XVII

"Si yo sé que tú eres, y tú sabes que yo soy, quién va a saber quién soy yo cuando tú no estés."

Bree.



—Señorito Damian, ¿está escuchándome?

—Y-Yo... sí... creo, ¿dijiste algo, Alfred?

Este dejó caer ligeramente sus párpados al ver el rostro pálido del pequeño, acariciando una mejilla para ponerse en cuclillas y mirarle a los ojos.

—Todo va a estar bien, no quiero que se separe de mí en ningún momento, ¿de acuerdo?

—O-Okay.

Damian estaba aterrado, nunca había experimentado algo así ni de tal magnitud. Estaban en la comisaría donde habían hecho muchas preguntas a Alfred sobre lo sucedido, el paradero de Tim o del secuestro de Dick, el estado de Titus. Sus lágrimas ya se habían secado en sus mejillas, dejando un rastro claro entre el polvo y pasto que se pegó a su rostro cuando todo sucedió. No se percató de que había estado temblando hasta ese momento, y fue porque respingó al escuchar la voz de su padre tronar en el pasillo como si estuviera reclamando sangre. Damian sujetó la mano del mayordomo al ver a Bruce caminar entre los policías, deteniéndose apenas a hablar con una mujer que nunca había visto pero al parecer su padre sí la conocía porque le habló de una manera muy ruda. Estaba iracundo. Cuando uno de esos detectives le detuvo pidiendo que se calmara o no le permitirían hablar con ellos, es que Bruce se contuvo apenas.

—Todo va a estar bien, Señorito.

Alfred estaba tranquilo, aunque su mirada expresaba angustia, ese talante que poseía para no alterarlos más a ellos así el cielo estuviera cayéndose a pedazos. A los pocos minutos llegó también Clark Kent, tratando de hablar con su padre a quien abrazó una vez que los dejaron cruzar la puerta que los separaba. Las manos de Bruce recorrieron su cuerpo como buscando una herida, prácticamente castañeando sus dientes mientras la mujer alta y ciertamente muy bonita trataba de hacerlo entrar en razón.

—... Bruce, vamos a encontrarlo, por favor...

—¡No! ¡Confíe en ustedes! —su padre se puso de pie, mirando con rencor a la dama y a Kent— ¡Ahora tengo dos hijos perdidos!

—Amo Bruce...

—Ustedes —este se giró para mirarlos de nuevo, sobre todo al pequeño Damian— Tomarán el primer vuelo de vuelta a Inglaterra.

—¡¿Qué?! —corearon todos menos Bruce.

Damian abrió sus ojos en franca ofensa, su primer pensamiento pese a estar muriendo de miedo por su hermano mayor, fue que eso significaba que volvían a Inglaterra y dejarían atrás a Metrópolis. Donde estaba su vida, donde estaba Jon. Eso no podía suceder.

—P-Papá, no... yo no quiero.

—No fue pregunta. Alfred, encárgate.

—Como ordene, Amo Bruce.

—¡Papá, no! —Damian sollozó de nuevo, tirando del saco de su padre— ¡Yo no quiero irme!

—¡He dado una orden!

—Bruce...

—¡Cállate, Clark!

El humor de Bruce no daba ninguna oportunidad al diálogo, y entre sollozos ahogados, Damian se marchó de la comisaría en los brazos de Alfred con Bruce aún peleando con los otros dos adultos. Fueron al departamento, haciendo unas maletas que el mayordomo preparó contra la voluntad del pequeño que quiso darle un mensaje a Jon, pero había perdido su celular en aquel ataque y bajo la mirada furiosa de su padre ni siquiera quiso intentar algo más. Sus lágrimas engrosaron al llegar al aeropuerto donde se separaron de nuevo de Bruce, quien le juró que traería de vuelta a Dick y a Tim de quien tampoco se sabía. Rogó como nunca lo había hecho antes porque les dejaran estar en Metrópolis, recordándole a su padre esa promesa de quedarse para siempre.

—Las cosas cambian, Damian. Alfred, ¿tienes los boletos?

—Sí, amo. Por favor, tenga cuidado.

—Llámame cuando hayan llegado con mis padres.

—Así lo haré.

