Capítulo 20

-Podríamos decorar esto por Navidad. Quedaría más alegre, ¿no? –comentó Sirius cuando entraron en diciembre.

-No sé, nunca lo he hecho... -respondió la pastelera dudosa.

-¿Y por qué no? Si logramos decorar Grimmauld Place no habrá problema con esta tienda...

Habían hablado de sus vidas. Ella le había contado cosas del barbero, de sus citas con Bellatrix, de su sueño de vivir junto al mar... Y él le habló de Grimmauld Place, de los merodeadores y de la familia Black. Así que estaban bastante al día.

-¿Es otra de tus excusas para que Bella te devuelva la varita?

-No... -contestó Sirius- Bueno, sí. Pero como sé que no funcionará, creo que podremos hacerlo sin magia también.

-Vale, puede ser divertido. Podemos ir esta tarde a comprar adornos, yo no tengo na, aquí nunca ha habido nada que celebrar... El mercadillo de Kew Gardens es muy bonito, podemos ir a ese.

Ambos estuvieron de acuerdo. Como habían pasado varios meses desde el incidente con los carteles de Azkaban y nada había sucedido, los Black salían con más libertad. Además, era invierno y hacía frío: entre gruesos abrigos, sombreros y bufandas no los hubiese distinguido ni su familia. También oscurecía muy temprano y la gente caminaba siempre con prisa, nadie se fijaba en ellos. Aquella libertad disminuía un poco la tensión entre los primos, pero no la eliminaba.

Bellatrix había intentado echar a Sirius varias veces pero él le recordaba que no tenía a dónde ir. Y que no sabían por qué la Magia le había aparecido ahí, no podían arriesgarse. A regañadientes la bruja se resignaba. Nellie se llevaba bien con Sirius, era irascible, arrogante y algo infantil: igual que Bellatrix. Le ayudaba mucho en la pastelería, se reían juntos y Sirius le partía la cara a cualquier cliente borracho que intentara pasarse con ella. Por eso había intentado propiciar un acercamiento entre ambos Black, pero de momento sin éxito.

Ese día Bellatrix terminó de trabajar antes de que cerrara la pastelería y bajó a ver a su novia. Sirius estaba despachando a los últimos clientes en la terraza mientras Nellie limpiaba el mostrador.

-Toma, Nell –murmuró la morena tendiéndole una botella-. Un cliente me ha traído dos botellas de coñac, quédatelas tú que en mi piso ya no caben más.

-Uy qué bien –respondió la muggle alegremente-, ¡muchas gracias!

Guardó la botella y comentó:

-Qué bien que estés aquí, ¿te apetece venir al mercado navideño de Kew Gardens a comprar adornos? Es muy bonito y así despejas el coco tras todo el día metiéndote en la cabeza de otros.

Bellatrix sacudió la cabeza, sonrió y aceptó. En ese momento Sirius entró a la tienda y murmuró: "Subo a por mi abrigo y bajo". La sonrisa de la slytherin se borró al instante.

-Olvídalo. Si va él yo no voy.

-Claro que viene, ha sido idea suya, vamos los tres.

-Paso –respondió la morena haciendo ademán de marcharse.

-Da igual, ve con ella –le indicó Sirius a Nellie-, prefiero cortarme las venas con un plátano que ir con ella a ninguna parte. Ya tengo de sobra con fingir felicidad en la iglesia siendo el marido de una...

-¡Ni que tu compañía fuese agradable! –le espetó la bruja- ¡Qué alegría estar casada con un convicto trastornado cuya edad mental no avanzó de los diez años!

-¿Hablas de ti o de mí? –replicó él al instante- Porque...

-¡BASTA! –gritó Nellie- ¡BASTA YA, ME TENÉIS HARTA CON ESTO! ¿¡No podéis comportaros como adultos civilizaos ni un puñetero día!?

Ambos la miraron frunciendo el ceño en lo que fue un claro "No".

-Sois familia, sé que os odiáis pero sois familia, la única que tenéis en este momento. Tú estás muerto y tú a cien años de tu tiempo, ¿no os dais cuenta del milagro que es eso? Yo no tengo a nadie, mis padres murieron cuando era muy joven y luego mi marido también. Daría lo que fuera por tener un hermano, un primo o lo que fuese. Cuando vosotros os vayáis yo seguiré aquí, sola, el resto de mis días. Así que es bastante egoísta que os comportéis así.

