Control

By Izuku

No sabía cómo es que había terminado aceptando.

Después de rogarle durante aproximadamente unos treinta minutos a mi amiga arriba del taxi el que por favor me dejara usar al menos una camiseta, al final terminé por rendirme y aceptar mi destino por completo resignado.

Cuando llegamos al lugar, Ochaco me dedicó una linda sonrisa de las suyas mientras explicaba que no había nada de que preocuparme.

Le devolví el gesto de la mejor forma que pude, reuniendo todo el valor que pude encontrar dentro de mí en esos momentos.

No debía ser tan difícil. Mi amiga tenía razón.

Al bajar del taxi exhalé todo el aire que retenían mis plumones, y sin pensarlo mucho, después de unos segundos entrelacé mi brazo con el de ella y me dispuse a cruzar la entrada de aquella enorme casa a como de lugar.

El sitio estaba tan bien decorado que daba el aspecto de un hogar del terror y al mismo tiempo algún tipo de club nocturno con gente bailando, alcoholizándose, besándose y un sin fin de cosas más que me sentía incómodo al mencionar.

En verdad era una residencia enorme. Parecía una mansión. Sin duda los alumnos de U.A tenían bien ganada su reputación de mimados con dinero.

Tan pronto como puse un pie en el lugar, noté de inmediato la mezcla de aromas que persistía en el aire.

Era muy fuerte.

Incluso me sentí un poco mareado, sin embargo, gracias al cielo, y a las píldoras extra que había ingerido antes de salir del departamento, no pasó a mayores.

Estando dentro, Ochaco deshizo el agarre de nuestros brazos para poder tomar mi mano con más facilidad.

— ¡Izu, ven conmigo! — gritó entre el bullicio y con un agarre firme comenzó a guiarme a alguna parte de la casa abriéndose paso entre la gente.

— ¿A dónde vamos?

No obtuve respuesta pero aún así la seguí, no puse resistencia. Me limité a caminar obediente por detrás suyo.

Al final terminamos por llegar a un pequeño bar que se encontraba en una parte en el interior de la casa.

Me soltó y ambos nos sentamos en la barra.

— ¿Ochaco? — volví a preguntar, un poco perdido.

Ella me observó con una sonrisa amplia, hermosa y llena de emoción.

— ¡Tenemos que embriagarnos!

— Acabamos de llegar.

— Por eso — puso los ojos en blanco. — Si nos embriagamos ahora se nos quitará la vergüenza en un rato. Mientras más pronto sea, pues mejor — hizo una seña hacia el sujeto que atendía al otro lado pidiéndole unas bebidas.

Volvió a sonreír.

No me parecía un muy buen argumento el que estaba ocupando.

Es que no lo es.

Pero se le veía tan feliz.

— No creo que sea una buena idea. Podemos divertirnos igual sin beber. Vayamos lento — pedí.

— Lento lento lento — repitió ella en un tono de reproche. — ¿No estás cansado de eso?

— ¿Perdona?

— Izu, esto no es Japón. Me has contado tantas cosas de allá que a veces me pregunto si eras algún tipo de mormón o estabas en celibato con la iglesia.

No pude evitar reírme un poco por su comentario.

— Es en serio, cariño, siempre que me platicas sobre como eran las cosas allá siento que te han quitado una gran parte de ti. Es normal beber si te quieres divertir un poco más, es normal tener sexo aún sin estar en una relación. Es normal no querer ir lento, es normal que quieras las cosas rápido — me observó con seriedad. — Mira, si no quieres beber, no insistiré, pero debe ser por ti, tú decisión, no por el miedo al qué dirán o a qué pensaran ¡A la mierda los demás!

Por un segundo me quedé en silencio.

El muchacho al otro lado de la barra se acercó y nos dejó frente a ambos las dos bebidas que Ochacho le había pedido.

Irónico que el lado "poeta" de mi amiga saliera únicamente cuando se trataba de embriagarse.

— Vale — fue lo único que atiné a responder tras meditarlo.

— ¿Vale?

— Vale.

— Pues vale — me acercó mi vaso. — Hasta el fondo.

Ambos nos sonreímos.

— Hasta el fondo.

Un trago.

Dos tragos.

Cinco tragos.

Segundo vaso.

Tercer vaso.

Quinto vaso.

Octavo vaso.

La verdad era que para ese punto ya había perdido la cuenta de cuánto alcohol había entrado en mi sistema.

Únicamente sabía que mientras más bebía, más libre me sentía.

¡Uraraka tenía razón!

¡El alcohol se llevaba la vergüenza!

