Capítulo 21
Sirius pasó la noche sin pegar ojo. De madrugada, antes de que Eleanor se despertara para encender el horno, se marchó de la casa. No quería hacerla enfadar más, ella no tenía la culpa de sus problemas con su prima. Se sentía realmente mal. Estaba acostumbrado a sobrevivir en bosques cuando protegía a Harry, en una celda sin apenas alimentos o en Grimmauld Place que casi era peor que las otras opciones; no tenía problema con eso. Pero sí lamentaba haber hecho daño a Eleanor. Había sido muy amable y había intercedido por él en todo momento. Nunca creyó que trabajaría como ayudante en una pastelería pero había sido divertido.
Se transformó en perro y vagó por las calles mientras meditaba sobre su destino. Estaba amaneciendo, el sol empezaba a ocupar su puesto bañando el cielo con una luz anaranjada semejante al fuego. Eso le llevó a pensar en Bellatrix. Había preferido no darle vueltas: él no había hecho nada malo, solo comentó que Voldemort era mestizo, ella ya debía saberlo. ¡Por favor, era ridículo, con la de insultos que podía haberle arrojado y se ofendía por algo tan nimio!
Aunque tuvo que reconocerse que una parte de él sí pretendía hacerle daño. Y eso era lo que más le dolía. "¿Tenías que hacerlo justo cuando empezabais a toleraros?" se preguntó con rabia. Sí. Habían pasado una tarde divertida en el mercadillo y algo se había removido dentro de él cuando Bellatrix le confesó que no quiso matarle. Pero aún así, verla tan feliz, enamorada y libre, disfrutando de todas esas cosas que ni sus víctimas ni él tendrían ya, había reavivado su odio. Creyó que le atacaría y podrían liberar su furia físicamente. En absoluto consideró que el desenlace fuera acabar con los dos de patitas en la calle (en su caso literalmente).
-Vaya, vaya... Tenemos perro nuevo por la zona... -murmuró una voz a sus espaldas- Y eres enorme, valdrás al menos para una docena.
Canuto iba tan centrado en sus cavilaciones que se había abstraído por completo del paisaje. Levantó la vista. Una mujer de unos cincuenta años con sonrisa cruel y escaso atractivo se acercaba a él con un enorme cuchillo de carnicero. El perro abrió los ojos sorprendido. Tras ellos, una pastelería vacía y algo decrépita se presentaba bajo el nombre de "Mrs. Mooney's Pie Shop". ¡Eran ciertos los rumores de que en ese barrio cocinaban a los animales callejeros! La pastelera sin duda parecía agresiva y bastante temeraria. El animago pensó en salir corriendo, pero..."Has tenido mala suerte, amiga, hoy tengo ganas de bronca" pensó.
Agachó la cabeza fingiendo temor y en cuanto la mujer estuvo cerca, se abalanzó sobre ella. Mrs. Mooney se desplomó como si de un saco de quaffles se tratase. Canuto le mordió el brazo obligándola a soltar el cuchillo y lo apartó con una pata. Pensó en detenerse ahí, el golpe en espalda y cabeza habían sido contundentes... Pero decidió que era su deber vengar al resto de víctimas de aquella desgraciada. Por tanto, disfrutó mordiendo, arañando y pisoteándola como si de Snape se tratase. "Así se te quitarán las ganas de atacar a animales" pensó cuando finalmente se marchó agitando la cola y dejando a su víctima casi inconsciente. Buscó un callejón y volvió a su forma humana. En cuanto Mrs. Mooney relatase lo sucedido buscarían al perro.
-Que tengan suerte –murmuró Sirius riéndose solo.
Llegó a un barrio en el que no le conocían y buscó una cafetería para entrar en calor. Hacía mucho frío en esa época y los muggles no estaban preparados como lo estarían en unas décadas. Eligió una bastante vacía y se sentó en la mesa más próxima al horno de leña. Mientras sorbía el café casi ardiendo, meditó qué hacer. No tenía ni idea. Apenas poseía dinero: bastante hacía su casera con darle alojamiento y comida como para pagarle un sueldo... Pero le permitía quedarse las propinas (y había señoras muy generosas con un caballero tan atractivo), así que disponía de algo suelto. Pero le duraría poco ¿y luego qué? ¿A dónde iba en aquel siglo que no era el suyo, sin conocer a nadie y sin varita?