-Pero es que me... -empezó Sirius.

-Ya, ya, te mató –le interrumpió Nellie-. ¿Y qué hacías tú mientras? Intentar matarla, ¿verdad? Pues mala suerte, ella ganó. Cuando intentas matar a alguien sabes perfectamente que corres el riesgo de perder. Lo asumes como buen perdedor y ya está. Además, ¡qué diablos! Ahora estás vivo, ¿no?

El animago hubiese aducido que él jamás había matado a nadie, pero el último argumento era irrebatible, así que no respondió. Bellatrix tampoco intervino, la idea de que cuando ella se marchara Nellie se quedaría completamente sola la entristecía mucho. Así que ambos asintieron, cogieron sus prendas de abrigo y pusieron rumbo al mercadillo sin más protestas. La muggle sonrió orgullosa y entrelazó su brazo con el de Bellatrix. Durante todo el trayecto parloteó alegremente como si nada hubiese pasado.

-Aquí es, ¡mirad qué bonito! –exclamó.

Se trataba de un mercado navideño tradicional en medio de los jardines de Kew. Decenas de puestos de madera que simulaban ser pequeñas casitas ofertaban todo tipo productos artesanales. Cada pocos metros se alzaban imponentes abetos cuidadosamente decorados. El viento traía el olor a bosque mezclado con el de los puestos de castañas asadas y el público fluía en un alegre bullicio: niños emocionados al descubrir nuevos juguetes, parejas paseando en aquel romántico entorno y visitantes de las afueras que acudían por sus compras navideñas. Los Black no comentaron nada, lo contemplaron en silencio. Ambos pensaron que aquel lugar tenía tanto o más encanto que cualquier mercado mágico.

-¡Mira, ahí venden flores navideñas, vamos a ver ese primero! –exclamó la muggle arrastrando a Bellatrix- ¡Y luego ese, tienen adornos para el pelo!

La mortífaga se dejó llevar. Sirius, unos pasos rezagado, las contemplaba con curiosidad. Su prima tenía pequeños gestos con la muggle que le resultaban altamente extraños. Por ejemplo, cuando la bruja se dio cuenta de que los guantes raídos de Nellie no la protegían del frío, entrelazó sus manos y las metió en el bolsillo de su abrigo. Habría bastado un encantamiento de aire caliente, pero Bellatrix parecía buscar una excusa para cogerle la mano. Y desde luego la muggle se dejaba querer.

-El día veinticuatro es tradición dejar regalos bajo el árbol para la gente que quieres, ¿los magos hacéis eso? –preguntaba la muggle sin dejar de curiosear todo- Yo hace décadas que no, pero ahora que estáis aquí...

Bellatrix la escuchaba y respondía a sus dudas. Y aunque su rostro no reflejaba emoción alguna, Sirius la conocía de sobra: no le molestaba, no lo hacía por seguirle la corriente, sino por hacerla feliz. Es más, parecía que ella misma era feliz, pero... "Nah, es imposible, es Bellatrix Lestrange" se recordó a sí mismo.

En ese momento estaban observando un puesto de gorros, bufandas y complementos. Nellie acarició un fular de cachemira con veneración, pero ni siquiera preguntó su precio. Al ser un mercadillo artesanal los precios eran bastante elevados. En cuanto la pastelera se alejó, Bellatrix le extendió un billete a la vendedora. Sin esperar el cambio ni mediar palabra, cogió el fular y lo enroscó en el cuello de Nellie. La castaña se giró y contempló la prenda con ojos brillantes:

-¿Por... por qué?

La bruja se encogió de hombros. Ella compraba lo que le daba la gana y no tenía por qué justificarse. Y menos delante de Sirius. La muggle lo entendió. En el último segundo se dio cuenta de que no podía besar a su "prima" en público, así que la abrazó con fuerza. Le dio las gracias emocionada: era su primer regalo de Navidad desde los dieciséis.

-No es tu regalo de Navidad, esto no es nada –la interrumpió la bruja-. Soy millonaria, no te voy a regalar un trapo que he comprado por la calle como un vagabundo.

Nellie se rió. El animago observó que cuando ella reía, involuntariamente el rostro de Bellatrix se hacía eco de su sonrisa.

