VI
"No tiene un padre enemigos como los hijos traviesos."
Lope de Vega.
***
-¡GRACIAS SEÑOR PENNYWORTH!
-De nada, Señorito Jonathan.
Jon rió, tomando la mano de Damian al bajar del auto para ir corriendo a comprar unas entradas para la feria que había mencionado a su amigo y que deseaba conociera. Era de ese tipo de ferias con juegos antiguos, pero bien cuidados que daba la sensación de transportarse a otro tiempo una vez que entrabas pues todo era al estilo de inicios del siglo XX, incluyendo los uniformes y peinados de los empleados como la música que estaba de fondo. Damian observó todo curioso, como siempre haciendo algunas observaciones sobre la feria, en general solo riendo y corriendo tras Jon quien le llevó primero al enorme carrusel de caballos de tamaño natural al que subieron con ayuda de Alfred porque no alcanzaban. Después fueron a la rueda de la fortuna, pasando por una pequeña montaña rusa, las tazas locas y otros tantos juegos que disfrutaron entre gritos, quejas y risas antes de terminar en una banquita sentados comiendo una hamburguesa, probando de los algodones de azúcar y manzanas cubiertas de polvo picante.
-... entonces, um, ¿jamás viste a tu mamá en el hospital?
-No, fue un deseo de ella, mi padre me lo dijo recién.
-Oh, bueno, pues parece algo bueno, ¿no?
-¿Por qué?
-Pues no sé -Jon se encogió de hombros, dando una buena mordida a su manzana- Es decir, yo solo sé de mamá por las fotografías, porque era demasiado pequeño para recordarla. Pero tú tienes recuerdos de ella, recuerdos bonitos, nada malo sobre su enfermedad. Es como si estuviera lejos eso de ti.
-Entiendo qué quieres decir. Tal vez es cierto.
-¿Dices que era una detective?
-Sí, estaba en Scotland Yard. Mamá siempre decía que papá juzgaba a los malos y ella les pateaba el trasero.
-Wow.
-Sí. Era muy fuerte y no tenía miedo a nada.
-¿Ni a tu papá?
-Quizá sólo a él, pero se amaban mucho. Siempre estaban contando que se conocieron desde niños y que luego terminaron casados.
-¿Cómo tú y yo? -Jon sonrió con caramelo pegado en una mejilla.
Damian entrecerró sus ojos. -No seas tontito.
-Oh...
-Además, tenemos que crecer.
-Pero quiero crecer a tu lado.
-¿Por qué?
-No sé, quiero hacerlo, ¿tú no?
-Bueno... sí.
-¿Lo ves?
-No veo nada. ¿A dónde iremos ahora?
-Um, podemos ir a la Casa del Terror, claro si eres valiente.
-Ja, los Wayne no tenemos miedo.
-Puedes abrazarme si te asustas.
-Te digo lo mismo, hm.
Fueron a la Casa del Terror después de recargar energías y comer hasta hartarse. Tal como predijo Jon, Damian terminó estampado contra su costado en varias ocasiones cuando una que otra sorpresa en el pasillo le hizo saltar cual gato asustado. Jon solamente le abrazaba fuerte o le daba un beso en su mejilla para calmarlo mientras seguían el camino hasta salir del otro lado, corriendo a los brazos de Alfred quien estaba en la salida esperándoles y que les consoló de semejante travesía tan llena de gritos. Una vez que terminaron de recorrer toda la feria, tomarse fotos en algunos sitios que les parecieron casi mágicos, fueron de regreso a sus casas. Dejaron a Jon en su edificio, con la promesa de verse más tarde. Alfred y Damian pasaron a comprar unos víveres antes de ir de vuelta a su propio edificio, el pequeño Wayne no parando de hablar sobre lo mucho que le había gustado aquella visita a una feria tan antigua. Cuando entraron, vieron una figura sentada en el sofá, atento a una tableta que manejaba con destreza.
-¿Buenas tardes? -saludó Alfred, arqueando una ceja.
-Oh... -el adolescente se levantó, sonriente y algo tímido, de cabellos oscuros y ojos azules, se acomodó su uniforme de trabajo antes de extender una mano al mayordomo- Buenas tardes, lo siento no los escuché entrar, perdonen mis malos modales. Soy Timothy Drake, ayudante del Señor Wayne en la firma.
-Bienvenido, Señorito Timothy -Alfred estrechó su mano, volviéndose a Damian que tenía una cara de pocos amigos típica de cuando veía un extraño en casa que no le habían mencionado.
-Tú debes ser Damian -sonrió Tim, a punto de ofrecer una mano que Damian miró con recelo.
