XIX

"Besos que vienen riendo, luego llorando se van, y en ellos se va la vida, que nunca más volverá."

Miguel de Unamuno.

***



La primera cosa que Dick vio cuando despertó fue a su padre hablando con Alfred afuera de su habitación en el hospital. No recordaba mucho luego de caer inconsciente en la camilla viendo a Jason ser recostado a un lado suyo, ahora estaba con un tobillo enyesado, vendas en brazos y cabeza con un cansancio horrible. Se quedó muy quieto con su mirada angustiada al acto cuando notó ese cabestrillo como los moretones en el rostro de Bruce quien bajó su cabeza, llevándose una mano a su rostro para cubrirlo. Alfred le abrazó, haciendo círculos en su espalda lentamente y diciéndole algo que Dick no pudo escuchar al estar la puerta cerrada, solamente observando como su padre parecía quebrarse antes de volver a erguirse con esa pose estoica que siempre tomaba cuando todo estaba mal más él no se daba por vencido todavía. Los ojos de Bruce captaron a su hijo despierto, deshaciéndose del abrazo de su mayordomo para ir casi corriendo a la puerta, abrirla y estar en la cabecera de la camilla en unas cuantas zancadas.

—Dick, hijo.

—Papá —el joven le sonrió, pero sintió de inmediato lágrimas al recibir ese abrazo paterno que tanta falta le estaba haciendo.

—Sshh, tranquilo, todo está bien.

—Lo siento, papá.

—¿Por qué lo sientes?

—Yo...

—Creo que el Joven Richard necesita comer y ser revisado por los médicos, Amo Bruce.

—Es verdad —su padre le sonrió acariciando sus cabellos— Todo va a estar bien, ¿de acuerdo? En cuanto puedan darte de alta, todos regresaremos con los abuelos Wayne.

—¿Qué? —podría estar distraído o sentir ligera la cabeza, sin embargo, la sola mención de eso hizo que Dick frunciera el ceño. Alfred, detrás de Bruce, negó discretamente con la cabeza. No discutir en esos momentos— Oh... creo que sí tengo mucha hambre.

—Alfred.

—Enseguida, señor.

Dick esperó a que el mayordomo saliera para volverse a su padre, sentado a su lado sobre la camilla inspeccionándole en esa manía que ya le conocía de sobra.

—Estoy bien, papá.

—Ya lo dirán los médicos.

—De verdad que lo siento. Fue mi culpa.

—¿Qué es lo que fue tu culpa, hijo?

—Yo —el muchacho suspiró, apretando sus labios— Sabía que Jason... que él estaba en malos pasos, pero creí que... cielos, soy tan idiota. Los puse a todos en riesgo.

—Richard, tú no has hecho nada malo, ¿entendido? Que ese joven se haya aprovechado ha sido diferente. No es tu culpa.

—Claro que lo es, ¿qué hubiera pasado si nos hubieran llevado a todos? ¿Si hubieran matado a Alfred? ¿Titus?

—Titus está bien, Alfred puede ver que está ileso igual que tus hermanos. No pasó, no vale la pena que cargues con culpas de cosas que no sucedieron.

—De verdad que lo siento, papá. Debí decirte de todo lo que sabía de Jason.

—Ya no pronuncies su nombre —dijo algo molesto Bruce— Pronto vendrán los médicos.

Alfred regresó con una bandeja de comida seguido de una enfermera que se unió a la comitiva que lo revisó. Unos días en el hospital por huesos rotos, rehabilitación por su fractura, y luego como nuevo, aparentemente. Dick se sentía vacío por dentro, más cuando el mayordomo le puso al corriente en su caballerosa y siempre discreta manera de hacerlo porque no le pudo sacar más a su padre. Haciendo una pequeña broma sobre lo insípida que podía ser la comida de enfermo puesto que los médicos creían que no podía comer algo más allá que purés, el joven terminó sus alimentos cuando llegó la policía para hacer los debidos interrogatorios. Dick supo que no podía negarse a eso, resguardado por un feroz padre abogado que supo detener preguntas indiscretas o que no estuvieran relacionadas con el interrogatorio.

Con lo que le había dicho Alfred, más lo que llegaron a comentar esos detectives y un par de agentes de la Interpol -algo que asustó al muchacho- es que se enteró de todos los problemas que estaban por asomar su nariz una vez que las cosas estuvieran en mejor orden. Jason era uno de los hombres que su padre buscaba como testigo en el caso que estaba llevando precisamente con la Interpol, nada menos, lo cual explicó la presencia de esa gente en el hospital. El problema era si cooperaría una vez que despertara, seguía inconsciente. Bruce le tenía rencor por haberles visto la cara, Dick no quiso imaginar cómo se pondría si se enterara de que su primogénito se revolcó con su sospechoso. La idea de volver a Inglaterra tomaría la fuerza de mil huracanes y nada lo detendría de llevarla a cabo.

