XX

"El mejor olor, el del pan; el mejor sabor, el de la sal; el mejor amor, el de los niños."

Graham Greene.

***



—He estado pensando...

—Que alguien nos rescate porque Jon está pensando.

—¡Dami!

—¿Qué has pensado?

—No creo que sea tan malo que nuestros papás sean una pareja. Será bonito, siempre estaremos juntos y nadie podrá separarnos.

—Pero se te olvida que mi padre quiere volver a Sussex.

—¿Y si mi papá lo convence?

Damian miró a su amigo con un suspiro, estaban tumbados bajo un árbol donde la abuela Kent los había dejado a descansar luego de ayudarle a recolectar huevos, con panecillos horneados del día y unas manzanas para comer mientras ella y Conner terminaban con los deberes del rancho. El abuelo Kent había salido para indagar si no había sospechosos rondando cerca y estar prevenidos, con el pretexto de comprar algunos víveres y mantener al tanto a Lois Lane sobre los pequeños. Seguía preocupado por su hermano Dick de quien poco sabía, y por su padre, por supuesto. Una crisis nueva que los tenía distantes literalmente. Jon le observó en silencio, tumbándose luego sin previo aviso sobre su regazo con una migaja de pan pegada en una mejilla que se movió al sonreírle de esa forma que solamente ese inquieto niño sabía hacer.

—Vamos a estar bien.

—¿Vamos? —Damian arqueó una ceja, mordiendo su manzana y quitando la migaja con sus dedos.

—Lo que te suceda a ti es también para mí.

—¿Y si algo te sucede también me sucede a mí?

—No.

—Eso es injusto.

—Yo prometí que te cuidaría.

—Cuidar también es compartir, tonto.

Jon rió, sin dejar de mirarle. —Vamos a estar bien.

El pequeño Wayne rodó sus ojos, cuando Jon se ponía así era imposible ganarle a su retórica loca. A lo lejos vio aproximarse a Tim, cargando un gran canasto lleno de lo que le pareció ese infinito maíz que rodeaba el rancho de los Kent. Damian entrecerró sus ojos al notar que Conner le alcanzaba, charlando un poco con Tim antes de señalar ese canasto y tomarlo sin consultar como era manía en esa familia, para echárselo sobre un hombro antes de caminar juntos hacia donde el árbol con los niños. Al niño le pareció que Tim tartamudeaba o hacía gestos torpes a lo que fuese que le estuviera diciendo aquel joven provinciano que sonreía como si fuera el amo del mundo, apenas si perturbándose por cargar lo que a su hermano le había costado trabajo.

—¡Deja de gruñir! —rió Jon, picando una de las mejillas de Damian.

—No estaba gruñendo.

—Claro que sí, como los gatitos cuando se enojan por algo.

—¡Hey, ustedes par de flojonazos! —llamó Conner, dejando el canasto en el suelo por unos minutos— ¿No sienten la cosquilla por recoger algo del gallinero?

—La abuela dijo que podíamos quedarnos aquí —replicó Jon con un puchero.

—Damian, estamos de invitados en este hogar, debemos ayudarlos mientras estemos aquí —comentó Tim, secándose el sudor con su antebrazo.

—¿Y apestar como tú? Gracias, no. Y tenemos permiso de los abuelos Kent.

—Estos princesitos sí que nos salieron peculiares.

—Y no sabes, Conner.

—Que buena amistad han hecho ustedes dos —se le salió a Damian sin querer.

Tim se le quedó mirando de forma extraña a punto de reclamarle esa observación cuando escucharon la voz de Martha Kent a lo lejos, llamando precisamente a Tim, quien dejó a los otros tres ahí bajo la sombra del árbol para ir corriendo hacia la mujer. Conner siguió con la mirada esa carrera del otro muchacho, sonriendo como si pensara en algo con esa imagen antes de volverse a los niños con una ceja arqueada.

—¿Tu hermano está disponible? —preguntó Conner a Damian quien casi se ahogó con su manzana.

—¿Qué cara...?

—¡Dami, no digas palabrotas! —cortó Jon algo asustado, luego mirando a su primo con extrañeza— Timothy no es una vaca, Conner. O un caballo, para que digas si está disponible.

—No me refería a eso pequeñín.

—¿Entonces a qué?

—Mi hermano ya tiene a alguien —siseó Damian esa mentira le hizo ponerse rojo hasta las orejas, no muy seguro si era por esa falsedad o la indignación.

