Capítulo 29
Y de un momento para otro, el mundo se resumía a solo ellos dos.
El calor comenzaba a ser cada vez más insoportable, con el lugar que al principio de la velada suponía marcar el fin de una era, y que ahora era consumido por llamas que planeaban arrasar con todo a su paso.
Tal vez un incendio en pleno bosque no había sido la mejor idea.
Sus cabellos poco a poco comenzaban a llenarse de cenizas y un impregnante olor a humo.
Pero ahí estaban.
Como si solo ellos dos existieran, y los gritos de fondo hubieran sido silenciados por alguna extraña magia u obra de arte.
Kirino, allí estaba. Con Shindou sobre él, aprisionado contra el tronco de un árbol que, si no se apresuraban, terminaría siendo alcanzado por el fuego, calcinándose hasta ser irreconocible.
Hasta ser cenizas.
Hasta ser nada.
Sus orbes color cyan se entrecerraron, sintiendo un pequeño ardor que poco a poco se volvía más grande, hasta acabar con los ojos cristalizados, llenos de lágrimas. No, no era por los sentimientos que ahora albergaban el momento, simplemente tenía ojos delicados. Aunque claro, cualquiera los tendría delicados cuando se está en pleno incendio.
Por sobre el hombro de Shindou, observó una figura, sin lograr reconocerla del todo, pero con algo entre sus manos.
El cuerpo instintivamente le pidió correr, huir del lugar, zafarse del agarre de Takuto sin importar cómo y echar a correr lo más rápido que pudiera sin mirar hacia atrás.
Pero no podía.
Una mezcla extraña, en la cual si bien su cuerpo le pedía la supervivencia, su mente estaba enfocada en otra cosa.
Sí, quería acabar de una vez con todo esto, poniendo fin a todo el sufrimiento que llevaba cargando por meses, ¿Quizás años? No lo sabía, la gente por lo general no suele tener en el calendario una fecha marcada con "el peor día de mi vida" o "desde aquí todo se fue a la mierda", así que la fecha, en teoría, no podía ser exacta.
Sonrió.
Por un momento, su mente había comenzado a divagar.
Sí, estaba divagando ahora.
Entonces sus sentidos se agudizaron, y pudo sentir como todo dejaba de moverse, no había ni el más mínimo ruido.
Su cabello estaba alborotado, el cuerpo cansado, y desde su frente caían gotas de sudor, resbalando por sus mejillas hasta el fin de su mentón, para finalmente caer en la tierra y perderse por completo.
Como si nunca hubiera existido.
Observó nuevamente la figura por sobre el hombro de Shindou.
Y sólo escuchó como ésta jalaba del gatillo.
Cerró los ojos.
Hasta sentir como el cuerpo caía al piso.
Oh, cierto.
Creo que tenemos que retroceder un poco en la historia, ustedes aún no saben nada de esto.
"Estamos en tus manos. Vamos a quitarles esas piedras, capitán".
Aquella simple frase, lo había sido todo. Mamoru sonrió, aún con la mano de su compañero de googles sobre el hombro. De alguna forma, Kidou siempre lograba tener las palabras correctas.
Y ahora, después de años, volvían a formar equipo, igual a como cuando eran adolescentes descubriendo de qué trataba el juego de la vida.
Aunque, con una pequeña diferencia.
Ahora se estaban jugando la vida.
—Debemos hacer grupos, de alguna forma Shindou nos la dejó fácil.—Comenzó a trazar en su mente alguna ruta, alguna estrategia, vamos, Yuuto podía hacerlo. Debía hacerlo. Se obligaba a hacerlo.—Me encargaré de Fudo, Endo irá tras Kazemaru.—Volteó hacia el bando oponente, haciendo cálculos rápidos en su cabeza. Bien, podían lograrlo.
Kazemaru, Hiroto y Midorikawa, Fudo, Nagumo, Fuusuke, Shindou, Ibuki... Mierda, eran demasiados. Kidou sacudió la cabeza, su mente le gritaba "concéntrate". Comenzó a contar a los de su lado; Endo, Goenji, él, Kirino... Chasqueó la lengua, enojado, debía descartar a Kariya quien se encontraba atrapado por sus padres, y a Fubuki puesto que no se atreverían a arriesgarlo sabiendo que no podía exponerse demasiado. Aún tenían a Atsuya, y a Terumi.
Un momento.
Volteó hacia los suyos una vez más, tratando de distinguirlos en la casi absoluta oscuridad de la noche.
El mayor de los Fubuki se encontraba algo alejado, en sus ojos podía observarse el miedo ante la situación, miedo por lo que pudiera pasar, miedo por su futuro, miedo por su familia, miedo por su vida.
