XXII

"Sólo dos legados duraderos podemos dejar a nuestros hijos: uno, raíces; otro, alas."

Hodding Carter.

***




La sorpresa fue para Tim y Damian. No solo Dick iría de vuelta a Metrópolis, también ellos junto con Alfred. Sobraba decir que escoltados por el idiota de Conner Kent, Jon y Krypto. El pequeño se preguntaba qué clase de cosas habían pasado mientras ellos no estaban en la ciudad que ahora su padre por fin los llamaba luego de mantenerlos escondidos en Kansas, pero lo agradeció porque ahora podía apoyar a su hermano mayor en algo que se veía demasiado severo. Dick estuvo tenso todo el viaje de vuelta a Metrópolis, sin hacer bromas o chistes y mirando siempre hacia la ventanilla como si no quisiera que le hablaran y Damian estuvo a punto de hacerlo cuando su mano fue tomada por la de Richard, apretándola apenas, una señal que el niño entendió, abrazando a su hermano con cuidado de no lastimarle mientras iban por la autopista.

—Te quiero, hermano —le murmuró.

—Y yo, Dami.

No fueron a su departamento sino a una casa en una zona residencial que Damian notó estaba muy vigilada, al menos habría espacio suficiente para todos los que viajaban y su padre a quien Lois le prometió los vería en ese lugar. Descansaron lo suficiente cuando Bruce apareció siempre acompañado de Clark Kent, algo que ya no le extrañó al pequeño e hizo feliz a Jon. Todos fueron a recibirle con un fuerte abrazo y quizá una que otra lágrima del sensible de Tim. Una vez que le explicaron la presencia de Conner como de Krypto que babeó sus manos, fue tiempo de escuchar lo que sucedería. Algo de un juicio. Ellos solo estarían de oyentes, acaso si necesitaban su testimonio sobre el secuestro en caso de alguna aclaración. Quien iba a testificar era Dick, pero esa conversación ya no la escuchó Damian pues su padre y su hermano mayor se retiraron a una recámara para hablar a solas sobre el asunto.

—¿Cómo dicen que encontraron este perro? —preguntó Clark, compartiendo el entusiasmo de su hijo sobre Krypto.

—Atrás del molino de viento, papá —explicó Jon— Y es un gran amigo de Titus, ¿verdad, Dami?

—Yo diría que lo acosa —Damian miró a Clark casi a punto de decir como alguien que conozco.

—Wow, es decir, dicen que los perros siempre aparecen cuando lo necesitan —murmuró el periodista acariciando la cabeza del perro.

—Y es cierto.

—Señorito Damian —Alfred le dedicó una mirada— Hay que terminar de desempacar.

Damian no estaba muy seguro si sus oraciones habían dado resultado o no, pero al menos sintió que todo estaba más tranquilo. Había más rostros alegres que tensos, y las charlas ya no eran susurros escondidos en una esquina para que los niños no los escucharan. Cuando su padre salió con Dick, de nuevo fue corriendo a abrazarle, sintiendo esa necesidad de sentir cerca a Bruce, el cual le levantó en brazos en uno de sus inusuales gestos.

—¿Todo bien?

—Te he extrañado, papá.

—Has tenido mucha compañía. No destrozaron nada en casa de los Kent, ¿verdad?

—No, casi no.

—Me quedo con el no.

—¿Papá?

—¿Qué pasa, hijo?

—¿Vamos a volver a Sussex?

Como por arte de magia, todos se quedaron callados, volviéndose a ellos en espera de la respuesta que vino enseguida.

—Bueno, he estado pensando —la sonrisa de su padre fue como uno de esos arcoíris mágicos para el pequeño— En que quizá es mejor quedarnos aquí.

—¡¿Es en serio?! —casi chilló Tim, abrazando al tonto de Conner quien estaba convenientemente cerca.

—Somos los Wayne, cazadores, no presas.

—Gracias, papá —Damian le abrazó por el cuello con fuerza, tal vez con una lágrima en un ojo.

