Segundas oportunidades
"El amor ahuyenta el miedo y, recíprocamente el miedo ahuyenta el amor. Y no solo al amor el miedo expulsa; también a la inteligencia, la bondad, todo pensamiento de belleza y verdad, y sólo queda la desesperación muda; y al final, el miedo llega a expulsar del hombre la humanidad misma."
Aldous Huxley
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Seguimos charlando con un segundo café en la mano.
Hablamos de cosas triviales, como el tipo de comida que nos gusta a cada uno, la música que nos gusta escuchar o el tipo de películas que nos gusta ver.
Creo los dos hemos decidido mantener una conversación tranquila alejada de terrenos pantanosos.
Cuanto más hablamos, más a gusto me siento y poco a poco esa sensación de vértigo y miedo que se había apoderado de mí, va desapareciendo.
Paseamos por la ciudad sín rumbo fijo, simplemente disfrutando de la pequeña tregua que nos ha dado el viento. Hace un sol espléndido, aunque el frío glacial sí nos acompaña a cada paso que damos.
Caminamos por Lake Shore Drive hacia la playa y de ahí al Navy Pier. Siempre me ha gustado este sitio, pero nunca había venido en invierno. Cogidos de la mano nos dirijimos hacia uno de los grandes almacenes situados a lo largo del muelle. Se oyen villancicos navideños de fondo y un montón de niños corretean alrededor de sus padres que esperan pacientemente en la cola que se ha formado a la entrada del pabellón. No tengo ni idea de lo que hay dentro, pero enseguida me contagio de la alegría y la excitación que se respiran en el ambiente.
Miro a Matt y sonrío. Cuando estoy a punto de preguntarle que es lo que estamos haciendo aquí, me besa la mejilla y me susurra que es una sorpresa. Nos ponemos a la cola que, afortunadamente avanza muy deprisa, y cuando llegamos a la taquilla, nos entregan unas pulseras en las que puede leerse Winter Wonderfest.
Entramos y... oh Dios mío...
Es como entrar en un cuento de hadas.
Miles de decoraciones navideñas adornan el lugar. Cientos de árboles engalanados con pequeñas luces blancas poblan el recinto y una enorme pista de hielo que ocupa el centro del pabellón invita a deslizarse por su brillante superficie. Rojos, verdes, dorados y plateados salpican cada espacio transportandote a un maravilloso mundo de fantasía y color. Una preciosa noria gira y gira con un montón de turistas y locales saludando desde las cabinas que cuelgan de lo más alto de la rueda. Decenas de atracciones nos dan la bienvenida con sus vivos colores para deleite de los más pequeños.
No tengo palabras. Estoy embobada mirando cada pequeño rincón de este maravilloso lugar. Es mágico...
Matt me roza el brazo suavemente y me acerca una taza humeante de delicioso chocolate caliente ¿Dónde la ha conseguido? Ni siquiera me había dado cuenta de que no estaba a mi lado, tan embobada como estaba con éste festival de colores y sonidos. Es como volver a tener siete años el día de Navidad. Un pequeño oasis de felicidad y tranquilidad en mitad del bullicio...
Nos sentamos en unos bancos que están al lado de la pista de hielo y mientras nos bebemos nuestras bebidas observamos a las familias que están patinando.
Una niña pequeña que está patinando junto a su padre, se cae y comienza a llorar. Su padre enseguida la coge en brazos y le da un beso en la cabeza y otro en la rodilla. La pequeña vuelve a sonreír y se remueve en los brazos que la están acunando deseosa de volver a la pista, olvidado ya del todo el pequeño accidente de hace un momento. Que fácil es ser niño pienso...que poquito duran las penas. Los niños no se acuerdan del pasado ni les preocupa lo que está por venir, sólo viven el presente. En lugar de ser ellos los que aprendan de nosotros, deberíamos ser los adultos los que aprendiesemos de ellos. Sin miedo al pasado, ni miedo al futuro, simplemente viviendo el ahora...
Dejo mi taza ya vacía en el banco y abrazo a Matt mientras hundo mi nariz en su cuello y dejo que su aroma me envuelva, relajandome poquito a poco. Noto como coge aire de golpe y un segundo después lo va soltando poco a poco. Creo que mi gesto le ha sorprendido casi tanto como a mí. No quiero pensar en nadie ni en nada, sólo quiero disfrutar de este momento, a su lado. No quiero pensar en que pasará mañana cuando me vaya, todavía no se ha acabado el día y pienso disfrutar de cada segundo que esté con él.