-No sé cómo son los vagabundos magos, cielo, pero a los de aquí no les da la pasta pa comprar bufandas que cuestan tres sueldos.

-Bah, a los vagabundos magos tampoco: no se lavan el pelo y se convierten en profesores de Pociones –comentó la bruja.

Ante aquello, aun con inconmensurable esfuerzo por contenerse, Sirius soltó una sonora carcajada. Una broma contra Snivellius siempre era bien recibida, aunque saliese de la boca de su mortal enemiga. Nellie no entendió el chiste pero le gustó que se rieran juntos. Les informó entonces de que debían comprar chocolate caliente y un cucurucho de castañas asadas como marcaba la tradición. Le hacía ilusión invitarlos, así que no permitió que la bruja pagase. A Bellatrix le fastidió. Contra la voluntad de la muggle seguía abonándole hasta el exorbitado alquiler; así al menos cuando ella se marchase podría vivir holgadamente.

-Toma, cielo, ¡prueba una! –insistió la muggle aproximando una castaña a su boca.

-Que no, Nell. No me voy a comer algo pequeño, amarillento y arrugado, se parece a la tía abuela Cassiopea y me da grima.

En ese punto, Sirius, que llevaba un rato devorándolas, se atragantó de la risa. Aquella metáfora era aún más acertada que la de Snape. Siempre sintió debilidad por el humor negro de su prima.

Finalmente Nellie venció y la morena probó el fruto seco. No le disgustó pero prefirió volver al chocolate caliente. Mientras la muggle conversaba con una florista y Sirius observaba los relojes de bolsillo decidiendo que necesitaba uno para ser un perfecto caballero, Bellatrix localizó un puesto que llamó su atención. Puñales, dagas y cuchillos de todos los tamaños y materiales brillaban sobre el mostrador cubierto de terciopelo. Pese a sus ideas supremacistas, ese tipo de armas muggles siempre le fascinaron. Estaba absorta observándolas, cuando el dependiente, un hombre con aires de suficiencia y actitud servil comentó:

-Buenas tardes, pareja. ¿Qué les parecen? Los puñales son muy populares entre las damas, son tiempos difíciles, especialmente para ellas. Vamos, caballero, regálele uno a su esposa.

De inmediato Sirius sujetó a Bellatrix en un gesto de simulado afecto para evitar que degollara al dependiente. No supo si le había fastidiado más que los considerase matrimonio o que la viese incapaz de defenderse. Notó cómo la mortífaga intentaba calmar sus instintos. No podía matar a nadie más. En ese siglo era normal: muchas mujeres llevaban navajas o incluso un alfiler en el sombrero para defenderse de los ataques callejeros.

-Miren, este modelo de aquí es muy popular -comenzó el dependiente mostrándoles un pequeño puñal-, resulta muy manejable para las damas.

-Verá, a mi amada esposa algo tan inofensivo no le serviría ni para cortar la mantequilla –le explicó Sirius-. No necesita defenderse de nadie, suele ser el mundo el que intenta hacerlo cuando ella aparece. Aún así... Yo creo que ese es más su estilo.

El cuchillo que el animago señaló era mucho más grande, con la empuñadura de piel y una hoja extremadamente afilada; era bonito pero mucho más vasto y amenazante que el resto de dagas y puñales. Efectivamente era la pieza que había llamado la atención de su prima. El dependiente los miró sin ocultar el tono burlón:

-No creo que una mujer sepa siquiera cómo sujetar...

Un segundo después, el arma estaba a un centímetro de su cuello magistralmente sujeta en la mano de Bellatrix. El rostro del hombre tornó pálido como la cera y probablemente necesitaría cambiarse de ropa interior... Sirius, en absoluto sorprendido por el devenir de los acontecimientos, permitió que la angustia se prolongara unos segundos más. Sí, odiaba a Bellatrix, pero también era un convencido feminista: una mujer podía ser igual de letal que cualquier hombre y en ese siglo necesitaban aprenderlo.

-Ya está, amor mío –murmuró Sirius quitándole con cuidado el arma y dejándola sobre el mostrador-, ya le has demostrado a este señor que si quieres, te haces un abrigo con su piel. Ahora vamos a ver si encontramos a tu prima. Que tenga usted buen día, caballero.