-¡Si es que yo no debería estar aquí, joder! –masculló con rabia- Entiendo que el universo quisiera fastidiar a mi prima, ¡pero qué necesidad había de joderme a mí también!
Claro que él tampoco había sido un santo, pero nada comparado con la mortífaga... Quizá el universo lo había puesto ahí para detenerla, para evitar el plan que estuviese tramando. Sospechaba que tenía algo que ver con pociones, era el principal interés de Bellatrix en esos días y nunca lo fue en su anterior vida. Pero no sabía nada más. Él no era experto en ese campo, no tenía sentido.
-¿Y si lo que tengo que hacer es salvarla a ella? –se preguntó- Ahora aún no ha nacido, quizá si consiguiera que se volviese mejor persona, el futuro mejoraría...
Eso tampoco tenía mucho sentido, él nunca creyó que su prima tuviese remedio. Aunque tras lo vivido la tarde anterior... En la parte más oculta de su alma tuvo que reconocer que le gustó conocerla mejor, verla siendo cariñosa con su muggle y cómo le dio una lección al dependiente del puesto de armas. Y saber que se arrepentía de haberlo matado, eso también.
-Maldita sea, todo tiene que complicarlo... -masculló con rabia.
Cuando el camarero ya le miraba raro por hablar solo, suspiró y reconoció que solo tenía una opción: encontrar a Bellatrix. Si la Magia los había juntado ahí era por algo, sería peligroso que estuvieran solos. ¿Pero dónde podía estar? No tenía ni idea. Seguro que tarde o temprano volvería con Nellie, pero entonces modificaría los maleficios protectores para que no pudiera encontrarlas... No, debía dar con ella cuanto antes y luego ya vería. Él era más de actuar que de hacer planes.
Dio vueltas durante todo el día por los pocos lugares que sabía que la bruja visitaba. Ni rastro de ella. Sabía ocultarse y él tampoco tenía idea de dónde buscar. Bellatrix estaría triste, furiosa y angustiada al ver cómo los cimientos sobre los que basaba toda su vida -Voldemort y la importancia de la sangre pura- se tambaleaban. Si se parecía a él, habría buscado un lugar donde lamentarse. Pero en el mundo muggle era imposible que ningún sitio fuese especial para su prima: ella solo había pisado la zona no-mágica para sembrar el caos. Le dio vueltas a esa idea y de repente se frenó en seco.
-¡El Puente de la Torre! Fue su primer ataque, estaba muy orgullosa.
Fue cuando empezó a servir a Voldemort, durante la primera guerra. Él la mandó a atacar la zona muggle para mostrar al Ministerio de Magia que no tenían límites. Ella cumplió con notable éxito su misión. Destrozó el puente más famoso de la ciudad en una explosión de la que se habló durante años. Voldemort la felicitó por primera vez y ella se jactó de ello hasta en Azkaban. Si tenía un sitio especial en el mundo muggle, sería ese. El animago paró un carruaje y le indicó la dirección.
Cuando ya la luna había tomado el relevo al sol, llegó al destino. Recorrió el puente escrutando los rostros de los transeúntes. En ese siglo Bellatrix llamaba menos la atención: todo el mundo vestía con traje largo, corsé y capa. Resultaba bastante irónico... Lo recorrió de una punta a la otra y no la encontró. Entonces cruzó al otro lado. Cuando ya no esperaba encontrarla, en una esquina, apoyada en la barandilla estaba su prima con la vista perdida en el Támesis.
-Si nos tiramos los dos, problema solucionado –comentó Sirius colocándose junto a ella-. Sería un final poético...
La mortífaga dio un respingo y al segundo el animago sintió una varita clavada en sus costillas. Observó que el puente se había ido vaciando, la ciudad no era segura a esas horas de la noche. Bellatrix podría matarlo sin dejar testigos.
-Me da igual todo: si fastidio la Historia, si condeno a la humanidad, si nunca llego a nacer, si muero ahora mismo...–aseguró la bruja- Dame una razón para no acabar de nuevo con tu miserable vida.
Bellatrix no le miraba, su vista seguía fija en las turbias aguas del Támesis. Pero sabía que hablaba en serio. Así que meditó bien sus palabras y después habló con calma.