Gira su cabeza y me besa en el pelo. Levanto la cara y aún abrazada a él, sonrío. Acaricia mi mejilla suavemente. Levanta mi barbilla y me mira. Me mira durante lo que parece una eternidad mientras sigue acariciandome. Su mirada se desliza hasta mi boca mientras acaricia suavemente mis labios con el pulgar. Lentamente va acercando sus labios a los míos. Su mirada se oscurece y veo cuanto me desea...tiemblo. Cierro los ojos deseando con todo mi ser que me bese... y cuando ya puedo notar su cálido aliento sobre mi boca, y mi cuerpo comienza a estremecerse por la anticipación, carraspea y se aparta...
Junta su frente con la mía y suspira...
Debería estar agradecida, fui yo la que le pidió espacio y tiempo, sin embargo no puedo evitar sentirme decepcionada.
Quería que me besara. Deseaba ese beso más que ninguna otra cosa.
- Vamos - me dice - nos hemos saltado la comida y estarás hambrienta. Déjame que te lleve a cenar y luego hay un sitio muy especial al que me gustaría que fuéramos - asiento con la cabeza y dejo que me guíe fuera del pabellón.
Me despido mentalmente de este maravilloso lugar de ensueño y prometo volver en cuanto tenga ocasión.
Salimos y nada más cruzar el umbral de la puerta un frío gélido nos azota la cara. Ha empezado a oscurecer y parece que el viento ha vuelto con más fuerza que antes. Matt me rodea con sus brazos para darme calor mientras avanzamos por el Pier. Cuando llegamos a una de las avenidas, paramos un taxi para que nos lleve al centro. Estoy helada y me pego a Matt acurrucadome entre sus brazos.
Conozco bastante bien Chicago y le propongo cenar unas hamburguesas en un sitio que me encanta a pesar de que es bastante...peculiar. Está situado en uno de los múltiples túneles subterráneos de la ciudad. Solo sirven hamburguesas y una cerveza bastante cuestionable, por no decir abominable y no hay patatas fritas. Si pides cualquier cosa más complicada que una hamburguesa doble con queso, la camarera te mira mal, pero siguen siendo unas de las mejores hamburguesas que he comido.
- ¿Sabes que es un sitio pensado para turistas, verdad? - me pregunta Matt sonriendo.
- Soy plenamente consciente de ello - le respondo - pero me encantan sus hamburguesas y además yo soy una turista, así que no desentonaremos demasiado - le digo levantando los hombros a modo de disculpa.
- De acuerdo pequeña.
Bajamos por las escaleras que nos llevan al túnel y llegamos al restaurante. Lo cierto es que el sitio deja un poco que desear, pero a mí me gusta.
Me pido una hamburguesa de queso doble para no hacer enfadar a la camarera y Matt se pide tres de lo mismo. Le miro levantando las cejas.
Lo cierto es que son pequeñas y él es un tipo grande.
- Nos hemos saltado la comida y necesito reponer energías después del paseo.
No puedo evitar reírme al ver como intenta justificar su apetito.
Enseguida nos sirven las hamburguesas en la barra y nos sentamos en una pequeña mesa que está en una de las esquinas más alejadas de la puerta. Seguimos charlando tranquilamente mientras damos buena cuenta de nuestra cena.
- ¿Puedo hacerte una pregunta? - le digo.
- Claro - me dice - puedes preguntarme lo que quieras.
- ¿Porqué te hiciste Seal? Sé porque te alistaste en la armada, pero ¿Porqué decidiste convertirte en un Seal?
- Como te comenté, fueron muchas las razones que me llevaron a alistarme. Después de la emboscada en la que falleció Steve, me sentí totalmente responsable de su muerte ya que fue idea mía que nos alistaramos. Al regresar a Estados Unidos y enterarme del suicidio de Chloe, el sentimiento de culpabilidad no hizo más que aumentar. Pensé que de alguna manera tendría que compensar sus muertes. Tenía que demostrarle a todo el mundo y sobre todo a mi mismo que haberme alistado no había sido una decisión equivocada. Que algo bueno podía salir de todo aquello. Me propuse ser el mejor y lo conseguí. Al contrario de lo que suele ocurrir, no fui yo quien solicitó el ingreso en los Seals fue el reclutador el que se puso en contacto conmigo. Todos sabemos quienes son los Seals, y que tipo de trabajo desempeñan, pero aquel hombre me habló de todas las cosas buenas que podría hacer siendo un Seal, no sólo por mi patria, si no por la gente de a pié, por los civiles. Y le creí. Necesitaba creerle, necesitaba creer que podía hacer cosas buenas por los demás. No tenía nada que perder y puse todo mi empeño en pasar las pruebas para entrar en la escuela y lo logré sin problemas. Fue un puto infierno pero lo conseguí. Nos presentamos cien reclutas y sólo diez conseguimos sobrevivir a las pruebas y comenzar el entrenamiento. No quería pensar en nada de lo que había ocurrido así que con total dedicación, comencé la formación. Fueron casi tres años de duro entrenamiento antes del primer despliegue en combate y de eso hace ya ocho años.
