18, No te dejare ir.

XVIII

No te dejare ir.

|Dream on|

Camelot.

Hacia un par de días que no tenía noticias de su madre. Morgana se marchó, no sin antes despedirse de una manera en que Arabella no supo como tomarlo. Recién había cumplido veinte años, estaba segura que en cualquier momento Hisirdoux hablaría con el rey para pedir su mano.

Fue aquello, lo que la distrajo de la realidad del momento. Aunque una parte suya no estaba segura de como Morgana tomaría la idea de que él aprendiz de Merlín pidiera su mano en matrimonio.

De solo imaginar como se pondría ante el silencio que se generaría cuando Arturo estuviera a punto de dar una respuesta, le daba dolor de estómago. Pero también iba mas allá de eso, y se veía a ella con un hermoso vestido, con el cabello repleto de flores, yendo al altar, con el velo mas exquisito que se pudo imaginar, e Hisirdoux allí al final del pasillo, sonriente, nervioso, hermoso.

Daba saltos en su alcoba imaginando una vida con él, sin tener que estar ocultándose porque ella era una princesa enamorada de un aprendiz. Sin embargo, ese día, en la noche, llegaron las noticias que menos se esperaba.

En la tarde, el rey salió con la caballería al bosque, ella no sabía que iban a buscar, y tampoco con lo se esperaría a su llegada. En lugar de Arturo, llego Circe, tan pálida, que supo que nada bueno traía.

—Su madre, lady Morgana falleció —contó Circe.

Circe continúo hablando, pero Arabella ya no oyó, ni fue consciente de lo que dijo, si la trato bien o mal. Huyo a su alcoba, y allí dentro se desplomo junto con sus lágrimas. El mundo que conocía se desmoronaba, y no se creía capaz de hacer algo al respecto.

Una hora mas tarde, con el sol apenas poniéndose sobre el horizonte, el rey Arturo la mando a llamar. Con las lagrimas mojando sus mejillas, fue hasta el salón de asambleas, y lo encontró allí. En su trono vació, en un lugar que se hacia aun mas grande con él solo.

Arturo la vio fijo, y espero a que estuviera cerca. Se puso de pie, y Arabella creyó estar frente a un gigante. Su armadura brillaba, y ella temblaba aterrada de lo que él podría decir. El peso de la corona se hizo inmensa, y solo esperaba poder resistirlo sin terminar arrodillada a sus pies.

Terminar como el rey siempre deseo que pasara. Tener la princesa rebelde arrodillada frente a él.

—Tu madre eligió su camino —dijo—, es hora que tu decidas de que lado estas Arabella. Espero que sepas lo que significa la joya en tu cabeza.

—¿Quiere saber de que lado estoy? —pregunto.

—Pronto se desatará una batalla que definirá el rumbo de la magia ¿De qué lado estas?

Arabella guardo silencio por un instante. Le pidió tiempo a Arturo para formular una respuesta, y este se lo concedió. Tenia hasta la mañana para definirse, sin que la acusen de traidora.

Arabella hizo su bolso, tomo una bitácora, y un mapa. Guardo algo de comida, y se ajusto bien el collar para evitar perderlo. Dejo el vestido rosa, y se puso uno que usaba para salir del castillo. Su decisión la tomó en el momento en que vio al rey esperando a que ella estuviera dispuesta a manchar sus manos con sangre de otros mágicos.

Sin embargo, no estaba dispuesta a irse sola.

No tenia a su madre, ni la confianza del rey, pero aun le quedaba el amor de su vida hasta esos días. Sin embargo, así como Arabella tomó una decisión, Hisirdoux también tomó la suya. Ambos eran leales a las personas que los cobijaron, aunque eso les costara los sentimientos ganados.

Se vieron en mitad de la noche, se abrazaron, tratando de darse consuelo, y Arabella hablo.

—Me marcho, y deseo que vengas conmigo —dijo—. Hagamos una nueva vida, juntos. Sigamos creciendo, como estuvimos haciendo hasta ahora, de la mano, y leales a nosotros — añadió, conteniendo las lágrimas.

Hisirdoux se apartó y la vio fijo, hablaba en serio. Él no quería irse, menos dejar a su mentor, y nueva compañera. Aunque tenía magia, su lealtad estaba con el rey, solo porque Merlín aún seguía del lado de la corona.

Guardo silencio, uno que le dijo la decisión tomada. Arabella no podía creerlo, pero si entenderlo. Tomó aire profundo, seco una lagrima que aún no caía, y sonrió con mucha pena. No podía hacerlo de otra manera.

—Lo siento, veo que no sentimos lo mismo, al menos por ahora, amado mío —dijo con voz temblorosa—. Espero que algún día nuestros caminos se vuelvan a juntar, lo deseo.

Le dio un suave beso en la mejilla, sin dejar de sonreírle, aunque por dentro se rompía como un cristal.

  Se marchó como el día en que Morgana la halló, por completo sola. No lloró, ni agacho la cabeza, solo se dignó a hacer, otra vez, su vida desde cero.