—¡Papá! ¡Papá, no! ¡Lo prometiste!

Solo recibió un beso fugaz en sus cabellos antes de que Alfred se lo llevara hacia la sala que les correspondía para esperar a que fueran llamados. Damian siguió sollozando sin poderse controlar, no quería dejar de ver a Jon. Tampoco que algo malo le sucediera a Dick. El mayordomo sacó un pañuelo para limpiar sus lágrimas, consolándole con tranquilidad. ¿Cómo podía estar tan sereno si estaban por tirar a la borda lo que tanto trabajo les había costado? Ni siquiera se podían llevar a Titus porque estaba hospitalizado y así no podía viajar. Cuando vocearon el vuelo a Londres, se levantaron con sus maletas. Damian colgó su cabeza muy resignado, siguiendo obediente a Alfred quien le guió por unos pasillos que terminaron frente a un taxi.

—¿Alfred?

—Por favor, Señorito Damian, suba.

Las salas de abordaje quedaron atrás, el niño no entendió muy bien que estaba pasando, más no reprochó nada, subiendo al asiento trasero acompañado de un siempre ecuánime Alfred que pidió fueran llevados a una dirección que desconoció.

—¿A dónde vamos?

—El Amo Bruce solicitó que usted debía estar bajo resguardo y tenemos el mejor lugar para ello. Pero no en Metrópolis.

—¿Alfred?

Este le sonrió, acariciando sus cabellos mientras el taxi arrancaba hacia las calles de la ciudad, hasta un pequeño festival de jóvenes pintados de todos colores y vestidos muy raros que bailaban al son de una música más rara todavía. Ahí vieron a alguien que Damian al fin sí conocía.

—¡Lois!

—Vengan, mi auto está listo. ¿Todos bien? ¿Quieres algo de comer, pequeño?

—¿Cómo...? Tú...

—No viajarán solos —ella se volvió hacia el auto, dentro esperaba un inquieto Jon.

De haber podido, Damian hubiera brincado al cuello de Alfred para casi asfixiarlo. Irían a Kansas, estaba más que seguro ahora. Solamente el mayordomo podía tener esas agallas para desafiar de tal manera a su padre en una orden tan tajante. Cuando la cabeza se le enfriara seguro lo entendería, por ahora el pequeño se sintió mejor, aunque sus ojos estaban comenzando a cerrarse en cuanto tomaron la autopista que salía rumbo a Kansas con Lois hablando tan rápido como era su costumbre con Alfred, intercambiando información. Su mano apretó la de Jon quien le abrazó, empujando su cabeza para que la recostara en su hombro y ambos se acomodaron en el asiento trasero. Así se quedó profundamente dormido hasta que el canto de unos pájaros le despertaron. Estaba en pijama en una cama con una ventana abierta al campo. Jon dormía en la otra cama a su lado, desparramado boca abajo con las sábanas tiradas a un lado. La preocupación por su hermano mayor volvió, bajando de la cama con los pies descalzos para ir a la cocina donde escuchó las voces de Alfred con los Kent, preparando el desayuno.

—Buenos días, Damian —le saludó el viejo Jonathan Kent que ponía la mesa— Debes estar hambriento.

—¿Y mi hermano? —preguntó de inmediato olvidando sus modales que una mirada de Alfred trajo de regreso a tiempo— Oh, lo siento. Buenos días, señor. Sí tengo hambre, pero...

—Aún no hay noticias de ellos —respondió Alfred con calma, acercándose a él— Pero esperamos poder saber de ellos muy pronto, Señorito.

—¿Estarán bien?

—Ese Bruce es duro de roer —comentó el Señor Kent— Todos están bien, pequeño. Tardarán en venir aquí, como un siglo yo creo.

Aliviado, Damian se permitió una risa, suspirando luego para abrazar al mayordomo con fuerza, sintiendo su mano palmear su espalda.

—Vamos, vamos, Señorito. Recuerde que es un Wayne.

—Iré a despertar a Jon.

—Ah, los ánimos se han levantado igual que el sol —bromeó Martha Kent— Si logras arrancarlo de la cama te daré doble postre.