-Eleanor. Ella es la razón. Quizá si mueres o desapareces a ti no te importe, pero a ella sí. No entiendo lo vuestro, no te veo capaz de albergar sentimientos humanos pero... Algo has debido hacer bien porque es una mujer increíble y está loca por ti. Me habla de ti a todas horas, me pide que le cuente cosas de tu infancia y desde el primer momento ha intentado que nos llevásemos bien.
-Tendré que irme en poco tiempo de todas formas, así que... -murmuró la bruja con menos firmeza.
-¿Y no crees que antes merece al menos una Navidad feliz? Podemos darle eso. Cuando quieres de verdad a alguien, cada minuto con esa persona cuenta.
Bellatrix no respondió ni reaccionó de forma alguna. Pero al rato, volvió a guardar la varita en su manga. Probablemente deseaba que su primo se largase y la dejase en paz, pero no lo manifestó y él no se movió. Las nubes que ocultaban la luna se apartaron y por unos momentos su luz plateada se reflejó sobre el agua. La estampa resultaría idílica de no ser porque el termómetro casi marcaba bajo cero. La mortífaga estaba usando un hechizo para calentarse, pero él solo llevaba un abrigo que perteneció al barbero.
-Entiendo lo que sientes, ¿sabes? –se aventuró Sirius- A mí me pasó lo mismo.
-Tú no entiendes una mierda –le espetó ella.
Pasaron unos minutos de silencio hasta que mago volvió a hablar.
-Cuando Dumbledore nos contó su proyecto de la Orden, James y yo nos unimos sin dudar. Estábamos emocionados, como si aquello también fuese un juego... Seguíamos siendo unos críos. Y confiábamos en Dumbledore por encima de todo.
La mortífaga bufó cuando escuchó el nombre del famoso mago, pero no pronunció palabra. Tampoco le pidió que se callara, parecía que estaba escuchando. Así que continuó:
-Sabes, pese al terror de Voldemort, a las desapariciones y muertes que hubo y a que sin duda la amenaza era real, yo jamás pensé que pudiera ocurrirles nada a los Potter. Menuda locura... Eran unos magos extraordinarios, mis mejores amigos y una familia que se adoraba. Y teníamos a Dumbledore de nuestra parte, ¡el mago más poderoso de todos los tiempos, estábamos a salvo!
El animago profirió una amarga carcajada y sacudió la cabeza ante su ingenuidad. Su prima no se rió.
-La noche en que murieron... Deseé mataros a todos: a Voldemort, a Dumbledore, a Colagusano, a Snape, a ti...
-Yo no tuve nada que ver –intervino ella con sequedad.
-Pero lo sabías.
-No –reconoció ella con fastidio-, no me dijo nada. Oí rumores de que quería matar a un bebé porque le tenía miedo pero me sonó ridículo. Supongo que por eso no me lo contó, es bastante bochornoso temer a un recién nacido...
Sirius asintió lentamente. Le alivió que su prima no hubiese tenido nada que ver en el asesinato de los Potter. Nunca le había contado eso a nadie, era la experiencia más dolorosa de su vida (Azkaban no fue nada en comparación), pero por algo la carga se aligeraba al compartirla con su prima. Así que prosiguió:
-Cuando vi a Hagrid con el bebé, con Harry... Yo tenía veintidós años, era un crío, un rebelde egocéntrico y descarriado, pero ese era mi ahijado, el hijo de mis mejores amigos. Hubiese renunciado a todo, hubiese madurado para cuidarlo y darle la mejor vida posible. Probablemente hubiese sido un desastre, pero...
-Nos habrías ahorrado mucho trabajo –murmuró Bellatrix-. Lo que el Señor Oscuro no ha conseguido en diecisiete años tú lo hubieses logrado a las dos horas de tenerlo a tu cargo.
Pese a que le estaba diciendo que hubiese matado al bebé, Sirius no pudo evitar echarse a reír. Involuntariamente Bellatrix sonrió también. Ambos tenían la misma inclinación hacia la paternidad: ninguna.
-Insistí a Hagrid para que me lo diera, pero me dijo que Dumbledore le había ordenado llevarlo con sus tíos. Y se lo llevó. Ahí lo perdí todo, ya sí que no me quedaba nada. Si hubiese tenido a Harry, lo hubiese puesto a salvo y me hubiese encargado de protegerlo; habría dejado a los aurores encargarse del resto. Pero sin él, sin mis amigos que eran mi verdadera familia... Solo me quedaba una cosa: matar a la rata. Y a eso fui. Si Dumbledore hubiese cumplido la voluntad de los Potter y me hubiese dado a Harry, yo no habría pasado media vida en Azkaban.