—¿En la Metrópolis ésa?

—Sí.

—No he escuchado que mencione a alguien.

—Conner, estás bien loco —amonestó Jon, viendo detrás de aquel— Creo que nos llaman.

Habían recibido una llamada de Alfred, Titus salía del hospital y lo enviaban al rancho para estar con ellos en lo que restaba su recuperación. La noticia distrajo a Damian lo suficiente para olvidar su ofensa ante lo que sospechaba quería ese tal Conner con su hermano. Tanto Jon como Tim se pusieron manos a la obra para hacerle al perro una casa donde estar, preparando una cama en la que descansaría dentro de la casa con la abuela Kent dando sugerencias. La camioneta que vino con Titus llegó por la tarde, con todos haciendo una fila para esperarlo en la entrada de la casa. Damian sonrió con un par de lágrimas al ver a su fiel guardián bajar tan digno como siempre y mover su cola al reconocerlos en un sitio desconocido para el perro. Solo traía un parche sobre su herida rasurada que sanaría sin problemas.

Una vez que fue recibido y presentado ante los Kent, se unió a esa dinámica familiar que estaban creando. Al parecer le quedaron muy bien los halagos del abuelo Kent sobre su fina estampa porque se portó como el buen perro de una familia inglesa que era. Gallardo y sin quejarse de algún dolor, luego de estar con ellos en la cena, se tumbó a descansar sobre la cama que dejaron cerca de la chimenea mientras todos se organizaban para cuidarlo y atender su herida como les habían indicado los veterinarios. También sabían que Dick ya estaba completamente consciente bajo el cuidado de su padre como de Alfred, quien prometió más noticias del hospital en cuanto pudiera comunicarse. Al parecer, era peligroso estar hablando hacia Kansas.

—Todos van a estar aquí —profetizó Martha Kent con mucha seguridad al servirles sus postres— Y las cosas se arreglarán, aún las más imposibles.

—¿Cómo lo sabes, abue?

—Jon, mi pequeño, son secretos de las abuelas.

Al otro día, temprano por la mañana cuando apenas estaban tomando el desayuno, apareció Lois Lane por la puerta. Damian no supo exactamente que habló con los adultos porque tanto a Jon como a él prácticamente los corrieron, acompañados ahora de Titus. Más tarde sabría que les habló sobre un caso de su padre en el que estaba metido su hermano Dick, más los detalles no le fueron dichos. En esos momentos, lo único que pudo hacer fue salir a caminar con su fiel can por los campos de la mano de Jon para revisar el molino como se los había pedido el abuelo Kent. Estaba por demás decir que el molino no tenía nada de malo porque ya lo había revisado y reparado el siempre solícito como impertinente Conner con su sonrisa perfecta, era un mero pretexto para sacarlos lo más lejos posible de la casa y que no estuvieran escuchando lo que no debían.

—¿Crees en la palabra de mi abuelita, Dami?

—Quiero hacerlo.

—Ella nunca ha fallado en sus corazonadas.

Dami torció una sonrisa, mirando a Jon. —Gracias.

—¿Por qué?

—Por siempre animarme... aunque fuese grosero algunas veces.

—Pero lo hice porque te quiero, no porque quisiera hacerte un favor.

—Eso es lo que dije.

—Um, hablas complicado.

—Tú que solo tienes ahí dentro dos neuronas.

Titus ladró, mostrando sus dientes a algo detrás del molino. Jon entró en modo protector enseguida, adelantándose y protegiendo con sus brazos a Damian quien frunció su ceño al ver así a su perro. Estaban a mitad de los campos de los Kent, era casi imposible que alguien hubiera caído del cielo sin ser visto. O eso pensó. Ambos niños se sostuvieron con fuerza de sus manos, pensando en qué hacer mientras intercambiaban una mirada. La presencia de Titus les dio el valor suficiente para acercarse, rodear el molino y averiguar quién se escondía detrás. Para su sorpresa, no era una persona, sino un perro blanco que estaba malherido de una pata trasera, como si alguien le hubiera dado un golpe o algo así. En cuanto los vio, bajó sus orejas y cola, gimiendo acorralado por Titus al mostrarle sus filosos y grandes dientes.

—Es un perro.

—Jon, eres el Capitán Obviedad.

—Debemos ayudarlo, está lastimado.

