Capítulo 3

Durante la semana siguiente, además de carne humana las empanadas de Mrs. Lovett incluyeron también lágrimas. Ni siquiera se esforzó en poner buena cara ante sus clientes. ¿Para qué? Iban ahí a engullir como animales, no necesitaban su sonrisa para hacerlo. Varias veces al día, cuando su tienda estaba vacía, escuchaba pasos en el piso de arriba. Las dos primeras veces subió corriendo. De nuevo, se encontró con el lugar vacío. Entendió que era su subconsciente: antaño le gustaba oír los pasos de Sweeney caminando de un lado a otro, se sentía menos sola, le tranquilizaba saber que estaba con ella. Pero en realidad nunca lo estuvo.

Le dolía además que la hubiese abandonado en esas circunstancias: varios detectives investigaban ya la desaparición del juez y el alguacil y andaban haciendo preguntas por el barrio. Tarde o temprano llegarían a su tienda. Ella era buena mentirosa, pero resultaría sospechoso que su inquilino también hubiese desaparecido. Ni siquiera sabría decirles si seguía en la ciudad o no. ¿Y si encontraban a Toby? Les daría el trabajo hecho. Aquello la desesperaba.

Aunque no tanto como el tema económico: si compraba carne buena para mantener la clientela, aguantaría tres meses a lo sumo. Pese a lo que había ganado desde que mejoró su negocio, arrastraba muchas deudas. Y si volvía a adquirir la sustancia indefinida que usaba antes de emplear cadáveres, volvería a regentar la peor pastelería de Londres. Así que de nuevo, adiós clientes. Pasaba las noches en vela buscando una solución. Al final, la solución la encontró a ella.

-¿Mrs. Lovett?

-Está cerrao –respondió de mala manera sin levantar la vista del mostrador.

Estaba harta de que algunos clientes remolonearan tras la hora de cierre para escatimar el último trago de ginebra.

-Con esa actitud no lo jure... -murmuró una voz ligeramente burlona.

Eleanor levantó la vista irritada. Abrió los ojos con sorpresa al detectar al intruso. O intrusa, más bien. Ya el hecho de que se tratase de una mujer sola era una novedad. Era demasiado elegante para ser del barrio y no la había visto nunca (aunque tampoco prestaba mucha atención a nada que no fuese Sweeney). Hablaba inglés a la perfección, pero su acento sonaba extranjero. Además, había algo en su ropa y en su porte que la hacían parecer ligeramente fuera de lugar. La capucha de la capa ocultaba su rostro y no distinguía bien sus rasgos. Con un poco menos de brusquedad, le preguntó:

-¿Necesita algo? ¿Se ha perdido?

-No te imaginas cuánto –murmuró la recién llegada.

-¿Perdón?

-Tonterías mías, excuse-moi –respondió con cortesía-. Me han dicho que alquila usted el apartamento de encima de su tienda y estaría interesada.

-¿Quién se lo ha dicho? –preguntó con desconfianza la castaña, que ni siquiera se había planteado esa opción.

-No lo sé, alguien –respondió la morena con gesto despectivo, como indicando que poco le interesaba la chusma de ese barrio.

No existía ese "alguien". Su actitud casual estaba tan estudiada como la ubicación del edificio. El 185 de Fleet Street era el lugar perfecto. Se trataba de la calle principal de uno de los distritos más alejados de la zona mágica, por tanto, minimizaba el riesgo de que algún mago la detectara. También era un barrio importante, con muchos comerciantes y negocios de dudosa índole que eran los que le interesaban a ella. Lo había pensado mucho: salir a buscar al misterioso fabricante de pociones era muy arriesgado. La mayoría eran ambulantes –por lo fraudulento del negocio- y resultaba complicado dar con ellos. Así que lo mejor era montar un negocio esotérico y dejar que la persona en cuestión acudiese a ella.

Como quería reducir sus incursiones a la calle al mínimo -toda precaución era poca-, necesitaba un apartamento que tuviese un cuarto que le sirviese de tienda. Y sobre todo, lo más importante: un casero que hiciese la vista gorda si sucedían cosas extrañas. No le costó dar con la tienda de Mrs. Lovett. El olor a carne asada de muggle la atrajo: era uno de los platos favoritos de los Black. Le bastó un minuto de legilimancia con el barbero para hacerse una idea de la situación.