No sabía muy bien cómo y cuándo había pasado exactamente, pero cuando menos me di cuenta, de pronto me hallaba en el centro del alboroto bailando junto a la beta y algunos otros chicos y chicas que se nos unían cada cierto tiempo.

Reía y bailaba.

Me encontraba feliz y mareado.


By Katsuki

Izuku apenas y había puesto un pie en la casa cuando su amiga lo terminó arrastrando hacia la barra del centro.

Todo pasó tan rápido.

Me había exigido a mí mismo el pasar la noche sin pensar en nada que estuviera relacionado con aquel omega, sin embargo, mis planes se habían estropeado desde el segundo uno.

Por más que lo intenté, en verdad me fue imposible dejar a su suerte a Izuku debido a las circunstancias que lo rodeaban.

El tonto llevaba un rato borrachísimo.

¿Un omega ebrio, estúpidamente lindo, con un aroma como el suyo y usando un traje de conejo como ese en una casa tan grande llena hasta las esquinas de alfas idiotizados por el alcohol?

Por más horrendo que se escuchara, parecía una maldita invitación a hacerle algo.

Sentía arcadas al imaginarlo en una situación que lo pusiera en peligro.

Sabía que no venía como mi amigo, pero no lo iba a dejar solo. Eso era lo que cualquiera con algo de cerebro y corazón hubiese hecho.

Así que sin pensarlo dos veces abandoné a la chica con la que antes había decidido que me iba a acostar y terminé por centrarme únicamente en mi compañero de clase.

Mi noche terminó basándose en vigilar al tonto Playboy ebrio, en cuidar que no le hicieran daño o que ningún imbécil tratara de pasarse con él.

¡Vaya fiesta!

Ni me lo digas.

Ochaco y él llevaban poco más de tres horas riendo, bebiendo y bailando juntos en el centro.

Por mi lado me encargaba de que ningún idiota intentara algo con él, lo cual era bastante difícil porque yo no era el único alfa que percibía las deliciosas feromonas que Izuku liberaba de forma inconsciente. Mientras más se embriagaba en la fiesta, más las soltaba por ahí.

¿Izuku? Él parecía que era estúpido.

En serio, era demasiado despistado.

El omega no notaba a todas las personas que trataban de acercársele, aunque tampoco podía culparlo, todas se alejaban en cuanto sentían mi presencia.

Hasta el momento, las cosas iban bien.

Había mantenido la situación bajo control, eso antes de que Ochaco decidiera echar todo mi esfuerzo a la basura y dejara solo en la barra a Izuku.

Sí, a su increíble amiga se le había acercado un idiota mientras bailaba, le había dicho algo al oído y tan rápido como se separó de ella accedió a irse con él a una de las muchas habitaciones desocupadas en la casa, dejando a su amigo muy ebrio sentado en la barra.

¿Uraraka? ella me importaba una mierda, pero Izuku se había quedado solo y yo sabía que se encontraba lo suficientemente mareado para acceder a hacer cualquier cosa con cualquier imbécil que liberara algo de feromonas para él, así que cuando un alfa se le acercó no pude evitar acercarme yo primero

Le lancé un gruñido para apartarlo de inmediato. Este cedió, retrocediendo.

Quedé a menos de un metro del omega.

Ya estando ahí y teniéndolo tan cerca, mi boca simplemente me traicionó pronunciando la primera palabra.

— Oye — sus ojos verdes giraron levemente hasta topar conmigo.

Se le veía cansado, parecía que su energía se estaba drenando.

— ¿Ochaco?

— No digas tonterías. Soy Katsuki.

¿Qué tanto había bebido?

Parece que es la primera vez que lo hace.

— ¿Katsuki? — preguntó con detenimiento, como procesándolo. — No imaginé que fueras del tipo que va a fiestas — confesó al final.

— Vaya, pues lo mismo podría decir de ti.

Rió con suavidad.

— Sí, supongo que así es.

Me quedé un momento embobado con la sonrisa que me regaló tras eso.

Nunca le había visto una sonrisa como esa, una sonrisa coqueta.

Era tan deliciosa.. pero de un momento a otra la curva de sus labios se desvaneció, sustituyéndose por un puchero.

— Mi cabeza da vueltas — se quejó. — Y muero de sueño. Por favor, llévame a dormir — me lanzó una estúpida mirada de cachorro, tambaleándose levemente de un lado a otro.

¿Eh?

¿Llevarlo yo?

¡Pero si ya había hecho de todo en la noche por él!

En verdad era el colmo. Era lo único que me faltaba.

— ¿Acaso piensas que soy tu maldita niñera?

— Por favor. No quiero ir solo — me interrumpió incorporándose, acercando su rostro al mío mientras hacía un esfuerzo por mantenerse de pie.

