2, Rutas de encuentro.
II
Rutas de encuentro.
Camelot, siglo XII
Sucedió tan rápido que no tuvo tiempo para asimilarlo. Con apenas nueve años, nunca imaginó lo que se escondía en su interior. Su única familia, la hermana de su difunto padre, toda la vida la trató como una niña normal. La llevaba al castillo, y la hacia jugar con lo que sea mientras trabajaba, y con la edad necesaria comenzó a trabajar ella también.
Eran tareas pequeñas, para alguien tan pequeña. Porque Arabella era delgada como una rama, y un poco mas alta para su edad, aun así, no era la niña mas fuerte de Camelot.
Así que fue normal para ella que tras un choque de energía el haber perdido la consciencia por unos minutos. Volvió en sí, al oír los desesperados gritos de su tía. Y ella lejos de tomarlo con calma, comenzó a llorar sin entender lo sucedido.
—Eres una bruja —exclamó la mujer—, una ladrona mágica.
Asustada por la forma en que la señalaba, lloró aún más. Estaba frente a algo desconocido, hizo algo de lo que nunca antes tuvo presente.
Magia.
Una palabra que parecía prohibida, y por eso nunca se animó a decirla en voz alta. Y ahora todo recaía en que ella era parte de eso que causaba curiosidad como temor.
La mujer adulta, lejos de tomar la situación con calma, decidió que era lo mejor. No tanto para su sobrina, sino para su propio pellejo. Ella sabia que su hermano y la esposa murieron a causa de la magia, y por esa razón no quería ser relacionada de ninguna manera a esa vida.
Vio la peor salida de todas. De esas que se toman sin detenerse a nada, porque es más fácil deshacerse del problema, que enfrentarlo.
Tomó a Arabella del brazo, y jaló de este, alejándola del camino. La salida aun desdichado futuro se encontraba del otro lado del acantilado que cercaba el castillo.
Arabella suplicaba por su vida, pedía perdón por algo que no comprendía, y juraba nunca mas hacerlo. Le dolía el brazo, y el pecho donde el corazón latía enloquecido a causa de prematuro final.
—Juro que seré buena —exclamó, entre lágrimas.
—No, una bruja como tu nunca termina siendo buena —gruño la mujer—. Es mejor así Bellita. Las mujeres como tú no tienen futuro, sino piensa en tu madre.
No, Arabella no pensaba en ella porque no la recordaba. A veces, cuando soñaba, veía su cabello rubio escaparse de un velo rosa, tan hermoso que llenaba su estomago de mariposas. Estando despierta, no podía formar en su cabeza como era su rostro, el color de sus ojos, el perfume de su piel.
Y ahora mucho menos, cuando al frente se acercaba el fin de su vida. Tan corta que nunca tuvo tiempo de imaginar como sería todo si sus padres seguirían allí.
Hasta que la mujer se detuvo, y Arabella hizo, en vano, fuerza para librarse del agarre.
—Señora, le pido de buena fe que suelte a la niña, y se marche de su vida, para siempre.
La mujer notó un brillo dorado atravesar la mirada verde de quien estaba al frente. Y sin dudarlo un segundo, la soltó y comenzó a caminar, sin detenerse ante los sollozos de la niña.
Arabella cayó al suelo, y estiró la mano al frente, queriendo alcanzarla. Aunque no sea la mujer mas agradable que conoció, si era a la única que podía llamar familia. Lo único que conocía, que lo que llegaba a acudir día a día.
—¡Tía! —la llamó, con desesperación—. Seré buena, no me dejes.
Aquella desconocida caminó hasta quedar a su lado. Mirando lo mismo que la pequeña Arabella, como se desvanecía en el horizonte la figura de esa mujer.
—Olvídalo niña, no vale la pena llorar por alguien que subestima y teme a la magia —dijo la desconocida.
La mujer se colocó a la misma altura de Arabella, quien seguía llorando. Su mirada marrón estaba enrojecida no sólo por las lágrimas de dolor, sino que también por su propia magia. Algunos destellos rosas se reflejaban en esta.
La mujer no había visto algo tan puro y trágico en su vida, hasta ese momento. Pasó un pulgar por las mejillas humedecidas, secando algunas lágrimas, y le sonrió con calidez.
—Me llamo Morgana ¿Tú cómo te llamas? —preguntó, con cierta dulzura.
Morgana lo sabía, pero estaba segura que ella no la conocía.
—Me llamo Arabella, lady Morgana —dijo, aun entre lágrimas—. No quiero ser mala, no quería hacer eso — señaló un pequeño ser mágico desmayado en el suelo—. No quería sacarle su magia.
Morgana vio al gnomo, que más que sin magia estaba sin energía. Sin mostrar sorpresa alguna, le tomó la mano a la niña. La observo con atención, las pequeñas marcas rosas que poco a poco se iban desvaneciendo, hasta volver a su color normal.
—Así como eres —dijo Morgana, y la vio a los ojos—, eres perfecta.
—No es cierto —balbuceo Arabella—. Nadie que haga magia puede serlo.
—Oh, ahora dices eso —dijo Morgana y sonrió—, pronto pensarás todo lo contrario.