—Titus, tranquilo —llamó Damian, abrazando a su perro mientras Jon se acercaba mostrando sus manos al otro can— Ten cuidado, si te muerde le lanzo a Titus.

—No me morderá, ¿verdad? —Jon sonrió, poniéndose en cuclillas— Voy a ayudarte, déjame hacerlo.

—Jon...

—Casi, un poco más.

Damian contuvo su aliento cuando el atolondrado de Jon abrazó al perro que gimió y respingó, luego sacudiendo su cola. Parecía que lloraba. Acarició la cabeza de Titus, caminando a donde su amigo para ayudarle a cargarlo entre los dos porque era demasiado grande para Jon. Fue una tarea que los dejó exhaustos y sudados para cuando tocaron la puerta trasera, con la abuela Kent asombrándose de su carga. Tim dijo que lo habían atropellado, seguramente cuando intentaron abandonarlo porque era un perro criado en casa, no callejero, hasta tenía un collar azul con una argolla rota. Un signo de que habían quitado la placa para que no dieran con los dueños. Eso hizo enojar mucho a Damian, queriendo encontrar a esos idiotas. Jon, por su parte, se soltó a llorar en cuanto lo escuchó, abrazando al perro que lamió sus mejillas húmedas.

—Parece que alguien ya hizo migas —comentó Lois con manos en la cintura.

—Titus, vas a tener que compartir cama.

Las palabras de Conner parecieron no hacerle gracia al otro perro, Damian arqueó una ceja al verlo mostrar apenas los colmillos. Titus hizo gala de su educación dando la mitad de aquella cómoda colchoneta que compartió con el convaleciente perro desconocido por el resto de la noche porque la abuela Kent dijo que hacía mucho frío para que ambos durmieran afuera. Lois Lane se retiró, diciéndole a Damian sobre su hermano involucrado en un caso de su padre, pero que lo ayudarían con todo lo que pudieran.

—Debes ser fuerte, por Bruce y Richard, ¿okay?

—Okay. ¿Señorita Lane?

—Dime, cariño.

—¿Papá estará a salvo?

Lois le sonrió, pellizcando una de sus mejillas. —Clark no permitirá que nada le pase, eso te lo puedo garantizar. ¿Un beso de despedida?

Los siguientes días fueron normales, con aquel perro siendo un fiel compañero de Jon como Titus lo era de Damian. Como necesitaba un nombre, estuvieron debatiéndolo y al final la ocurrencia de Conner Kent ganó solamente porque a todos se les hizo divertido que ese perro de pelo blanco se llamara Krypto bajo una idea tonta sobre la criptografía que le gustaba a aquel muchacho y que el resto aceptó entre bromas y los ladridos del rebautizado perro. Lois lane apareció de la misma manera que la vez anterior, temprano por la mañana para hablar con ambos Wayne. Su hermano mayor sería dado de alta, estaba mejor, más la noticia que realmente importó fue que estaría ahí con ellos en Kansas en lugar de tomar un vuelo para Sussex. Eso animó tanto a Tim como a Damian, quienes intercambiaron una mirada de esperanza entre ellos.

—Chicos —Lois les abrazó— Tengo que decirles algo más.

—¿Dick está bien, verdad?

—Sí, Dami. Y al mismo tiempo no. Verán... él está muy triste, por todo lo que ha pasado. Así que lo verán decaído, quiero que sepan esto para que estén prevenidos. ¿Okay?

El que Tim no hiciera preguntas hizo sospechar al niño que ya sabía qué era la causa de tal tristeza en su hermano. Damian dejó ese tema para después, Dick viajaría a donde ellos y eso fue suficientemente importante incluso con el tema de las insistencias de Conner sobre Tim, quien tampoco parecía muy dispuesto a rechazarlas. Ya comenzaba a atardecer cuando aparecieron dos autos por el horizonte, uno compacto y una camioneta que se estacionaron frente a la casa. En ese momento, el pequeño Wayne se percató de que los Kent hablaban en serio sobre protección porque tanto el abuelo Kent como Conner traían escopetas cargadas, igual que Martha. Hasta Krypto pareció haber adoptado ese talante guardián en tan pocos días.

—Hey, familia, ¿cómo están? —saludó un tranquilo Clark Kent.

—¡Papá! —Jon corrió a los brazos de su padre, riendo como loco.