Había muchas preguntas por responder, pero en la mente del pequeño el saber que al menos no había nada funesto sobre Dick, Tim o su padre y que estaban en Kansas fue suficiente para distraerse en otras cosas. Tal como la abuela Kent lo pronosticó, Jon fue una piedra imposible de mover fuera de la cama, así que Damian tuvo que saltar encima de él para hacerlo despertar, ambos revolcarse entre las sábanas al pelear uno ofendido por su sueño robado y el otro por la pereza inaudita hasta que Alfred los llamó y fueron corriendo a la mesa. Titus también volvería esa tarde, afortunadamente lo habían atendido a tiempo, siendo parte de los Wayne había mostrado su fortaleza ante las desgracias. Esa tormenta que había amenazado con destruir toda su vida no era más que una pequeña nube que se marcharía con el resplandeciente sol del campo.

—Con calma, amores, la comida no se irá a ninguna parte —rió Martha al verlos comer como si no hubiera un mañana.

—Señorito Damian, los cubiertos se inventaron por una higiénica razón.

Los Kent rieron, dejando que ambos niños llenaran sus estómagos con todo lo que hubo en la mesa para ofrecer. Alfred y ellos comieron a un ritmo más calmado, charlando de otros temas para no hablar de cosas que eran todavía tema sensible.

—Jon —el abuelo Kent miró a su nieto— Vamos a tener una visita, es tu primo.

—¿Conner viene acá, abue?

—Claro, le pedimos que viniera, ya saben. En caso de —el hombre se volvió al mayordomo para explicarle— Es un Kent pura sangre, como le digo yo. Igual que mi muchacho, fuerte y tonto.

—¡Conner no esf tontof!

—Jon, no hables con la boca llena.

—Alfred —Damian hizo una pausa en su desayuno— ¿Papá se enojará mucho porque estamos aquí y no con los abuelos Wayne como te ordenó?

—Lo dudo, Señorito Damian, conozco al Amo Bruce. Seguramente hará lo mismo que usted hace, fruncir el ceño, gruñir y luego no hablarle a nadie por cinco minutos.

—Ja, ja, ja, te conocen bien, Dami... ¡auch, no me patees!

—Silencio, Jon.

Todo fue relativamente más rápido, ellos fueron a darse un baño peleando por el turno, luego de estar vestidos y frescos cual lechuga salieron con la abuela Martha a recolectar algunas mazorcas para el almuerzo, el pan que haría más tarde, entre otras cosas. En el campo, fue donde Damian vio por primera vez al primo de Jon. Joven como Dick, pero quizá con menos años, alto, de hombros anchos con ese corte que parecía que a los Kent les encantaba. Amante de la música rock a juzgar por su playera negra que traía y resaltaba el cuerpo musculoso que estaba formándose y la sonrisa bobalicona que también era un signo distintivo en esa familia. Llegó en un caballo, saludando efusivamente a todo el mundo, incluyéndolo a él que era un perfecto extraño para esos momentos. A Jon lo tomó de un tobillo y lo hizo girar cual muñeco, lo que le dio risa mezclada con celos porque definitivamente él era el único con la autoridad para maltratar al más pequeño de los Kent.

—Parece que en lugar de un niño se trajeron un gatito.

—¡Conner! Así es Damian —rió Jon.

—Ronronea y gruñe. Eso hacen los gatitos.

—Y también te pueden dejar una cicatriz —el pequeño no quería ser grosero pero la cercanía que tenía con Jon lo puso así.

—Las comparaciones animalescas tendrán que esperar —interrumpió la abuela Kent— Ahora ayuden a esta pobre anciana a cargar con sus costales.

—Yo lo haré, no sea que Jon se rompa y al gatito se le quiebre una garrita.

—Garrita...

—No seas celosito —Jon le estampó un beso en su mejilla, tirando de su mano para ir tras Conner quien parecía estar sobrealimentado porque no le costó nada cargar con las mazorcas— Hacía mucho que no veía a mi primo. Él vive en otro rancho más lejos, pero siempre viene a visitarnos sobre todo si hay como problemas, ya sabes, puños para defender.

—Claro, la fuerza bruta.

—Damian.

—Se parece a tu papá.

—Dah, son Kent. Yo me parezco a mi papá.

