II


"Sombra perdida entre las sombras, ¿cómo recuperarte, rehacerte, vida?"

Jaime Sabines.

***



Lo suyo con Talia había sido amor de adolescentes, a primera vista como en los mejores clichés de películas románticas. Conociéndose en la escuela elemental y luego siendo novios de adolescentes hasta que decidieron casarse desobedeciendo los deseos los padres de ambos para darse tiempo, de conocer el mundo antes de tener un compromiso tan serio. Sin el apoyo, iniciaron su vida en pareja prácticamente sin nada más que su cariño y un papel que decía que eran matrimonio. Luego nació Richard, decidieron que debían hacer algo más que simples trabajos de medio tiempo, se esforzaron como nunca, un equipo imparable para cuidar de su primogénito mientras Bruce estudiaba o Talia se preparaba para entrar al MI5. Vinieron tiempos mejores para ellos, una situación económica más desahogada y tiempo para estar con su inquieto hijo. Talia tuvo un segundo embarazo, un aborto espontáneo que la llevó al hospital.

Su padre, al enterarse de la noticia fue que volvió a dirigirle la palabra, conociendo a su primer nieto. Eso motivó a los abuelos Wayne a hacer lo mismo. Vieron que su amor no había claudicado con el tiempo ni las adversidades, así que ahora tenían a los cuatro padres ayudándoles mientras su esposa se recuperaba. Después vino Damian, cuando ya tenían una hermosa casa en la zona residencial de Sussex con Bruce trabajando para la Cámara de los Lores y ella como agente de campo en el MI5. Todo iba bastante bien hasta la mañana en que Talia dejó caer una taza de té con leche durante un desayuno familiar. Era una mujer de excelentes reflejos con ceros descuidos, Bruce no lo pasó desapercibido. Un mes después le diagnosticaron el cáncer y vino la caída hasta que vivió días enteros en el hospital acompañándola en sus últimos días, entre convulsiones, vómitos, gritos de agonía, un cuerpo comiéndose a sí mismo y al final una muerte con palabras débiles.



No dejes que me vean así, que mis hijos no me vean así.



Como fue su deseo, Talia Wayne fue incinerada sin que sus hijos nunca la hubieran visto como terminó en esa cama de hospital, sin cabello, labios sangrando de resecos como su piel con llagas pegadas a los huesos que ya fue, con monitores a su lado y el aroma de la muerte sustituyendo ese de rosas que siempre tuvo. Fue demasiado para él, por más que trató de mantenerse ecuánime por sus hijos las pesadillas comenzaron luego del funeral. Simplemente no podía vivir tranquilo, todo le recordaba a su esposa, habían pasado tanto juntos que prácticamente no había sitio en Inglaterra que no le trajera alguna memoria de Talia, su cabello, su sonrisa, esas bromas pesadas o su forma de pelear sin temor a nada, menos por su familia que siempre adoró. El terapista le dijo que era mejor dejar todo atrás, comenzar de nuevo en otro lugar lejano. Ya el padre de Talia se había adelantado a su hija, sus propios padres le apoyaron en la idea de la mudanza.

Metrópolis no había sido la primera elección de Bruce, pero la oferta de trabajo en la firma en la que ahora había ingresado fue la mejor. Tenía que pensar no solo en los gastos del viaje y la casa, también en sus dos hijos que estaban haciendo lo mejor por no molestarle y eso le dolía tanto, verlos resistir, pretender estar a gusto con el giro brusco en sus vidas únicamente porque ya no querían verlo sufrir más. Y él haciendo lo mismo, poniendo todo su esfuerzo en no quebrarse ante ellos, porque ya habían llorado demasiado con la enfermedad de su madre, con el funeral, la noticia de que dejarían su vida para ir a una ciudad completamente diferente sin que su opinión hubiera tenido mucho peso en la decisión, callando porque era su padre y lo amaban más que sus amigos, sus escuelas o las cosas que tenían en su vida personal. Bruce le preguntó a Dick antes de subir al avión si estaban seguros, no queriendo arrastrarlos a un infierno por egoísmo puro. Su hijo mayor le dijo que estaba genial, aunque sus ojos estuvieran tristes.

