Capítulo 6
Nellie había tenido una buena semana. Seguía manteniendo la clientela y ahora utilizaba carne de la carnicería, así que todo estaba en regla. Además, gracias a su nueva fuente de ingresos había podido pagar a varios de sus acreedores y vivía más relajada. Seguía echando de menos a Sweeney, claro, pero cada noche lloraba un poco menos que la anterior. En gran parte se debía a su nueva inquilina, era agradable hablar con ella. No intervenía mucho, solía mirarla con cierto desagrado y bebía bastante; era como el barbero pero en mujer. Y aún así, la morena la observaba con más atención, agradecía sus comidas y de vez en cuando le hacía algún cumplido. Seguía sin fiarse de ella, estaba segura de que ocultaba algo.
-Pero como tós aquí –murmuró la pastelera mientras recogía las últimas mesas-, mientras me pague y no se meta en mis asuntos, agradezco tener a alguien con quien charlar.
En eso pensaba cuando escuchó que se abría la puerta de la tienda. "¡Ta cerrao!" espetó sin levantar la vista.
-¿Mrs. Lovett? –preguntó una voz masculina.
La pastelera se giró con el ceño fruncido. Su fastidio tornó en espanto cuando vio a dos detectives enseñarle sus placas. Ocultó su temor y asintió. Sin soltar el trapo les preguntó en qué les podía ayudar.
-Verá, estamos investigando la desaparición del juez Turpin y del alguacil Bamford. Hace más de una semana que nadie los ve –explicó uno de ellos.
-Lo siento, querido, yo hace tiempo que no los veo. Igual algún día me los crucé en la plaza, pero por aquí no venían.
-Los vecinos nos han comentado que alguna vez acudían a la barbería de Mr. Todd.
Eleanor mantuvo el gesto de indiferencia, pero deseó disponer de los cuerpos de aquellos chismosos y usarlos para sus empanadas. Se encogió de hombros y comentó que era posible, pero ella no sabía nada, que le preguntaran a Sweeney.
-Nos han dicho que ya no vive aquí, no conocemos su paradero. De hecho, desapareció más o menos a la vez que el juez y el alguacil –comentó el otro policía suspicaz.
-Es verdad. Mi prima venía a pasar unos meses y ya habíamos quedao en que Sweeney se buscaría otro lugar pa entonces. No sé en qué agujero se habrá metido.
La pastelera empezó a sudar. Como encontraran al barbero, les diría que era mentira y estaba jodida, bien jodida. Eso si no lo estaba ya... Sospechaba que los detectives no le estaban dando toda la información para ver cuánto sabía. No confiaban en ella. Normal, los vecinos la odiaban: lo que habrían relatado de ella no sería nada halagüeño. Conociéndolos, la habrían acusado hasta de prostituirse... Aún así intentó tranquilizarse. Era imposible que encontraran nada: ya no quedaban cadáveres y había quemado todas las pruebas.
-Interesante... -murmuró uno de los hombres tomando nota en una libreta- La cuestión es que hemos investigado al señor Todd y... no existe. No aparece en ningún registro ni hay dato alguno sobre él. Entiendo que no es cosa suya, pero usted le alquiló su casa, ¿no le pidió la documentación para saber si es extranjero o...?
Dejó la frase en suspenso. La castaña empezaba a perder la paciencia. ¡El cabrón de Sweeney la había abandonado y aún así seguía dándole problemas! Pero no podía gritar ni mostrar enfado o su cama esa noche sería el suelo del calabozo. Así que se serenó y les explicó que no, no le alquiló el piso y nunca recibió dinero a cambio. Lo hizo como "acto de buena fe". Los policías intercambiaron una mirada cómplice. Eleanor estaba segura de que los vecinos habrían sugerido que eran amantes. En ese momento le venía bien: si lo que quería era su miembro viril no tenía por qué haberle pedido documentación alguna.
-Entiendo... Ya nos han comentado que estaban ustedes bastante unidos y...
-¡Ja! ¡Unidos! –se burló la pastelera sin poder evitarlo- Ya me hubiese gustao, pero pasó de mí como de la mierda.
Los policías carraspearon algo incómodos por la falta de decoro de aquella dama.
