3, Un nuevo lugar favorito.

III

Un nuevo lugar favorito.

Arabella veía como la mujer que le abrió la puerta preparaba algo para tomar. No hacía tanto calor en Cantavieja, pero el reencuentro alzo la temperatura necesaria para que la dueña de la casa estuviera preparando limonada.

Ella sonreía frente a los evidentes nervios de quien alguna vez fue su doncella y mejor amiga. Se arrepentía de como termino todo alguna vez, por allá en 1890, pero le alegraba que la puerta no se le haya cerrado en la cara.

—No te preocupes, no voy a quedarme aquí —dijo Arabella—. Bueno, salvo que me dejes.

La de cabellos anaranjados dejo un par de vasos en la mesa, y luego fue por la jarra de bebida fresca. En ningún momento dijo nada, tan solo actuó como si la rubia que tenía allí, viéndola con sus grandes y brillantes ojos marrones, fuera una visita que esperaba hacía tiempo.

—Puedes hacerlo, Cantavieja no tiene muchos lugares para pasar la noche —hablo luego de un prolongado silencio—. Solo no, no hablemos del pasado.

Arabella notó en aquellos ojos bicolores, que resaltaban como joyas en una piel morena, cierta pena de tener que aclararle eso.

—Bien, porque tampoco quiero hacerlo —respondió Arabella, y tomó un vaso—. Y tampoco pretendo quedarme mucho, no creo que este lugar sea para mí. Circe, ¿Cómo haces para vivir aquí?

La nombrada dio un soplido, y se sentó del otro lado, guardando distancia de Arabella.

—No soy como tú, prefiero vivir oculta por siempre —dijo, y sonrió con pena—. No es tan gris como se ve, solo has llegado en temporada baja.

—Siempre te han gustado los lugares al borde de un abismo —dijo Arabella.

—¿Cómo llegaste hasta aquí? Porque este si no es un lugar para ti.

Y tenía razón. Arabella por años estuvo oculta, hasta que pasar por completo desapercibida. Ser ella se había vuelto peligroso, y su única alternativa era vivir entre los trolls, bajo tierra.

Desde el día que le dieron permiso para andar por ahí sin cuidado, es que dejo los lugares cerrados. Si, andaba con ojos en la espalda, con temor a que otra vez se repita lo de 1920. Hasta que ese miedo tan solo fue un mal recuerdo.

—Ya sabes, azar, aun me valgo de eso —dijo, dando una sonrisa—. Y obvio, no investigar lo suficiente.

—Si, eso suena a algo que harías tu —dijo Circe—. ¿Me ayudaras con la cena?

—Claro, y de verdad no voy a pasar tiempo acá. Lo voy a tomar como una escala.

—En ese caso, tengo un mapa, quizás así puedas escoger tu próximo destino.

Solo durmió un par de horas. La desventaja de que el día anterior despertó después de las doce del mediodía, era que con medio ciclo de sueño en la noche no le hacia falta mas nada para reponer las energías.

La desventaja, es que estaría cansado a media tarde, sino es que mas temprano.

Para gastar algo de energía salió junto con Archie.

La noche apenas estaba fresca, solo para usar una campera fina, o una remera de mangas largas. Disfrutaba las primaveras en Arcadia, y tan solo faltaban un par de días para esta, y ya se notaba en el aire. Los árboles volvían a tener color, las flores aparecían cada vez más, y las noches eran mas cortas. No tanto, pero si lo necesario para que sus recorridos no sean eternos y aburridos cuando no ocurría nada.

Esa noche, no paso nada, y fue larga. Hizo un par de manzanas, ni un mísero goblin acechando las mascotas de las familias, o algún troll fugitivo. Pues desde que dejo de ser el único vigilante de Arcadia, sus labores disminuyeron. Y no podía ir a quejarse con nadie, porque no debía intervenir en lo que los cazatrolles hacían.

Aun después de nueve siglos, desde que Merlín cayo en un sueño reparador, Hisirdoux lo seguía complaciendo, haciéndole caso como a muy pocos, y sin dejar de intentar buscar mejorar cada día, un poco más.

—Deberías tomarte unas vacaciones —dijo Archie—. Ya sabes, ir a tomar sol en las costas mediterráneas, o comer una buena pizza al lado de la torre inclinada de Pisa.

—No suena mal, pero ...

—Ya sales con tus peros —dijo el felino—. Que decidas tomar un descanso no te hará peor mago. Doux, ya has hecho mucho, pasado por mucho, ¿Por qué no te escuchas un momento?

Para Hisirdoux, a veces, hablar con Archibaldo era como hacerlo con un hermano mayor, o un tío mucho más presente que su padre. Bueno, a él lo conoció mucho antes que a Merlín, y estaba seguro que era un "obsequio" de su difunta madre. No podía ignorar lo que le decía, pero tampoco hacerle caso.

No se le hacia tan sencillo, cuando quería enorgullecer a alguien que no estaba.

—Podemos hacer un día libre —hablo Hisirdoux—. Acomodar el departamento, y luego un picnic en el parque. Le pediremos ayuda a Zoe.

—Bueno, si quieres empezar por algo, eso suena bien —respondió el felino—. Ahora vayamos a casa, muero de hambre, quiero salmón.

—No hay salmón en casa —dijo el pelinegro, aguantando la risa.

—Bueno, lo que sea, con tal de que sea pescado.

