XVIII
"Un padre no es el que da la vida, eso sería demasiado fácil, un padre es el que da el amor."
Denis Lord.
***
Bruce había hecho varias promesas a lo largo de su vida, la mayoría le habían pertenecido a Talia al ser su compañera de vida. Entre ellas se encontraba el proteger a sus hijos sin importar el costo, una promesa que le fue recordaba cuando ella agonizaba en el hospital. Así que en cuanto supo lo que le había sucedido a su hijo, su mente solamente tuvo un objetivo que perseguir: el recuperarlo así tuviera que enfrentarse a todas las huestes del Infierno para lograrlo. Primero envió a Demian y Alfred de vuelta con sus padres en Sussex, no quería más de esos episodios mientras buscaba a Dick y luego a Tim quien aparentemente había ido en busca de ayuda que solamente el chico podía conseguir en esos lugares de mala muerte. Diana le había encontrado antes de ir a la comisaría a donde habían llevado a su pequeño hijo y su mayordomo, tratando de hacerle entrar en razón, pero Bruce no escuchaba. Simplemente no podía.
—Me diste tu palabra, Diana, y me fallaste. No debí confiar en ti.
—Bruce, podemos...
—No, lo haré solo.
—¿Qué cosa harás?
Talia le había enseñado, ella sabía que no podían solamente depender de sus habilidades, así que lo entrenó en cuanto pudo y él jamás olvidó eso. Una vez que dejó a Demian y Alfred en el aeropuerto, con Clark buscándole como un loco, fue a una bodega rentaba desde que ellos llegaran a Metrópolis donde guardaba esas cosas que sus hijos jamás debían ver. Armas, equipo, uniformes. Para ellos, su madre había sido simplemente una detective en Scotland Yard, no una espía que podía dejar en ridículo a un personaje como James Bond. Solamente necesitaba su arma de asalto que tenía bien oculta en el departamento, volviendo a él para sacarla de la pared falsa. Nunca podía subestimar a sus enemigos, algo que había hecho al confiar en aquel par. La vida de Dick dependía de que lo encontrara lo más rápido posible o lo próximo que escucharía sobre su hijo sería que debía reconocer su cuerpo en una morgue. No iban a pedir rescate nunca.
—¿Papá...?
—Tim —Bruce se giró, caminando hacia el adolescente mirándole fijamente con una mano en su hombro que apretó con fuerza— Debes...
—¡Sé dónde está Dick!
—¿Qué...?
—Cuando vivía allá... tú sabes, una vez ayudé a un tipo de la edad de Dick y podría decirse que nos hicimos amigos —explicó Tim apurado— Lo busqué, no es alguien fácil de encontrar y le pedí el retorno del favor diciéndome donde estaba Dick...
—Sigue.
—Es que...
—Timothy.
El joven se mordió un labio preocupado, mirando el uniforme de Bruce, apenas cayendo en la cuenta de cómo iba vestido... y armado.
—Papá, ¿qué...?
—Habla.
—Los hombres que se llevaron a Dick, a veces o casi siempre trabajan con Red Hood, el tipo del que hablo... y bueno... sí me supo decir.
Bruce se quedó un momento cual estatua al escuchar el nombre de Red Hood, una de las cabezas de los Outlaws, la banda que trabajaba para Lex Luthor y que Clark había estado tratando de localizar encontrando solo callejones sin salida. Y ahora...
—¿Red Hood ordenó secuestrar a mi hijo?
—Papá, dime qué no pretendes...
—¡¿Dónde está?! ¡Habla ahora, Timothy!
No había sido su intención ser tan rudo con Tim, simplemente tenía que salvarlo y de paso quitar de en medio ese elemento llamado Red Hood. Al cuerno la investigación y el caso. Se trataba de su hijo. Mientras manejaba rumbo al muelle olvidado no lejos de donde Clark había visitado al famoso Arsenal y después de ordenar a Tim avisar a Diana Prince, los ojos de Bruce se humedecieron recordando sus primeros días como padre primerizo con Richard. Cuando nació, sus primeros pasos, esa vocación desde muy pequeño por treparse por donde quiera y hacer piruetas que le podían costar uno que otro diente roto. Su pequeño. Le temblaron las manos al sujetar con más fuerza el volante, saliendo de Metrópolis rumbo al muelle. Ya era medianoche, el tiempo se agotaba para Dick en manos de aquel rufián que probaría sus balas.