-Ya... En cualquier caso algunos testigos aseguran haber visto a los sujetos en esta calle justo la tarde antes de su desaparición. Unos dicen que en la barbería y otros comentan que el alguacil estuvo en su pastelería a pesar de que ese día usted no abrió el negocio, ¿a qué se debió, en qué estuvo ocupada?
Eleanor empezó a temblar. Fingió limpiar la harina del mostrador para que no lo notaran mientras pensaba a toda velocidad. ¿Qué se podía inventar? Decidió ganar tiempo.
-No lo recuerdo, supongo que salí a hacer algún recao. No creerán lo que dicen esos malnacidos, ¿verda? Me odian porque mi negocio va bien, aunque cuando iba mal también me odiaban... Yo solo intento ganarme la vida honradamente y...
-Sí, sí, eso está muy bien –la cortó uno de los inspectores-. Y evidentemente no vamos a creer la versión de nadie sin pruebas. Por eso necesitamos que recuerde dónde estuvo usted esa tarde.
-Ya le he dicho que...
-O hace el favor de recordarlo ahora, o tendremos que seguir la conversación en comisaria –replicó el otro perdiendo la paciencia-. Así que se lo repito: ¿Dónde estuvo la tarde de hace dos jueves?
Nellie balbuceó con horror. Ojalá estuviera Sweeney para degollarlos. Aunque esos dos tipos parecían más grandes y fuertes que el barbero... Y si acababan con ellos, mandarían a otros y su recuento de crímenes aumentaría.
-¿Hace dos jueves? –murmuró una voz a sus espaldas- Viniste a buscarme, Nell, ¡te olvidas de todo siempre!
Los inspectores se dieron la vuelta. Bellatrix Lestrange, en toda su gloria y con cara de no haber torturado a un muggle en su vida, se acercó a ellos. Cuando entraba en un lugar, lo poseía; era como si la magia oscura flotase a su alrededor (y cuando ella lo deseaba, así era). Les ofreció la mano con innata elegancia y con una sonrisa se presentó:
-Soy Isabelle Lenoir, la prima de Eleanor –ambos hombres le besaron la mano apabullados y ella dio gracias mentalmente de llevar mitones-. Quedé con ella hace meses en venir a visitarla y llegué el jueves por la tarde de hace dos semanas. Como yo nunca había visitado Inglaterra, me vino a buscar al puerto. Nos costó encontrar un carruaje, llegamos aquí casi de madrugada.
Los inspectores la escucharon con atención. Les costó desterrar el embeleso que aquella mujer les producía y aferrarse a su profesionalidad.
-Eh... eso lo aclara todo –comentó uno al fin-, pero me temo que... necesitaríamos alguna prueba... Si guardara usted el billete o...
"Puede que aún tenga el pasaje en la cartera" murmuró la bruja abriendo su bolso y sacando la cartera. Revolvió algunos tickets y al final exclamó en un francés impecable:
-Oui, ici!
Bellatrix habría podido mostrarles toda la documentación que le hubiesen pedido: había falsificado hasta su partida de nacimiento. Cuando su Señor le encargaba una misión, preparaba hasta el más mínimo detalle y más cuando se trataba de una tan importante como aquella. Los hombres contemplaron el billete y quedaron satisfechos.
-Perfecto, todo aclarado –aseguró uno.
-Sabía yo que no podíamos fiarnos de esas viejas cotillas... –masculló el otro.
-Lamentamos las molestias, Mrs. Lovett. Un placer conocerla, Madame Lenoir.
Ambas mujeres sonrieron con descomunal hipocresía y los despidieron. En cuanto estuvieron fuera, la pastelera cerró su tienda, echó las cortinas y apagó la luz. Hizo pasar a Bellatrix al salón de su casa como alejándose de la escena del crimen. Era una sala bastante amplia con un par de sofás, un piano vertical y varias cómodas y chifonieres con recuerdos familiares. Nellie todavía temblaba y no sabía cómo agradecérselo (ni cómo explicárselo) a su inquilina. Se sentó en su sofá y empezó a disculparse:
-Lo siento, tu cena...
-Da igual, no tengo hambre –murmuró la bruja-. ¿Tienes ginebra?