El merodeador apretaba los puños con rabia por el mero recuerdo. Nunca dejaría de culpar al director de su aciago destino; básicamente porque la culpa era suya desde el principio.
-Y lo que más me jode es que sé que si la muerte de Harry supone la más mínima ventaja para la causa, Dumbledore le mandará a morir. Así que sí, Bellatrix, entiendo lo que sientes. Mis amigos y yo dimos nuestra vida por la causa de un hombre al que venerábamos y él simplemente nos utilizó. Sé lo que se siente cuando la misión a la que has dedicado tu vida se tambalea, cuando te ves obligado a replantearte todo en lo que siempre has creído.
Bellatrix no reaccionó. Seguían mirando al infinito apoyados en la barandilla del puente. Hasta que finalmente, se volvió hacia su primo y con un hilo de voz le preguntó: "¿De verdad su padre era muggle?". Sirius asintió y le relató la historia que Dumbledore les contó sobre Tom Riddle desde que nació en un orfanato muggle. Encajaba con lo que la bruja sabía y había observado siempre pero intentó ocultárselo a sí misma y Voldemort la ayudó con sus mentiras. Una lágrima se deslizó por su mejilla mientras confirmaba que toda su relación con su maestro se basaba en una enorme y repugnante mentira.
-Lo siento, Bella.
La mortífaga se río entre dientes con amargura.
-No es verdad, no sientes que Voldemort sea un fraude.
-No, eso me importa una mierda, por mí como si es hijo de Filch y su gata –respondió Sirius-. Pero siento que te haya tocado esta vida, que nos tocara una familia para la que no fuimos más que monedas de cambio para conseguir prestigio y mantener el tapiz bonito.
Por primera vez, Bellatrix no defendió a los Black. Era cierto que ella nunca deseó casarse con Rodolphus y lo hizo por obligación. Y que admiraba a Voldemort por su poder pero no deseaba ser la sierva de nadie y tuvo que hacerlo para preservar el honor de su sangre. Luego se enamoró y se obsesionó con él, pero porque todos sabían que tenía problemas mentales y nadie la ayudó. Nunca tomó una sola decisión en su vida y prefirió engañarse que ver la realidad.
-También te digo, querida –comentó Sirius recuperando el tono irónico-, que se la has devuelto bien. ¡Qué lástima que cuando les cuentes a tu marido y a tu maestro lo de tu amante muggle yo esté ya muerto!
Bellatrix sonrió de nuevo, pero el gesto enseguida desapareció. Apartó la mirada y murmuró: "Ella lo estará también". En ese momento, al sentir el dolor en las palabras de su prima, supo que realmente amaba a Eleanor. Y que le dolía en lo más profundo que no existiese forma de seguir con ella.
-Ven aquí –murmuró él estrechándola entre sus brazos.
Bellatrix estaba tan cansada (física y psicológicamente) que no protestó. Se quedó quieta mientras Sirius la acercaba más a su cuerpo. Al rato preguntó:
-Me estás abrazando porque estás jodido de frío, ¿verdad?
-Así es –confirmó Sirius sin soltarla-. Tú estás calentita y además hueles muy bien, en este siglo poca gente huele bien... Así que te aguantas, no haberme matado.
Bellatrix le dio un golpe en las costillas pero no se separó. Al final él aseguró que lo mejor era volver a Fleet Street. La pastelera estaría preocupada y no querían hacerla sufrir más. La mortífaga asintió pero comentó que estaría también muy cabreada con ambos. Le habían prometido comportarse y no lo habían cumplido ni doce horas. Sirius pensó en una forma de compensarla para que los perdonara.
-¿Qué tal se te da decorar?
-Estupendamente –aseguró la morena-. Cissy dice que tengo muy mal gusto, pero es ella la que no tiene criterio.
-Es evidente, se casó con Malfoy.
En ese momento, Bellatrix miró a los ojos grises de su primo y vio por fin a una persona que podía llegar a comprenderla. Le tendió su mano, se ocultaron tras una de las vigas del puente y los apareció a ambos de vuelta a Fleet Street.
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