Tim y Damian fueron con Alfred apenas le vieron bajar de la camioneta, estrujándolo en un abrazo desesperado que pasó a Dick en cuanto éste asomó la cabeza por la portezuela. Ver ese tobillo enyesado fue impactante para Damian, pero no más que la expresión de su hermano mayor. Dick hizo un esfuerzo titánico por sonreírles y eso dejó consternado al niño. Estaba igual o peor de triste que cuando fue el funeral de su madre, no tenía ese brillo en los ojos que siempre le había caracterizado, ni tampoco los gestos. Tenía ante sí, una versión gris de Richard Wayne que por nada le sacó lágrimas de no ser por un abrazo alrededor de sus hombros que le dio Clark. Lois no había mentido sobre Dick, algo le pasaba. Con los agentes cuidando alrededor de la casa, todos fueron dentro para cenar bajo un ambiente extraño.

Y lo fue cuando su hermano mayor apenas si probó bocado, bajo el pretexto de que todavía se sentía mal por los medicamentos que le habían administrado en el hospital. Alfred le ayudó a retirarse, dejando a Damian y Tim consternados porque ambos habían notado la inquietud como esas ganas inminentes de llorar en Dick. La cena terminó con Clark despidiéndose para volver con Bruce, aún había cosas por resolver, ese caso que parecía estar haciendo algo en su familia. Damian se asomó por el delgado espacio entre la puerta y el marco en la habitación donde su hermano dormiría, queriendo darle esas buenas noches de siempre sin poder hacerlo al verlo tan abatido, cubierto por las cobijas que Martha Kent había hecho anteriormente.

—Ahora no, Señorito Damian —susurró Alfred, tirando apenas de él.

—¿Qué le sucede, Alfred?

—Su hermano necesita tiempo, Señorito.

El pequeño se sintió desolado, corriendo de vuelta a la recámara y metiéndose bajo las cobijas de la cama de Jon a quien abrazó, sintiendo los brazos de éste envolverle. ¿Qué le había pasado a Dick? ¿Había sido por el secuestro? ¿Era por su fractura? ¿Por estar envuelto en el caso de su padre? Damian se quedó dormido pensando en esas preguntas sin respuesta. Los siguientes días fueron muy extraños, con los abuelos Kent siempre tratando de distraerlos o de desviar las conversaciones a cualquier cosa menos a Dick, quien a veces simplemente se levantaba ayudado con su muleta y se marchaba a su recámara donde se encerraba o bien salía al campo solo. Apenas si reparó en la presencia de Krypto, o las travesuras de Jon. Tim y Damian estaban con el Señor Kent aprendiendo a diferenciar cabras cuando vieron a su hermano mayor entrar al granero a toda prisa, casi maldiciendo a su muleta por no llevarlo pronto al interior del granero donde se quedó.

—Hay veces en que los hermanos mayores, necesitan no ser los hermanos mayores —murmuró el abuelo de Jon, guiñándoles un ojo y dejándolos.

Tim miró a su pequeño hermano quien le devolvió el gesto. Los dos fueron al granero, entrando como si estuvieran en un campo minado hasta dar con Dick quien estaba sentado sobre una viga de madera junto a las vacas, mirando a la paja amontonada frente a él con expresión perdida. No los escuchó sino hasta que casi estuvieron frente a él, sin embargo, no pudo protestar y pedir que le dejaran solo pues enseguida Timothy lo abrazó con fuerza, en silencio. Damian observó el intento del mayor por quitárselo, temblando y de pronto, echando a llorar. El propio niño sintió sus lágrimas al verlo, corriendo a abrazarlo también sin saber qué decir. Tan solo era un niño por más que aparentara ser muy maduro y esas cosas escapaban a su comprensión. Recordó algo que le dio una idea, comenzando a canturrear esa canción de cuna que su madre les enseñara cuando eran más pequeños y temerosos de la oscuridad.

Dick lloró con ellos.

Cuando al fin cesaron las lágrimas y solamente quedaron ojos rojizos e hinchados con sonrisas tontas, Tim sacó un pañuelo que compartieron pese al disgusto inicial de Damian por ello, mirando a su hermano cuyo rostro tomó entre sus manos cuando lo notó más tranquilo y menos huraño.

—Ahora nos toca a nosotros cuidarte.

—Sí, no te preocupes, Dick, estás en buenas manos... más o menos —bromeó Tim.

Su hermano mayor suspiró, tallándose con el dorso de la mano sus últimas lágrimas antes de reír cansado, más tranquilo, despeinando a Damian quien se quejó.