La castaña asintió y le señaló un aparador. Bellatrix cogió una botella y dos vasos. Iba a servirlo cuando Nellie exclamó:
-¡No, esa botella no! Es mu cara, me la regaló mi pobre Albert por nuestra boda, la guardo para cuando haya algo que celebrar.
-Pero si está abierta... -murmuró la bruja.
-Es que la abrí el día en que Mr. Todd... Bueno, terminó unos asuntos pendientes y yo creía que por fin volvería a ser como antes y seríamos felices. La cogí para celebrarlo pero al final se enfadó conmigo y se fue de casa, así que la volví a guardar.
La bruja sacudió la cabeza y pensó: "Muggles... Luego nos intentarán decir que no son inferiores...". Volvió a dejar la botella y cogió otra con la que su dueña no tenía lazos emocionales. Sirvió dos vasos y le acercó uno. La pastelera dio un trago de inmediato.
-Muchas gracias por lo que has hecho, por mentir a la pasma –empezó Nellie-. Lo que sucede es que... La verdad es que no recuerdo...
-Si no me vas a decir la verdad, no me lo cuentes –la cortó la bruja no con seriedad sino con desinterés.
La había ayudado por lo que a ella podría suponerle que la detuvieran: quedarse sin piso, que la interrogaran, tener que buscar otro lugar ahora que ya tenía clientes... Lo había hecho por comodidad. Eleanor iba a replicar pero asintió. La morena no quería que le mintiera pero tampoco le exigía la verdad. Aún así, que la hubiese salvado de forma aparentemente desinteresada la había emocionado bastante. Así que decidió mostrar un poco de confianza en ella:
-La verda es que Sweeney estaba metido en chanchullos y yo le ayudé. Es un cabrón y siempre lo fue conmigo, pero yo soy imbécil y le quiero, así que...
-Lo comprendo –murmuró Bellatrix con la mirada perdida.
De nuevo, a Eleanor le sorprendió que no pidiera más datos. Sin duda esa mujer sabía que era mejor no involucrarse en los enredos del prójimo. Eso significaba que tenía aún más que ocultar que ella, pero eso de momento jugaba a su favor. En lugar de parlotear sin parar como siempre, decidió mostrar interés en su vida:
-¿Y cómo es el hombre del que estás enamorada? El de la serpiente, digo. Porque yo creo, Belle, que...
Al instante Bellatrix la miró abriendo mucho los ojos. Solo su marido la llamaba así. Con rabia y sin impostar ningún acento, exclamó:
-¡¿Cómo sabes eso, cómo sabes mi nombre?!
Se dio cuenta demasiado tarde de que había metido la pata. El alcohol nublaba su inteligencia y más tras una semana tan agitada como aquella. Nellie la miró sorprendida.
-Me lo dijiste tú... Te llamas Isabelle, ¿no? Y me contaste lo del señor de la serpiente la primera noche, cuando yo no quería alquilarte el apartamento...
La bruja apartó la mirada con rabia. ¡Cómo podía haber sido tan estúpida de no recordarlo! Precisamente por eso eligió ese nombre, porque le recordaba al suyo -que siempre le encantó- pero no seguía la estela de los Black. Ahora la pastelera sabía que había algo raro ahí. Y quizá sospecharía que llevaba todo ese tiempo fingiendo el deje francés al hablar. Su plan era ir perdiéndolo paulatinamente, no delatarse a gritos de una frase a otra. Iba a fracasar, iba a fracasar como llevaba haciendo desde que salió de Hogwarts. Como no contestaba, Nellie retomó el asunto.
-Si no te gusta Belle, puedo llamarte Isa. O por el nombre completo, me da igual. A Sweeney lo llamé Mr. T hasta el final, como si fuese el cartero y no lo conociese de na. Si es que nunca tuvo ni el detalle de decirme que le tuteara...
-Belle está bien –murmuró la bruja en voz baja con un acento indefinido.
La pastelera asintió y continuó hablando de temas diversos. La mortífaga entendió que se lo dejaba pasar como había hecho ella. Estaban en tablas: ambas sabían que la otra escondía secretos, podían hundirse mutuamente. O por el contrario, podían aceptar que eran dos supervivientes en un mundo de hombres que las tiranizaban y por fin habían encontrado una cómplice en la que apoyarse. Tanto para la bruja como para la muggle aquella velada supuso un punto de inflexión.
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