celebri…
No pudo acabar siquiera una palabra más. Apenas Rossi había volteado el rostro para sonreír a Josum, sus ojos encontraron a Kinn, y bastó un segundo para poder reconocerla, y de pronto, empezar a chillar como condenada; aun con más fuerza que cuando reconoció a Amer.
—Oh. Por. Dios. ¡Eres Kinn, de Dacortum! ¡OH POR DIOS! ¡¿QUÉ ES ESTO NAVIDAD O ALGO ASÍ?!— Clamó, y luego inició a reírse tontamente.
Su majestad de Noctum, fue olvidada, ahí mismo. Bajo su incrédula y molesta expresión; la fanática y escandalosa muchacha se alejó para acercarse casi con saltitos hacia Kinn. Rossi se mostró igual o más emocionada cuando estuvo enfrente de ella, y la reina de Dacortum, de forma fugaz; lanzó una mirada burlona y victoriosa hacia Amer, antes de prestar toda su atención a la señorita Rossi.
—¿Rossi, no? Un gusto, supongo que me conocerás también más por mis libros que por las bodas que se llevan a cabo en mi palacio.
—¡Soy tu mayor fan! ¡Te amo, te adoro! Te amo tanto que sería capaz de lamerte la caca de perro de tus zapatos si me lo pidieras —aparte de su sugerencia perturbadora, a Amer ya empezaba irritarle su agudez. Por el rabillo de su ojo, Kinn advirtió el semblante indignado que le costaba ocultar la azabache. —¡SABÍA QUE NO PODÍA FALTAR HOY EN ESTA FIESTA! ¡BENDITO SEA EL DÍA QUE RECIBÍ ESA CARTA!
—¡Eso fue gracias a mí! —canturreó Josum, a quien también parecía molestarle ser ignorada —¡¿Ven chicas?! Con ustedes a mi lado, haremos de este una de los mejores asociaciones del mundo.
—¿Qué es eso?
—¡Crearemos una nueva familia! -Josum exclamó, entusiasta de volver a ser el centro de atención—¡Incluso, tal vez, un nuevo reino donde todo será, paz, y hermandad!
—Mientras Kinn este en ella, ¡yo me incluyo en todo!—Rossi asintió, y le dio otro apresurado abrazo a Kinn.
Entonces, ella escuchó el sonido de un carraspeó. Era uno claro, fuerte y significativo, proveniente de chica—oscura, el cual fue todo lo que ella necesitó para saber que se estaba incomodando, aún más, de ser ignorada por su culpa. Rossi dejó de abrazar a Kinn, quien había estado prácticamente ahorcando su cuello a estas alturas, se giró hacia Amer, y de nuevo, volvió a chillar.
—¡Mis dos reinas favoritas en un mismo lugar! ¡Lo siento, solo las miro y enloquezco!
Era curioso e impresionante, la manera en que ciertas palabras pronunciadas por los relativamente insignificantes labios de una persona, hacían levantar todas las alarmas que uno poseía por dentro. En este caso, se había tratado del plural utilizado tan a la ligera entre ellas: “dos reinas favoritas”.
“Dos”
“Dos” era multitud, si se lo preguntaban a Kinn, y entonces, decidió sonreír aún más ampliamente, como un mecanismo de defensa para aquella increíble blasfemia. Antes de darse cuenta, su mente ya estaba maquinando un millar de formas para conseguir que todos se centraran en ella de nuevo. Normalmente no le interesaba ser el centro de atención (o al menos eso creía), pero hoy, de pie frente a ella, una diabólica vocecilla le empujaba a imponerse y mostrarse poderosa como si estuviese cabalgando un dragón salvaje de color rojo.
De un momento a otro, un par de violines y flautas comenzaron a tocar una tonada para acompañar y aligerar el tenso ambiente que había aparecido de pronto. La luz caía a raudales por las ventanas, los meseros llevaban vino a todas partes, y los chismes estaban en su máximo apogeo. Y mientras ocurría todo esto, las personas de alrededor observaron con suma atención, a Kinn y a Amer conversar con exagerada amabilidad.
