1._Saqueo
La solitaria mujeres vestida de negro iba silbando El comienzo del día de Kurt Savoy aquella clara noche de luna llena. Su rojiza cabellera tenía un tono más cobrizo a la luz nocturna. La pala sobre su hombro brillaba fría. No había nadie a kilómetros y el guardia del cementerio estaba durmiendo, frente al televisor encendido, en aquel cuartucho. Los gemidos de la chica de la película porno sonaban tan exagerados como ridículos, haciendo sonreír a la mujer que se inclinó para acariciar la cabeza del perro, mezcla de labrador con gran danés, que reposaba junto a la puerta.
-Te traje una salchicha- le dijo la muchacha hincadose para sacar el bocadillo del bolsillo de su chaqueta- No había de cerdo así que te traje de pollo. No me mires así. El pollo es más saludable...
El animal olfateo la salchicha con desconfianza y tardo un poco en tomarla de la mano de la mujer que después de darle unas palmaditas amorosas, se puso de pie para retomar su camino. Silbando entre las tumbas se perdió. La visibilidad era buena así que no tenía necesidad de encender ninguna linterna. Con paciencia buscó la estancia del recién llegado. Un hombre acaudalado que falleció de causas naturales y había sido sepultado esa tarde. La pompa fúnebre contó con una orquesta que incluyo un pianista. Toda su familia asistió al funeral que contó con la presencia ni más ni menos que del cardenal. Todo el pueblo se agitó producto de tan ilustre visita y se lamentó por la muerte del hombre más rico de la región, saliendo a despedirlo a las calles arrojando pétalos de flores y agitando blancos pañuelos que el viento movió más que las manos que las sostenían. Trece de sus hijos desfilaron detrás de la carroza. Todos eran jóvenes, bellos y estaban elegantemente vestidos para la ocasión. Más que un funeral aquel cortejo pareció ser un carnaval gótico destinado a refrescar a los habitantes del lugar.
-Así que aquí es donde terminó el gran Daishinkan- exclamó Mary al ver el enorme ángel de mármol rosa que descansaba en la cabecera de la tumba- Puro lujo hasta el final- comentó al clavar la pata en el suelo para descansar en su mango uno de sus brazos y quedarse viendo la obra de arte obra de un célebre escultor- Por está estatua me pagarían una fortuna, pero me tendré que conformar con lo que usted lleve a cuestas, señor Dai ¿puedo llamarlo Dai? Usted no necesita nada de eso allá, a donde va, y yo si necesito todo eso aquí donde estoy. Nada personal. Solo necesidad...
La mujer continúo hablándole a la tumba como si el muerto, bajo los dos metros de tierra en que fue metido, pudiera escucharla. Con cuidado y hasta con respeto, la saqueadora retiró las flores sobre el tumulto. Las dejó del costado derecho porque ella iba a arrojar la tierra del lado izquierdo. Llevaba haciendo eso el tiempo suficiente para tener varias manías al respecto. Después de un rato de cavar la tierra blanda, la mujer tocó el féretro. El sonido del metal contra la madera le saco una sonrisa. Usando la pala y mañas que había aprendido de su poco moral oficio, la muchacha abrió el ataúd quedando ante un tipo de aspecto bastante inusual.
-¿Este murió ahogado o qué?- se preguntó al verle la piel azulada. La luz de la luna permitía apreciar el cadáver bastante bien.
Era un tipo pequeño. Un metro y cincuenta tal vez, delgado, albino y vestido de forma elegante que parecía dormir más que estar muerto. Las manos, entrelazadas, le descansaban sobre su abdomen. El anillo de bodas fue lo único que a ella llamó la atención de aquellos dedos.
-Vamos a ver qué te pusieron- exclamó la mujer al separarle las manos.
Con cuidado tomó el anillo de oro, un brazalete, los gemelos, un pañuelo de seda que llevaba en el bolsillo superior de la chaqueta y una cadena de plata con un triángulo como colgante.
-Traje de marca y oh... zapatos italianos- murmuró la muchacha como si hubiera descubierto un pequeño tesoro- Pero su talla, señor Dai, es tan exclusiva como las marcas de su ropa y no creo que alguien se interese en comprarla. Bueno... gracias por todo y que Dios perdone todos sus pecados.