Al día siguiente de empezar su investigación, apareció una vagabunda gritando que la pastelera era una bruja. Decidió comprobarlo. Los muggles eran tan débiles que pudo leer la mente de Mrs. Lovett desde un rincón de su velador sin que ella la viera. No era bruja, pero tenía secretos oscuros. Aún mejor. Con un conjuro para desbloquear recuerdos se aseguró de que el barbero reconociera a su mujer cuando se cruzaran; era poco probable que ese detalle alterase el futuro.

"La de molestias que me he tomado para conseguir un apartamento muggle ruinoso", pensó la mortífaga, "No lo sabe bien esta infeliz".

La pastelera le generaba curiosidad. Muy pálida, amplias ojeras, delgada a causa de la malnutrición... Y aún así sus rasgos, su figura que solo se ampliaba a la altura del pecho y su actitud apática y desenvuelta resultaban poderosamente llamativos para Bellatrix. No era común ver mujeres independientes y autosuficientes en ese siglo. Además parecía tener una malsana obsesión con un hombre que la ignoraba por completo. "Un asunto sobre el que podemos intercambiar notas" pensó con sorna. Por último, había estudiado a los muggles y no era habitual utilizarlos como carne picada.

Oh sí, esa mujer tenía secretos y Bellatrix no tenía ningún reparo en usarlos contra ella.

-Perdone, ¿su nombre es...?

La bruja volvió a la realidad. Como obviamente no podía dar sus datos reales, procedió a narrar la biografía que se había inventado:

-Isabelle Lenoir, acabo de llegar de París. Un viaje agotador, pero merecía la pena por distanciarme de mi marido. Verá, la prensa ha publicado las infamias que ese malnacido comete a mis espaldas con ciertas mujerzuelas y necesitaba huir de ahí, cambiar de aires.

No le costaba fingir el acento francés: era bilingüe, su madre y su marido eran franceses. Así, gracias a la escasez de noticias internacionales que había en ese siglo, podría justificar sus pequeñas diferencias con el resto de muggles. Eleanor asintió y la escuchó con atención. Bellatrix sonrió por dentro: nadie se resistía a un buen cotilleo.

No era exactamente eso. La pastelera nunca cotilleaba porque nadie quería hacerlo con ella. De hecho, el principal tema de las murmuraciones del barrio era ella: viuda, obsesionada con un hombre casado, con un negocio en quiebra que resurgió milagrosamente... Así que agradeció que aquella extranjera quisiese confesarse con ella.

-Encantada, madame Lenoir. Yo soy Eleanor Lovett. Venga, siéntese, le serviré un trago –murmuró cogiendo la botella de ginebra- ¿Y a su marido le ha parecido bien que usted se largue?

-Ni bien ni mal, no se lo he dicho. Cogí un par de cosas y compré un billete para el primer barco que partió hacia Inglaterra. No tenía nada que hablar con semejante canalla –sentenció Bellatrix con afectación-. ¡Se cree que voy a permitirle ultrajarme así solo porque me mantiene! ¡Lo tiene claro! Le demostraré que puedo darme vida yo sola, no lo necesito para nada.

Eleanor asintió con lentitud. No terminaba de creérselo. Todo parecía real: el acento, el refinamiento francés, los rasgos aristócratas que denotaban su origen acomodado... Pero había algo oscuro en la recién llegada, algo misterioso e inquietante que la hacía desconfiar. No había conocido a ninguna mujer en esa situación, aunque era cierto que los franceses iban más adelantados en sus modas y estaban bastante locos... No sabía qué pensar. Pero desde luego no deseaba meterse en algo tan turbio como una mujer noble que había abandonado a su marido. No la quería en su casa, por muy intrigante que resultara.

-Entonces ¿cree que podría enseñarme el apartamento? –preguntó la morena.

-Verá es que la han informado mal, querida, no está en alquiler. Lo siento.

-Oh, mais... Me han dicho que el barbero que vivía ahí se ha marchado, ¿no es así, madame?