—Fubuki.—Kidou llamó su atención, con la intensa mirada de Goenji por encima.—¿Dónde está Atsuya?
—¿Atsuya..?—Murmuró de forma débil, volteando en su lugar. Juraría haberlo visto salir de la casona donde se encontraban cuando todo comenzó a desmoronarse, juraría haber estado con él hace tan solo unos minutos. Mas no lo estaba.
El menor de los Fubuki, no estaba.
Yuuto giró esta vez en dirección a la base enemiga, rogando a cualquier divinidad que existiera para que el chico de piel pálida y cabello anaranjado no se hubiera visto atraído por el poder de Takuto y de la Alius.
Un momento.
Abrió los ojos. Claro, eso era todo.
—Atsuya no está con Shindou.—Murmuró, había hablado en voz alta sin darse cuenta, y ahora más de un par de miradas le observaban expectantes al no comprender la razón de sus palabras. Suspiró, la explicación era sencilla.—Fudo, Kazemaru, Midorikawa, Hiroto, Nagumo y Suzuno, todos ellos tuvieron en algún momento un contacto directo con la piedra, hace años o lo que sea.—Aclaró su garganta.—Algo de eso debió haber quedado en sus cerebros, el vago recuerdo de cómo se sentía estar en la cima del mundo y ser invencibles con ello, el éxtasis que les provocaba portar la piedra, no lo sé, pero... Algo de eso debió haber hecho que se sintieran atraídos una vez más a la piedra, en su subconsciente.
—Como si fuera un hechizo.—Intervino el castaño de banda anaranjada.
—O más bien una maldición.—Finalizó el ex-goleador de fuego. Suspiró, acariciando su entrecejo; sin quererlo, quizás, sin quererlo, se estaba acercando cada vez más a tener el mismo carácter de su padre.
Recemos para que eso no pase, amén.
—Sea lo que sea.—Continuó Yuuto.—Bajo ese concepto, si lo que pensamos es cierto, entonces tanto Atsuya como Afuro se encuentran fuera de peligro, ninguno ha tenido jamás contacto con Alius... Aunque eso no quita que debamos encontrarlos, tenemos que estar juntos, no podemos darnos el lujo de desaparecer de la nada sin avisar.
—Sí...—Fubuki pasó una mano por sus cabellos, bajando hasta el cuello, deteniéndose en aquel lugar. Estaba nervioso, a pesar de intentar disimularlo, su cuerpo reaccionaba de forma diferente, haciéndole saber bajo gotas de sudor que su calmada farsa no duraría mucho.—Lo lamento, Kidou.—Murmuró, casi de forma inaudible, bajando el rostro hasta el suelo. ¿Debía haberse disculpado por su hermano? La verdad es que no lo sabía, pero de una u otra manera estaba acostumbrado a tratar de salvar a Atsuya de todos los problemas en los que se metía.
Suspiró.
Una disculpa más por él solo alargaría la lista, nada que no supiera manejar.
Su estómago rugió, un mal presentimiento.
Giró en su lugar, tratando de divisar entre todo escándalo la cabellera anaranjada de su hermano; la ausencia de luz poco y nada ayudaba, debía ser sincero. Su estómago volvió a contraerse, obligando al peli-plata a encorvarse, abrazándose a sí mismo en un intento absurdo por callar aquella molestia. Sintió su pecho apretarse, su corazón latía de forma irregular.
—Atsuya.—Escuchó de parte del moreno con bandana, entonces, su cuerpo volvió a relajarse levemente, aunque no del todo. Volteó hacia la dirección donde Endo estaba observando, allí estaba su hermano, caminando a paso despreocupado hacia ellos mientras trataba inútilmente de arreglarse la camisa blanca que traía puesta, toda su ropa estaba hecha un caos.
—¿Dónde estabas?—Preguntó al instante, acercándose lo más rápido posible hacia el oji-gris.—¿Por qué te fuiste? ¿A dónde fuiste? ¿Te pasó algo? ¿Por qué estás así de desarreglado?
El mayor de los Fubuki era un manojo de nervios. Atsuya por su parte solo atinó a mirarlo con rareza, lamentándose internamente por lo que sería la vida del pequeño Hyouga si alguna vez llegaba a salir de casa sin permiso.
—Cálmate, Shirou.—Respondió luego de un rato, con la vista enfocada en la camisa que traía puesta, y la difícil tarea que estaba siendo tratar de abotonar todos los botones de manera correcta.—Tsk, como sea.—Bufó, harto de los broches.—Estaba dentro, arreglando unas cosas con Afuro.