La mujer guardaba su botín en el bolsillo de su pantalón mientras comenzaba a silbar sin notar que el cadáver había abierto los ojos. Cuando lo hizo no se asustó. A veces pasaban esas cosas y otras peores. Se hincó sobre el muerto para cerrarle los párpados estirando su mano hacia aquel rostro porcelánico. Esa mujer esperó todo esa noche, excepto que ese cadáver le sujetara la muñeca. Los primeros segundos quedó completamente paralizada producto del fuerte impacto que el súbito movimiento de ese cuerpo realizo, luego dio un grito horrible. Un gemido salido de las entrañas que raspó su garganta y hasta las paredes de su boca para poder escapar tal y como ella intentó hacerlo una vez cayó sentada en las piernas del muerto. Pataleó de forma desesperada, tiro de su mano con ayuda de su otra mano, pero no pudo soltarse. Su pánico se convirtió en terror cuando ese supuesto cadáver levantó un poco la cabeza para fijar sus ojos en ella. La mujer estaba demasiado aterrada y desesperada como para advertir que él movía ligeramente los labios, intentando decirle algo.
Sí ella no creía en Dios esa noche se volvió cristiana, porque estuvo a punto de rezarse una novena completa mientras cómicamente trataba de recuperar su libertad. Al final acabó tomando la pala, casi milagrosamente, y usando toda la fuerza que tenía disponible en ese momento golpeó la cabeza del muerto con el extremo metálico. El sonido se escuchó seco y de inmediato su mano fue liberada. A gatas, pero de espaldas, la muchacha logró enderezarse y quedar pegada a la pared de tierra observando al tipo allí tumbado, ahora con los ojos cerrados y sangrando del costado de la cabeza. La ropa la tenía empapada en un sudor frío, jadeaba en lugar de respirar y temblaba incapaz de controlar los movimientos de su cuerpo.
-Nunca más- logró articular, pero con una voz que no era la suya. Sonó extraña, casi como atragantada- Nunca más... nunca más. Lo juro. Dios lo juro. No lo vuelvo a hacer. No lo vuelvo a hacer...- decía mientras sacaba lo que había robado al muerto que súbitamente se llevó la mano a la cabeza y emitió un lamento casi terrorífico-¡Quédate muerto, muerto!- le advirtió o amenazó la mujer enarbolando la pala. Estaba dispuesta a arrancarle la cabeza al rebelde cadáver si acaso intentaba algo.
El tipo se trató de sentar, pero volvió a caer de espaldas inconsciente. La mujer se quedó quieta. Esperando. Nada paso en varios minutos. Con un poco más de calma y considerando que aquello no podía ser la manifestación de un evento sobrenatural (pues era totalmente ilógico) y desde luego no era el brote de un virus zombie, despacio y sin bajar la pala, la muchacha se acercó al muerto. Lo pateó un poco para ver si volvía a moverse, pero nada. Estaba tieso. Ella llevaba un reloj de muñeca y con cierto asco, además de temor, lo aproximó a la nariz del sujeto para después levantar el brazo en busca de la luz de la luna. El cristal del reloj estaba empañado. Incrédula bajo la mirada al muerto y un cuarto de hora después estaba echando tierra en la fosa vacía.
-No se preocupe. Una vez cubra esto lo llevaré a un hospital- le decía la mujer a Dai que quedó acostado sobre otra tumba.
En toda su vida nunca había cubierto una tumba tan rápido. Después de acomodar las flores en su lugar, la muchacha se echo el cuerpo del tipo sobre su espalda para ir con el guardia, pero este no estaba en su lugar y en aquella caseta no había nada con que poder solicitar asistencia médica. Ella tampoco llevaba su teléfono con sigo, por obvias razones, así que ante la urgencia decidió llevarlo a un centro de salud ella misma. El pueblo estaba a cinco kilómetros, pero con algo de suerte podía encontrar que alguien los llevará. Esperar al guardia era una pérdida de tiempo. Ella llevaba meses observándolo y sabía que cuando dejaba su puesto era porque había ido a su casa, que no estaba lejos, a pasar un buen rato con su esposa. Solía volver un poco antes el amanecer.
El cuerpo de Dai no era pesado, pero andar con él a cuestas era bastante esfuerzo. Para su mala suerte la carretera estaba vacía. Cuando alcanzó el cruce del ferrocarril, la mujer estaba exhausta. Para su cambio de fortuna el muerto, que no estaba nada muerto, abrió los ojos en ese momento.
-¿Quién es usted y a dónde me está llevando?- le preguntó casi en el oído. Su voz se oyó algo aspera, pero todavía educada y bastante hermosa.
-Soy Mary y...lo llevó a un hospital- le contestó la muchacha un tanto nerviosa.
-¿No fue usted quién me golpeó con una pala?
-Amm...vera...
Mary se detuvo en ese momento, pues él se lo pidió. Dijo tener náuseas y acabó vomitando de rodillas en el costado del camino. Eso preocupó bastante a la mujer que no vio eso como una buena señal. Él, en cambio, no pareció darle mucha importancia a sus síntomas. Ignoró el mareo, pero se sentó en el suelo a contemplar sus manos. Estaban temblando. Mary se quitó la chaqueta para ponérsela sobre los hombros. Él apenas lo notó.