-Han vuelto -interrumpió Bruce, saliendo de su estudio con unas carpetas en una mano, sin su saco, solamente en chaleco con su camisa arremangada y corbata floja- Traje a Tim conmigo, olvidé estos papeles que necesitamos y puesto que ustedes no se encontraban en casa, decidí venir por ellos.
-Oh, Amo Bruce...
-No te preocupes, Alfred, no pasa nada. Tim, esto es para ti.
-Gracias, Bruce.
Damian dejó caer su mandíbula al escuchar que llamaba por su nombre a su padre, frunciendo su ceño a éste quien no le miraba, sonriendo al adolescente, despeinando sus cabellos.
-Has hecho buen trabajo, no olvides enviarme un mensaje cuando hayas llegado a casa.
-No lo olvidaré.
-¿No se queda a cenar el Señorito Timothy? -preguntó Alfred.
-Oh, no, debo terminar esto y luego regresar a mi casa -replicó Tim sonriéndole- ¡Pero gracias! Tal vez otro día.
-Seguro que sí, Tim -sonrió Bruce- Te acompaño a la puerta.
Alfred se dirigió a la cocina con los víveres mientras que Damian se quedó a medio pasillo observando como aquel descarado muchachito se despedía con un abrazo de su padre quien palmeó su espalda, cerrando la puerta luego para volverse a ellos, ayudando al mayordomo a guardar las cosas mientras que Damian les siguió como un depredador.
-Es un ayudante muy joven, Amo Bruce -observó Alfred como si nada, viendo de reojo al niño.
-Hay varios chicos ayudando en la firma. Tim es uno de ellos, bastante dedicado y muy listo. Quiere ser abogado.
-Qué coincidencia entonces poder trabajar en una firma.
-Sí, tiene ese empleo de medio tiempo para pagarse sus estudios. Pocos jóvenes son así, por eso lo elegí para que me ayudara.
-Sin duda impresionante.
-¿Cómo estuvo la feria? -Bruce se giró a Damian.
-Bien, voy a darme un baño -gruñó el pequeño, casi corriendo a su recámara.
-¿Qué fue eso?
-Se llaman celos, Señor.
-¿Celos? ¿Qué...? Iré a hablar con él.
-Sabia decisión. Prepararé la cena mientras tanto.
-¿Dick?
-Fue a casa del joven Stone a terminar un proyecto, no tardará en estar aquí.
Bruce asintió, caminando hacia la habitación de Damian, tocando su puerta antes de entrar. Su pequeño hijo estaba refunfuñando mientras se quitaba el uniforme de mala gana. Con un suspiro, su padre fue hacia él, deteniéndole.
-Damian.
-¿Qué?
-No puedes estar celoso de Tim.
-¡No estoy celoso de ese!
-Sí lo estas y no tienes por qué. No está robándote nada.
-¡Te dice por tu nombre!
Damian frunció su ceño, sus ojos húmedos con un enorme puchero que hicieron a Bruce suspirar, tomando su mentón para que le observara, en cuclillas frente a él.
-Hijo, no puedes enojarte con alguien que ha tenido una vida mucho más dura que tú y que está luchando por ser mejor. Tú sigues siendo Damian Wayne y eso nadie te lo va a arrebatar.
-Te llevas muy bien con él.
-Trabaja para mí, y lo hace de forma leal y obediente.
-Qué bien por él.
-Damian...
El pequeño no pudo resistir el impulso de abrazar a su padre con fuerza como si temiera que de pronto llegara Timothy Drake a robárselo. Bruce le correspondió el gesto, besando su mejilla para calmarle.
-¿Qué va a decir tu hermano si te ve así, uh?
-Es un tonto, no dirá nada.
-Vamos, Damian.
-No quiero que ese Tim trabaje contigo.
-Eso ya es exagerado, hijo, lo sabes bien. Dime, ¿qué es lo que estás pensando?
Damian se encogió de hombros, bajando su mirada. Bruce besó sus cabellos, dando largos círculos en su espalda.
-Eres tan celoso como tu madre.
-¿Mamá era celosa?
-Oh, no sabes -rió apenas su padre en su oído- Una vez fue a buscar a una mujer hasta la puerta de su casa para decirle que nadie me daba regalos más que ella.
-¿En verdad?
-Sí -Bruce pellizcó su mejilla- Tú eres mi pequeño hijo, nada en el mundo va a alterar eso, nadie hará que te ame menos. ¿De acuerdo?
-Okay... ¿lo prometes?
-Te lo prometo, hijo.