—No, tú eres... un mono.

—Y tú un gatito, ya dijo Conner.

—Ja.

—¿Qué era lo que me ibas a decir ayer, antes de... bueno eso?

Damian parpadeó unos segundos. —Lo había olvidado. Bueno... no es nada.

—Ah, no, no. Dime. ¿Es algo bueno?

—No lo sé.

—¿Hiciste algo malo en la escuela?

—Jon, no seas un tontote.

—¡Pues dime!

—Bueno... —el pequeño se encogió de hombros, ambos niños caminando detrás de Martha y Conner entre las hileras de maíz— Pero jura que no se lo dirás a nadie. Así, a nadie. Menos a tu papá.

—¿Por qué él no?

—Porque no. Júralo.

—Solo porque eres gatito.

—Dilo una vez más y verás.

—¿Qué es lo que nadie, pero así nadie puede saber?

—Mi papá tiene pareja.

—¿Ya tienes madrastra? —Jon abrió sus ojos tan grandes como él solo podía.

—¡No, Jon! Argh, no lo sé. Bueno... creo que sí, solo que...

—Ay, ya no te entiendo, Dami.

El pequeño Wayne rodó sus ojos, tirando de la mano entrelazada con la suya para retrasarse más, de modo que tuvieran más metros de distancia de los otros dos al frente.

—Digo que casi estoy seguro de que papá está enamorado de alguien.

—Oohh... —Jon hizo una boca de pescado— ¿De quién?

—Pues, es lo que no sé.

—¿Entonces como sabes que está enamorado de alguien si no sabes de quién está enamorado?

—¡Eso es lo que trato de averiguar, tonto!

—A mí no me eches la culpa. Yo no creo que tenga a alguien si trabaja tanto con mi papá. Y mi papá cuida muy bien a tu papá porque dice que es muy descuidado y le gusta ponerse en peligro a propósito.

—Tu padre no podría cuidar ni de un cactus de clima extremo —refunfuñó Damian, pero el ceño fruncido que hizo por la ofensa se quedó en su frente al pensar en algo— Repite lo que dijiste.

—¿Qué dije?

—Lo que dijiste de tu papá.

—¿Qué cuida a tu papá?

—Antes... y eso también.

—Que trabaja mucho con él.

Damian se detuvo, con Jon imitándole al estar con sus manos entrelazadas dejando que los otros dos delante se fueran perdiendo poco a poco.

—¿Dami? ¿Qué pasa?

—No, no es posible.

—¿Qué no es posible?

—¡Deja de repetir todo!

—¡Estás asustándome!

—¡Mi papá está enamorado de tu papá! —escupió Damian con enojo, luego balbuceando queriendo excusarse cuando vio la cara de susto en Jon— Es decir, yo...

—¿Mi papá... y tu papá?

—Es que... si no ve a nadie más que a tu papá, pues... ¡olvídalo!

—¡Hey! Par de tórtolos, que por aquí sale un zorro que se come niños que se quedan solos —llamó Conner desde lejos con Martha esperando por ambos.

El pequeño Wayne miró a su amigo con el rostro en colores porque no supo ni qué decir al respecto sin meter la pata. Se soltó de su mano, avergonzado de su actitud, antes de ir corriendo hacia donde la abuela Martha y Conner. Su mirada estuvo fija en el camino bajo sus pies todo el tiempo que les tomó regresar a casa, sintiendo su corazón latir aprisa por múltiples razones que no sabía nombras hasta que, para su fortuna, llegaba en esos momentos a la puerta principal un descansado, aunque preocupado Tim. Apenas le vio, Damian corrió para abrazarle en silencio, sintiendo de nuevo esas lágrimas traicioneras por verlo sano y salvo. Casi le empujó al darse cuenta, aclarando su garganta.

—¿Dick? ¿Papá?