Le sorprendió apenas un poco el que Clark Kent llegara casi al mismo tiempo que él, seguido minutos después por Diana quien traía consigo un convoy para rodear el sitio, ambos preparados con otro uniforme de asalto. Las palabras no sirvieron con él. No esperaría. Desobedeciendo las órdenes de Diana, Bruce entró al almacén abandonado, colándose en los ductos para llegar lo más cerca posible de los cuartos sellados que sabía tenían esos lugares y que si las narraciones de Tim sobre cómo trabajaban eran ciertas, ahí encontraría a su hijo. Se desconectó el comunicador al escuchar todo el tiempo la voz histérica del periodista suplicándole que esperara a que los agentes y la policía pudieran coordinarse. Escuchar un sollozo, hizo que se arrancara el aparato, luego de desnucar un par de maleantes distraídos, podrían pasar mil años, pero siempre reconocería el llanto de Dick.
Cuando localizó el cuarto, sacó la pequeña granada que tenía consigo, con un explosivo para derribar ese concreto macizo que le separaba de su objetivo. Bruce entró con toda la sangre fría apuntando a la figura de pie que se dejó ver con un mechón blanco en la frente. Le disparó a quemarropa si bien el humo de la explosión no le dejó tener una puntería certera, al menos envió al bastardo contra la pared para noquearlo. Dick estaba atado a una silla, llorando, pálido con sangre escurriendo por una sien además de heridas y moretones. Al abogado le hirvió la sangre de solo verlo, apurándose a cortar sus amarres y quitarle las esposas para sacarlo de ahí antes de que Diana hiciera su desastre. No tenía mucho tiempo, los otros maleantes no estaban lejos, con la explosión llegarían a tropel.
Luego pasó lo inesperado, el secuestrador se levantó desconcertado pero furioso con arma en mano. Bruce le apuntó para darle esta vez, tenía como justificar su asesinato. Fue su hijo quien empujó su arma al techo abriendo un boquete con un grito. Un silbido atrajo la atención de Wayne, reconociendo otra granada que no era suya al tiempo que sonaron las sirenas y el altavoz de la policía de Metrópolis para anunciar el asalto. Dick le miró, angustiado sin saber cómo decirle lo que fuese que deseaba decir, por detrás de él vio al otro joven, ese del mechón blanco que le hizo fruncir su ceño al reconocerlo mejor. Bruce gruñó, la rabia cobró más bríos cuando se dio cuenta que Red Hood, ese hombre al que estaban buscando como al resto de los Outlaws era nada menos que ese noviecito de su hijo, el jugador de fútbol americano.
—Tú...
—¡Papá, no!
El abogado tumbó a un lado a su hijo, disparando esta vez mucho más rápido que Jason, a quien le dio en la cadera, escuchando silbar la bala cerca de su oído que éste disparó con su automática. La granada estalló empujándoles a un lado opuesto. Dick se levantó, tironeando el arma para quitársela. Bruce no le escuchó. Solo quiso que aquel maldito bastardo traidor se muriera, había usado a su hijo para llegar a él y eso nunca se lo iba a perdonar. Todd soltó el arma al estar herido, tambaleándose al ir hacia ellos. Fue una pelea extraña, entre Bruce y aquel muchacho con Dick interponiéndose mientras un fuego cruzado perforaba las paredes que precariamente estaban protegiéndoles. Uno de los ayudantes de Red Hood le gritó algo desde el pasillo que hizo a este abrir sus ojos de par en par antes de gritarle algo que no alcanzaron a escuchar, pues una nueva explosión lanzó a todos fuera de aquel cuarto.
Una bomba activada por protección para eliminar toda evidencia cimbró el almacén, haciendo que estallara en pedazos que fueron cayendo en un fuego que comenzó a consumirlo todo. Los agentes de la Interpol dirigidos por Diana los buscaron, Bruce ya se había levantado pese a estar aturdido, ayudando a Dick a andar sujetándolo por su costado. Ella soltó una serie de maldiciones en griego antes de ir a ayudarlos, sacando a ambos de ahí antes de que toda la construcción se viniera encima. Las ambulancias ya estaban llegando, cosa que el abogado agradeció para que atendieran de inmediato a su hijo, no siendo consciente de sus propias heridas hasta que Clark prácticamente lo sacudió cual muñeco para sacarlo de ese estado.