-Yo...estaba en...
-Una tumba- exclamó Mary terminando la frase y ganandose de él una mirada un poco intrigada.
-¿Una tumba?- repitió y volvió la vista a sus manos- Sí, lo recuerdo. Estaba enfermo. Muy enfermo. Mis hijos llegaron a la casa para despedirse de mi...
Se quedó callado después de eso. Mary imaginó que estaba asimilando lo que había pasado. Para nadie podría ser facil saber que fuiste enterrado vivo y que de no ser por un golpe de suerte te hubieras muerto asfixiado ahí sin que nadie lo supiera. Pero en realidad, Daishinkan o Dai como ella había decidido llamarlo, estaba recordando las horas previas a su muerte. Lo hizo en un silencio absoluto y en una postura digna de un rey. Mary comenzó a preguntarse si no estaba en shock o algo así por lo que decidió hablarle. Él la ignoró o no la escuchó, pues no se movió ni un poco o la miró siquiera. Producto de la inquietud la mujer terminó por tomarlo por el hombro aquello sí obtuvo de él una respuesta que fue una expresión desconcertante. Dai le sonrió de forma amable, casi amorosa, para tomarle la mano y llevársela a su boca dándole un delicado beso en el dorso.
-Muchas gracias. Usted salvó mi vida- le dijo.
-Sííííí... bueno en realidad- balbuceo Mary quitando su mano de entre las de él y dando gracias de que fuera de noche, pues pensaba que eso disimulo el rubor que se apoderó de su cara ante ese gesto- Yo me dedico a saquear tumbas y abrí la suya para robar las joyas con las que lo habían enterrado. Lo lamento.
La declaración si que tomó por sorpresa a Dai. No porque Mary confesara su peculiar ocupación, que resultaba muy obvia. Nadie anda desenterrando muertos a media noche por nada. Sino porque lo hizo sin una cuota de vergüenza o remordimiento.
-Aqui están su sortija y demás cosas- le dijo la mujer vaciando sus bolsillos de su pantalón.
-Puede quedarse con eso. Se lo ha ganado- le dijo Dai levantando la mano para rechazar la devolución de los objetos.
Mary se encogió de hombros y volvió a guardar las cosas en los bolsillos de su pantalón. Dai la observó un instante. No parecía una mala persona pese a que tenía un oficio bastante reprochable y para nada aceptado la sociedad. La gente repudiaba menos a un ladrón que un saqueador de tumbas, lo que es un poco ridículo considerando que el primero afectaba a la gente honrada y el segundo solo tomaba cosas que nadie más va a usar.
-Sé lo que debe estar pensando- le dijo Mary poniendo las manos en los bolsillos traseros de su pantalón y mirando a un costado, hacia el camino adelante.- Pero no he tenido mucha suerte últimamente y tengo que comer, pagar renta y prefiero robar a los muertos que a los vivos. Además en este país saquear tumbas no se considera un delito, sino una falta así que...
-No la estoy juzgando. Casi agradezco haya decidido tomar esa ocupación. De no ser así nadie me hubiera encontrado hasta que hubieran abierto mi tumba en unos veinte o treinta años ¿quién sabe? tal vez nunca- le dijo Dai llevándose la mano a la cabeza- Usted a salvado a mi vida, pero me veo en la obligación de pedirle otro favor. Claro que en esta oportunidad obtendrá una generosa recompensa y no solo los atavios de un muerto...
-Lo que quiera, pero creo que debiera ir a un hospital- le respondió Mary- Posiblemente sufra de catalepsia y el golpe que le di no fue muy suave que digamos. Necesita lo revisen.
-Así será, pero no en un hospital. Dígame, Mary ¿tiene usted un automóvil?
-Tengo una motocicleta...
-Sí, eso servirá- dijo Dai como evaluando posibilidades que guardó en el más absoluto de los hermetismos- Señorita Mary ¿sus padres están vivos?
Fue una pregunta extraña, pero Mary la contestó porque se sentía bastante culpable por haberlo golpeado y haberle tratado de robar.
-Mi padre falleció cuando era niña y mi madre vive en otra ciudad- le respondió.
-Ya veo- murmuró poniéndose de pie y colocando las manos tras su espalda- Considerando que usted tiene problemas de dinero y a mí eso es algo que me sobra, voy a hacerle una oferta muy especial. Le ruego, por favor, medite bien antes de contestar.
-Adelante...lo escucho...- exclamó Mary con recelo y curiosidad.
-¿Me permitiría adoptarla? Seré un gran padre para usted, si usted es una buena hija para mí- le propuso con una ladina sonrisa.
La noche seguía llevando a Mary las más insólitas y descabelladas experiencias.
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