Definitivamente las cosas iban mejorando, sobre todo para su hermano mayor a quien vio más esperanzado si bien aún tenía esa mirada triste. La cena con todos fue como en Kansas, se sintió así para Damian. Familia. Al llegar la noche, se coló a la recámara de Dick a quien encontró revisando algo en su celular, que dejó a un lado cuando le vio entrar con Titus siempre a su lado.

—Hey, Dami. ¿Pasa algo?

—Solo quería decirte que no te preocupes, no sé qué sea y quizá no puedo saberlo, pero le pedí a mamá que te cuidara y te ayudara —confesó el niño sintiendo sus mejillas calientes.

—¿Tú qué...? —Dick sonrió, luego abrazándole con una mano alborotando sus cabellos— Oh, parece que a la reina del hielo se le derritió el corazón. Lo que hace unos días en Kansas.

—Te mordería, pero estoy contento de verte mejor. Estabas muy triste.

—Lo siento, Dami.

—Está bien.

—Vamos a estar bien, como antes. Ya verás.

—No, no como antes —Dami se separó para verle— Es como dijo la abuela Martha, las hojas de los árboles son verdes, pero no son las del año pasado ni las de hace un mes. Son las de hoy.

—Es cierto —Dick suspiró, levantando ambas cejas— Bien, será así entonces. Anda, tienes que dormir y nada de andar platicando tarde con Jon, allá en Kansas los alcanzaba a escuchar cuchicheando como viejas Celestinas.

—¡A que no!

—Buenas noches, hermanito.

—Te quiero, Dick.

—Y yo montones, Dami.

Se levantaron temprano por la mañana, todos bien arreglados para ir a los juzgados, de nuevo cuidados por los autos y una mujer que Tim le dijo se llamaba Diana. Era muy hermosa como de carácter fuerte, pero gentil en sus ademanes. Bruce llamó a su hermano mayor, ordenándole a los demás que fueran a la sala donde sería el juicio para esperarles. Damian miró a Dick con extrañeza, recibiendo una caricia en sus cabellos con un ligero empujoncito para que siguiera al grupo que iba entrando a la sala donde sería el juicio. El pequeño Wayne frunció su ceño al no entender la clase de dinámica entre los adultos para resolver los problemas, recibiendo un beso en su mejilla por parte de Jon, siempre animándolo sin soltar su mano al irse a sentar con Timothy y Conner que ya parecía la sombra de su otro hermano de la misma forma que Clark Kent lo era de Bruce.

Tuvo que esperar para volver a ver a Richard, lo que fuese que estuviera haciendo le tomó tiempo, cuando regresó ya la sala estaba llena de algunos periodistas, agentes por todas partes, amigos de su hermano que les saludaron -y que para el gusto de Damian eran del todo raros- con miembros del jurado. Dick llegó apurado, todavía limpiándose un ojo de lágrimas que pareció derramar más con una expresión completamente diferente con la que habían partido de Kansas. Se sentó entre Tim y Damian, el niño de inmediato tomó su mano que apretar con el ceño fruncido al verlo con sus ojos rojizos, pero al mismo tiempo muy calmado. Algo había hecho su padre que había obrado cierta magia en su hermano mayor.

—¿Estás bien?

—Sí, Dami.

—¿Necesitas algo? —le ofreció Tim, igual de extrañado.

Dick negó, tomando aire y pasando un brazo alrededor de ambos, así vieron entrar por otra puerta a su padre junto con otros dos abogados, luego el fiscal con sus ayudantes. Todos estuvieron listos y fue solo cosa de un minuto para que el juez entrara. La gran sorpresa de Damian vino cuando trajeron esposado con varios policías y agentes a nada menos que Jason Todd, ese tipo que le había saludado con una pinta de delincuente que se notaba a kilómetros. Al igual que su hermano, se notaba que había llorado no hace poco, la mente del pequeño trabajó a toda prisa, levantando su rostro hacia Dick y luego hacia el ahora sospechoso o preso o lo que fuera sentándose al lado del juez para ser interrogado. ¿Dick se había enamorado de semejante peligro? ¿Cómo lo había consentido su padre? ¿Se habían vuelto locos todos?

—Dami, me aprietas mucho mi mano —musitó Jon con un leve quejido.

