Capítulo 10; la calma.
—¿Mikey? —preguntó Takemichi, confundido, antes de mostrar real preocupación por él—, ¿estás bien? ¿Qué pasó? —continuó, el chico estaba vestido de forma casual, con un pantalón corto y camisa sin mangas de color blanco, se veía muy bien y Mikey estaba acaparando su espacio.
—Lo siento, yo... —No tenía idea de qué decir. Él solo fue motivado por su estado de ánimo y el enamoramiento pasivo, ¿qué le iba a decir? ¿La verdad? Ellos no tenían un arreglo diferente al trabajo y follar, no podía exigir nada, ni siquiera atención—. Creo que debería irme, esto es un error.
—Oh, no te preocupes —dijo el chico, apoyándose en el marco de la puerta, muy cerca de Mikey—, hiciste todo el camino hasta aquí, al menos entra y hablemos sobre lo que te molesta.
—Nada me molesta, solo estoy un poco estresado, tal vez —agregó sin estar seguro.
—Entonces entra y hablemos sobre lo que no te preocupa —insistió Takemichi.
Mikey sacudió sus hombros y ladeó la cabeza, pensando en ello. No podría recurrir a Takemichi cada que quisiera, pero tampoco iba a desaprovechar la oportunidad. Dio un paso hacia delante y entró a la casa, seguido de Takemichi. Ambos se detuvieron en la sala. Estaba muy limpia como siempre, olía mucho a panecillos.
—De verdad estoy bien, solo salí de casa y aparecí aquí, como si tuvieras el don mágico de desestresarme, ¿no es tonto? —preguntó con una risa nerviosa. Un vistazo a Takemichi y parecía estar meditando en sus palabras, ¿le creía o no le creía?
—Desestresarte, ¿eh? —Takemichi le sonrió, mientras su rostro se iluminaba, luego se acercó a Mikey, y ante su mirada atónita, lo besó.
Mierda, de eso no era lo que hablaba Mikey sobre desestresarse, aunque bueno, tampoco podía quejarse. Los labios de Takemichi siempre eran suaves contra los suyos, antes de volverse intensos y provocadores. El chico lo rodeó de la cintura y lo levantó, hasta que Mikey lo rodeó de la cadera. El sexo no estaba mal, en lo absoluto. Se calentó más rápido que una hornilla a toda potencia.
Mientras era guiado a la habitación, olvidó por completo por qué estaba allí. Los besos y los toques de Takemichi eran el alivio que necesitaba. Normalmente no decían mucho, se desprendían de la ropa con soltura, los besos no se detenían hasta que Mikey lloriqueaba por más. Takemichi se tomaba el tiempo de explorar su cuerpo con las manos y la lengua, se demoraba en sus pezones erectos hasta dejarlos muy sensibles y rojizos.
Luego lamía cada centímetro de su cuello y le mordisqueaba las clavículas, para que Mikey al día siguiente se deleitara frente al espejo del baño. Si el sexo era el único lenguaje en el que podía decirle al chico lo mucho que lo extrañaba cada día, no lo desaprovecharía.
—Por favor, Takemicchi, quiero más —gimió Mikey. Eran pocas las veces que abría la boca, demasiado ansioso y excitado. Sus dedos estaban en la espalda de Takemichi, mientras sus piernas lo envolvían y de forma maravillosa se mecía en él.
La imagen más erótica de su vida era cuando Takemichi se estiraba por el lubricante y luego le sonreía, en medio del sexo, una sonrisa de Takemichi era coquetería pura. La preparación era rápida y abrumadora, pero se volvía mejor cuando finalmente podía sentir el pene duro y caliente dentro de él. Cada embestida era dulce y mojada, los chapoteos y la intensidad de cada beso que lo enloquecía. Y aunque no solían decir demasiado, Takemichi con la voz ronca le repetía siempre lo mucho que le gustaba estar dentro de él, el paraíso era estar con Hanagaki Takemichi.
Llegaron a los clímax juntos y saborearon un poco más del cuerpo del otro, hasta saciarse. Mikey estaba tumbado bocabajo en el pecho de Takemichi, sintiendo los suaves dedos en su espalda y cepillando sus cabellos. Ambos estaban pegajosos y el olor al sexo inundaba toda la habitación, sin embargo, estaban cómodos. Por lo menos algo había funcionado bien, estaba tan relajado que dormitaba. No estaba seguro de cómo volvería a casa luego de esto.
—Mikey —empezó Takemichi, sin moverse.
—¿Hmm? —una respuesta escueta. Le estaba costando mantener los ojos abiertos.
—¿Ya puedo saber qué ocurrió?
—Nada interesante, al menos nada de lo que debas preocuparte.
Takemichi hizo un ruido de indignación y se quedó en silencio por un tiempo. Mikey supuso que no se quedaría tranquilo, acertó. Su compañero se tensó y suspiró, mientras encontraba su voz.
—Vas a irte de nuevo, ¿cierto? —preguntó Takemichi—. Te vas a ir para no volver.
Mikey levantó la cabeza, cansado, y sus ojos se encontraron con los de Takemichi, no podía descifrar la expresión que el chico tenía en esos momentos, pero si de algo estaba seguro era que no estaba feliz.
—Supongo, tengo que volver al trabajo en algún momento. —No tenía caso mentirle. En todo ese tiempo no había pensado en Izana, ni Manila; de hecho, había estado tan concentrado en Takemichi que se olvidó que tenía una vida a la que regresar cuando el trabajo en Japón terminara. Él podría renunciar, por supuesto, pero... ¿Takemichi lo querría de vuelta? De repente, todo lo dicho por Draken estaba cobrando sentido. Él rompería el corazón de Takemichi y el suyo, de nuevo.
Mikey era un completo idiota. La angustia regresó más arrolladora que antes.
—Ya veo. —Takemichi le dio la sonrisa más dulce que jamás había visto y luego siguió con las caricias, tomándose un tiempo en cada toque.
Mikey quería preguntarle qué pensaba al respecto, deseaba poder leerle los pensamientos, pero el rostro de Takemichi estaba en blanco, demasiado sereno. Nada podría asegurarle que Takemichi quería que se quedara con él, haría lo que tuviera que hacer para conservar la estabilidad: un trabajo duradero y tranquilidad.
Aunque dudaba que en Manila pudiera ser feliz, durante años lo único en lo que había pensado era en Takemichi y ahora con él, en sus brazos, era donde verdaderamente podía descansar. Se acurrucó en su costado y no se dijeron más, no era necesario.
Buenas noches, ¿qué tal?
Actualización rápida, no tardaré en la próxima.
Gracias por leerme, besitos en la cola.
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