Me mira y puedo ver en sus ojos una inmensa tristeza, no la oculta. Puedo sentir el dolor que le provocan esas heridas que aún no se han curado del todo. Y me pregunto si alguna vez su corazón y él mío llegarán a sanar lo suficiente como para volver a empezar de nuevo, sin ataduras, sin lastre...
- ¿Te gusta lo que haces? ¿Eres feliz? - le pregunto.
- Lo soy ahora - me dice - Hace años que dejé de culparme por todo lo que pasó. He aprendido que regodearse en las miserias pasadas no es nada bueno, así que intento siempre mirar hacia delante. No te voy a negar que fueron años muy duros, pero el entrenamiento me hizo mantener los piés en el suelo. Era tal la presión a la que estábamos sometidos, que al terminar el día ni siquiera me quedaban fuerzas para pensar. Era necesario dedicar todos mis esfuerzos a la preparación y al adiestramiento. Pensar en mi corazón roto me hacía débil, así que dejé de pensar en él y dejé de lamentarme.
- ¿Has pensado que harás cuando lo dejes? - sé por mi hermano que pertenecer a un grupo de operaciones especiales es algo de corta duración, es algo que te drena físicamente y emocionalmente.
- ¿Ya me quieres jubilar pequeña? No soy tan mayor - me dice guiñandome un ojo. Y me alivia ver otra vez ese brillo travieso en su mirada.
Me sonrojo al darme cuenta de lo indiscreta que he sido y rehuyo su mirada.
- Lo siento, perdona. No quería ser grosera. Es que sé que no os podéis dedicar a ésto indefinidamente y que normalmente tenéis un plan B - le digo intentando justificar mi pregunta.
- Y tienes razón. Solo bromeaba. Lo cierto es que no puedo seguir haciendo ésto mucho más tiempo, y sí, he recibido un par de ofertas que estoy contemplando muy seriamente.
-¿Cómo por ejemplo? - otra vez mi bocaza. No me funciona bien el filtro cerebro-boca y eso que suelo ser bastante diplomática, pero creo que con Matt me puede la curiosidad.
- Me han ofrecido un puesto en Inteligencia Naval. Sería un puesto de despacho y para alguien como yo, sería bastante duro pasar de la acción al papeleo, por eso todavía no me he decidido. El puesto en si supondría un gran reto a nivel profesional, así que lo estoy considerando. También me han ofrecido un puesto como instructor en la academia de la Marina. Aunque es algo que nunca me había planteado, creo que podría ser interesante.
- Oh vaya...las dos opciones parecen muy atractivas ¿no? - le pregunto. Aunque si lo pienso bien, cualquier cosa que no sea el campo de batalla a mi me parecería bien. Cualquiera de los dos trabajos le permitiría estar relativamente alejado del peligro, y eso es algo bueno.
- Sí lo son pequeña, pero todavía me quedan algunos años de trabajo de campo - me dice disculpandose y sonríe con pesar- aunque por primera vez me esté replanteando un cambio de aires. Tras la última misión he tardado más de lo habitual en recuperarme de mis heridas y...
Se calla inmediatamente al ver mi cara y puedo ver como se arrepiente al instante de sus palabras.
De repente todos los recuerdos que llevo tanto tiempo intentando borrar de mi memoria regresan con la fuerza de un huracán. La llamada a las tres de la madrugada, el hospital, el olor a desinfectante de la sala de espera, la madre de Carlos llorando sin consuelo y sus compañeros pendientes de la puerta de entrada a los quirofanos esperando el último informe del médico.... Yo, sentada en una silla, en una esquina de la sala, intentando asimilar lo que estaba pasando pero sín poder creer que fuese verdad. Recuerdo a una de mis cuñadas abrazándose a mí desesperada y como yo no supe darle consuelo. Recuerdo a Carlos postrado en la cama de la UCI lleno de cables y el pitido constante de todas las máquinas a su alrededor...