—Espero que te haya agradado recibir mi invitación, — Amer suelta en tono zalamero, (y a Kinn no se le pasó por alto que le había dejado de hablar con respeto) a lo que la castaña contesta:
—Me intrigó, he de admitir. ¡Pero me sentí tan feliz de recibir tu carta, — dio énfasis en el tuteo— prácticamente rogándome para que viniera! Pero te entiendo, ¡todos siempre quieren conocerme!
Kinn advirtió el músculo de su mandíbula, marcarse con fuerza, al probablemente apretar los dientes con enojo; ¡había encontrado un punto débil! Claramente, a su majestad de Noctum, no le gustaba en lo más mínimo sonar o parecer como una lamebotas, cosa que Kinn trataba de hacer adrede para fastidiar. Contuvo una carcajada, fue difícil, realmente quería reírse con total soltura; pero debía mantener su aspecto de “yo no estoy haciendo nada, soy más que inocente” si quería seguir con la fiesta en paz.
Utilizaban un trato distante y frío, pero necesario, para evitar situaciones poco agradables que podrían desatarse de un momento a otro.
—Por cierto, solo por comentar claro está, ¿han oído que uno de mis súbditos me hizo una estatua cerca del río tecuary? — Kinn prosiguió, hablando como quien no quiere presumir, (solo era su vil castigo por ser tan famosa, "pobrecilla")—¡¡Cuando lo vi quedé maravillada!! ¡La próxima vez, debería de invitar a la artista también a una de estas reunioncitas!
—No he visto aún tal obra, — Amer contesta, con un ademán indiferente — pero debe de ser lindo, si tú lo dices. Una vez hicieron algo parecido para mí, una corona hecha de los huesos de las manos de todos aquellos que osaron tratar de derrocarme. Pero, no fue nada, su estatuilla debe ser más bonita.
A Kinn no le gustó su matiz despectivo, oculto bajo su tono despreocupado y arrogante. ¡Fanfarrona!, quiso gritarle, pero fingió como que le halagaba sus palabras mientras cogía de un mesero que caminaba por allí, un vaso de vino que terminó de un gran sorbo en su garganta.
Una hora pasó en la fiesta. Y Kinn se precinto dentro de su fuero interno, "¿por qué seguía aquí?" mientras se limitaba a asentir de vez en cuando a varios de sus admiradores, los cuales, de forma absolutamente irritante, resultaban ser los mismos admiradores de su majestad, Amer. ¿Dónde estaban sus fans enteramente suyos? ¿Qué clase de chiste de mal gusto es este? En el que tenía que compartir el amor de su gente con la “otra”.
—¡BUENO!— la voz chillona de Lady Josum, de repente sonó tan aguda y escandalosa, que hizo sobresaltar a todos los que estaban en su rango para oírla. Al parecer, se había ya hartado de ser ignorada. — Majestades, Amer, Kinn. — se dirigió a ambas, y al instante, ella se puso recelosa — Acompáñenme por favor. Quisiera aclarar y contestar todas las dudas que deben de tener y de paso… — justo antes de girarse, soltó: —mostrarles algo de mi biblioteca.
La biblioteca resultó ser una melancólica habitación desprovista de cualquier signo de calidez humana, con un montón de polvo sobre un desdichado y olvidado sofá. Polvo sobre un estante viejo y mohoso, polvo sobre el suelo y un par de cucarachas paseándose alrededor de una mesita vieja, sobre la cual descansaba una pequeña vela casi nueva.
Apenas dio dos pasos en su interior, y Kinn quería huir, era descaradamente horrendo para sus ojos. Se miró su vestido con tristeza, ¡tanto polvo y mugre arruinaría la tela de su atuendo! Por el rabillo de su ojo, vio a Amer adelantarse a ella, sus ojos se movían de aquí para allá con un signo de ligero asco en sus orbes negros; y de forma distraída, se ajustó los guantes de sus manos con más fuerza, como si de esta forma pudiese evitar el espíritu de la suciedad impregnarse en ella.
