Capítulo #4
Durante ese periodo salí con una docena de mujeres. En el bar Leroy
siempre había mujeres. La mayoría de ellas sólo suponían aventuras pasajeras. Usaba a las mujeres y me dejaba usar por ellas, sin entregar nunca el corazón. Únicamente mi relación con una muchacha llamada Lucy duró más de unos cuantos meses, y por un breve periodo, antes de que nuestra relación tocara a su
fin, pensé que estaba enamorado de ella. Era una estudiante de la Universidad de Carolina del Norte en Wilmington, tenía un año más que yo, y decía que cuando se licenciara quería ir a trabajar a Nueva York.
-Me gustas -me dijo la última noche que estuvimos juntos-, pero somos
muy distintos. Tú podrías sacarle más jugo a la vida; sin embargo, te conformas simplemente con salir a flote. -Dudó unos instantes antes de proseguir-: Pero lo que más me molesta es que nunca he sabido lo que verdaderamente sientes por mí.
Sabía que ella tenía razón. Al cabo de poco tiempo, Lucy se marchó en un
avión sin ni siquiera despedirse. Un año más tarde, tras conseguir que sus padres me dieran su número de teléfono, la llamé y estuvimos hablando durante veinte minutos. Me contó que salía con un abogado y que se iban a casar el siguiente mes de junio.
Esa llamada telefónica me afectó más de lo que podía suponer. La hice justo un día en el que me acababan de despedir de otro empleo, y como de costumbre fui al bar Leroy en busca de consuelo. Allí encontré congregada a la misma caterva de perdedores, y súbitamente me di cuenta de que no quería malgastar otra noche fingiendo que en mi vida todo iba viento en popa. En lugar de eso, pagué una caja de seis cervezas y me la llevé a la playa. Era la primera vez en muchos años que reflexionaba realmente sobre lo que quería hacer con mi vida, y me pregunté si debería seguir el consejo de mi padre y acceder a la
universidad para obtener un título universitario. Hacía tantos años que no estudiaba, sin embargo, que la idea me pareció ridícula e inabordable. Llamadlo mala o buena suerte, pero justo entonces dos marines pasaron delante de mí haciendo aerobismo. Un par de jóvenes, en buena forma física, que irradiaban una confianza serena. « Si ellos pueden hacerlo, yo también» , me dije.
Maduré la posibilidad un par de días, y al final mi padre tuvo algo que ver con mi decisión. No es que comentara el tema con él -había llegado un momento en el que ya no hablábamos de nada-, pero una noche, en casa, me dirigía a la cocina cuando lo vi sentado frente a su escritorio, como siempre. Esa vez me dediqué a escrutarlo con curiosidad. Se había quedado casi completamente calvo,
y el poco pelo que sobresalía por encima de sus orejas era totalmente gris. Estaba a punto de retirarse de su trabajo, y de repente me invadió un intenso remordimiento; pensé que no tenía ningún derecho a tratarlo tan mal después de todo lo que había hecho por mí Así que me alisté en el Ejército. Mi primera intención fue incorporarme al Cuerpo de Marines, ya que eran con los que me sentía más familiarizado. La playa de Wrightville Beach siempre estaba llena a rebosar de marines con la cabeza rapada provenientes de Camp Lejeune o de Cherry Point, pero cuando llegó el momento, me descanté por el Ejército de Tierra. Supuse que, de un modo u otro, acabaría por portar un rifle de todos modos, pero lo que realmente me convenció fue que el oficial de reclutamiento del Cuerpo de Marines estaba almorzando cuando pasé por la oficina, y por consiguiente no pudo atenderme en ese preciso instante, mientras que el oficial de reclutamiento de soldados para el
Ejército de Tierra -cuya oficina se hallaba en la misma calle, justo en el
edificio de enfrente- sí que estaba en su despacho. Al final, la decisión me
pareció más espontánea de lo que había planeado, pero firmé sobre la línea de puntos para prestar mis servicios durante cuatro años. Cuando el oficial me propinó una sonora palmada en la espalda y me felicitó mientras me dirigía a la puerta, me sentí angustiado durante unos instantes al pensar en lo que acababa de hacer. Eso fue a finales de 1997; por entonces yo tenía veinte años.
Boot Camp en Fort Benning era un lugar tan horrible como había supuesto. El cuartel parecía diseñado para humillarnos y lavarnos el cerebro, para que acatáramos las órdenes sin cuestionar, por más ridículas que éstas nos parecieran, pero me adapté más pronto que bastantes de mis compañeros. Después del periodo de formación inicial, elegí ingresar en el Cuerpo de
Infantería. Los siguientes meses los pasamos realizando un montón de simulaciones en lugares como Luisiana y el viejo y legendario Fort Bragg, donde básicamente aprendimos las mejores técnicas para matar a gente y arrasarlo todo. Transcurridos unos meses, mi unidad, como parte de la 1.ª División de Infantería -apodada « El Gran Uno Rojo» por su insignia, consistente en un número 1 en color rojo de gran tamaño- fue destinada a Alemania. Yo no hablaba ni una sola palabra de alemán, pero no importaba, puesto que prácticamente toda la gente con la que trataba hablaba inglés. Al principio fue fácil, y después caímos en la típica rutina castrense. Pasé siete meses miserables en los Balcanes -primero en Macedonia en 1999, y luego en Kosovo, donde permanecí hasta finales de la primavera del 2000-. El trabajo en el Ejército no estaba muy bien remunerado, pero teniendo en cuenta que no tenía que pagar alquiler ni comida y que realmente no había mucho en que gastar la paga cuando
recibía el cheque mensual, por primera vez en mi vida conseguí ahorrar un poco de dinero en el banco. No mucho, pero lo suficiente.
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Hola ¿Cómo están? Espero que estén bien.
¿Lo disfrutaron?
-Espero que les haya gustado, continuemos leyendo y verán que bueno se pondrá esta linda historia.
Ahhh, no olviden darle a nuestra hermosa estrellita. ⭐😊
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