Me cuesta respirar y creo que estoy empezando a hiperventilar. Cierro los ojos e intento no dejarme llevar por el miedo. Estoy teniendo un ataque de ansiedad. Hacía meses que no los padecía. Matt se acerca a mí para ayudarme pero levanto la mano indicándole que me dé un momento. Por experiencia sé que mis ataques de pánico no duran mucho. Me concentro en inspirar lentamente por la nariz y expirar por la boca. Controlar la respiración no ayuda a controlar la ansiedad pero si me ayuda a dejar la mente en blanco y a no sucumbir al miedo. Poco a poco voy notando como todos mis músculos se van relajando. Vuelvo a respirar con normalidad. Levanto lentamente la mirada y veo a Matt arrodillado a mi lado.
- ¿Estás bien? - me pregunta.
- Sí - le contesto - Lo siento mucho - le digo. De repente me siento muy avergonzada. Los demás clientes del restaurante han dejado de comer y todos nos miran asombrados. Uno de los camareros se acerca a Matt y le pregunta si estoy bien. Él asiente con la cabeza y el chico se aleja dejándonos un poco de intimidad. Necesito salir de aquí y que me dé el aire. Matt me coje de la mano y juntos salimos a la calle.
Una vez fuera, respiro hondo y dejo que el frío me devuelva poco a poco a la realidad. Me duele todo el cuerpo, parece que me hubiesen dado una paliza. Todavía noto los músculos en tensión y empieza a dolerme la cabeza.
- Lo siento Matt, pero necesito volver al hotel. Necesito tumbarme un rato. Me siento como si me hubiese pasado una apisonadora por encima.
- Claro pequeña ¿Quieres que cojamos un taxi? ¿O prefieres ir andando? - me pregunta.
- Prefiero ir andando si no te importa. No estamos lejos y el paseo me sentará bien.
Estamos a tan sólo quince minutos del hotel y necesito despejarme antes de meterme en la habitación. Todavía tengo el estómago revuelto y sé que pasear es justo lo que necesito en éstos momentos. Entrelazamos las manos y comenzamos a caminar en silencio. Aún es pronto y aunque sé que lo que necesito es descansar, no es lo que realmente me apetece, me gustaría seguir disfrutando de la compañía de Matt y se nos agota el tiempo. Llegamos a la puerta del hotel antes de lo que me hubiese gustado.
- ¿Te ocurre muy a menudo? - me pregunta.
- Cuando ocurrió lo de Carlos, sí. Acudí a un terapeuta que me ayudó muchísimo. Con el tiempo y mucha terapia, los ataques de ansiedad fueron remitiendo poco a poco. Descubrí que es muy poco lo que puedes hacer cuando tienes una crisis, hay que pasarla y ya está. Simplemente intento mantener la calma en la medida de lo posible.
Nos quedamos los dos en silencio, mirandonos.
- Ha sido por mi culpa ¿verdad? - me pregunta
- No Matt. No ha sido culpa de nadie. Es algo que tengo que superar. No puedo vivir con miedo el resto de mi vida - le repondo.
- Anna...¿Sigue en pié lo del viaje a Nueva York? ¿Todavía quieres que vaya a verte? - sonríe y no puede evitar que el nerviosismo se apodere de él. Se pasa las manos por el pelo repetidamente y se frota fuertemente la nuca.
Le sujeto las dos manos con las mías y se las acaricio lentamente.
- Me encantaría - sonrío.
- No quiero despedirme todavía de ti. Un día no ha sido suficiente...no ha sido suficiente - se lamenta - todavía hay un par de sitios a los que me hubiese gustado llevarte...
Yo tampoco quiero despedirme de él. Ha sido un día perfecto y odio que ya se haya acabado. Sin saber cómo ni porqué y antes de que pueda evitarlo, las palabras salen de mi boca sín que yo pueda pararlas...
- ¿Quieres subir?
Me mira con cara de sorpresa, totalmente sorprendido por mi pregunta. Creo que él tampoco se esperaba mi ataque de valentía...
- Sí.
Un sí rotundo. No duda, no titubea.
Entrelaza sus dedos con los míos y me sonríe...
-Sí pequeña, sí.
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