1, Paralelos.
I
Paralelos.
Despertó de repente, como si alguien le hubiese dado un fuerte golpe en el pecho. Lejos de hacerle doler, le arrebató el aire. Se quedó allí, sintiendo su corazón palpitar, tratando de hacer memoria de lo sucedido.
Cuando menos se dio cuenta, se encontraba viendo al techo iluminado por la luz del sol que entraba, y sostenía con fuerza las sábanas de color rosa. Se había olvidado de bajar la persiana en la noche, pues llegó del trabajo agotada, y malhumorada; ahora era invadida por esa claridad.
—¿Qué fue eso? —se cuestionó.
La alarma sonó a los minutos, dando un brinco en la cama por el susto. Debía admitir que había quedado muy sensible luego de la forma brusca en que despertó.
Sin quedarse más tiempo, pues temía volverse a quedar dormida, y llegar al mismo punto que la obligó a despertar de un sobre salto, puso los pies en suelo, decidida a comenzar su rutina.
Se puso las pantuflas rosas, y se dirigió al balcón. Respiró el aire contaminado, aun así, sonrió. Hacía ya un par de años que vivía en New York, y no dejaba de amar la ciudad.
En la gran manzana, encontró cierta estabilidad. Llevaba una vida ordinaria de una veinteañera libre de padres, o relaciones. Estudiaba en la tarde, y por las noches trabajaba como mesera en un bar. Lo hacía sabiendo que no le hacía falta, ni más conocimiento ni más dinero.
Aquel pequeño departamento, monoambiente, era su vía de escape. Porque, a principios de los 2000 decidió que lo mejor era comprarlo que seguir gastando dinero en alquiler.
—Bien, empecemos el día —dijo, con una gran sonrisa—. Por cierto, hoy vemos a donde nos mudamos.
Amaba la ciudad, pero tampoco lo suficiente para seguir más tiempo entre gente que cada vez la quería conocer más y más. Uno de sus compañeros de trabajo le pidió salir, y fue en ese momento en que sintió que no debía pasar mas días allí.
Pasó al lado del escritorio, e hizo girar de manera vaga el globo terráqueo que allí tenía. Lo hizo sabiendo que a esa altura el azar no era su mejor amigo. Aunque a New York no llegó de la misma forma, pues siempre fue su ciudad favorita, si muchas veces en su pasado se subió a algún barco de polizona, que la llevaba a islas remotas.
—White, iré a llevar un último trabajo práctico, y a recoger el cheque, y mañana en la terminal iremos a ...
Frunció el ceño, tratando de ubicar la ciudad en su mapa mental. No llegó a ningún lado, pensando que no pisó ese pequeño municipio español antes.
—A Cantavieja —dijo con extrañeza—. Que nombre tan llamativo. Bueno no iremos a la terminal, y creo que debo ver cuando sale un avión hacia España.
Yendo al baño, despertó a quien le hablaba. La felina blanca se hizo un ovillo contra su suave tacto, y lento fue saliendo del sueño. Arabella le envidiaba, sus últimas noches habían sido un caos, despertando de sueños vacíos que le quitaban el aire en la mañana, y su gata no se percataba de eso.
Le sirvió comida, y fue directo a abrir el agua para darse un baño. Antes del té, como casi siempre, tenía la necesidad de lavarse el cabello, enjabonarse la piel, y perfumarse por completo.
Bajó la ducha, se perdió en sus pensamientos, esos que la empujaban al vacío que soñó en la noche, y la despertó medio atontada y nerviosa en la mañana. Quizás tenía presente como algo que le sucedió hacia un siglo.
Porque Arabella no era la joven universitaria que todos conocían. Solo en aspecto no pasaba los diecinueve años, después de eso, se escondía una bruja de antaño.
Y yendo a 1920, un escalofrío le recorrió por completo. Decidió creer que en realidad era el estrés por ser eso que todos creían, y que no tenía nada que ver con su pasado de cien años atrás.
No disfrutó del baño, pero al menos su larga cabellera rubia estaba perfumada como ella quería, como una extraña necesidad mañanera.
Como siempre, antes de vestirse, corrió las cortinas, a juego con las sábanas de la cama. El departamento estaba en los pisos del medio, aun así, no quería fisgones, si es que podían haber.
Vestida, con una blusa rosa y jean celeste, maquillada, y perfumada, su día continuó como siempre, desde hacía unos años.
Unas horas atrás,
en Arcadia, California.
Aún faltaban un par de horas para que el sol saliera por completo, este apenas se reflejaba en el horizonte como una linea anaranjada y vaporosa en el firmamento azul oscuro.
Y por las calles, con algo de frio, y mucho cansancio iba Hisirdoux. Le habían dicho que debía elegir entre seguir manteniendo las noches tranquilas, sin que nadie lo viera, o supieran de él, o continuar siendo el joven alternativo que aparentaba ser en el día.
Pero él, lejos de demostrar que no podía ser capaz de seguir con un trabajo de vigilante nocturno, universitario y mesero, lo hacía todo junto. Llegando a dormir entre cinco y siete horas de lunes a viernes, y muchas más los fines de semanas.
