Lo que podría ser

By Katsuki

Estaba dentro del departamento de Izuku.

No me lo podía creer.

Ni yo.

En verdad yo me hallaba dentro del departamento de Izuku. No era una broma.

La verdad era que no tenía planeado aceptar su oferta, pero cuando salí de mi casa con dirección al hotel en donde pasaría el fin de semana, algo dentro de mí pedía venir junto a él.

Ni siquiera noté cuando cambié de rumbo hasta que ya me encontraba frente a su puerta.

No me culpaba en lo absoluto.

¿Estar durante dos días en un hotel impregnado con el asqueroso aroma de otros alfas y omegas, o estar en un lindo departamento junto al chico del que estaba enamorado?

Sí, sonaba más tentador lo segundo.

En realidad sólo había conducido hasta ahí sin pensarlo mucho, aunque una vez a su lado, me di cuenta de algo importante.

Aquello en verdad estaba pasando. Yo en serio estaría ahí dos días. Dormiría bajo el mismo techo que la persona que durante meses no me había dejado ser feliz.

¿Acaso era idiota?

Un poco, sí.

Quise irme, tomar mis cosas y dejarlo para nunca más verlo, pero ya era demasiado tarde, ya no podía quedar como un tonto frente a Izuku. Mi orgullo no me lo permitiría.

No, yo iba a aguantar esos dos días junto al omega de la mejor manera posible, costara lo que me costase.

Después del recorrido que mi roomie temporal me había dado por su departamento, cuando terminé de instalarme en la habitación de huéspedes en el segundo piso, y aunque me había ordenado a mí mismo pasar encerrado el mayor tiempo posible ahí, al final había decidido bajar junto a él para agradecerle por todo.

Podía tener un carácter espantoso, pero también tenía educación.

— Hola — me saludó recostado sobre uno de los sofás.

— Hola — le correspondí, intentando no acercarme demasiado.

— Justo estaba a punto de subir a preguntarte si ya habías comido. Me ganaste.

— ¿Tú ya comiste?

— No, aún no. Hay un restaurante de comida japonesa cerca, tenía planeado ordenar algo ahí, ¿quieres que pida para los dos?

— ¿No tienes nada casero?

— En realidad, creo que por ahí debo tener lo necesario, pero soy muy pésimo en eso. Prefiero ordenar a domicilio — admitió, regalándome una sonrisa vacilante.

— Yo podría cocinar para ambos si no te molesta.

En cuanto me ofrecí a preparar la comida tuve que abofetearme internamente por mi estupidez.

¿Qué demonios estaba haciendo?

— ¿En serio sabes cocinar? — arqueó una ceja, extrañado.

— Por supuesto que sé cocinar — bufé con superioridad. — Mi sazón es lo más delicioso que podrías probar jamás.

De acuerdo, en eso no mentía, yo era un cocinero nato, pero ofrecerme a hacerla de su cocinero personal no entraba precisamente en mi top tres ideas más brillantes hasta ahora.

Fue como si mi cuerpo se pusiera en automático.

— ¿Cuál es tu comida favorita? — pregunté a modo de grito mientras caminaba a su cocina. Le iba a enseñar de lo que era capaz.

Pude escuchar como lo pensaba un segundo, pero finalmente respondió:

— ¡Katsudon!

Bien, pues Katsudon sería.

Unos veinte minutos después, sin contar los diez que había tardado buscando los ingredientes en su alacena, el platillo que me había pedido ya estaba servido.

— ¡Oye! — lo llamé desde la barra frente a la cocina. Él continuaba observando el televisor en la sala, como un niño pequeño. — Trae tu trasero aquí ahora.

No rechistó, se incorporó y se acercó.

— Así me gusta. Ahora pruébalo.

Obedeció y en cuanto la comida entró en su boca los preciosos ojos verdes se le iluminaron.

— ¿Te gustó?

— Es lo mejor que he probado en mi vida.

Tiene buen gusto.

Claro que era lo mejor que había probado en su vida, lo había preparado yo.

No pude evitarlo, con sus palabras mi ego creció.

— En serio está delicioso — continuó adulándome. — No sabía que cocinaras tan bien.

— No es para tanto. Sólo soy un perfeccionista.

— Hablo en serio, ¿cómo sabes preparar tan bien el Katsudon?, no es muy común en este país.

No supe por qué, pero se lo confesé.

— Soy japonés — hice una pequeña pausa para corregirme. — Es decir, mi familia es japonesa. Yo nací allá, pero nos mudamos aquí cuando era muy pequeño. A pesar de los años, aún hay cosas que no podemos dejar atrás.

Izuku asintió, sorprendido por la coincidencia.