Tal vez quien estaba pasándolo peor era Damian, al ser tan pequeño no había podido acoplarse del todo a la nueva vida en Metrópolis, acostumbrado más a ser un jovencito inglés con ciertas costumbres que un niño citadino americano. En el colegio le habían dicho que era natural sus peleas por lo reciente de la muerte de su madre, vigilando que esos golpes e insultos no fueran a pasar a mayores. Y, sin embargo, ahí estaba su orgulloso hijo levantándose cada mañana con los ojos hinchados de llorar para ir al colegio diciendo que todo estaba perfecto en su vida. Bruce extrañó tanto en esos momentos las palabras siempre acertadas de Talia para ellos, no sabía exactamente qué decirle a Damian, como levantar el ánimo de Dick. Sin Alfred, definitivamente aquello ya se hubiera convertido en un manicomio, agradeció ese gesto de lealtad de su mayordomo, amigo, tutor e incluso segundo padre.

-El auto ha llegado, Amo Bruce.

Se miró en el espejo, tomando aire mientras terminaba de acomodarse el saco de su esmoquin. Ya tenía meses que no se había vuelto a poner uno, desde que el tratamiento de Talia comenzara y las salidas a las cenas se detuvieran por completo. Una vez arreglado bajo la inspección celosa de Alfred, bajó del piso hacia el auto de la firma que le recogería para ir a la fiesta a ese periódico, el Daily Planet, que había organizado para mejorar las relaciones públicas. La intención era que tanto los abogados de la firma como los periodistas se conocieran entre sí para futuras alianzas en los casos que fuesen apareciendo. Bruce miró su reloj. No estaría mucho tiempo como lo había prometido a sus hijos, sus ánimos para una fiesta no eran muchos ni tampoco su humor. Las pesadillas continuaban, mermadas por sus medicamentos, la tristeza había disminuido, el dolor no era persistente, más bien brotaba de vez en cuando.

-Bienvenido al Daily Planet, ¿me permite su invitación?

De manera no oficial cada quien tendría un acompañante del periódico, a Bruce le habían asignado una periodista impactante tanto de belleza como de carácter llamada Lois Lane, quien iba vestida en un ajustado traje rojo brillante con sus cabellos recogidos en alto, sonriente y buena anfitriona al mostrarle las instalaciones del periódico apenas entró al piso donde era la fiesta, subiendo hasta el techo donde estaba el buffet junto con las bebidas. Su charla fue trivial, notando que ella estaba buscando sacarle más información a cerca de la firma y de sus clientes, cosa que le fue imposible con él. En eso ya tenía experiencia habiendo trabajado con la cámara de Lores, eso no menguó el buen ánimo de la mujer, quien le ofreció una copa de champagne con que celebrar cuando llegó la hora del brindis que su jefe hizo acompañado del dueño del periódico.

-¿Será que esta noche le vea sonreír, Señor Bruce?

-Disculpe mis modales, Señorita Lane, he tenido mucho trabajo.

-Parece que abogados y periodistas nunca descansan, ¿eh?

-Quien dijera que tenemos cosas en común.

-He sabido por buenas fuentes que usted es uno de los abogados estrella de la firma.

-Soy recién llegado, dudo que haya hecho fama en tan poco tiempo.

-Además de serio, sencillo. Eso me gusta -sonrió -Lois, luego mirando a un punto, rodando sus ojos- ¿Me permite unos minutos, Señor Wayne?

-El tiempo es suyo.

Curioso, le vio alejarse de él para ir a una mesa donde un tímido y algo torpe periodista lidiaba con el mantel atorado de una esquina con su mancuernilla del puño izquierdo. Bruce arqueó una ceja, tomando apenas de su copa y observando al hombre en cuestión al que Lois Lane fue a rescatar como una hermana mayor podría sacar de apuros a su hermanito. Usaba unos lentes que eran algo pasados de moda, el traje a leguas se notaba rentado y esos modales le dijeron a Bruce del origen muy seguramente provinciano del periodista en cuestión. Dejó aquella escena para buscar un espacio no tan atiborrado de gente, bajando del techo hacia el piso inferior que tenía amplios balcones, saliendo por uno para mirar la vista nocturna de Metrópolis, buscando la zona residencial del centro y su edificio donde estarían ahora sus hijos preparándose para la noche de películas. ¿Hacía cuánto que no se reunían así? Demasiado tiempo para su gusto, algo que no podía permitir ya, tal como decía la doctora Thompson, necesitaba volver a hacer las cosas que solía hacer con Talia, pero sin ella.