—No quiero irme de Metrópolis, Alfred.

—Es algo que su padre tendrá que decidir, Joven Richard.

—¿No puedes convencerlo?

—Justo ahora no es buen momento, como le dije al Señor Kent, el Amo Bruce no está por completo en sus cabales. Es un río desbocado que deberemos esperar a que se calme para ver su fondo.

—Si yo no...

—Joven Richard, ¿quiere ser amonestado?

Dick sonrió apenas. —Creo que no.

—¿Le apetece un poco de compañía de su edad? Seguro un viejo como yo no es lo que necesita.

—Vamos, Alfred, no digas eso. Aunque si me gustaría ver a mis amigos.

—Como los fieles compañeros que son, no han querido despegarse en espera de poder verle. Iré por ellos, su padre ha autorizado su presencia.

—Me siento como Rapunzel con tanto cuidado y encierro.

—Salvo que yo no soy la bruja malvada.

—Oh, Alfred —rió Dick con desgano, quejándose después por el movimiento en sus costillas— Ouch. Aun no me creo que papá haya hecho de Misión Imposible para rescatarme.

—Un padre hace lo que sea por sus hijos, Joven Richard.

—¿Cómo tú con papá? —Dick torció una sonrisa.

—Traeré a sus amigos.

La compañía de Víctor, Rachel y Garfield hicieron la diferencia en el humor del joven Wayne, encontrando algo de paz con sus bromas sobre la competencia que perdería porque obviamente no podría participar estando tan cerca las fechas.

—Tranquilo, Inglaterra, tendrás el siguiente año para hacerlo. Mientras tanto puedes dejar que el equipo de gimnasia se regocije con tu trasero al entrenar.

—Yo... —Dick quiso reír, pero se quedó serio— No creo que pueda, chicos.

—¿Por qué? —Garfield arqueó una ceja.

—Papá quiere que volvamos a Sussex. Considera que esto es demasiado peligroso para nosotros.

—Oh, por favor, Víctor ha sobrevivido todos estos años en Metrópolis y míralo.

—Qué gracioso, Gar. Dick, ¿tú quieres marcharte?

—Claro que no. Solo que... jamás he desobedecido en algo así a mi padre, demonios. Maldito Jason.

—Inglaterra —Rachel alcanzó su mano buena que palmeó— Esto sonará muy raro viniendo de mí, pero creo que no debes pelear con tu padre por ello. Le puedes decir cómo te sientes al respecto, y seguir sus órdenes de todos modos.

—¿Qué? —corearon todos, asombrados.

—Es que tu papá se ve de esos que hasta que no ve el error hecho no aprende.

—Oh. ¿Es decir que tú quieres a la Familia Wayne en Sussex para que el papá de Dick vea lo infelices que son?

—Algo parecido, sí, Gar.

—Ya tenemos una vida aquí —se quejó Dick, dejando caer su cabeza sobre la almohada— Y pese a todo, quiero continuar viviendo en esta loca ciudad. Ser parte de los Titanes de Metrópolis.

—Los padres son raros —comentó Víctor— Tienen ideas locas.

—El mío se cree demonio y anda con un taparrabos todo el día —confesó Rachel— Así que le gana al tuyo, Inglaterra. Confía en mí.

Todos se quedaron callados, mirando a la joven como si de pronto se hubiera convertido en algún ser maligno de otra dimensión.

—¿Qué? —bufó Rachel.

—Oh, Rachel —Dick rió, apretando la mano de su amiga— Está bien, no me preocuparé por eso, de momento.

—¡Ah! Lucas y Andrew también quieren visitarte —Stone señaló para cambiar de tema— Y el equipo de gimnasia, las porristas, el Doctor Allen, toda la clase de física...

—En resumen, toda la universidad y media Metrópolis quieren darte una linda visita —canturreó Garfield— Te volviste súper famoso.

—El Chico Maravilla.

—Rachel...