—Así que todos estos libros son tuyos— comentó Amer en dirección a la anfitriona, y lentamente, una sonrisa irónica empezó a estirar sus labios—. Vaya, qué envidia.
—¡Gracias, significa mucho viniendo de usted! —se alegra, y agregó: —Por cierto, no es por presumir pero me han dicho también, que soy una excelente escritora; gracias a mi alto grado intelectual, — suelta Josum, utilizando su tan (para estas alturas) conocido tono petulante, mientras cogía un libro de la estantería para quitarle el polvo que este tenía sobre su tapa. — uno de mis libros favoritos, —agregó, —Cien años de soledad. Lo leo cada noche hasta que las velas se apagan.
—¿Ah sí? Eso es genial. —Contribuyó Kinn, y hasta ella se sorprendió de la falta de sarcasmo en su voz. —Bonita biblioteca, ajá, con excelente variedad.
No supo cómo pudo escupir esas palabras. A Kinn casi le dió un tipo de patatús histérico cuando le escucho decir que lo leía cada noche. ¡Pero por favor! ¡Ni siquiera para mentir era inteligente! ¡¿Lo leía todas las noches?! Entonces, qué hacía ese libro allí con aspecto olvidado de treinta años, con telarañas y polvo alrededor de su tapa; incluso el libro parecía gritarle "mentirosa" silenciosamente para descubrirlo ante todos. ¿Y lo peor de todo? En la habitación sólo había un estante, y sobre ella, solo descansaba… siete solitarios libros.
Una palabra, pensó Kinn, “patética”. Y se acercó hacia la ventana para tomar algo de aire fresco, antes de que se desmayara por tanta mugre. El sol la recibió con su cálido tacto sobre sus brazos y su pelo, y se mantuvo parada allí; diciéndose que podría gritar por ayuda desde aquí, si de la nada, Amer quisiera matarla por alguna razón.
—Son tantos libros, vaya, vaya —siguió canturreando Amer, y secretamente, Kinn se sintió confortable cuando supo que (fijándose en su expresión llena de hastío y burla) ella también parecía creer que esto era una broma de mal gusto—. ¿Los has leído todos?
—Últimamente he estado un poco ocupada— responde, como contando un secreto y luego lanza un guiño cómplice. — Pero apenas me desocupe, volveré al vicio intelectual de la lectura, amigas.
Kinn y Amer sufrieron un escalofrío con la palabra “amigas”, lanzada tan a la ligera. “Pero qué honor más horrendo”, pensaron ambas al mismo tiempo, sin ser conscientes de ello.
—Entonces, ¿de qué nos querías hablar, Josum? —Amer fue directo al grano, lo cual ella agradeció en silencio.
—Como te había dicho desde un principio, excelencia. ¡Estoy en busca de crear la mejor organización de los seis mundos! Un punto de encuentro, solo para los mejores miembros de nuestra sociedad. —dijo—¡Empecemos a pensar en grande!, ¡¿no quisieran más poder?! ¡¿No os gustaría formar algo más grande que ustedes mismas?! ¡Destruir los prejuicios!
—Y necesitas nuestra ayuda para eso…
—Así es— asiente Josum, —verán, es muy probable que si envío la invitación para los demás reinos, estos me ignoren o me rechacen. Es por esto, que primero envíe la invitación al reino más cercano como “experimentación” un “prueba y error”—exclamó emocionada, y miró a Amer como si fuese la luz de sus ojos— ¡Pensaba que sería ignorada! ¡Estaba lista para la desilusión, y luego usted apareció y además, se tomó la molestia de invitar a la reina de Dacortum! ¡Quién además vino sin chistar sólo porque usted se lo pidió!
—Por supuesto que aceptó mi invitación, no todos los días uno tiene el honor de recibir mis cartas, hechas por mi puño y letra —Amer agrega con un tinte de mofa en su voz, del cual Kinn prefiere ignorar por el bien de la paz.