-¿Hermosa vista, no es así?

-Señor Luthor -Bruce se volvió para mirar al millonario hombre con cabeza calva.

-Oh, veo que Glenn ha hecho muy bien su trabajo.

-Imposible no conocer a uno de los mayores benefactores de Metrópolis.

-Gracias, Señor Wayne. ¿Qué le ha parecido la vida en América? Sin duda un abogado que ha estado en el Parlamento y tenido contacto con gente de peso político debe hallar esta ciudad algo... común, por decirlo de alguna manera.

-Tiene su interés.

-Glenn me ha recomendado mucho su trabajo, espero podamos llevarnos bien ahora que la firma se encargará de la representación legal de Luthor Corp.

-No dude en que haré bien mi labor, Señor Luthor.

-Por favor, dígame Lex. ¿Puedo llamarle Bruce?

Éste asintió, ofreciendo su mano para estrechar que fue bien recibida con un apretón fuerte.

-Luthor.

-Pronto tendré mi propia fiesta, espero verte ahí, no te preocupes, es algo más... informal y familiar. Así que espero conocer a tus dos hermosos hijos.

Bruce le miró fijamente, asintiendo lentamente después.

-Sin ningún problema.

-Bueno, debo irme, aún no termino de saludar a todos y tengo un avión esperándome a Singapur. Estaremos en contacto, Bruce.

-Buen viaje, Luthor.

No era ajeno a la reputación de Alexander Luthor, el CEO de Luthor Corp., un hombre que a la cara pública parecía un empresario filántropo interesado en promover las artes como la tecnología de punta, mientras que por otro lado se rumoraba que era un tiburón dentro del mercado negro, controlando pandillas de Metrópolis encargadas de tumbar a su competencia con métodos bastante cuestionables. Algo que no se había podido comprobar. Bruce se giró para mirar de nuevo la ciudad con su copa que terminó, paseándola entre sus dedos. Que Luthor hubiera mencionado a sus hijos decía lo mucho que ya le había investigado, tendría que estar muy atento para que no usara nada de su vida familiar en su contra.

-¿Señor Wayne?

Se giró con el ceño fruncido al escuchar una voz desconocida, encontrando ahora a ese torpe periodista caminando hacia él con un sonrisa bonachona.

-¿Le conozco?

-Oh... lo siento -el hombre le tendió una mano- Clark Kent, periodista del Daily Planet. Un gusto conocer a otro miembro de la firma con impecable reputación.

Bruce miró la mano del periodista como si fuese veneno, estirando luego la suya para apenas estrecharla, mirándole serio, esperando a que dijera a qué había ido a verle.

-Am... bueno... ¡ah, sí! Lois me pidió que lo disculpara, necesitaba hablar con el Señor Luthor. Espero que no le moleste que yo la sustituya, desafortunadamente a mi no me van los vestidos rojos ajustados -bromeó Clark, tosiendo un poco al ver que Bruce no se inmutó- Sí, en fin... ¿me pareció escuchar su nombre como parte del grupo de abogados que representará a Luthor Corp.?

-No creí que prestara tanta atención estando ocupado tratando de no romper ese mantel.

-Oh, oh... -Clark se sonrojó, riendo nervioso- No estoy muy acostumbrado a este tipo de fiestas de gala tan elegantes.

Ya lo había notado. -¿Cuál es su campo de periodismo, Señor Kent? Me parece que no le vi nombrado entre los periodistas que cubren cosas tan aburridas como representaciones legales.

-Je, je, bien, me dedico más a los deportes y celebridades.

-Mmm.

Clark sonrió algo forzado, notándose incómodo a la falta de temas para charlar a lo que Bruce para nada contribuyó, mirando su reloj algo aburrido. Ya había saludo a todos, conocido el periódico y por supuesto intercambiado palabras con Lex Luthor. Su trabajo estaba hecho.

-Si me disculpa, Señor Kent, me retiro.

-¿Tan pronto? E-Es decir, bueno...

-Linda fiesta. Felicidades al Daily Planet por ser tan buenos anfitriones.