Después de una larga charla, Dick se quedó solo, descansando más a gusto luego de que le retiraran todas aquellas cosas que había tenido pegadas al pecho y brazo. Incluso podía bajar de la camilla, andar en una silla de ruedas siempre y cuando mantuviera en alto y recto su tobillo enyesado. Algo que aprovechó luego de la guardia de su padre. Cuando lo notó profundamente dormido, Dick usó esa habilidad gimnástica para bajar en silencio de la camilla, saliendo de la habitación en la silla de ruedas para buscar el cuarto donde tenían a Jason Todd. Según lo que le había contado Alfred, estaban en el mismo piso, pero en lados opuestos del pasillo porque Bruce no lo quería volver a cerca de él. Usando un poco de ese carisma Wayne, puso de excusa con las enfermeras nocturnas que estaba aburrido de estar recostado y que solamente daría una vuelta por el corredor antes de volver a su habitación. Había un par de agentes cuidando la puerta de Jason, junto con una hermosa mujer de cuerpo atlético de sonrisa bondadosa que al verlo se acercó de inmediato a él.

—Richard Wayne, ¿no es así? Soy Diana Prince, amiga de tu padre.

—Un gusto conocerla, Señorita Prince —el muchacho estrechó esa mano segura— ¿A quién tienen ahí?

—Me parece que lo sabes.

—... ¿puedo verlo?

La mujer se inclinó con su sonrisa, mirándole fijamente. —Y sabes que tu padre no lo aprueba.

—Por favor. Sólo...

—Cinco minutos.

—Gracias, Señorita Prince.

—Abran la puerta para el chico.

O se veía muy desesperado o era verdad eso que decía Rachel que tenía cierto poder con las mujeres. Como fuese, agradeció a los agentes cuando le ayudaron a entrar, quedándose casi pegado a la puerta que se cerró tras él. Los monitores fueron el único sonido que se escuchó por algunos segundos que se tomó Dick, sin poder despegar la mirada del cuerpo inconsciente de Todd. Tenía la mitad del rostro cubierto por vendas igual que sus manos, un brazo enyesado hasta el hombro, con unas enormes ojeras y una máscara de oxígeno. Apenas su movía su pecho, esos monitores mostraban unos signos débiles. Dick recordó que solo tenía cinco minutos para verlo, así que se acercó a la camilla, tragando saliva al ver de cerca al idiota que le había robado el corazón para hacerlo pedacitos, arriesgando a su familia de paso.

—¿Por qué? —murmuró con voz quebrada, sintiendo de nuevo esas lágrimas brotar— ¿Por qué lo hiciste?

Sabía que no tendría más respuesta más que el silencio cortado por los pitidos de los monitores. Dick sollozó un poco, limpiándose su rostro y alcanzando esa mano inerte tan cerca de la orilla que entrelazó con la suya como tantas veces lo habían hecho.

—Me protegías, me celabas, te enojabas conmigo, pero luego te disculpabas... muy a tu manera. Todavía guardo conmigo ese petirrojo de peluche que ganaste para mí. ¿Por qué hiciste todo eso si...? —el joven jaló aire, mirando al techo— Yo no estaba tratando de cambiar tu forma de ser, adoro como eres de idiota lanzándote al peligro o la manera en cómo escupes tantas verdades entre tus arranques. Como proteges a tus compañeros de equipo durante un partido. Nadie sale lastimado mientras tú estás ahí. La manera en cómo lo hacíamos... me hacías sentir que yo era único...

El joven dejó caer su cabeza. —Nunca me lo dirás, ¿cierto?

Negando con un par de lágrimas fugitivas, soltó la mano para salir de ahí, agradeciendo a Diana como a los agentes una vez más por haberle dado ese tiempo, regresando a su habitación y dormir lo mejor que pudo entre la decepción y el desamor que estaba sintiendo. Fue un alivio que los medicamentos junto con el cansancio hicieran su labor, quedándose dormido hasta la mañana siguiente que vio muy ajetreada por la ventana. Como era de esperarse, desayunó con la curiosidad carcomiéndole porque estaba seguro de que tenía que ver con Jason, Diana iba y venía por el pasillo, deteniéndose a hablar con Clark o con su padre en una discusión que siempre terminaba acalorada. Su única fuente confiable fue como siempre, Alfred, quien aprovechó que nadie los escuchaba para ponerlo al tanto de la situación.

—Los médicos han dicho que el Joven Todd sobrevivirá. Solo esperan ya a que despierte.

—Ah.

—El desayuno, Joven Richard.

—¿Van a enviarlo a juicio, cierto?

—Hay cosas que no pueden evitarse, mi pequeño. Tal vez pueda cambiar su semblante si le digo que Titus ha sido dado de alta y está con su hermano Damian.

—¿Cómo están ellos, Alfred?

—Ansiosos de verle, desafortunadamente estas penosas circunstancias impiden que puedan venir. Se arriesgaría su seguridad.

—¿Sabes cuándo yo podré salir de aquí?

—No tan rápido como quisiera usted, me temo.

—Quisiera estar también en Kansas con ellos. Antes de que...