—¡Suficiente, Bruce! ¡Detente ya! —gritó el periodista al borde del llanto.
Dick fue puesto en la camilla, con los paramédicos atendiéndole. Su hijo alcanzó su mano para tironearlo hacia él.
—¿Dick?
—Papá... —este sollozó, mordiéndose un labio con los ojos hacia el almacén en un gesto que comprendió su intención— Por favor...
Esa mirada, llena de angustia, de súplica, que le recordó a su esposa muriendo en una camilla de hospital hizo que su furia de pronto se desvaneciera. Bruce tragó saliva, apretando sus puños. Sabía lo que su hijo estaba pidiéndole y no pudo rehusarse por más en desacuerdo que estuviera. Con un violento manotazo, se deshizo del agarre del periodista para ir corriendo de vuelta hacia el almacén en llamas. Clark jadeó, abriendo sus ojos de par en par y tomando un casco para ir detrás de él, llamando a Diana quien alzó sus brazos al cielo, pidiendo un escudo a uno de sus agentes.
—¡Hombres!
No sería sino hasta mucho después que Bruce lo aceptaría, que agradeció la presencia de Clark y Diana cuando entró a ese incendio devorando al resto de los secuestradores como de la poca evidencia que hubieran podido conseguir. Se abrieron paso entre los escombros hasta que encontraron a Jason Todd bajo una columna que había fracturado su brazo al protegerse de su caída. Bruce miró a Kent quien asintió al entender, ambos levantando esa madera ardiendo a costa de quemar sus manos para liberarlo. El periodista se echó al hombro al muchacho mientras Diana los cubría con el escudo, guiándolos entre el humo y el fuego para salir de milagro justo cuando todo colapsó en un segundo estallido. Con su misión cumplida, Wayne al fin pudo caer inconsciente.
—¡Bruce!
—¡Paramédicos!
Bruce despertaría en el hospital, adolorido a morir con la cabeza martilleándole y un angustiado casi lloroso Clark a su lado, mismo que se levantó como rayo al verlo moverse.
—Bruce, por todos los cielos, quédate quieto. Todo está bien.
—Dick, ¿dónde está?
—En la habitación contigua, está bien. Bruce Wayne, la próxima vez que te dé por ser un vengador solitario vas a tener serios problemas conmigo. ¡Casi mueres ahí!
—La vida de mi hijo estaba en peligro.
—¿Y por eso te volviste una especie de súper héroe oscuro y gruñón?
—¿Qué hubieras hecho si hubiese sido Jon?
Kent dejó caer sus hombros. —Olvido que eres abogado, lo tuyo es repelar —el periodista se sentó en la orilla de la camilla, inclinándose hasta que sus frentes se juntaron, tomando su mano libre ya que la otra estaba enyesada— Temí que murieras, Bruce. Entiendo por qué lo hiciste, pero...
—Tus manos están quemadas.
—Como las tuyas.
—¿Diana está bien?
—Quiere ahorcarte, pero está bien, están cuidando este piso por si te lo preguntas. Ese muchacho...
—¡Papá! —Tim casi tiró el café que traía cuando entró a la habitación, corriendo a abrazarle con suavidad para no lastimarle— No vuelvas a hacer eso.
—Lo haré cuantas veces sea necesario si ustedes están en peligro.
—¿Y si algo te pasa a ti?
—Es lo que he tratado de decirle —se unió el periodista con una risa quieta— Bruce, tú también eres importante... digo para todos.
—Ah, no tienen que fingir, ya lo sé —Tim soltó una risita, sentándose del otro lado de la camilla— Está bien.
—Quiero que vayas con Damian y Alfred.
—¿Qué? Papá, ¿qué...?
—Esto no se ha terminado y puede volverse más peligroso para ustedes.
—Bruce...
—Pero, papá, al menos deja que me quede contigo hasta que te recuperes.