Se guardó para ella la decisión tomada. No quería asustar, ni involucrar a mas nadie, al menos por esos días. Decidió continuar sus días como si no supiera que faltaba nada para que Morgana y los trolls de la tierra oscura invadieran la luz del día.

Quiso pasar esos días con Zoe e Hisirdoux. Así que los invitó a cenar. Era lo que alguna vez les prometió, una comida de verdad, nada de pedir por teléfono.

—Bien, porque muero probar tu comida de vuelta —dijo Zoe con emoción—. Yo llevo la bebida.

—Y yo te ayudo en la cocina, soy bueno en eso —dijo Hisirdoux.

—Genial, amo fingir que tengo una vida común y corriente —dijo Arabella—, mas si es con ustedes.

Zoe se marchó, y quedaron ellos dos solos.

—Por cierto, cuando la batalla de bandas, y lo que pase, suceda, luego podremos irnos unos días de vacaciones ¿Quieres? —pregunto Hisirdoux—. A la playa, un poco de sol no nos va hacer daño.

—Si, eso suena bien —respondió Arabella.

Se acercó a él, y le dio un suave beso en los labios. Le sonrió, y se quedó allí viéndolo con atención. Sus ojos ámbar, esa sonrisa dulce, el cabello negro teñido de azul que caía sobre su mirada, todo en él era hermoso, y disfrutaba verlo.

Disfrutaba que solo sea para ella.

—¿Vamos hacer las compras? —pregunto en un susurro—. O hacemos algo mas divertido.

—Zoe nos puede matar si supiera que decidimos no hacer la cena —dijo Hisirdoux—, pero en la noche, cuando no haya mas nadie, juro que seré por completo tuyo.

—Eso suena aun mejor —murmuro Arabella y le dio otro beso.

Salir hacer las compras, y cocina junto con Hisirdoux era una de las mejores experiencias del momento. Se imaginaba mas días así a su lado, trabajando a la par, hablar mientras rebanaban los vegetales, o detenerla de cruzar la calle sin ver.

Si, era la clase de vida que quería vivir en ese presente.

Cuando llego Zoe, ambos la esperaban sonrientes y cómplices de una de las mejores tardes que vivieron juntos hasta ese momento.

—Uh, huelen a boda —dijo la pelirosa con emoción—, claro que seré la madrina.

—Si ella me pregunta, te prometo la mejor boda de todas —dijo Hisirdoux—. La ultima vez pregunte yo, me dijiste que no, ahora es tu turno.

—No es mi culpa —exclamo la rubia—. Me dijiste que te siguiera la corriente, yo tomé el camino dramático.

—Si, es tu camino favorito —dijo Zoe, y rio—. Bien, Arabella felicitaciones, sigues cocinando como una maestra chef.

—Gracias, una debe aprender cuando vive sola —dijo, y le dio un sorbo a su copa.

La cena salió como esperaba, hablando de los viejos tiempos, y riendo por las tonterías que alguna vez hicieron. Llevaron la charla a la terraza, y allí se quedaron, esperando a que el sol saliera. Sin embargo, volvieron por el cansancio que tenían.

Pronto llegarían días sin nada de paz.

Zoe se marchó, e Hisirdoux le dio una mano a Arabella para levantar la mesa, y lavar los trastos sucios. Eran ese viejo matrimonio que hacían los deberes de la casa en un silencio cómodo, sin apuros, sin temores, sin pensar en el futuro.

Aquella noche, cuando se buscaron incontables veces, y se besaron las heridas del pasado, prometiéndose un futuro brillante, se olvidaron la vez que se separaron haciéndose doler por primera vez en sus cortas vidas.

—¿Sabes? —dijo Hisirdoux.

Arabella reposaba en su pecho, admirando sus tatuajes, y su piel trigueña, aquella que se encargo de besar como sino existiera nada mejor en la vida.

—Cuando tu te fuiste, y la batalla en Camelot llegó a su fin, yo te busque —conto, y acaricio su cabellera rubia—. No debí dejarte ir. Dios, no existió un momento en la vida en la que no me haya arrepentido de haberte dejado.

Arabella se apoyo en sus codos, y lo observo con esa compasión que solo ella le podía entregar. Pasos sus delgados dedos, sobre la frente del pelinegro para correr algunos flecos azules de sus ojos tristes.

—No tenías otra opción —murmuro Arabella—. Lo debías hacer, Merlín te necesitaba, y Circe también.

—¿Algún día me perdonaras por haber sido tan ...?

—Ya te perdoné —respondió dándole una sonrisa—. Aun cuando me dijiste que no, lo hice igual. Te perdone, porque estaba segura de algo.

Sonrió, y sus ojos se llenaron de lágrimas. Tenia algo en el pecho que cosquilleaba mas que la magia, y le llenaba de felicidad, algo que solo Hisirdoux era capaz de provocar.

—¿De que estabas segura? —preguntó Hisirdoux.

Puso su mano en la mejilla de la rubia, y ella la beso con ternura.

—De que tu y yo —murmuro—, tu y yo, estamos destinados a ser.

—Amo que digas esa frase —exclamo alegre y la beso—. Dioses, haces que mi corazón enloquezca.

Arabella rio, y se tiro sobre él, llenándolo de besos. 

★★★

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