Aquel apenas entendió las preguntas que le hicieron a Jason, hilando poco a poco todos los eventos ocurridos y encontrándole sentido a varias cosas. Cuando Bruce se levantó al ser su turno para interrogar a Todd, dejó de momento sus deducciones para prestar atención a lo que venía pues algo le dijo que estaba a punto de suceder algo importante. El rostro de Clark, el de Diana y el de Dick tuvieron la misma expresión, contagiando a Damian esa ansiedad cuando su padre hizo la pregunta que levantaría una ola de diferentes expresiones en la sala de juicio.

—¿Alguien le ordenó hacer todo esto, Señor Todd?

—Sí —el muchacho tensó su cuello, mirando fugazmente de reojo a Dick antes de volver su vista a Bruce— Estaba siguiendo las órdenes del Señor Luthor.

Damian se abrazó con más fuerza de su hermano mayor, sin soltar la mano de Jon como formando un círculo de protección porque todo se volvió un caos. El juez azotó su martillo, los periodistas se pusieron de pie tomando fotos como locos, los murmullos fueron creciendo a expresiones y casi gritos de los presentes sentados junto a ellos. La calma de su padre fue lo que comenzó a poner orden, hablando con fuerza en ese modo conocido cuando se sabía vencedor. El juicio terminó abruptamente por aquella confesión, haciendo que se llevaran a Todd tal cual había entrado, todos levantándose para ir a diferentes partes. Diana y Lois Lane fueron con ellos hacia un pasillo para escoltarlos hacia las camionetas mientras Bruce se enfrentaba a una súbita caravana de reporteros afuera de la sala, con el padre de Jon no muy lejos de él, vigilando.

—Dick, ¿qué va a pasar? —preguntó Damian cuando estuvieron dentro del vehículo.

—Habrá justicia —le respondió su hermano.

Marcharon a la casa de refugio en donde ya les esperaba un manjar a los ojos de ambos niños, una mesa llena de hamburguesas, hot dogs, pizzas, papas y golosinas. Eso también quiso decir que Bruce y Clark tardarían en llegar, pero el aroma a comida les hizo olvidar eso de momento, atacando la mesa en cuanto la vieron con los consabidos regaños de Alfred por no usar servilletas o platos. Tim comentó que la confesión de Jason Todd estaba volviéndose tendencia por internet, encendiendo el televisor para escuchar varios canales cubrir aquella noticia. Uno de esos mostró a un rabioso Lex Luthor amenazando con demandar no solo al muchacho preso, sino también al bufete en el que trabajaba a su padre como a éste y para rematar al Daily Planet que sacaba ya la nota escrita por Clark Kent sobre los negocios turbios de aquel hombre. Lois bufó con manos en la cintura mientras comía apurada una papa a la francesa.

—Ya veremos, calvo de mierda.

—Señorita Lane.

—Perdona, Alfred.

—Tu papá y mi papá han hecho algo de súpers —comentó Jon entre dientes al tener las mejillas atiborradas con hamburguesa.

—No hables con la boca llena —replicó Damian solo por molestar, estaba asombrado y orgulloso.

Lo único que le confundía de todo aquello era por qué Dick se veía tan calmado cuando los últimos días había parecido que lo sentenciaban a muerte. Eso tendría que esperar, mientras tanto se entretuvieron con juegos de mesa o en sus tabletas para matar el tiempo dado que no podían salir ni tampoco hablar con nadie hasta que las cosas estuvieran realmente bajo control. Para la noche llegó Bruce con Clark, ambos exhaustos, pero con rostros que mostraban satisfacción. El juicio continuaría porque el fiscal deseaba una confesión larga y detallada de Jason Todd, a cambio de modificar la sentencia original y darle protección al convertirse de pronto en un testigo vital contra lo que sería un segundo juicio al que llamarían a Lex Luthor como acusado.

—Todo está por fin tomando la forma que debía tener —habló Lois Lane una vez que Clark terminó de explicar— Ese mequetrefe de Luthor irá a la cárcel cuando Hacienda comience a hurgar en sus cuentas y revisar sus prestanombres, sin afectar a los empleados inocentes de Luthor como pidió Brucie —ella le guiñó un ojo a su padre— Y ustedes ya al fin pueden decir lo que es más que obvio a estas alturas para todos.