Nos quedamos en silencio durante un minuto hasta que nuevamente decidió hablar.

— ¿Mnunoumeras? — no se le entendía nada. Sus mejillas estaban llenas.

— ¿Perdón? — una carcajada genuina se me escapó. — Por Dios, te ves graciosísimo.

— Lo siento — pareció apenado, terminado de digerir su bocado. — Preguntaba si tú no comerás también.

— No tengo hambre, pero gracias.

Izuku siguió comiendo como si realmente mi comida fuera lo mejor que había probado jamás.   
Sin darme cuenta una sonrisa se me dibujó en el rostro.

Que maravillosas eran a veces las coincidencias.

En cuanto terminó su Katsudon, se dirigió nuevamente a su sala de estar. Yo lo seguí por inercia.

Ambos nos sentamos sobre sofás distintos.

De inmediato llamó mi atención una de mis películas favoritas pausada en el televisor.

— ¿Está bien si vemos esto? — preguntó Izuku desde su sitio, señalando la enorme pantalla. — Podemos poner otra cosa. Puedes escoger tú.

Era un montaje japonés de los noventa sobre superhéroes, una ñoñería que me sorprendió que conociera. Mi afición por la temática no la compartía ni siquiera con mis mejores amigos.

Era difícil encontrar a alguien con quien coincidir en ese gusto en particular. No todos eran aficionados del cine nipón, y aún menos del cine de superhéroes.

— Adelante — insistí. — Veamos Demon Rise.

— ¿Conoces Demon Rise? — preguntó sorprendido.

— Es de mis sagas favoritas de la época. Sólo la supera Somakure.

Parecía no creérselo.

Sin decir más, reanudó la película.

Cuatro horas más tarde, Izuku y yo continuábamos en su sala de estar mirando lo que se había convertido en un maratón.

— Nunca entendí a Shu — se quejó sonoramente el chico a mi lado. — Es tonto que no pueda controlar su poder en días lluviosos cuando es donde más fuerte debería de ser.

— ¡Exacto! — secundé. — ¡No tiene sentido!

— Lo rebajan demasiado. Pudieron abordar mejor esa idea, así sólo parece un mediocre.

— No, parece un idiota.

Izuku rió con ganas.

— Sólo tiene diez años, Katsuki.

— Pues parece un pequeño idiota de diez años.

Y continuó riendo durante un rato más.

Después de terminar la segunda parte de nuestro maratón, el omega comenzó a incorporarse del sofá, estirando sus extremidades como quien ha pasado por un largo día.

— Creo que fue suficiente por hoy — suspiró al tiempo en que se ponía de pie y me miraba. — Debería dormir ya. Nos vemos mañana, Katsuki. Tú puedes quedarte el tiempo que gustes. Sabes en donde están los baños, la cocina, en fin. Si necesitas algo, no dudes en despertarme, ¿bien?

Antes de irse me regaló una de sus sonrisas gentiles.

Fue imposible no derretirme bajo mi piel, aunque por nada del mundo me atreví a demostrárselo.

— ¡Oye! — lo llame a mitad de camino.

Los dos nos observamos un momento.

— En verdad te agradezco esto.

Su única respuesta fue acentuar su sonrisa, acompañándola de una mirada tan cálida que terminó de estrechar mi corazón.

Odiaba que me viera de ese modo cuando sabía que había alguien a quien veía mejor.

Después de que Izuku se fue, no tarde mucho en irme también.


By Izuku

Acababa de pasar una tarde entera junto a Katsuki Bakugō y no había sido en lo absoluto como había creído que sería.

Se portó amable.

Para empezar, resultó ser un excelente cocinero. En serio, incluso en Japón habían sido pocos los sitios en los que había probado un Katsudon tan delicioso como el que me había preparado.

Sí, se había tomado el tiempo de cocinar para mí.

También descubrimos que ambos teníamos bastante en común. Los dos éramos grandes fanáticos de los superhéroes, pero no sólo de los superhéroes convencionales, sino de los de las películas viejas de colección.

Al final habíamos pasado un rato increíble conociéndonos de una forma tan extraña y personal que las semanas que habíamos pasado conviviendo en la academia, esas en donde parecía que él me odiaba, se volvieron lejanas.

Únicamente había podido congeniar tan bien con otras dos personas desde que había llegado a los Estados Unidos.

De pronto caí en cuenta de algo.

No le había avisado a Shoto.

Quizá no era la gran cosa, pero no avisarle a la persona con quien sales que otro alfa pasará dos noches bajo el mismo techo que tú, al menos para mí era una falta de respeto.

Tomé mi móvil y busqué su contacto.

Intenté llamarlo una vez, dos veces, cuatro veces, pero Shoto nunca respondió.

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