—El pesimismo nunca fue su fuerte, Joven Richard.

—Papá no va a cambiar de opinión. No lo hará.

Alfred acarició sus cabellos, picando la punta de su nariz para distraerle. —Eso usted no lo puede asegurar.

—Necesitamos un milagro.

—Mientras se ejecuta, ¿qué tal si se termina el desayuno?

Puesto que al parecer la salud de Jason Todd estaba mejorando, Dick ya no pudo hacer más visitas furtivas porque su padre se puso en modo oso protector sin darle espacio a una escapada. Los únicos momentos en los que el joven Wayne podía encontrarse fuera del radar paterno era cuando le visitaba Víctor o Lucas, quien fue su improvisado confesor al verlo tan decaído no precisamente por las lesiones o el medicamento, o la comida que seguía siendo tan mala, aunque fuese el mejor hospital de toda Metrópolis.

—¿Qué es lo que deseas, Dick? —le preguntó Trent luego de escuchar su borbotón de dramas, quejas y angustias.

—Verlo una vez más, que pudiera... responderme.

—¿Sigues queriéndolo?

—Ya sé que no debería.

—No me respondiste.

—Sí —Dick hizo una mueca— Tengo problemas.

—Desde la primera vez que entraste por la puerta de nuestra casa me di cuenta que eras un chico especial, de esos que puede estar distraído por una cara bonita, pero que, de necesitarte, lo darías todo para solucionar cualquier problema o ayudar a alguien.

—Gracias por eso, Lucas.

—Y eso solo se logra cuando tienes un buen corazón. La gente idiota no hace eso.

—Creo que no entiendo que tratas de decirme.

—Que posiblemente tu novio tiene salvación, no como en las novelas baratas donde todo se arregla en el renglón siguiente, más bien como debe ser. Sin mentiras, haciendo frente a los problemas que se llevan evadiendo y tomando una decisión.

—Así como mi padre no cederá a la idea de quedarnos en Metrópolis, algo me dice que Jason preferirá pudrirse en la cárcel que decir algo que reduzca su condena.

—Depende.

—¿Depende de qué?

Lucas se encogió de hombros, recogiendo su chamarra para dejarle descansar.

—Podría decirte que mañana todo estará bien, no soy un brujo. Ni vidente ni esas cosas raras medio sospechosas, solo puedo aconsejarte que no te rindas. Es probable que tú seas la razón para que Jason haga lo que nunca ha hecho en toda su vida. Y si es lo que creo que será, se le encogerán los huevos del miedo, pero eso no importará si sabe que estarás ahí para él.

—Lucas...

—Bueno, tengo que volver a casa porque estoy casado. Nos vemos después, pequeño.

—Gracias por venir, Lucas.

—Para eso son los amigos.

Alfred le contó a escondidas de su padre que Jason estaba por despertar en cualquier momento, y fuese lo que fuese en lo que estaba involucrado tenía a la Interpol como a la policía de Metrópolis cuidando ese piso como la habitación de Todd mejor que el banco central. Temían que alguien quisiera acabar con la vida de aquel muchacho al ser un potencial testigo en un caso demasiado importante para darse el lujo de perderlo de vista. Por eso tantos permisos y horarios estrictos con Dick, a quien los doctores le dijeron que pronto sería dado de alta. Su único recuerdo serio era aquella férula en su tobillo que iba a estar con él unas buenas semanas, como unas vendas terapéuticas. El joven no tuvo ninguna esperanza de ver a Jason antes de marcharse, no con Bruce pisándole los talones peor que Titus cuando se ponía en modo guardián.

Resignado como estaba, Dick recibió su alta sin mucha emoción, al fin dejando la espantosa bata de hospital y esa habitación que ya le tenía harto para cambiarse a sus ropas con ayuda del mayordomo mientras su padre movía cielo, mar y tierra con los documentos, así como su traslado que debía ser lo más discreto posible. No estaba muy seguro si irían directo al aeropuerto o primero irían a Kansas por los demás o ellos se reunirían en algún punto. Dick estaba ausente, con esa angustia y dolor en el pecho. Al menos sentirse en el mismo piso con Jason había sido un dulce paliativo, en unos minutos eso se acabaría y no volvería a saber nunca más de ese idiota malagradecido que había puesto de cabeza su mundo sin saber nunca la razón del por qué. Las enfermeras le regalaron un peluche con unas flores cuando salió de la puerta en la silla de ruedas como era el protocolo, empujado por Alfred con su padre a un lado.

—Está todo listo, Bruce. Richard, te deseo buena suerte —Diana Prince les escoltó con tres agentes.