La mortífaga seguía dedicándole miradas de odio y el dependiente seguía temblando. Aún así, el animago consiguió llevársela. De inmediato el tendero bajó la persiana y cerró el puesto.

-¿Ande estabais? –inquirió Nellie.

-Haciendo amigos al estilo de los Black –comentó Sirius.

Nellie se encogió de hombros y prefirió no preguntar.

-Venga, vamos a comprar los adornos para la tienda. Necesitamos guirnaldas, acebo, espumillón... Y un árbol y flores de Pascua. Y alguna figura bonita...

Compraron todo lo que quiso. Parecía una niña pequeña: por fin podía adquirir cosas bonitas y ser parte de la felicidad navideña que hasta entonces la amargaba. Bellatrix tuvo que emplear hechizos para reducir el peso de sus compras y así poder llevarlas a casa. Una vez en Fleet Street, lo soltaron todo en el salón de la pastelera que decidió que decorarían al día siguiente. Como habían picoteado comida en el mercadillo, pasaron directamente al whisky. Por primera vez, bebieron los tres juntos.

Bellatrix estaba sentada en el sofá con la cabeza apoyada en el regazo de Nellie. La muggle le acariciaba el pelo con cariño mientras ambas rellenaban sus vasos. Sirius, también sumido en la ginebra, las contemplaba entrecerrando los ojos.

-O sea que es verdad que estáis juntas... -murmuró al rato.

-¿Y a ti qué te importa? –respondió su prima con voz etílica.

Sirius se encogió de hombros. Comentó que no dejaba de ser irónico que el objetivo de su maestro fuese erradicar a los muggles y ella estuviese enamorada de una.

-¡Pero mira qué una! –exclamó Bellatrix contemplando a su novia- ¡A que nunca has conocido a nadie tan impresionante!

Nellie sonrió, se inclinó sobre ella y la besó. Después, la bruja le cogió la mano y la colocó sobre su cabeza para que siguiera acariciándole el pelo.

-No me extraña que la gente crea que sois primas, os parecéis mucho –comentó Sirius arrastrando las palabras.

-Ella es más guapa –respondieron ambas a la vez.

-¿Estás de coña? –inquirió Nellie- Tú pareces una diosa oscura, tu pelo es precioso y brillante y tus ojos son hipnóticos. Yo solo soy una muggle de barrio con el pelo hecho un desastre y todo mu normal... Salvo las tetas, pero las tuyas son igual de impresionantes, así que no cuenta.

Bellatrix sonrió y le acarició el rostro.

-Tu piel es perfecta, la mía está estropeada tras tantos años en Azkaban, parezco mayor de lo que soy. Tus ojos ámbar hacen juego con tu pelo caoba y tu sonrisa sería la envidia de cualquier veela.

Nellie ni siquiera sabía lo que era una veela, pero le dio igual: le pareció el cumplido más bonito del mundo. Sirius se pellizcó para estar seguro de que no estaba soñando esa escena tan surrealista. Quiso burlarse de ellas, pero no fue capaz. Su prima le recordó a James cuando hablaba sobre Lily... Echaba mucho de menos a su mejor amigo. Pero no podía hacer nada, solo beber para olvidar en esos días de prórroga que le había concedido la vida.

-Vosotros también os parecéis mucho –apuntó Nellie mirando de uno a otro-. El pelo, los rasgos, la actitud... Sois mu iguales. Y pese a haber estao en la cárcel seguís estando tremendos.

Ambos dibujaron una sonrisa que rápidamente ocultaron. Tardaron un rato en contestar.

-De pequeños la gente creía que éramos gemelos–reconoció Bellatrix-. A mi hermana mediana también me parecía, pero ella no tiene el aspecto salvaje y peligroso que nosotros compartimos.

-Nos requisaban las varitas antes de las fiestas familiares para que no las boicoteáramos... -añadió Sirius- Dio igual: con seis años descubrimos que si mezclas una poción vigorizante con jabón, genera una explosión en forma de geiser de varios metros. Unos años más de experimentación y hubiésemos revolucionado el mundo de las pociones.

Bellatrix asintió distraída. Nellie estuvo a punto de preguntar cómo habían terminado tan mal, pero optó por callar. Parecía que habían establecido una tregua (sin duda fruto de la botella de ginebra ya vacía), mejor no estropearlo. Por desgracia el animago fue incapaz de callarse:

-Y esos fueron nuestros años felices. Después vino esta y me mató.