Bruce le dio su copa como si fuese un mesero que pudiera recogerla, acomodando la solapas de su esmoquin al tomar el elevador y bajar, pidiendo un taxi que le llevó de vuelta a casa. Quitarse esas elegantes ropas nunca le había parecido tan relajante como en el momento de entrar por la puerta y recibir un inesperado abrazo de Damian al ver que realmente volvía temprano de la fiesta. Alfred le ayudó a cambiarse mientras Dick corría para tener todo listo. Sus dos hijos ya estaban en pijama, así que se les unió en el vestir, caminando a la sala a donde el televisor esperaba ya encendido, la mesita de centro llena de palomitas, golosinas, malteadas de chocolate y ese strudel en rebanadas listo para ser degustado que Alfred había preparado para ellos. Bruce tomó asiento en el largo sofá, Dick se sentó a un lado y Damian del otro, tirando de la gruesa cobija para los tres, con el control en mano para elegir la película que destrozarían.

-¿Kick-Ass? -preguntó Bruce con una ceja arqueada.

-Oh, vamos, Damian.

-¡Quiero ésa!

-Bueno, no hay que gritar por eso.

-Pero luego veremos Mundo Jurásico -comentó Dick, arrellanándose en el sofá contra su padre.

-Esa película es tan mala que pasaremos toda la madrugada contando los errores.

-Damian...

-Papá, sabes que es verdad.

-Ya lo veremos.

-Quiero mi postre -pidió Dick estirando una mano y mirando a Damian quien rodó sus ojos, pero repartió las rebanadas de strudel entre los tres.

La verdad fue que sus dos hijos se quedaron profundamente dormidos cuando tocó el turno a la película de dinosaurios clonados que Bruce miró a solas, pasando un brazo por los hombros de cada uno de ellos, abrazándoles cariñoso con una mano cepillando sus cabellos. Al sentir a Damian profundamente dormido, le llevó a su habitación, regresando para despertar a Dick quien medio abrió los ojos, bostezando y negándose a moverse. Su padre solo suspiró, cobijándole de vuelta, apagando todo para ir a su propia recámara. Tal vez debido a la fiesta o todo lo que había sucedido en la semana fue que volvió a soñar esa escena, con Talia ambos recostados en el jardín trasero entre las rosas que ella cuidaba, inmediatamente ella gritando, transformándose en un cuerpo decadente, pálido, con llagas y convulsionando de dolor. Sus manos huesudas aferrándose dolorosamente a su brazo y pecho, implorando porque terminara con su agonía. Bruce abrió sus ojos, levantándose de golpe con sudor frío empapando su frente.

-Respira, vamos, papá, respira.

Respingó al sentir una mano de Dick en su hombro, abriendo sus ojos de par en par, mirando alrededor y jadeando al respirar de nuevo, alterado.

-Calma, estás bien.

-¿D-Dick?

-Estabas gritando.

-... ¿Damian?

Dick negó. -No te escuchó. Alfred ya trae agua y tu medicamento.

-Lo siento -Bruce respiró pausado, recordando su ejercicio de relajamiento, pasando una mano por sus cabellos que sintió húmedos- Lo siento.

-No pasa nada.

-Ve a dormir, estaré bien.

-¿Papá?

-Dime.

-¿No quieres hablar... sobre tus pesadillas? Es decir, creo que puedo escucharte, quizá no tengo experiencia o...

-El padre aquí soy yo.

-Lo sé, solo digo, puede ayudarte, ¿no crees? Estás cargando con muchas cosas tú solo.

-Como tú.

-Oh... touché -Dick rió apenas, apretando una sonrisa- Se suponía no debías notarlo.

-Eres mi hijo, siempre lo voy a notar.

-Amo Bruce -Alfred entró en esos momentos, teniendo un vaso con agua y una cápsula a Bruce, quien la tomó enseguida- ¿Desea algo más, señor?

-No, Alfred, descansa y...

-Si dice algo que comience con disculpa me enfadaré.

-De acuerdo, no diré nada.

-Buenas noches casi días, Señor. Señorito Richard.

-Yo me quedo con él, Alfred.

-Entonces lo dejo en las mejores manos. Me retiro.

Dick le sonrió al mayordomo, sentándose sobre sus rodillas a un lado de su padre esperando a que terminara el agua para dejar el vaso junto al taburete de la cama.