-Eh... Sí... Pero es temporal, volverá pronto.

-Bueno... Hasta entonces no lo importará que lo ocupe yo, non? Será solo unos meses.

Eleanor empezaba a desesperarse. ¿Por qué tanta insistencia? Era cierto que en aquel barrio un apartamento así era un lujo, la mayoría de la gente vivía hacinada en habitaciones con otras siete personas y durmiendo en el suelo, pero aún así...

-No creo que le valga, es solo la tienda y un dormitorio enano, todo viejo y oscuro. Es demasiado cutre para alguien como usted.

-Eso lo decidiré yo cuando tenga la bondad de enseñármelo, madame.

Eleanor agarró la botella de ginebra casi con rabia. Lo último que le faltaba era una mujer oscura, casada y fugada de casa alentando los rumores que ya corrían sobre ella. No, no necesitaba llamar más la atención y menos ahora que había una investigación en curso de la que era culpable.

A Bellatrix le hacía gracia. Normalmente le hubiese desesperado: un imperio -o mejor un crucio- y debate finalizado. Pero eran soluciones temporales y costosas de mantener. Tenía que hacerlo bien, con sus cualidades de slytherin: astucia, ingenio y determinación. Además, tras una semana vagando en soledad deprimida porque su Señor la había abandonado, echaba de menos hablar con alguien... y torturarlo, aunque fuese psicológicamente.

-¿Madame? –repitió con insistencia la morena.

-Sí, sí, perdone. Como le decía me encantaría ayudarla, pero necesito esa habitación para cuando regrese Mr. Todd así que...

-Vaya... -respondió Bellatrix con fingida tristeza-. Lo entiendo, no se preocupe.

Se levantó y se colocó bien la capa. Eleanor contuvo un suspiro de alivio, ya creyó que nunca se iba a librar de la francesa. No sabía a dónde iba a ir a esas horas de la noche, pero le daba igual, solo quería que la dejara en paz. La mortífaga se despidió y comentó mirando el reloj de la tienda:

-Es tarde, no habrá nada abierto y no conozco a nadie... –murmuró para sí misma-. Iré a la comisaría del barrio, seguro que algún agente me podrá indicar dónde quedarme.

El rostro de la pastelera perdió todo su color; o lo habría perdido en caso de tenerlo. Si esa mujer iba a la policía y comentaba, aunque fuese en tono casual, que no había querido alquilarle el apartamento maldito, levantaría sospechas. Ese riesgo era aún mayor que el de tenerla bajo su techo. Pensó con rapidez: se lo enseñaría, vería las malas condiciones en que estaba y se marcharía. Era la mejor opción.

-¡Espere, querida! –la llamó cuando la morena ya salía de su tienda.

Bellatrix se giró ladeando la cabeza con aspecto interrogativo.

-Es tarde y la comisaría está lejos, es peligroso que una mujer ande sola de noche. Venga, se lo enseño y si quiere puede pasar ahí la noche.

"¡Oh, es usted muy amable!" exclamó la bruja riéndose por dentro. ¡Los muggles eran tan predecibles! Subieron las escaleras y mientras Mrs. Lovett le preguntó por su equipaje. La mortífaga aseguró que se lo enviarían en cuanto tuviera una dirección fija. La pastelera asintió y abrió la puerta de la antigua barbería.

-Mire, aquí es donde Sweeney tenía la tienda... -explicó no sin dolor por el recuerdo- Ahora no hay casi luz, pero ya ve, es lo que hay.

Bellatrix recorrió la estancia con curiosidad. Le valía de sobra para sus planes. Decidió poner más nerviosa a la castaña y comentó: "Aquí hay gotas de sangre". Eleanor maldijo internamente a todos sus ancestros. Había pasado horas limpiando los restos de las masacres de Sweeney pero siempre se escapaba alguna gota. Aún así la voz no le tembló:

-Ya sabe, Mr. T es barbero, siempre se te va la cuchilla y cae alguna gota.

-Por supuesto -murmuró la bruja distraída.

-¿Y qué negocio quiere montar usted? –preguntó la muggle para cambiar de tema.