Esas parecieron las palabras mágicas para que Bruce se sentara, quitándose todos los cables y la intravenosa. No hubo poder humano que le detuviera para ponerse de pie, dejando la camilla e ir a la habitación de su hijo que aún estaba inconsciente pero estable. Tim le suplicó que lo pensara mejor, igual que Clark. A ninguno le hizo caso, dándole el dinero a su hijo y escoltado por Diana hasta el aeropuerto, estaba determinado a que volvieran a Inglaterra una vez que todo se aclarara. Tenían a Red Hood, por accidente, por casualidad o lo que fuera. Los médicos tenían buen pronóstico para su salud, no moriría y lo podrían interrogar sobre Lex Luthor. Bruce estaba consciente de que la cárcel esperaba por aquel muchacho, era algo inevitable por más lágrimas que Dick pudiera derramar esta vez. Estaba fuera de sus manos eso, y tampoco era que tuviera muchas ganas de que cambiara la situación.
—Disculpen, ¿aquí está Richard Wayne? —preguntó un hombre muy alto de cabellos rubios que caían sobre sus hombros con una sonrisa muy cortés al momento de ofrecer su mano. Era agradable y apuesto, tuvo que aceptarlo— Oh, Andrew Pulaski. Soy amigo de Dick, y de sus amigos. Ellos están abajo pero no los han dejado subir.
Bruce le saludó receloso, adolorido con su cabestrillo que Clark le obligaba a usar.
—Señor Pulaski, Dick no me había mencionado de usted.
—Por buenas razones —respondió Andrew sin perder la compostura— Usted es su papá, ¿cierto? He visto su rostro en los medios. ¿Puedo hablar con usted?
Con Kent cual perro guardián cuidando la puerta, ambos hombres entraron a una pequeña oficina para hablar. Aparentemente Dick había hecho amistad con más gente de la que podía contar. Bruce escuchó al que se presentó como astronauta, comprendiendo el por qué su hijo había terminado conociéndolos. Luego del secuestro que llegó a oídos de todos en la universidad, Víctor Stone y su banda pidieron ayuda a cuantos pudieran auxiliarles, Andrew como su pareja, Lucas, estaban en la lista no solo por amistad sino por influencias.
—Dick me contó de su situación, Señor Wayne. Y sé que en estos momentos usted debe estar decepcionado o molesto con él por lo de Jason. Solo le pido que comprenda a ambos, sobre todo a Todd, sé que pido lo imposible en estos momentos, como padre lo entiendo. Tengo una pequeña hija y arrasaría con la galaxia si eso la mantuviera sana y salva, pero seamos realistas. No podemos meter en una burbuja a nuestros hijos. Tienen que cometer sus propios errores, tienen que salir heridos por ello, solo podemos estar ahí para cuando nos busquen, sin juzgar.
—No es solamente un corazón herido, Señor Pulaski.
—Mi esposo, Lucas, fue como Jason. Estuvo en muy malos pasos antes de conocernos. Yo lo odiaba —sonrió Andrew— Y ahora tenemos una familia. La gente puede cambiar cuando encuentra aquello que le da la razón para hacerlo, además de uno mismo, por supuesto. A lo que quiero llegar es que no voy a negar lo que ese muchacho ha hecho y puede saber para que lo estén resguardando de esta manera. Solo quiero que considere, Señor Wayne, que, si es algo que Dick quiere, permita que sea Dick quien tome la decisión. Si ha de llorar, esté ahí para limpiar sus lágrimas, pero no le quite la oportunidad de hablar con Jason, ni de que éste pueda cambiar gracias a que ha conocido a través de su hijo ese camino que posiblemente no había considerado.
—Iba a dispararle cuando los encontré.
—Para nosotros, aquí en la Tierra, el sol solo sale una vez al día. Allá, en el espacio lo hace docenas de veces. Las cosas son relativas ni lucen como pensamos. También es algo que su hijo debe aprender por sí solo, si no permite que nada le suceda, realmente arruinará su vida.
—Gracias, Señor Pulaski. Y dígales a los amigos de mi hijo que luego lo podrán ver, en cuanto despierte.
—Gracias por su tiempo, Señor Wayne.
Bruce acompañó a Andrew al elevador, volviendo a la habitación de Dick caminando al lado de Clark quien parecía estallar por algo que llamó la atención del abogado, arqueando una ceja al detenerse frente a la puerta donde dormía su hijo.
—¿Qué?