-¿Entonces? ¿Me dirás? Vamos, papá.

Bruce se lo pensó en serio, pero la mirada determinada de su hijo no dio mucho espacio a una negativa.

-Es... sobre ella. Los últimos días fueron... no muy buenos.

-¿Horripilantes?

-Ella me pidió que ustedes no le vieran, que no supieran de eso. Quería que la recordaran como antes.

-Esa es mamá -musitó Dick- ¿Fue tan malo?

-Las drogas ya no hacían efecto. Era una caída en picada sin que hubiera más que hacer.

-¿Cómo pudiste resistirlo, papá?

-No lo hice.

-Siempre ponen muy romántico en las películas cuando una pareja... se va. Que tonto ¿no?

-De poner como son las cosas, nadie iría a ver esa película, Dick.

-Quien sabe. Siempre están los locos. Nunca me dijiste cuales fueron sus últimas palabras.

Bruce suspiró. -Como dijiste, no es como en las películas que están coherentes dando ánimos a los que nos quedamos. Llamaba a su madre, ya sabes que ella los abandonó cuando Talia la descubrió con otro hombre, estaba pidiéndole perdón por eso.

-Oh, cielos.

-Murmuró tu nombre, el de Damian. No eran frases completas.

-¿Realmente sufrió mucho, verdad?

-Cuando... cuando al fin murió me dolió mucho, y al mismo tiempo estaba tan aliviado. Eso me hizo sentir horrible.

-¿Por qué?

-Que estuviera agradecido de que ya no sufría más, que se hubiera terminado -Bruce hizo una pausa- Me sentía un monstruo, Dick. Yo... había hablado con los doctores.

-¿Sí?

-Pedí... cielos, les pregunté si había manera de... -negó, tallándose el rostro- Fue un momento de debilidad.

-Papá, no -Dick, alcanzó sus manos- ¿Querías que ella dejara de sufrir? ¿Eso? ¿Qué hay de malo en ello? Es decir, seamos realistas, ¿quién en sus cinco sentidos querría ver a su pareja agonizar por meses sin hacer nada al respecto? ¿Qué clase de amor permite que no busques consolar ese dolor? Mamá iba a morir, tú no querías que lo hiciera como lo hizo solamente porque hay unos idiotas por ahí diciendo que está mal dar un final digno a quien has amado toda tu vida. No los veo aquí ayudándote con todo el trauma que eso te dejó, por cierto.

Bruce bufó, mirándole con ojos húmedos y despeinando sus cabellos.

-Eres un chico demasiado maduro. Me duele pensar que todo esto te obligó a serlo.

-Vamos, papá, deja de cargar culpas, ¿quieres? Pareces burrito.

-Más respeto.

-Lo digo en serio. No me pesó cuidar de Damian ni estar al pendiente de lo demás. Tú estabas ahí peleándote con los médicos y el cáncer de mamá. De batallas a batallas, la tuya fue peor. Así que no digas que has hecho mal porque no es cierto, yo la verdad no creo que tuviera la fortaleza que tú tuviste para algo así.

-Yo más bien espero que nunca tengas que pasar por eso.

-Bueno, pero estás distrayéndome. No quisieron ayudarte, tuviste que ver a mamá en algo que nadie debería pasar y es completamente sano el que hubieras decidido dejar Inglaterra para venir aquí a Metrópolis. Ahora solo déjanos a Damian y a mí ayudarte, ¿quieres?

-Está bien -Bruce apretó una sonrisa- Gracias por escuchar.

-Siempre lo haré, papá, no lo olvides. No estás solo.

-Ustedes tampoco. Ahora, a descansar.

-Okay, okay, buenos días.

Bruce rodó sus ojos, recostándose hasta que su hijo fue a su recámara. Cerró sus ojos con un largo suspiro, entrelazando sus manos sobre su pecho, sintiéndose más tranquilo que antes gracias a las palabras de Dick. Debía continuar. Sin Talia, sin pesadillas. No dejar de luchar, aun necesitaba ver que sus hijos encontraran su camino, valerse por sí mismos. Verlos felices. Lentamente, fue quedándose dormido hasta que Damian fuese a despertarle para un desayuno familiar. Todo volvería a ser como antes.

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