—Sí, por supuesto —Kinn le envió una sonrisa forzada, y Amer le devolvió otra con los dientes expuestos, cual loba a punto de dar un mordisco juguetón. —Entonces, lo que tratas de decirnos es que nos necesitas como un instrumento— continuó Kinn, dirigiéndose esta vez a Josum en tono serio— para invitar a más reinos a tu pequeño club del té...
Cuidado, se recordó Kinn. Había sonado demasiado brusca y agresiva de pronto, y no podía mostrar tan pronto el otro lado de su personalidad no tan “dulce”. Vio que Josum la miraba algo ofendida, y Amer con cierto interés diferente ahora, así que rápidamente, improvisó otra sonrisa como si lo que acabara de decir, fuese una vulgar y sencilla broma.
—Un club que podría convertirse en una importante influencia en el mundo, cerrado a infravaloraciones, y, todo gracias a ti— trató de arreglarlo con apuro, y gracias al cielo, Lady Josum aceptó el cumplido con una risita cantarina. Sin embargo, no había logrado distraer a la otra, pero por ahora, ella no era importante. — ¡Me parece fabuloso! ¡Y creo que podríamos unir a más gente si la próxima fiesta la hacemos en mi humilde castillo!
—¡¿Sería eso posible?! —Clamó Josum, dando aplausos emocionados— ¡Sí la fiesta se hace en su reino! ¡No puedo dejar de imaginar, el montón de gente que podría reunirse! Podríamos acabar con el hambre, las guerras, el odio invisible entre reinos, ¡todo gracias a nuestro pequeño proyecto!
—Sí, fantástico. — Amer contesta de mala gana, y de un pisotón, mata a una cucaracha que le mueve las antenas.— No puedo esperar…
Y entonces Lady Josum volvió a parlotear, y ni Amer y ella trataron de interrumpirla; cada una, demasiado inmersas en sus pensamientos, como para intentar acallar a la anfitriona.
Poder. Reconocimiento. Fama, y otros privilegios que antes no le habían importado a Kinn, (pero ahora pesaban como bolas de cañón sobre sus hombros) porque dentro de su castillo, ella siempre había tenido todo eso y más, y encima; la absoluta atención y admiración de su gente. Nunca se había preocupado de que alguien podría arrebatarle estos derechos y placeres. Jamás. ¿Pero ahora? No estaba tan segura de eso.
Por primera vez, Kinn advirtió una extraña sensación de peligro, que se condensaba sobre ella; como una helada niebla, espesa e intoxicante; el cual le puso los pelos de punta y la hizo sentirse con los pies sobre hielo delgado. Era una niebla, que solo podía provenir de un solo lugar y parecía querer cernirse sobre sus cálidas tierras; y obviamente, estaba hablando de Noctum, el cual parecía haberse convertido en una invisible figura dentro de su mente y ahora le susurraba una y otra vez, “todo lo que tienes, vamos a arrebatártelo”, con un fantasmagórico tono cerca de su oído.
¿Y a quién se lo darían en su lugar? El sujeto tenía gélidos ojos negros y pelo azabache, con unos guantes elegantes en sus delgados brazos, y era reina de Noctum.
Noctum.
Un sencillo nombre, pero pensándolo detenidamente, encontró con ironía que Dacortum y Noctum, una vez más, tenían un tipo de similitud. Poseían la misma caricia en los labios cuando lo pronunciabas y casi el mismo sonido al emitirlas con la voz. Molesto pero intrigante. ¿Destino, tal vez? ¿Traía bonanza o destrucción? Su recelo le dijo que apostara por la segunda.
Lo decidió con facilidad, Kinn no se dejaría pisotear; se dijo altanera. Su orgullo rugió como un león en ese momento, y le gruñó a Amer, enviándole en silencio el mensaje de: “no me dejaré apagar por tu obscura niebla tristona”.
No sin antes quemarla con su fuego voraz.
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