Eso fue todo, no pude más.

La cercanía de sus ojos observando directamente a los míos y su respiración exaltada chocando contra mis labios me hizo flaquear.

No pude evitar sentir un escalofrío recorrerme el cuerpo entero al escucharlo. De inmediato, casi como estando hipnotizado lo tomé de la mano para cumplir con aquella orden, guiándolo hasta la habitación más alejada para que pudiera descansar como lo pedía.

No entendía por qué, únicamente sabía que quería hacer todo lo que él me ordenara.

Ahí me di cuenta que nunca podría negarle nada.

Lo guié a la parte de arriba.

Una vez dentro de la habitación más apartada que pude hallar, el joven caminó con movimientos torpes hacia la cama en donde se dejó caer con pesadez.

— Mmm, estoy muerto — se lamentó acostado.

Yo me limité a observar cada uno de sus movimientos desde el marco de la puerta.

Quizá debía esperar ahí con él a que se le bajara un poco y después pedirle un taxi, o quizá sólo..

Su suave voz me sacó de mis pensamientos.

— Katsuki.

— Dime.

Sus ojos recostados me observaban fijamente desde el otro extremo de la habitación.

— ¿Puedes venir junto a mí? — preguntó de forma melosa.

El mundo se me detuvo en seco.

¿Había escuchado bien?

— ¿Cómo? — articulé la pregunta por acto reflejo, sorprendido, sin creérmelo.

Él continuaba observándome fijamente.

— Tengo mucho frío. Ven, recuéstate conmigo.

Y mi parte racional se apagó.

El efecto que aquel chico tenía en mí era irreal, y como si de un auténtico perro se tratase me dirigí directamente hacia aquella cama junto a él.

Me recosté a su lado.

Los dos quedamos viendo hacia el techo.

Mi pulso se alteró.

— ¿De verdad tienes frío?

— Sí.

— ¿Quieres que te busque una cobija?

— No, tonto, quiero que me abraces.

— Pero..

— Abrázame.

Estaba como poseído. Sin pensarlo demasiado me di la vuelta hacia él y sin mucho esfuerzo lo giré también hasta que su espalda desnuda chocó contra mi pecho desnudo también.

¿En serio estaba sucediendo?

Lo envolví con ambos brazos y casi se me sale el corazón cuando lo sentí removerse sobre mí, acomodándose mejor, amoldándose a mi cuerpo.

Encajamos perfectamente.

— Gracias, Katsuki.

Mi respiración se aceleró.

Durante un momento los dos quedamos en silencio, posiblemente, Izuku por el estado en el que se encontraba, en mi caso era más porque no terminaba de creerme que a quien tenía entre mis brazos era el mismo hombre que me robaba los suspiros.

Después de un tiempo volvió a hablar, sacándome de mi ensoñación.

— Katsuki, hueles realmente bien.

Y finalmente se giró para mirarme.

Cara a cara.

Ambos quedamos observándonos el uno al otro.

Sólo los centímetros nos separaban.

No supe que me pasó por la mente en ese instante, quizá nada, o quizá todo. Solamente sé que de pronto los ojos de él comenzaron a cristalizarse. Su rostro se contrajo en una mueca de tristeza y sin darme tiempo a reaccionar, pequeñas lágrimas empezaron a escurrirle por sus mejillas.

— ¿Por qué me odias? — soltó con sus ojos llorosos. — ¿Qué te hice?

¿Verlo llorar? Me dolía.

¿Verlo llorar por mi culpa? Me dolía aún más.

Una punzada de culpa me atravesó el pecho.

— No — le susurré, extendiendo mis manos hasta alcanzar sus mejillas húmedas, acunando su rostro en un gesto extrañamente calmado para mí. — No digas eso. Yo no te odio.

Si le molestó mi acción, no me lo demostró.

Izuku no se apartó, al contrario, se acercó un poco más.

— ¿En serio? — sorbió su nariz. — ¿Entonces sí te agrado?

Sus ojitos me observaron con un brillo de esperanza en ellos. Su labio inferior le temblaba levemente.

Era bellísimo.

Sin ser muy consiente del por qué, le sonreí con toda la dulzura que era capaz de compartir con alguien.

Jamás había visto alguien con el cariño con el que lo veía a él en ese momento. Era extraño, pero era una sensación hermosa.

— Sí, tú me agradas — al final le admití.

De pronto otra sonrisa se le acentuó en la cara, una pura y totalmente abrazadora, regalándome una de las vistas más bellas que en mi vida había presenciado.

Lentamente se acercó y me plantó un pequeño beso en los labios.

— Tú también me agradas, Katsuki —  dijo.

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