Más tranquilo, el niño se separó para ir a su mochila de donde sacó una de esas manzanas acarameladas con chispas encima que le tendió a Bruce.
-La traje para ti.
-Gracias. Ahora, al baño y luego cenamos.
-¿Padre?
-¿Sí?
-Si Timothy Drake te hace un regalo, iré hasta su casa a gritarle que no lo haga.
Bruce se echó a reír, negando y luego asintiendo con un suspiro ante la necedad de Damian a quien despeinó, dejándole para que se aseara mientras ayudaba a Alfred con la cena. En cuanto se quedó solo, el pequeño corrió a su teléfono para enviarle un mensaje a Jon y contarle todo sobre aquel intruso en su vida llamado Timothy Drake, luego dándose un baño para salir en pijama justo cuando Dick entró a su habitación a buscarle, sentándose en la cama que palmeó para que su hermano menor se sentara a su lado en una charla de hermano a hermano.
-¿Así que hiciste una pataleta a papá?
-Eso no es cierto.
-Puedo preguntarle solo para aclarar.
Damian meció sus pies metidos en pantuflas. -Tal vez un poco.
-Por un chico que trabaja para la firma.
-Y para él, y le dice por su nombre.
-¿Y eso es muy grave porque...?
-¡Lo trata como su hijo!
-Pues se apellida Drake no Wayne, así que dudo que...
-No me agradó.
-Eso ya es algo completamente diferente -sonrió Dick, abrazándole- Y olvidas algo.
-¿Qué? -el pequeño le miró, confundido.
-No tiene un hermano llamado Richard que lo consienta como a ti.
-Bah.
-¡Hey! ¿Qué significa eso de bah?
-Pues eso, bah.
-¡Esto es una injuria! ¡Reclamo justica por combate! ¡ARRGH!
-¡DICK TONTOTE NOOOO! ¡JAJAJAJAJA COSQUILLAS NOOOO!
Alfred fue a llamar aquel par, encontrándolos rodando por la cama, con Damian muriendo de las carcajadas, tratando de patear a Dick quien no dejaba de atacarle. Más calmados, fueron al comedor donde les esperaba su padre. Cenaron tranquilos, Damian no se sintió más molesto, aunque seguía rumiando ese asunto del tal Tim porque no olvidaría la manera en que su padre lo había mirado que era muy similar a como los veía a ellos, sus hijos. No sería la última vez que escuchara del adolescente, porque días más adelante alcanzó a escuchar a su padre decirle a su mayordomo sobre pendientes que deseaba que Tim hiciera o cosas que debía entregar a su nombre. El pequeño solamente tomaba aire, contando hasta mil para no estallar porque le había hecho una promesa de garrita a su hermano mayor de no hacer más desplantes.
-¿Qué dices si vamos al cine, Dami? -preguntó después Dick al regresar ambos de clases.
-Um...
-¿Qué pasa?
-¿Puede venir Jon?
-Vaya, vaya, hablando de sentirse desplazados.
-No seas un gran idiota.
-Cuidado con esa lengua.
-¿Entonces sí?
-Qué remedio, tendré que compartir a mi Dami con un extraño.
-No es un extraño. Es Jon.
-Pues invítalo. ¿Cuál quieren ver?
-A la única que podemos entrar, Dick pedazo de alcornoque.
-Sólo estaba probándote.
-Sí, ajá.
Los tres fueron al centro comercial, directo hacia el cine donde Damian esperó junto a su amigo en unos sillones de la zona exclusiva mientras su hermano compraba los boletos y ellos pedían lo que comerían durante la función. Un joven extraño, de rostro duro con unos mechones blancos al frente se les acercó con una sonrisa descarada.
-Hey, pequeñines, ¿han venido con Dick, cierto?
-¿Tú quién eres? -demandó Damian con el ceño fruncido.
-Un buen amigo de tu hermano. Solo pasaba a saludar.
-Pues hola y adiós, ya vamos a entrar a la función.
-Que la disfruten, dile a Dick que pasé por aquí, espero no olvide nuestro compromiso.
-Le diré. ¿Tú tienes un nombre?
-Jason Todd. Adiós.
Jon miró con ojos grandes a Jason, recordando cómo respirar luego de ver a ese joven raro perderse entre la multitud del otro lado de las puertas de vidrio que dividían el cine. Se giró a Damian, observándole con asombro por la manera tan segura en que se había comportado frente a un desconocido. A él todavía le costaba eso.
-Wow.
-¿Qué?
-Te luciste.
-No fue nada, así somos los Wayne. ¿Ya sabes qué comerás?