-¡Ya estamos otra vez! –protestó la bruja poniendo los ojos en blanco- ¡Tú también lo intentaste!

-Yo solo me defendí, no soy tan bruto como tú.

-Solo te alcancé con un hechizo aturdidor, no fue un avada, pero el velo te pilló detrás.

Hubo unos minutos de silencio tras ese comentario aparentemente vacuo. Pero el animago le dio vueltas. Finalmente se retrepó en el sillón y observó a su prima.

-Entonces, ¿tú intención no fue matarme?

La morena se encogió de hombros evitando su mirada y no respondió. Intentó cambiar de tema pero Nellie insistió en que respondiera. Como estaba borracha, bastante harta y ya no sabía en qué creía ni qué sentía, respondió la verdad:

-Te odio con cada partícula de mi ser, pero... yo jamás mataría a un Black. La sangre pura es lo más importante, toda mi vida se basa en eso.

Sirius asintió sin saber cómo procesar esa información. Sabía que debía dejarlo ahí: era todo lo que iba a conseguir y si daba un paso más, quemaría todos los puentes. Aún así, fue incapaz de contenerse:

-Pero... Voldemort no lo es.

-¡NO TE ATREVAS A...! –empezó a bramar la bruja incorporándose de golpe.

-Su nombre era Tom Riddle, sabes de sobra que ese apellido no pertenece a los Sagrados Veintiocho. Su padre era muggle, él es mestizo. Según tus ideales debería ser él quien se arrastrase ante ti.

Bellatrix se acercó a él. La varita en una mano y la daga en otra, el infierno ardiendo en sus ojos. Nellie, no entendía bien qué sucedía, pero por primera vez sintió miedo de su novia. Sirius no estaba asustado, tenía menos que perder; sin embargo, había quizá en su expresión un ligero arrepentimiento. Era evidente que la mortífaga se estaba replanteando su norma de no matar a un Black. Nellie se levantó también con cuidado y se acercó a ella. No se atrevió a tocarla, pero murmuró:

-Cielo, ya está. No sé qué pasa, pero podemos solucionarlo... No quiero más muertos en mi casa, por favor...

La tensión se mantuvo. Pero Bellatrix obedeció y bajó sus armas. No obstante, la ira seguía dominándola por completo. Sin decir palabra, salió de la sala a toda velocidad y al poco se oyó la puerta de entrada. Cuando superó la parálisis, la pastelera salió al recibidor. Abrió la puerta y la recibió un frío huracanado. Oteó la calle en ambas direcciones pero ni rastro de la bruja. Se planteó salir a buscarla, hacía muy mala noche y era peligroso... Aunque sin duda necesitaba estar sola.

-Tranquila –murmuró Sirius a su espalda-, volverá cuando esté más calmada.

Nellie aceptó que así sería. Pero eso no disminuyó su inquietud y su furia.

-¿Tenías que meterte con el tío ese? Sabes que es lo único que le importa, sabías que se pondría así.

-Solo he comentado algo que es verdad y... -empezó a defenderse el mago.

-Me importa un carajo –le interrumpió ella-. Estábamos bien, por primera vez parecía que podíais convivir en paz, ¡incluso te ha confesao que no quiso matarte! Y vas tú y lo jodes todo.

-Yo no pretendía... Eleanor, necesita saberlo, necesita asumir la realidad para que ese psicópata no siga aprovechándose de ella.

Nellie temblaba de la furia intentando controlarse. Estaba de acuerdo con él, ella misma lo había pensado varias veces: aborrecía a Voldemort sin conocerlo y ansiaba que Bellatrix lo abandonara. Pero no lo iba a reconocer. Así que ignoró esa parte y sentenció:

-Te he defendido cada vez que ha querido echarte, me hacía ilusión lo de celebrar la Navida los tres, pero... Se acabó. Lárgate de mi casa.

Sirius la miró con estupor, no esperaba aquello.

-Eleanor, sabes que no tengo a dónde ir y...

-Me trae sin cuidao. Puedes quedarte esta noche, pero mañana a primera hora te quiero fuera.

Sacudiendo la cabeza e intentando no llorar por lo que iba a ser otra Navidad pésima, Nellie se marchó a su habitación. 

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