La mente de Shirou comenzó a dar mil vueltas por segundo, donde solo se le hacía un escenario probable. Su rostro palideció (si es que eso era posible); su pequeño hermano había quedado a solas con su novio, quizás por cuánto tiempo, y además de eso, ahora todas sus ropas estaban desarregladas, no habían muchas opciones en las que pensar.
Lo dejo a su imaginación, lectores de mente sucia.
Atsuya levantó los hombros, quitándole importancia al asunto.
—No es para tanto.—Rodó los ojos, dándole la espalda a su hermano.
—¿Dónde está Afuro?—Cuestionó Kidou, ante la falta de presencia del ex-dios griego.
—¿Uh?—Atsuya se volteó en dirección a Yuuto esta vez, alzando una ceja, apuntando hacia atrás con el pulgar, donde se hallaba la mansión.—No debe tardar, venía detrás de mí.
"Venía detrás de mí."
Y como si todo su alrededor se tratara de una película, lo siguiente que sintieron luego de eso fue un olor a quemado, humo, y posterior, antes de que cualquiera pudiera reaccionar, a sus espaldas se escuchó el ruido más grande que jamás podrían haber oído. Algo parecido al gran rugir de un animal salvaje, contrayendo sus pupilas sin tiempo para poder moverse a tiempo.
Esa última frase, "venía detrás de mí", había quedado suspendida en el aire, repitiéndose en sus mentes como si estuvieran dentro de una montaña y el eco fuera el responsable de replicarla una y otra vez.
Solo que no se trataba de un eco, ni del rugir de un animal.
La mansión a sus espaldas, ahora era consumida por las llamas. Luego de explotar.
Tablones de madera y vidrios rotos estaban ahora esparcidos por todo el lugar.
Suerte que Kidou, Mamoru y Goenji lograron reaccionar un poco después, arrastrando a todos los que se encontraban cerca de la morada para atrás, lejos de esta, evitando que los restos de la propiedad cayeran sobre algún cuerpo.
—¿Q-Qué...—Atsuya no conseguía reaccionar, desconectado entre lo que acababa de pasar y los minutos antes pasados con su novio. De un momento a otro, el todo, era nada. Sus grises pupilas ardían, sintiendo como se humedecían poco a poco, ya fuera por el humo del incendio o por el futuro (o término), del gran dios de cabellera rubia y ojos carmesí.
Su cuerpo se volteó unos segundos después, su mente aún seguía aturdida, y entre todo, su vista se enfocó en una sola persona: cabellera marrón, ojos escarlata, heredero único de la riqueza de sus padres.
—No estaría nada de mal romperte la cabeza.—Rió, mirando hacia el piso, aunque vamos, todos sabían a quién le estaba hablando.
Entonces Takuto dio el primer paso, aproximándose al bando contrario.
—No tenía planeada una explosión.—Comentó, con la mirada fija en el peli-naranja.—Pudo haber sido algún accidente en la cocina, sinceramente no lo sé.—Sus ojos estaban relajados, como si dijera realmente la verdad, aunque con cada palabra, la ira en el cuerpo del pequeño Fubuki crecía más y más.—Lamento su pérdida.
Y eso, fue la gota que rebalsó el vaso y la cordura de Atsuya Fubuki.
La pequeña pelusa comenzó la guerra, cómo de que no.
Golpearía y quemaría todo, ya no tenía al ángel que le ayudaba a mantener los pies en la tierra, ya no tenía a su alma gemela. Lo había perdido.
Lo había perdido todo.
Antes de que Takuto pudiera siquiera reaccionar, Atsuya lo agarró del cuello de su camisa, levantándolo del suelo por unos centímetros.
—Perdí todo.—Comenzó, sus palabras estaban cargadas de un profundo dolor, y al mismo tiempo, ira sin control.—¿Te das cuenta de todas las familias que haz arruinado?—Su respiración iba cada vez más descontrolada, subía a la par de lo que la fuerza de sus manos apretando la prenda también lo hacían.—¡¿Te das cuenta de todas las vidas que haz arrebatado?!
Entonces, los ojos de Takuto se tiñeron de un extraño color opaco, como si todas sus emociones sé volvieran nulas y se convirtiera en algo parecido a una máquina, algo sin sentido, sin alegrías ni tristeza.
Solo existencialismo.
Y la brillante gema volvió a iluminarse, impactando en la piel y orbes del castaño, decorando todo con su luz violeta.
—El que llores no hará que vuelva a la vida.—Bajó la mirada, conectando fijo con la de Atsuya.—Está muerto.
"Supéralo".