-¿Podemos compartir?
Como ese tema de extraños metiéndose en la vida de la familia había fastidiado a Damian, se le olvidó mencionar lo del saludo a su hermano mayor cuando regresó con los boletos para entrar a la función. Sería más tarde, cuando dejaran a Jon y estuvieran camino a casa cuando recordó a Jason Todd y su mensaje que le dio a Dick. Era una suerte que tuviera el cinturón de seguridad porque su hermano dio un breve volantazo cuando le escuchó, abriendo sus ojos primero en sorpresa y luego apretando el volante como si aquello le hubiera molestado. Damian le miró por el retrovisor, parpadeando un poco ante su actitud poco usual.
-¿Dick?
-... nada... está bien, gracias, Dami.
-Okay, ¿seguro estás bien?
-Sí, sí... recordé otra cosa. Perdona si te asusté.
-Ja, yo no me asusto tan fácil.
-No fue lo que me contó Alfred de la Casa del Terror. Dijo que parecían un par de puerquitos en el matadero.
-¡Eso no es cierto! -gruñó Damian con el rostro rojo.
Llegó el viernes con la invitación de Jon para estar en su casa el fin de semana, lo que requería de la autorización paterna. Damian hizo todo lo que le pidieron, ayudó a Alfred con la cocina e incluso ordenó su recámara antes de ir al estudio de su padre a solicitar el permiso para ese fin de semana con su amigo. Cruzó sus dedos tras su espalda mientras le decía a Bruce sobre la invitación, conteniendo el aliento tras esa mirada de inspección que siempre ponía su padre cuando estaba considerando sus palabras. La suerte estuvo de su lado porque aceptó, al parecer era un buen momento porque tendría que trabajar fuera esos días, o algo así le mencionó. Después de jurar comportarse como un Wayne debía en casa ajena, Damian corrió a su habitación para decirle a Jon que estaría en su departamento para la tarde casi noche. Fue curioso que también Dick fuese a estar ocupado ese fin de semana, algo de una visita a quien sabe dónde. Se preguntó si era algo con ese arrabalero de Jason Todd u otra cosa del equipo de gimnasia.
Sea como fuese, estuvo más que listo cuando Alfred le llevó al departamento de Jon. Fueron recibidos por Lois Lane, ya que el padre de Jon había salido y los había dejado con ella, con la sorpresa de que no estarían en el departamento ese fin de semana sino irían a Kansas para que Damian conociera a sus abuelos, los Señores Kent y la casa en el campo que tenían. Lois le juró mil veces a su mayordomo que todo estaría bien, que ella misma los llevaría hasta la puerta de los Kent y los recogería igual. Damian apenas si podía contener su emoción porque jamás había estado en el campo, no al menos un campo como el americano. Su visita a la mansión familiar Wayne tenía tanto o igual parecido a la serie de Downtown Abbey, porque todo era elegante y nada rústico. En cambio, en Kansas tendría la oportunidad de ver animales de granja y esas cosas.
-¿Estás emocionado, Dami?
-Un poco, Jon -mintió, aunque sus ojos no se despegaron del camino.
-Chicos, cinturones por favor -pidió Lois con una sonrisa.
Kansas era algo completamente distinto, con grandes terrenos de cultivos y esos molinos de viento moviéndose lentamente con el aire. Llegaron para la cena, viendo la casa de los Kent en medio de campos de trigo y maíz. Una casa amplia de campo con un granero al lado y su molino de viento. Tenía un gran árbol donde había una casita entre sus ramas que llamó su curiosidad, pero la verían en la mañana porque ya era tarde. La abuela Kent, Martha, resultó ser muy amable con su sonrisa cálida que le recordó mucho a su madre Talia, sus cabellos grisáceos peinados con broches de flores y unas manos gentiles que acariciaron sus mejillas cuando lo presentaron, siendo tan caballero como le habían enseñado con ella. El Señor Kent era un hombre de sonrisa amable que miró atento a Damian, intercambiando una mirada de aprobación con su nieto Jon. Tuvo por recibimiento una cena llena de muchas verduras, pollo frito con una tarta de durazno que le supo a gloria, confirmando que la abuela Kent era genial como lo había descrito antes su amigo Jon.
-Coman despacio, la cena no se irá a ningún lado -rió Martha, cepillando sus cabellos.
-Todo está muy rico, Señora Kent.
-Dime Martha, que me haces sentir más vieja de lo que ya soy, cariño.
-La abuela de Damian también se llama Martha.
-¿Eso es cierto?