—Gracias, Señorita Prince.

Ella le miró, levantando la mirada a Bruce quien pareció ignorarla, caminando hasta la mitad del pasillo para doblar al centro en dirección a los elevadores. Las puertas de uno de ellos se abrieron, dejando salir a unos camilleros y doctores con unos policías que rodeaban una camilla con un paciente, aparentemente le habían hecho unos estudios o algo. Dick no le prestó mucha atención al tema, sino a tanto cuidado. Su corazón comenzó a latir aprisa al ver esos cabellos enmarañados con un mechón blanco que reconoció. Iban a cruzarse. Por unos segundos, solo unos segundos. El joven se aferró a los brazos de la silla de ruedas al notar que Jason estaba despierto, notoriamente adolorido y cansado, con la mascarilla de oxígeno. Solo unos segundos. La mano derecha de Dick se movió por sí sola, queriendo alcanzar ese breve espacio de la camilla de Todd que dejaba un médico y un policía, ansiando tocar el brazo cercano.

Jason giró su rostro, como apenas prestando atención a sus alrededores. Reconoció a Dick entre tanta escolta, con una mirada que el joven Wayne hubiera querido aclarar con palabras. ¿Era alegría? ¿Asombro? ¿Súplica? ¿Desesperación? Esos breves segundos no permitieron más. La mano de Dick volvió aprisa a su sitio al sentir la mirada de su padre en él, bajando su cabeza. Se mordió el labio al sentir de nuevo la necesidad de llorar, de gritar por algo que estuvo consciente no sucedería. No era un cuento de hadas ni existían finales felices para esa situación. Entraron al elevador, bajando hasta el estacionamiento donde una camioneta conducida por Clark Kent les esperaba. Otro auto los escoltaría hasta su destino. Fue como si estuviera repitiendo una escena, dejando un hogar amado hacia un futuro incierto en medio de un dolor que no se iba.

—Hey, Dick, ¿listo para cambiar de aires? —le sonrió el periodista.

—Sí.

—Estaremos rastreándolos, recuerda seguir la ruta que hemos marcado —instruyó Diana a Clark mientras Dick subía con Alfred a la camioneta y los agentes al auto— Cualquier anomalía, desvíate y acelera, no hay espacio para las dudas.

—Tranquila, soy una bala si me lo propongo.

—Lo sé —rió Diana, caminando a la camioneta para despedirse del joven, cuya mejilla acarició con una sonrisa— Hey, una cara tan bonita no debe estar así de triste.

—E-Estoy todavía cansado.

—Sí, claro. ¿Bruce?

Dick miró confundido a su padre, quien revisó su cinturón de seguridad sin mirarle. Estaba serio, pero no del modo en que le muchacho esperaba. Algo había sucedido entre esos tres y tenía que ver con él.

—No se te ocurra una tontería, Kansas —advirtió Bruce.

—También te quiero, cariño —Clark le guiñó un ojo a Dick— Señor Pennyworth, ¿estamos listos?

—Cuando usted guste, Señor Kent.

Las puertas de los vehículos fueron cerrándose, Dick seguía sin entender, frunciendo su ceño al notar que su padre no iría con ellos.

—No quiero recibir ninguna noticia de que han destruido el rancho de los Kent, ¿entendido?

—¿P-Papá? —Dick parpadeó, asombrado— ¿Iremos...?

—Te quiero, hijo. Alfred, no me desobedezcas esta vez.

—Estaré más que encantado de seguir estas órdenes, Amo Bruce.

—Pasajeros con destino a Kansas, favor de abrochar... ah, no, ya los tienen puestos —bromeó Clark, encendiendo el auto— Bruce, ¿de mí no vas a despedirte?

El abogado casi azotó todas las puertas con un gruñido, quedándose atrás junto con Diana quien les despidió con besos en el aire y una amplia sonrisa mientras ese pequeño convoy salía aprisa del hospital. Dick jadeó, volviéndose a Alfred quien le miraba con una muy amplia sonrisa de satisfacción, pasando un brazo por sus hombros, alborotando sus cabellos.

—Se lo dije, Joven Richard. El milagro estaba ejecutándose.

—¿Cómo lo haces, Alfred?

—Viene con el título de mayordomo, aunque esta vez tuve ayuda de alguien más —con un dedo, señaló a su conductor, un feliz Clark Kent quien les guiñó un ojo por el espejo retrovisor.

—Todo va a estar bien, Dick.

Richard Wayne no tenía una idea completa de qué estaba sucediendo, más no se negó a aferrarse con uñas y dientes esa débil esperanza que apareció cual salvavidas en medio de su océano tormentoso.

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