-No sé exactamente cómo lo llaman aquí... Soy vidente, tarotista y fabrico filtros y pócimas de diferente índole. ¿Qué nombre le parece más adecuado?

"Charlatana" pensó Nellie con sorna. Claro que había negocios así, pero ella los consideraba a todos un fraude. También en los mercados había timadores que decían vender filtros de amor o de eterna juventud y era solo agua con tintes (eso cuando no era pis). Pero no le extrañó viniendo de esa mujer: una niña rica que no ha trabajado en su vida, se aburre de su marido y decide huir a otro país a jugar a las brujas. "Ya verás qué poco tarda en volver con él cuando se muera de hambre" pensó la pastelera. Aún así le siguió el juego.

-Yo diría que lo del tarot. Aunque toas esas cosas no están mu bien vistas aquí, mucha gente paga porque le echen las cartas, hasta gente de la nobleza. Lo hacen a escondidas, claro, pero... Es mejor que lo de ser vidente o adivina, al menos las cartas son reales.

Bellatrix asintió y agradeció el consejo. A Mrs. Lovett le irritaba también su indolencia, parecía que nada le afectaba. Acaba de insinuar que su profesión estaba mal vista y era un fraude y seguía con la misma sonrisa ligera de superioridad y desinterés. Decidió provocarla un poco más y comentó:

-¿Y podría adivinarme algo a mí?

La sonrisa de la bruja se hizo aún más amplia.

-¿Quiere usted que le adivine algo? –preguntó con lentitud mirándola a los ojos.

La pastelera sintió un escalofrío. No creía en lo paranormal, por supuesto que no. Pero algo en esa mujer le inspiraba temor. Así que sacudió la cabeza y respondió:

-Nah, mejor otro día, querida, le tengo que terminar de enseñar esto.

Su invitada se encogió de hombros y asintió. Mrs. Lovett abrió la puerta del fondo del cuarto. Había un pequeño pasillo de apenas tres metros con tres puertas y una escalera.

-La escalera da al pasillo entre mi tienda y mi salón, pero está cerrada con llave. Siempre uso la de fuera para no invadir la privacidad de Mr. T., era muy celoso con sus cosas...

-Es comprensible –murmuró la morena.

-Este es el dormitorio –apuntó la pastelera abriendo una puerta-. Como ve es todo mu viejo, el colchón es casi como dormir en el suelo y el armario tiene más bichos que un panteón. Pero es lo que hay.

-Perfecto -respondió la morena.

La castaña la miró con incredulidad. Probablemente la capa que llevaba esa mujer costaba más que toda su casa, era imposible que se planteara siquiera pasar una noche ahí. Tenía que ser una broma...

Poco imaginaba que estaba ante una expresidiaria que pasó la mitad de su vida en una celda de dos por tres sin más colchón que el suelo y con humedades por todas partes. Le enseñó el baño y le comentó que nunca funcionaba el agua caliente y las tuberías hacían bastante ruido. "Así me siento más acompañada" comentó Bellatrix. Eleanor la miró frunciendo el ceño, ¿se burlaba de ella? Sacudió la cabeza y le enseñó el último cuarto, igual de modesto que los demás.

-Esto hubiera sido la cocina, pero Mr. T no cocinaba así que no hay ningún trasto para ello.

-Maravilloso, yo tampoco cocino –sentenció la bruja.

"¿Y qué va a comer?" pensó Eleanor desconcertada. Una cosa era que ella hubiese cocinado para Sweeney, pero desde luego no iba a hacerlo para aquella intrusa molesta.

Bellatrix estaba realmente bastante satisfecha. Ese cuarto tenía la temperatura, humedad y oscuridad óptimas para convertirse en su laboratorio de pociones. Podría investigar ahí sobre la dichosa poción. El resto tampoco le había disgustado. Sí, era todo pequeño, sucio y viejo, pero ella era muy buena bruja, le costaría poco arreglarlo. Además, era casi absurdo, pero por primera vez, sería suyo: había pasado de la mansión de sus padres a la de su marido, después a la cárcel y de ahí a la mansión de su hermana. Ahora por fin sería dueña de algo: aunque fuese un cochambre, sería suyo.