—¿De qué hablas? —casi tosió el periodista.

—De cómo te gusta mucho el papá de Dami —Jon intervino todavía comiendo.

Alfred sonrió, ocultando el gesto al llevarse a los labios una taza de té. Dick, Tim y Damian miraron a su padre que tosió ligeramente, encontrando la hechura del mantel de lo más interesante mientras que Diana se carcajeó, aplaudiendo ligeramente al hacerlo. Clark estaba rojo hasta las orejas.

—¿Papá? —llamó Damian.

—Sí... Clark y yo... —tosió de nuevo— Estamos en una relación.

—Ay, papá, son novios y ya todos nos habíamos dado cuenta —bromeó Dick.

Damian sintió la mirada de Bruce en él. El pequeño bajó de su silla para rodear la mesa y darle un medio abrazo porque había notado esa expresión en sus ojos de preocupación.

—Está bien —le dijo con una sonrisa— Siempre y cuando nos quedemos para siempre en Metrópolis. Sin trampas ni andar cambiando tu palabra.

—Pequeño bastardo —murmuró Tim, recibiendo un codazo de Dick que fue el único que alcanzó a escucharlo.

Sin embargo, había sido una movida planeada de parte de Damian y notó el efecto en los demás que se quedaron callados observando a su padre en espera de su respuesta, incluyendo al todavía ruborizado Clark Kent. Incluso Titus y Krypto levantaron sus orejas como si de alguna manera los canes percibieran la expectativa de todos alrededor de la mesa. Bruce los miró de reojo, bajó la vista al mantel ordinario y con un suspiro al fin dejó escuchar esas palabras que fueron como fuegos artificiales en el corazón del niño.

—No nos iremos. Este es nuestro hogar.

Hubo muchos abrazos como si fuese la cena de Navidad, la charla fue más ligera con más bromas que incluyeron la incomodidad de Bruce que fue la delicia malsana de Dick, algo que pareció más como una venganza esperada por parte de su hermano mayor. Los siguientes días ya fueron alegres, menos tensos por ello, dando la oportunidad a Damian de hablar con Dick sobre Jason Todd.

—¿De verdad lo quieres?

—Bueno, sí, Dami.

—¿A pesar de lo que hizo?

—Hay ocasiones en que es en los errores y no en los aciertos, donde conoces a las personas, hermanito.

—Pero lo van a enjuiciar, escuché a papá decirlo.

—Dijimos que ya no espiarías, Dami.

—¿Qué va a pasar entre ustedes?

Dick rodó sus ojos. —En fin, pues... la sentencia de Jason será menor, mucho menor si muestra buena conducta. Además de que tendrá recomendaciones y cosas legales que ni yo comprendo. Cuando salga... lo veré.

—¿Lo esperarás?

—Sí.

—¿Como Madame Butterfly?

—¿Eso qué quiso decir?

Damian le sacó la lengua, frunciendo su ceño al tomar una mano de su hermano que palmeó, mirándole de vuelta.

—Yo quiero verte feliz.

—No todos podemos tener un perfecto Jon a nuestro lado.

—Gracioso.

—Dami, estaré bien, ¿okay? No te preocupes.

—¿Dick?

—¿Qué pasa?

—¿Crees que mamá... estaría orgullosa de nosotros?

—Dami —su hermano le sonrió— Estoy más que seguro.

—¿Qué hacen confabulando en el cuarto de lavado? —se asomó Tim, arqueando una ceja.

—Damian acaba de llamarme Madame Butterfly.

—Solo te falta cometer el hara kiri para redondear tu drama, Dick.

—¡Hey!

—Y espera a lo que viene cuando en Kansas se enteren.

—¿Se enteren de qué? —Damian miró a uno y otro— ¿De papá y Clark?

—Y de Tim y Conner.

—¡Dick, no empieces! Tú Dama y tu Vagabundo Todd.