Damian asintió, mordiendo su pollo. -Martha Wayne, siempre se peina con su cabello recogido, el suyo ya es blanco, le gusta ponerse un broche de mariposa en su traje del lado derecho.
-¿La extrañas, cielo?
-Un poco... pero más a mi mamá -confesó mirando a la mujer.
-Siempre extrañamos a nuestras madres así hayan pasado los años. No tiene nada de malo. Menos cuando tiene tan poco que la has perdido.
-¿Sabe? Um... al principio quería regresar a Sussex, no quería vivir en Metrópolis.
-¿Y ahora?
-Pues ahora ya me gusta -Damian miró a Jon quien sonrió con sus mejillas hinchadas de verduras.
-Suele pasar que a veces encontramos nuestro hogar en el sitio menos pensado -comentó el Señor Kent.
-¿Hogar?
-Así es, hogar no es una casa, un departamento o una mansión, hogar es donde tu corazón se siente feliz de estar.
Damian parpadeó, considerando aquellas palabras. -Creo que... encontré mi hogar.
-Y eso es casi un milagro -sonrió Martha- ¿Alguien quiere más postre?
La visita al rancho Kent fue genial, al día siguiente el Señor Kent le enseñó como ordenar una vaca, cepillarla, pastorear ovejas o perseguir cuervos que se metían entre los surcos. Nunca se había cansado tanto ni tampoco divertido. Algunas veces Damian miraba las cosas como si fuesen insectos venenosos, pero las explicaciones de Martha o los ánimos de Jon terminaron por convencerlo de probar, hacer o usar lo que le presentaban. En la tarde recibieron la visita de un hombre en traje que habló a solas con el abuelo de Jon, quien le susurró a Damian de un "pequeño" problema que tenía que ver con un banco y dinero.
-Le diré a papá.
-Uy, no, Dami, esto es diferente a una consola de videojuegos.
-Seguro algo puede hacer. Él siempre puede arreglar las cosas.
-¿Tú crees?
-Voy a preguntarle cuando regrese.
Jon le dio un enorme abrazo con un beso sonoro en su mejilla. -¡Eres un héroe!
-Ewww, me babeaste.
-¿Quieres conocer la casita? Fue de papá.
-¡Sí!
Fue uno de los fines de semana más entretenidos que recordara, correteando cabras o huyendo de ellas, durmiendo sobre ovejas mientras jugaban a decir qué parecía una nube. Cosa curiosa fue que cuando terminó su estadía, no apareció Lois Lane en la puerta, sino Clark Kent con una cara muy rara, saludando a su madre y llevándoselos en su auto. Martha le regaló una tarta que Damian cuidó todo el camino, charlando con Jon, ambos ajenos a la creciente preocupación que pareció embargar a Clark conforme fueron acercándose a Metrópolis. Al pequeño no le sorprendió ver a su padre esperando en la puerta del departamento, era algo lógico, lo raro sería la mirada que le dedicó al padre de Jon cuando se acercaron. Damian se preguntó que tanto se traían esos dos, distraído más por su amigo quien se despidió de él y de Bruce.
-Sanos y salvos, ¿lo ves? -dijo algo nervioso Clark.
-Buenas noches.
Bruce tomó su mano para llevárselo, Damian dio un adiós con su mano libre a Jon y su padre, cargando siempre su tarta. Arqueó una ceja ante lo raro de aquello, no conteniendo su curiosidad.
-¿Ya conocías al papá de Jon?
-... sí.
-¿Por qué no me habías dicho?
-Lo olvidé.
-Mmmm.
-¿Jon es un buen amigo?
-Es tonto, pero es divertido.
-Como su padre.
-¿Eh?
-¿Qué tanto cargas ahí?
-Es un regalo de la abuela Kent, una tarta de durazno con la receta familiar. Les daré un pedacito a cada quien.
-¿Solo un pedacito?
-Es para mí, originalmente -Damian sacó su lengua en juego.
-De acuerdo.
-¿Y mi hermano?
-Sigue con sus amigos, me parece. Ahora resulta que todos ya tienen cosas que hacer en Metrópolis.
-Dijiste que los celos no eran buenos, papá.
Bruce negó, apretando la nariz de Damian quien luego la frunció. -Tú ganaste.
-¿Padre?
-Dime.
-Quiero quedarme para siempre en Metrópolis.
Hubo un pequeño silencio de parte de Bruce, mirando a su hijo de reojo cuando se le acercó, pasando un brazo por su cuello, pegando su rostro al suyo desde su espalda.
-Nos quedaremos en Metrópolis.
-¿Me lo prometes?
-Te lo prometo.
-Gracias, papá.
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