—¿Por qué hablaste a solas con ese hombre?
Sin pensarlo, Bruce rió un poco. —Clark... ¿estás celoso?
—Bueno —el periodista desvió su mirada, sonrojándose con fuerza— A la mejor.
—Quiere que le dé una oportunidad a Jason Todd.
—Oh.
Wayne bufó, acercándose un poco mirando alrededor antes de levantar su vista a Kent.
—Eres imposible, Kansas. Ahora, quisiera estar con mi hijo a solas, tengo cosas qué pensar.
—Si me prometes que no saldrás volando por la ventana ni harás explotar nada. Y que comerás lo que te traiga.
—Clark, ve por esa comida.
El abogado solo rodó sus ojos antes de tomar el picaporte, observando la espalda ancha de Clark Kent mezclarse entre enfermeras y abogados. Celoso. Sonrió para sí mismo, entrando a la habitación y tomando asiento a un lado de Dick quien estaba pálido con una cánula de oxígeno y una intravenosa para el suero y medicamentos. Por su fractura sufrida probablemente tardaría en volver a sus competencias de gimnasia, definitivamente no habría competencia interuniversitaria para él este año. No sería posible. Bruce suspiró, negando, mientras pensaba en lo que le había dicho Andrew Pulaski sobre Todd, no se sintió con el ánimo de perdonarlo todavía. Había enamorado a su primogénito para luego lastimarlo de esa manera, física y emocionalmente. ¿Fueron las órdenes de Lex Luthor? Iba a hundir al hombre hasta el círculo más profundo del infierno o dejaba de llamarse Bruce Wayne.
Sacó su celular, mirando la cantidad de mensajes que tenía perdidos, entre colegas, su jefe, los de Clark y los de Diana. Le extrañó no ver ninguno de sus padres respecto a la llegada de sus hijos, quizá estaban demasiado ocupados consolándolos. Bruce suspiró al recordar el llanto de Damian o el rostro decepcionado de Tim cuando lo envió al aeropuerto. Se llevó una mano a su frente que talló despacio, mirando a Dick dormir tan tranquilo, ajeno a la tormenta que estaba por aproximarse. No podía, le costaba demasiado que siguieran en Metrópolis cuando por azares del destino tenían con qué asestar el golpe definitivo a la cabeza que tanto dolor le había infundado.
Wayne simplemente no podía concebir quedarse en la misma ciudad que un corrupto y poderoso hombre de negocios controlaba en tanto no estuviera en la cárcel. Negando, Bruce decidió llamar a sus padres. Extrañaba hablar con ellos, su estancia en Metrópolis le había alejado un tanto de ellos, además de la distancia. Y Clark Kent. Esperó paciente, recostándose en el sillón, observando su cabestrillo en tanto esperaba la llamada que al fin fue respondida, sonriendo al escuchar la dulce voz de Martha Wayne al otro lado de la línea.
—¿Mamá?
—Bruce, cariño. Cuanto tiempo, ¿todo bien?
—Sí... bueno. ¿Cómo están los niños?
—¿Niños?
—Mis hijos.
Hubo un silencio de parte de su madre, que le hizo fruncir el ceño.
—¿Mamá?
—Ah, no entiendo tu pregunta, hijo.
—Envié a Alfred con mis hijos a casa, mamá. ¿No están contigo?
—Oh, bueno, he hablado con Alfred recientemente pero no están aquí, amor. ¿Por qué los enviarías? Me parece que su ciclo escolar aún no termina y...
—¿Qué? ¿Hablaste con Alfred? ¿Hace cuánto, mamá?
—Un par de horas, de hecho, me dijo que todos estaban muy bien.
—¿Te dijo dónde estaban?
—Sí, tenían una visita... am, oh, sí, en Kansas. ¿Lo he pronunciado bien, Bruce? ¿Bruce?
Bruce estaba boquiabierto, con una mano temblorosa sujetando el celular. La puerta de la habitación se abrió, creyó que era Clark, pero en su lugar, estaba nada menos que su mayordomo con una expresión de culpa en el rostro.
—Luego te llamo, mamá. Tengo algo qué hacer.
—Cuídate mucho, hijo. Te quiero.
El abogado colgó la llamada, entrecerrando sus ojos con su mandíbula tensa. —¿Y bien?
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top