-Perfecto –repitió cuando volvieron a la tienda-. ¿Cuánto le pagaba el barbero al mes?

-Ya le he dicho que...

-Querida, me conmueve su fidelidad, pero es evidente que no va a volver. No ha dejado nada, ni una sola de sus posesiones. No va a volver. Asúmalo, yo también quiero a un hombre que no es mi marido y ama más a su serpiente que a mí, sé que no es sencillo.

Eleanor frunció el ceño ofendida de que se tomara esa confianza y juzgase así su vida. Y no entendió si lo de la serpiente era verdad o se trataba de una metáfora fálica. Aún así no tuvo opción a replicar.

-Pero, ¿sabe qué? El dinero llena bien ese vacío, así que, ¿cuánto quiere al mes?

Mrs. Lovett lo tuvo claro, esa era la suya: pedirle una cantidad absurdamente alta para que se largara. No tenía ni idea de cuánto costaría en realidad ese apartamento. Sabía que el obrero medio pagaba diez chelines a la semana por una habitación compartida, así que qué menos que en su caso cobrarle tres libras al mes. Nadie que conociera podría permitírselo. No obstante, esa mujer tendría dinero, algo le habría robado a su marido... Tenía que pedirle más, para que aunque se lo pudiera permitir, le resultase una estafa. Quizá seis libras estaría bien, ¿o era pasarse? Porque tampoco...

-¿Diez libras le parece un precio adecuado? –inquirió la bruja.

Había estudiado el dinero muggle y sabía que doce peniques eran un chelín y veinte chelines hacían una libra. Pagar diez libras por un apartamento con restos de sangre y moho era una barbaridad más grande que meterle mano a Dumbledore. Pero sabía que así la castaña aceptaría y establecerían una buena relación; no de amistad sino de "Pago por tu silencio y porque me dejes en paz, ambas lo sabemos y estamos de acuerdo".

-¿Perdón? –preguntó Eleanor con incredulidad.

-Que si le parece bien que le pague diez libras al mes por quedarme ya el apartamento. Mire –murmuró metiendo la mano en su bolsillo y sacando unos cuantos billetes-, le puedo abonar este mes por adelantado.

Eleanor atrapó el dinero al instante y lo guardó en su corpiño.

-Me parece justo -sentenció intentando ocultar su sorpresa.

Debía ser una broma... Tendría que analizarlo al día siguiente pero si iba en serio, aquello solucionaría sus problemas económicos. Podría comprar carne buena, pagar sus deudas y aún lograría ahorrar algo. Así que decidió no abusar demasiado y cambió de idea:

-Desayuno a las siete, antes de abrir la tienda. Como a la una y ceno cuando cierro. Le prepararé algo también a usted y puede bajar cuando quiera. La colada la hago los domingos, me puede dejar la ropa en un cesto y la lavaré.

Bellatrix lo debatió consigo misma. Le parecía muy adecuado tener a la muggle de elfo doméstico, con lo que le había pagado debería peinarla y arroparla cada noche. Las comidas las aceptó sin dudar, un problema menos; Azkaban había hecho mella en su estómago y se conformaba con cualquier cosa. Pero lo de la colada debía rechazarlo: por el bien de la misión estaba dispuesta a renunciar a muchas cosas, pero la ropa interior era el límite. En ese siglo las mujeres llevaban corsé y bombachos como prendas íntimas. Bellatrix amaba el corsé como prenda exterior, pero se negaba a llevar otro bajo el vestido. Como no quería tener una conversación con su casera sobre sus sujetadores y bragas, comentó:

-Lo de las comidas me parece estupendo, así lo haremos. Lo de la colada no será necesario, yo me ocuparé.

-Como usted prefiera, querida –respondió Mrs. Lovet con impostada amabilidad.

¿Lo decía en serio? ¿Esa mujer iba a pagarle una cantidad exorbitada por un apartamento que siempre se consideró maldito y encima no tenía ni que lavar su ropa? Por muy enamorada que estuviese de Sweeney, como inquilina la francesa le daba mil vueltas. Aunque ni por un segundo dudó que nada era tan sencillo en su vida. El diablo la había tentado y ella había aceptado, tendría que vivir con las consecuencias.

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