Pasar un par de días con Circe fue algo revitalizador. Hacia mucho tiempo que no tenía una conversación en la que no debía cuidar lo que decía. Pues, sin tocar el pasado, hablaban de magia, o de algún suceso muy antiguo en detalle.

Entre ellas no debían ocultar que tenían más de veinte, cincuenta, o cien años.

—Bien, es hora de ver mi próxima parada —dijo Arabella.

Fue después del tercer almuerzo que compartió con Circe, que comenzó a entender porque le gustaba tanto Cantavieja. Cuando salía el sol, los días y las tardes eran ideales para salir a pasear al centro, o hacer una caminata al bosquecillo que allí había.

Sin embargo, algo la obligo a apurar la búsqueda de su próxima parada. Quizás era soñar con el vació, y despertar de golpe, agitada y sudando frio. Cantavieja no tenia la culpa, sino aquello que ella desconocía de alguna forma.

Circe desplegó un mapa, algo antiguo, frente a ella.

Lo observo con detenimiento, era una antigüedad, del cual no le podía sacar su fecha de origen. Aunque tampoco sabía porque lo hacía tanto, buscando entenderlo, cuando la realidad es que no los usaba, porque nunca aprendió a hacerlo. Desde los veinte en adelante, hizo un esfuerzo por comprender las rutas, como leerlos, pero era una actividad en vano.

—¿Cómo harás? —preguntó Circe.

—Simple —dijo Arabella.

Mientras veía a su amiga, sonriéndole como cuando eran jóvenes, paseo su dedo por el mapa, hasta que cayó en un lugar. New York, se negó, y volvió a repetir. Londres, luego Japón, lugares que ya conocía, y no tenía intenciones de volver.

Hasta que cayó en ...

—¿Arcadia? —dijo dudosa.

Busco mejor en su celular algo más de información. Quedaba en California, a una hora de la playa, ciudad pequeña, pero en crecimiento. Tenia un par de ferias, y lugares para salir a cenar. No era nada extravagante. Su atractivo no iba más allá de un museo de historia (e historia natural)

—Ve allí —exclamo Circe—. Te va a gustar.

—¿Cómo lo sabes?

La pelirroja se encogió de hombros.

—Solo lo se —dijo y le sonrió con emoción—. Confía en mí, nunca te mandaría a un lugar que te fuera horrible.

—Si, creo que tienes razón —murmuro Arabella.

—Me alegro, estoy segura que será tu nuevo lugar favorito —insistió Circe.

Esa seria la ultima noche junto a su vieja amiga, así que cenaron algo mas rico, y bebieron vino, una cosecha italiana que Circe guardaba con cariño, y pocas veces compartía.

En la mañana siguiente, la llevó hasta lo de una mensajera, para facilitarle el viaje, y se despidieron sin dar tantas vueltas. Se volverían a ver, de eso estaban seguras. Circe dejo de sentirse mal por como terminó alguna vez la relación con Arabella, y se juro así misma, que ya iban a hablar sobre eso.

—Tu sabes quien vive allí —hablo alguien a espadas de Circe.

La pelirroja se agacho y tomó a su familiar, un conejo color canela llamado Cáliz.

—Si, lo se —dijo sonriente—. Por eso sé que Arcadia será su nuevo lugar favorito en el mundo.

La mensajera la dejo en una zona oculta para que nadie la viera llegar. Vigilando de que sea cierto, salió con cuidado, para evitar levantar sospechas.

Al poner un pie fuera de la terminal, una correntada mágica la recorrió de abajo hacia arriba, erizando sus bellos, arrebatándole una gran sonrisa. Era magia, y no solo de algunas cuantas personas, estaba en todas partes, hasta en el mismo suelo que pisaba.

—White, creo que hemos encontrado el sitio ideal —dijo con entusiasmo.

Apurada comenzó a caminar, viendo a todos lados. Como una niña descubriendo el mundo, Arcadia llamó su atención hasta mas no poder. Estaba segura que allí se escondían todo tipo de criaturas mágicas, y que ella misma no tendría que estar temiendo tanto por resguardar su identidad.

Iba por la vereda, sin ver al frente, sin chocar contra nadie. Parecía ser que la gente le abría el paso, quedando anonadado con su presencia. Arabella no los culpaba, era algo que ocurría la mayor parte de tiempo, mas cuando se adentraba a lugares pequeños.

Su manera de ser, y como se veía, era lo que ella llamaba una bendición y una maldición.

Era muy consciente de su atractivo físico, de lo que una sonrisa adecuada podía provocar. Le gustaba ser vista, usar sus rasgos dulces e inocentes para hacer que cayeran frente a ella. Y gozar de ser una estrella brillante, era lo que al final le dificultaba ocultarse.

No aprendió a hacerlo, y cuando lo hizo, sufrió. Llegando a creer que sus colores se perdieron.

Ahora era diferente, mas balanceado. Disfrutaba lo que obtenía por ser una cara bonita, y a la vez sabia cuando detenerse. No dejaba de ser la chica rubia que rozaba lo angelical, pero llegaba a controlar su encanto sobre los demás.

Paso por una esquina, donde había un bar. Se detuvo, no por la necesidad de ir por un café, sino por quien estaba del otro lado. Su corazón palpito enloquecido al verlo, y una sonrisa de amor se le dibujo, casi en simultaneo.

—Te, te encontré —murmuro, dando un par de pasos a la vidriera del local—. Al fin te encontré.   

★★★

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