La llevó de vuelta al castillo. Arabella no se opuso, pues aún seguía en shock por lo sucedido, que ir por donde salió, con una desconocida, no le pareció una mala idea.
Morgana terminó por confirmar sus sospechas. Arabella no era como las demás brujas. Si no, más bien, rara, extraña, y con tanto potencial. Al fin su camino se iluminaba y aquella niña volvía a este.
—No te preocupes Arabella, conmigo tendrás un nuevo hogar en Camelot, y sabrás todo lo que tengas que saber sobre el gran poder que llevas contigo —prometió.
—¿Entonces no veré más a mi tía? — preguntó Arabella, con ingenuidad.
—Ella ya no será importante —se limitó a responder.
Dentro suyo, la hechicera sabía que era cuestión de tiempo. Aun así, no iba a negar que se le estaba yendo la paciencia con aquella mujer que parecía dispuesta a que Arabella fuera una más de servidumbre.
—A partir de hoy tendrás la vida que mereces, y el futuro será solo tuyo —dijo y dio una sonrisa de tranquilidad.
Arabella no entendió muy bien lo que Morgana le quiso decir, pero se sentía feliz. Quién conocía como su familia temió de ella, mientras que una extraña no hacía más que darle posibilidad de un futuro brillante. Uno con magia.
•
El viaje a España le fue cansador, pero no mas que ir en tren hasta Cantavieja (antes, tomando un bus que la llevara hasta la estación ferroviaria) Fue tedioso, cargado con miedo, pues las vías se situaban cercando el barranco. Y el tren no se veía muy confiable, no cuando había viajado en otros más modernos.
—¿No se porque me hago esto? —murmuro viendo, mala idea, por la ventanilla—. Podría haber buscado una mensajera.
Y es que llevaba hasta ese punto, lo de tener una vida mundana. Viajar como ellos lo hacían, segura de que desconocían a las dichosas mensajeras. Fueron las tres horas mas largas y llenas de dolor de estomago que alguna vez vivió. Al menos en ese presente.
En cuanto las puertas se abrieron, junto con la gata, bajaron de prisa, respirando aliviadas el aire del pueblo montañoso. Ya con la maleta, fue a buscar donde pasar la noche.
Pero en medio de su búsqueda, sintió algo en el aire. Era una leve corriente mágica, una que aun después de tantos años, la tenia presente. Su corazón se llenó de alegría, pese a todo. Pues los últimos recuerdos juntos a esa persona no eran los mas lindo, y no existían días en que, al pensarla, se arrepentía de como terminó todo.
La extrañaba, a ella, como a tantas otras personas que se quedaron atrás, a pedido de ella, o por culpa de ella. O solo porque él mundo fue más hostil de lo que pudieron aguantar.
Sin importarle nada, siguió esa energía hasta los limites del pueblo. Esquivó todo, tratando de no llevarse por delante a quienes se detenían verla. A ella, una chica brillante y tan rosa, entre una zona llena de grises como las rocas de las montañas.
Llegó a la última casa del pueblo, la más lejana, y llena de flores coloridas en la entrada. Cubierta de una energía mágica tan oscura, e indefensa a la vez. Sin miedo a nada, se acercó a la puerta y con un alegre repiqueteo llamo.
•
Arcadia era, lo que Hisirdoux consideraba, una pequeña ciudad perdida de los Estados Unidos. Donde no todo era como se veía, o al menos para la mayoría de las personas que no poseían magia. Bajo los puentes, en la oscura noche, dentro del bosque, hasta en lo profundo de un solitario museo, todo era diferente.
Era una ciudad que albergaba las criaturas más extrañas que el ojo humano alguna vez pudo presenciar. Desde trolls, extraterrestres que se disfrazaban de humanos, humanos que en realidad era trolls, magos, brujas. Seres que solo se leen y encuentran en libros, o frente a las pantallas de cine.
Fantasía de la más pura, que alguna vez alguien tuvo el placer de imaginar y relatar.
Hisirdoux Casperan terminó allí mismo junto con otros seres mágicos. Decidió que residir en una ciudad con gran atractivo mágico como lo era Arcadia sería lo mejor para él, y que le daría más tiempo para mejorar su técnica como mago, además de seguir esperando que Merlín despierte de su sueño reparador.
Que Zoe le haya hecho caso, y llegara unos meses después que él, fue un golpe de suerte. Ermitaña, prefería pasar sus días lejos de las ciudades por mas pequeña que sea.
Y ahora sus días se reducían, en llevar su cuerpo hasta los límites, lleno de actividades, para poder dormir tranquilo. Algo que se le hizo rutina con rapidez.
Después del ensayo, no se quedo con sus amigos a pasar el rato. Estaba muy cansado como para tomar un par de cervezas con ellos que no llevaban el mismo ritmo que él.
Yendo al departamento, tuvo un fugaz pensamiento. Por allí entre el sueño, y querer seguir haciendo algo, pasó la imagen de alguien que no veía hacia mucho tiempo. Se preguntó como estaría, si al fin pudo encontrar tranquilidad, aunque no sea a su lado.
Sonrió, y siguió su camino.
★★★
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