—Lo siento, creo que no soy el buen hermano que creían.

—Claro que lo eres, tonto —refunfuñó el niño, acomodándose sus cabellos— Siempre lo serás.

—Acá el enano tiene razón, Dick. Tranquilo, ¿de acuerdo? Somos familia y podremos salir adelante, porque...

—Porque somos los Wayne —terminó Damian con mentón en alto.

—¿Qué haría sin ustedes?

—Seguramente oculto en otro granero pensando que no sirves para nada.

—Auch, Timbo.

—¿Dick?

—¿Dime, Dami?

Este le sonrió. —Quiero que sepas, que no importa lo que te haya pasado o hayas hecho, siempre serás mi hermano mayor y a quien quiero mucho.

—Igual por acá.

—¿A qué se debe este súbito ataque de soporte emocional, eh?

—Tal vez a que has estado más espantoso que el maquillaje de la prefecta escolar.

Los tres rieron a la broma de Tim, con un nuevo abrazo en silencio que solamente fue cortado por un mugido de una vaca que pareció quejarse de la invasión de su espacio. Martha los esperaba afuera del granero para darles un buen trozo de tarta que comieron más que a gusto, esta vez sin que Dick se levantara o rechazara la comida. El ambiente se aligeró, quedando solamente Conner con sus idioteces que Tim aplaudía o Krypto correteando a Titus por la casa. A Damian se le ocurrió una noche mientras observaba el rostro relajado de Jon babeando su almohada, que tal vez ahí en Kansas estaban muy bien porque estaban con la gente que los quería lo suficiente para no hacer preguntas y esperar a que ellos hablaran, cuidándolos únicamente porque así lo deseaban. Los Kent con los Wayne, pensó el pequeño, parpadeando apenas al pensamiento.

—¿Cómo fue que papá no nos ha enviado directo con los abuelos? —preguntó al día siguiente Tim, en el almuerzo.

—Clark lo convenció.

Jon miró a Damian triunfal, haciendo que este rodara los ojos y negara.

—Es muy curioso su padre —comentó Martha, sirviendo otra porción de fruta a los comelones— Me recuerda a una caja fuerte.

—No pudo describirlo mejor —sonrió Dick— Gracias.

—No hay de qué, cariño. Tienes que comer más, estás muy delgado. Esas comidas de hospital dejan más enfermos que sanos —advirtió ella, arqueando una ceja antes de continuar— Pero como todas las cajas fuertes, siempre hay un espacio vulnerable.

—Y papá lo encontró —comentó inocentemente Jon sin enterarse de qué había dicho.

El abuelo Kent arqueó una ceja al escucharlo, mirando a Alfred quien encontró en ayudar a la abuela Kent un pretexto evasor perfecto. Damian se encogió de hombros, picando su fruta.

—Quiero ver a papá.

—Será pronto, cielo, será pronto —Martha acarició sus cabellos.

—Yo creo que los Kent somos la llave de las cajas fuertes de los Wayne —esta vez fue Conner quien habló muy seguro, mirando a Tim quien desvió su mirada, tosiendo un poco.

—Creo que me he perdido de algo —bromeó Dick.

El salvador fue el teléfono de la casa que sonó en esos instantes, cortando la necesidad de alguna pregunta directa. Lois Lane, esa hiperactiva mensajera e intermediaria, les llamó para avisarles que pronto todo terminaría. Alfred pareció hablar en clave con ella, despidiéndose amablemente antes de colgar y volverse hacia Dick.

—Su padre quiere que lo lleve a Metrópolis, Joven Richard. Debe testificar.

—¿T-Testificar? —Dick pareció perder el color de su rostro, tensándose— ¿Contra...?

—Y hablar con él.

—¿Hablar con quién? —Damian tiró de la camisa de su hermano— ¿Dick?

La mano gentil de su hermano mayor acarició su mejilla sin responderle. Fuese lo que fuese, Damian se percató que era la fuente de sus lágrimas porque estas aparecieron en los ojos de Dick, aunque no escaparon de ellos. Jon le abrazó, siempre intuitivo cuando necesitaba de soporte, una vez que su hermano se separó con Alfred para prepararse. Aquella noche, el pequeño hizo lo que nunca había hecho en todo ese tiempo. Oró a su madre porque cuidara de Dick y que todo se resolviera para bien, con ellos sanos y salvos en Metrópolis, en Kansas.  

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