Así que, cuando llegó al departamento, se tiró sobre el colchón, buscando dormirse de inmediato.
—Zoe dijo que en la tarde tienen ensayo con la banda —avisó alguien a unos pasos de él.
Se había olvidado que también era muy social, y su gran pasión era la música. Y siendo líder de una banda alternativa, no le quedaba más alternativa que estar siempre presente, aunque el cuerpo no le diera más.
—Solo dame doce horas para reponer —balbuceo Hisirdoux—. Estaré fresco para el ensayo.
Su gato negro, quien le habló momentos atrás, saltó a su lado, y puso una pata sobre la cabeza de su familiar.
—¿Para qué estudias? —le preguntó—. Si quitas eso de la ecuación de la vida que tratas llevar, quizás no termines así todas las madrugadas. Además, está claro que vas a hacer nada.
El pelinegro giró la cabeza para ver a su familiar, y le dio una sonrisa de cansancio.
—Para tener una excusa —dijo con vaguedad—. Que se yo. Si no lo hago no me cansó lo suficiente. Ahora déjame dormir.
El gato negro dejó que su familiar se durmiese. No le podía regañar por elegir la peor forma de cansarse. No después de todos los años vividos, y lo que vivió en cada uno de ellos.
•
No estaba seguro de cuantas horas pasaron de cuando volvió al departamento, pero los golpes contra la puerta lo hicieron despertar de un brinco. Su corazón dio con fuerza contra su pecho, creyendo que se saldría a causa del impacto.
—Vamos Casperan, despierta de una vez —se oyó del otro lado.
—No se escucha de buen humor —murmuró el felino.
Hisirdoux giró hasta quedar boca arriba, y se quedó perdido en el techo, mientras escuchaba a Zoe del otro lado, y un dolor de cabeza le invadía.
—Si así va a ser mi sábado, prefiero que sea ya lunes —murmuro.
Con las pocas fuerzas que tenía, se puso de pie, y fue directo a abrir la puerta. Esquivando la ropa en el camino, y algunas otras cosas que siempre quedaban tiradas.
Antes que su amiga volviera a tocar, abrió, y está entró de golpe.
—Hace diez minutos que te llamo —dijo ella, y se cruzó de brazos—. ¿Archie te dio mi recado?
Él asintió, y le dio una sonrisa coqueta.
—Bien, me alegro que no llegues lo suficientemente muerto para no escuchar.
Zoe era de las pocas amigas de su edad, o quizás unos años más que él. La conoció un tiempo después de haber dejado Camelot junto con una hechicera que llamaba hermana, y de la que no sabía nada.
Era gruñona, y poco paciente, pero bajo esa rudeza, corta estatura, y cabello pintado de rosa chicle, se escondía una maga muy comprensiva, y loca del orden, que ahora veía el caos que era el departamento de Hisirdoux.
—¿No crees que debes ordenar un poco? —cuestionó —. Uhg, estoy segura que puedes pescar una enfermedad y la cura en este lugar.
—Eso lo sabre en un par de días —dijo gracioso—. No me dan los tiempos para levantar todo del suelo.
—Si, eso veo —dijo con cierta preocupación—. Doux, creo que debes ...
—No, esta todo bien —le interrumpió—. Disfruto de esta vida Zoe.
Zoe siguió inspeccionado el lugar con la vista, y dio un suspiro de resignación.
—En fin, ponte decente, te invito a almorzar, y luego iremos a los ensayos.
Sin oponerse al cuidado de la pelirrosa, fue directo a darse un baño. No le iba a negar una comida gratis y hacer algo diferente a lo que haría el único día libre que le daban en la semana. Estaba seguro que, si no fuera por ella, seguiría durmiendo hasta la hora del ensayo.
En la ciudad de New York.
Con su ultimo cheque en mano, y el trabajo practico de historia básica III entregado, regresó al departamento. Contó el tiempo que le quedaba hasta que llegara el taxi para ir al aeropuerto, y todo el que pasaría hasta que saliera el vuelo a España.
—Mi profesor dijo que Cantavieja se llega en tren —murmuró viendo el celular—. Y que ... Oh, será un largo viaje.
Entró al departamento, dejó la mochila rosa a un lado, y se sacó las sandalias para andar descalza. Ordenó una pizza, y un refresco de cola, y hasta que llegara el delivery, se puso a sacar ropa del armario.
Todas las prendas iban de un rosa casi blanco, hasta un vestido rojo furioso de lentejuelas. Un par de jean azules (entre estos el celeste que usaba), otro negro, y uno con las rodillas rotas, el más sueltos de todo su repertorio de prendas juveniles.
También guardó sus aros, aunque siempre usaba los de piedras verdes, algunas pulseras, y anillos.
Aunque parecía mucho, solo ocupo una maleta. A donde fuera, era de viajar liviano, y alquilar departamentos pequeños. Tratando de alejarse tanto como podía de los lujos de la princesa que alguna vez fue.
Cenó, se ducho una vez más, guardó los juguetes de White en una caja, y la ocultó en algún lado del departamento, y cuando el taxi dio aviso de su llegada, Arabella se despidió de aquel departamento, una vez más.
★★★
Si, las chicas lindas despiertan de un sobre salto 😎
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