—¡Delante del niño no me digas así!

Alfred los encontraría en plena batalla de ropa volando por todos lados igual que las canastas, pinzas e incluso vasitos medidores de detergente que pasaron peligrosamente por su cabeza al abrir la puerta que luego cerró discretamente, advirtiendo a los demás que no se acercaran hasta que la guerra terminara. Eso sucedió cuando Krypto se robó la ropa interior y se dio una persecución por toda la casa que terminó con todos en el jardín trasero rodando con el perro. Damian se sintió feliz como en viejos tiempos, pudiera ser con cierto atrevimiento que aún mejor a su vida pasada. Ya no había lágrimas, no había lutos o silencios pesados. Todavía tenían muchos temas que hablar y resolver, pero ya no se veían tan oscuros como antes, ni eran tan dolorosos como luego de que su madre falleciera.

—Gracias, mamá —murmuró para sí, viendo al cielo estrellado tendido ahí en el pasto.

No le extrañó nada que días más adelante, Lois les mostrara un ejemplar del Daily Planet donde se leía la sentencia contra Lex Luthor por evasión de impuestos y otros cargos adjudicados luego de la confesión de Jason Todd. Una vez desarticulada el grupo de los Outlaws y esos negocios turbios, por fin pudieron poner un pie de vuelta en casa luego de conocer a toda esa gente que era amiga de su hermano Dick, quien parecía celebridad con tantas caras desfilando frente a Damian quien estuvo a punto de correr a todos al ver tan lleno su espacio familiar tan sagrado. Alfred los había mantenido al corriente en sus estudios, así que volver a la escuela no fue tan difícil y el orgullo del pequeño Wayne no iba a permitir quedarse atrás ni tampoco decir una sola palabra en contra de su hermano mayor ni su padre. Tampoco faltaron esos reporteros que buscaban tomarle fotos quien sabe por qué razón o hacerle preguntas sobre lo que pensaba del caso de su padre, gente que Titus se encargó de ahuyentar como el buen guardián que era.

Lo más extraordinario fue la visita muy inesperada de los abuelos Wayne.

Estaban angustiados por todo lo que habían leído y visto en las noticias, y Damian juró que traían las intenciones de llevárselos de vuelta. Ese temple de su padre los frenó, desviando la conversación a otro derrotero, como fue el decirles de su relación con Clark Kent. La abuela Martha parpadeó por unos largos segundos y luego abrazó a su hijo para felicitarlo, aliviando la mitad de la angustia del pequeño. Thomas Wayne, por otra parte, fue caso distinto. Se puso muy serio, llamando a Bruce a su estudio donde hablaron a solas. No discutieron, o eso le pareció a Damian porque nunca escuchó gritos de ahí, si bien el abuelo se marchó apenas si despidiéndose de forma fría de ellos. Hubiera querido que reaccionaran como lo hicieron los Kent al saber la misma noticia, haciendo una comida que le dejó el estómago a reventar.

—Las personas son únicas, también sus corazones Señorito Damian —le explicó Alfred más tarde— Tenemos caminos compartidos y el Amo Thomas un día andará con nosotros, pero necesita más tiempo.

—No le hará nada a papá, ¿verdad?

—Él fue quien le enseñó a ser fuerte e independiente, no podría reclamarle nada.

—¿Dejará de querernos?

—Eso tampoco sucederá, Señorito, él puede ser duro y bastante tradicional, pero nunca alguien que no sea capaz de amar a su familia.

La tormenta que de pronto había caído, despejó. En menos de lo que Damian pensó llegó el aniversario luctuoso de su madre, una fecha que le había parecido antes amarga ahora era un momento para poder visitar su tumba allá en Sussex y contarle lo feliz que era en Metrópolis. Renovar su promesa de ser el mejor Wayne de todos, pero muy sobre todo, presentarle a esos tontos idiotas que los querían tan de forma incondicional como los locos que eran y que llevaban por apellido Kent. Los únicos culpables de darles un hogar cuando se habían quedado desamparados, de enseñarles que una familia no siempre es de sangre y que no es malo volver a empezar cuando se cree que todo ha terminado.

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