Según la narración de Tim una vez que descansó un poco en la mesa de los Kent que se presentaron uno a uno, con el resto rodeándolo para escucharle, todo estaba un caos. Dick estaba en el hospital, recuperándose de las heridas que había recibido como de uno que otro hueso roto. Bruce había tenido una dislocación de hombro y muñeca rota, pero estaba ya bien usando un cabestrillo. Timothy rió diciendo que él solo se había dado de alta cuando los médicos habían querido que siguiera descansando. La situación no pintaba muy bien, pues aquel Red Hood que el adolescente conociera no era otro que el mismo Jason Todd con el que Dick se había relacionado en la universidad, y aparentemente, era uno de los secuestradores del primogénito de Bruce. El silencio en la mesa se hizo pesado, nadie se atrevió a hablar luego de eso, entendiendo la magnitud del problema que todavía no tenía solución pues como lo contó Tim, agentes estaban esperando por Jason al sospechar que estaba relacionado con los negocios turbios de Lex Luthor.

—Dios nos ampare —musitó Martha Kent.

—¿Dick... lo sabía? —preguntó Damian, apenas entendiendo el impacto de aquella situación tan compleja a sus ojos— ¿Sabía que era malo? ¿Qué era Red Hood?

—Al parecer no —murmuró Tim, suspirando hondo— Cuando yo le busqué, juraría que se sorprendió de escuchar que se habían llevado a Dick, pero... no sé. No sé. El ambiente allá es... ni siquiera podría describirlo. En cuanto papá me dio el dinero para volar a Inglaterra, sentí que las cosas iban a empeorar y no me quería ahí para verlo. De suerte que recibí el mensaje de Alfred o estaría ya trepado en un avión.

—Van a estar seguros acá —afirmó Jonathan Kent, mirando a Conner— Somos gente sencilla, no débil. Este rancho es una fortaleza si nos lo proponemos.

—El Señorito Tim tiene razón en algo, las cosas no estarán muy bien si tal descubrimiento se ha hecho respecto al Joven Todd —Alfred se quedó pensativo— Señores Kent, ¿podría dejarlos completamente a cargo de estos dos pequeños? Tengo que volver al lado del Amo Bruce, va a necesitarme.

—Yo, en nombre de los Kent, le prometo que nadie les hará daño, señor —prometió muy solemne un serio Conner.

—Y la palabra de un hombre es un juramento que nadie puede destruir —sonrió el mayordomo, poniéndose de pie— Me prepararé para el viaje, si no les importa.

Tim y Damian le ayudaron con una pequeña maleta, despidiéndose de Alfred entre abrazos y la promesa de volverse a ver. Cenaron en un nuevo silencio, cada quien pensando en todas las cosas que ahora se sabían. Damian quería hablar con Jon, sin embargo, se sentía el niño más torpe en esos momentos. Dick debía estar sufriendo, tenía ese presentimiento. Su padre debía seguir furioso si lo conocía bien. Y el único amigo con quien consolarse acababa de ofenderlo al sugerir una tontería. Cuando ambos niños se quedaron solos en la recámara, cambiándose sus ropas por los pijamas, fue esta vez Jon quien tomó la iniciativa, abrazando por la espalda a Damian quien respingó al sentir ese fuerte abrazo con la voz del otro niño en su oído.

—Sí me enojé, pero ya no.

—Jon, no quise...

—No quiero perderte, no se van a regresar a Inglaterra, ¿verdad?

Damian sintió un nudo en la garganta y nuevas lágrimas. —La verdad es que no lo sé.

—¿Tú te quieres ir?

—No.

—Pues yo no quiero dejarte ir —refunfuñó el pequeño, soltándolo para que pudiera darse media vuelta, mirándole de frente— Tía Lois me había dicho que un día papá iba a querer a alguien y que yo no podía enojarme con él porque era algo que necesitaba mi papá.

—Eso también me lo dijo mi hermano.

—Bueno, es raro pensar en mi papá dándole besos a tu papá —Jon sacudió su cabeza y luego se encogió de hombros— Pero no me molesta.

—Creo que a mí tampoco.

—No te vayas, ¿sí?

Con una sonrisa triste, Damian abrazó a Jon. —Lo intentaré.

—Siempre le puedo pedir a Conner que me ayude a robarte.

—¿Se te olvida que mi papá es abogado? Y el mejor.

—Pero mi papá lo puede convencer.

—Creo que comienzo a ver lo malo de que ellos se gusten.

—Quédate a mi lado, Dami.

Este solamente pudo echarse a llorar.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top