Entonces, quien explotó culminando en el primer golpe no fue Atsuya, ni tapoco Kirino. Fue Kariya.
Había logrado escaparse de los brazos de sus padres en la explosión, en un diminuto y casi nulo momento en el que ambos recobraron la consciencia y su cordura. En un único momento en el que volvieron a ser una familia y dejaron de ser bandos opuestos en un campo de batalla.
Masaki no tenía ni la menor idea si se debía al estruendo de la explosión, al movimiento de la tierra o si había sido pura coincidencia, sin embargo, en el momento en el que los objetos caían del suelo, su madre y padre parecieron volver en sí, y Midorikawa le abrazó de forma protectora, arrullándolo como cuando era pequeño y algunas cosas le asustaban a mitad de la noche, mientras su padre a la vez los protegía a ambos para que ninguna cosa llegara a caerles encima.
Kariya mentiría al decir que le hubiera encantado que ese momento durara unos cuantos minutos más de lo que lo hizo, sin embargo, sabía que sería cuestión de minutos al mismo tiempo para verse preso de ambos y quedarse sin escapatoria. Cuando estuvo a punto de salir de los brazos del peli-verde, Ryuuji lo hizo primero, con lágrimas en los ojos que trataba de ocultar; entonces le dijo "corre, escapa ahora que puedes hacerlo, corre y voltees a mirar hacia atrás, yo distraigo a tu padre, sé que puedes hacerlo... Ve y haz justicia por todos".
Y así lo hizo, corriendo a todo lo que sus piernas le permitieran de sus dos figuras paternas, hasta llegar al lado de quien le hacía sentir como un estúpido enamorado y que al mismo tiempo le rompía las pelotas cada vez que podía.
—Y luego golpeó a Shindou, para culminar su momento de protagonismo en este capítulo.—Mamoru sonrió, alzando su pulgar hacia arriba hacia donde extrañamente nadie se encontraba.
—...—Kidou se le acercó.—Idiota.—Dijo para después impactar la palma de su mano contra la cabeza del de ojos café.—Atsuya y Kariya están a punto de darle una golpiza a Shindou, no es momento de romper la cuarta pared.
—Tenía tiempo sin hacerlo, esta historia se fue a hiatus como por 842874 meses, entiéndeme.—Bajó la mirada, algo apenado.—Bien.—Se dio palmadas en las mejillas de su cara, una forma de despertar y darse ánimos al mismo tiempo.—Terminemos con esto.
Y como si de High School Musical se tratara, al momento en que Endo dejó de hablar, todos se pusieron en posición. Mamoru v/s Kazemaru, Kariya v/s Ibuki, Yuuto v/s Fudo, Goenji y Atsuya v/s Nagumo y Suzuno, entre tanto, deberían encargarse de Midorikawa y Hiroto al mismo tiempo, y claro, Kirino v/s Shindou.
Los cálculos no concordaban para nada en la mente de Kidou, era una auténtica pesadilla, eran minoría.
Pero debían hacerlo.
Todos, ya estaban hartos de vivir en el infierno.
Y entonces comenzó.
Me divido del resto del grupo, todos ya saben cuál es su misión aquí y el papel a cumplir. Golpeo mis piernas, dándome ánimos, al igual como cuando era capitán del Raimon y tuvimos que enfrentarnos a los extraterrestres de la Alius.
Y aquí una vez más vuelve la pesadilla; Alius.
Me acerco a Kazemaru, está de espaldas a mí, mas sé de sobra que me percibe y nota mis pasos, todos sus sentidos están alerta.
Lo sé.
Te conozco, Ichirouta.
He estado contigo todos estos años, en cada recaída, cada vez que te sentías mal como efecto secundario de esa piedra, los días inmediatos luego de derrotarte en el partido que creí sería el primero y único contra ti, y que tu cuerpo se sobreexigió tanto, que apenas podías caminar y tus piernas provocaban calambres que te dejaban sin poder siquiera gritar.
Sé que ahora estás envuelto en rabia, sé que en tu mente lo único que debe estar pasando es la venganza, sé lo que quieres, y sé que cuando llevas la Alius, me odias.
Lo sé, aunque me rompa por dentro.
Lo sé, aunque intentes golpearme con todas tus fuerzas hasta hacerme trizas, lo sé, con cada golpe que das impactando contra alguna parte de mi cuerpo.
Lo sé, y aún así lo acepto.
Vamos, Ichi. Por favor. Vuelve en ti una vez más.
Déjame salvarte.
Me aproximo más a ti, con cuidado, pareciera que Shindou, quién se encuentra a unos metros de ti, capta toda la atención. Claro, él es el centro, donde se almacena todo.
Bien, esto es fácil, solo debo inmovilizarte y arrancar la piedra de tu pecho.
Es fácil.
Es fácil.
Trato de tomarte por la muñeca.
Es fác-
—Mierda.
No, no es fácil.
Antes de poder tocar tu piel, te diste vuelta en lo que pareció una milésima de segundo, tus ojos emanaban brillo, sedientos de venganza. Tomaste mi brazo con tu mano contraria, golpeando mi estómago con tu rodilla, dejándome sin aire, para luego girar y presionarme contra el piso, dejándome sin escapatoria.
—N-No sabía que podías hacer eso.—Comento, intentando romper la tensión que se genera con tu respiración agitada sobre mi cuello.—Podríamos utilizar esa habilidad en otro momento, ¿Sabes? En la cama por ejem-.
No me dejaste continuar, hundiste mi cara contra la tierra. Tengo que admitirlo, eso dolió.
—No te atrevas a hablarme.—Dijiste con voz ronca. Quise soltar un "tranquilo", pero mi boca estaba llena de tierra por dentro así que no pude hablar.—No tienes el derecho.
¿Cómo salgo de una situación así?
¿Cómo contraataco?
Intenté mover los brazos, pero tu fuerza ha aumentado, y la postura en la que me encuentro tampoco ayuda.
Qué hago.
Mierda.
Qué hago.
Entonces, sentí una gota caer en mi cabello desde arriba, y tu agarre comenzó a temblar.
No era lluvia, de eso estoy seguro.
Eres tú, Ichi.
Tu cuerpo está reaccionando. Lo sé por los temblores, y porque tus manos están cada vez más frías. Te estás descompensando.
Levanto ligeramente la cabeza, ya no es complicado.
—Ichi.—Digo a medias, tosiendo el poco de tierra que se ha colado en mi boca y cosas nasales.—Ichirouta.
—Cállate.
—Ichi, escucha.
—¡Cállate!—Tu respiración aumenta. Por favor, por favor reacciona.
—¡Kazemaru!
—¡QUE TE CALLES!
En ese instante, deshiciste la llave que me mantenía preso, dándome la vuelta, esta vez, quedando frente a frente, para no hacer nada más que golpearme.
Antes de que tu puño contactara contra mi mejilla, te aparté rápidamente para inmovilizarte, realmente no importaba cuánto intentaras golpear, en ese estado no me harías mucho daño.
—¡Suéltame, maldita sea!
Tus gritos retumbaban en mi cabeza, no dejabas de gritar hiciera lo que hiciera, y tu cuerpo cada vez estaba más gélido y pálido.
Comencé a buscar como loco la atadura en tu cuello para arrancar la piedra, si no me apresuraba, tu cuerpo colapsaría.
Lo sé, porque he estado contigo en todos estos años.
Lo sé, porque te conozco.
—¡La encontré!—Grité inconsciente de la emoción, entonces comenzaste a moverte de forma frenética, dando patadas y manotazos como loco, como si te estuvieran torturando, incluso intentaste morderme (cosa que no conseguiste por suerte).—Perdóname, Ichi.—Solté, frente a lo que estaba a punto de hacer.
Dejen les explico, queridos lectores, la situación entre Kazemaru y yo.
Para desatar aquel nudo, necesito dos manos, es un nudo ciego bastante apretado, ¿El problema? Es que no tengo dos manos para poder hacerlo, porque Kazemaru intentaría librarse ante al menos dejo de fuerza de mi parte.
¿Entonces?
Entonces debo jalar el colgante hasta que se rompa, y eso podría herir el cuello de Ichirouta. No digan que se los dije, pero tiene esa zona bastante sensible.
¿Y si lo rompo con los dientes?
No, quiero conservarlos la verdad.
Mierda, y ahora cómo lo desato.
Su cuerpo está temblando, cada vez es más débil, está sudando.
—M...—Intenta hablarme, en un susurro.—M-Mamoru...
—Tranquilo, todo estará bien, lo prometo.
Lo prometo.
Su estado físico empeora.
Entonces escucho a lo lejos el sonido de un gatillo.
Kazemaru cae inconsciente.
Todo el alrededor me da vueltas, estoy mareado, mas aprovecho el momento para deshacer el nudo torpemente, siento gotas de sudor que comienzan a caer casi frenéticamente por mi frente.
Mis párpados comienzan a cerrarse, me pesan cada vez más.
No consigo controlar los movimientos de mis manos y el colgante de la gema se resbala.
Mierda, que está pasando.
Qué está.
Entonces, caigo sobre el cuerpo de Kazemaru.
Y todo se va a negro.
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