CAPÍTULO 16:
Volvemos a la costa muy lentamente para atrapar los haces del sol y sentir la suave arena en nuestros pies (realmente placentero). Antes de salir de la cabaña, con Kevin decidimos olvidar por un momento todos estos turbios asuntos. Estamos de vacaciones anti-estrés, deberíamos despejar la mente y disfrutar del verano, pues este es uno de los pocos días que se asemeja a la estación. Últimamente han sido fríos y ventosos, nada de helados derretidos ni temperatura abrasadora, bueno, al menos el mundo trata de ser un poco normal ahora.
– ¡Juuu!–. Lo menciona con tono acaramelado, oh no, eso lo hace cuando se trae algo en mente que tiene que ver conmigo... ¡Por favor que no sea otro exorcismo!
Abro los ojos con precaución, está deseosa de que se lo pregunte, así que le haré el favor.
– ¿Qué?–. Hablo de mala gana, pero no sin sobrepasar el límite de la grosería.
Está lista para saltar:
– ¡Vamos por tu traje de baño!–. Aplaude...rayos, prefiero el exorcismo.
Prácticamente me lleva de rastras al local, una pequeña cabañita bohemia con un cartel hecho de madera pulida y pintura, "Butique las Olas", para mí en realidad es el nombre de un frigorífico de ética y compostura, pero sé que Ann no piensa escuchar nada de lo que diga hasta que salga de allí con una bolsa, y desgraciadamente no puede estar vacía.
El lado bueno es que todo este entusiasmo unilateral provocó un levante de ánimo por parte de nuestro fantasmagórico acompañante, algo es algo.
Ya no queda otra que ingresar: El sitio tiene amplios ventanales al fondo que le brindan luminosidad, está bastante repleto de cosas para playa: Batas, bikinis, mallas de una pieza, toallas, cremas, etc, etc, etc. Por supuesto que Ann me lleva de primera a la sección de bañadores.
Afortunadamente no hay demasiadas personas que puedan notar mi auténtica cara de horror mientras ella revuelve enloquecida por aquí y por allá.
La vendedora se nos acerca gustosa por el extremo consumismo de mi amiga al igual que abeja a la miel.
– ¡Buenos días señoritas!, ¿les puedo ayudar en algo?–. Junta las manos e inclina la cabeza muy sonriente, exactamente como las azafatas, con moño alto y todo.
–Sí, sostenga– Ann le avienta un veintenar de prendas sin dejar de ver las otras, le doy una mirada de disculpas pero la mujer está más feliz que nunca, wow, apuesto a que esto no pasa seguido. En eso se acerca Kevin y me susurra con su estúpida voz estilo sexy:
<< ¿Modelarías para mí?>>
–No–. Gruño tajante, genial, ahora se fue al otro extremo.
Veo que se está divirtiendo, sí, adora mi rostro arrugado y agrio.
<<Oh, cierto–rueda los ojos aguantando la risa–olvidé que eres una tortumonja ultra vulnerable cuando tiene que ver con la ropa. >>Ah no...Usó la palabra con V, ¡sabe perfectamente que odio la palabra con V!
–Cállate, no lo digas–. Ordeno.
Tuerce la boca hacia un lado:
<< ¿Qué?, ¿vulnerable?, ¡pero es cierto!–y agrega solemnemente–siempre tengo razón.>>
Ahora sí que se pasó, ¿quiere que use esa porquería?, bien, usaré esa porquería con tal de que se calle.
–Te voy a mostrar quien es una maldita vulnerable–. Mascullo.
Tomo sin previo aviso todas las cosas que la vendedora está cargando y las llevo al probador más cercano. Ann se me queda mirando pasmada:
– ¿Qué mosca le picó?
No puedo creer que haya caído en esa estupidez, pero cuando me di cuenta ya estaba metida en la cabina con la cortina cerrada y una manga salida. Maldición...ahora que me ensucié en el lodo, voy a embarrarme del todo. Termino de sacarme la playera negra y blanca a rayas, el sostén, y el pantalón (no pienso bajo ninguna circunstancia quitarme la ropa interior).
Elijo uno discreto, es de una pieza, negro y el escote va hasta el cuello, sip, un traje de baño con mi personalidad.
Abro la maldita cortina para que me vean, la verdad es que por más que me gusta su escote, mis miembros están demasiado desprotegidos para mi gusto.
El jurado de este Reality son: Ann, Kevin y la señora de sonrisa gigante que pretende que le compremos todo. Ann pone cara de total desagrado, Kevin no puede soportar la risa en su asiento y la señora sonríe.
Mi amiga mueve frenéticamente su dedo índice:
–Otro.
Bufo con fastidio y la vuelvo a cerrar. Voy a estar aquí todo el día.
Ahora pruebo con uno verde agua de igual confección, Ann, no. Kevin, no. Señora, sonríe.
Me coloco otro, este es de una pieza, gris, un poco más de escote, Anna se impacienta:
–Vamos, Ju, ¿por qué no cambias de aire?–. Mueve los brazos.
Intento con el siguiente pero el resultado es casi igual.
Ocurre lo mismo con otros seis trajes de una pieza, ya incluso la señora se está hartando de sonreír. El último que queda es un bikini que vi al principio y que directamente no me atreví a usar. Es negro y simple, pero muestra mucha, mucha piel, en serio. Tiemblo ante la idea de estar vistiendo esto delante de:
A) La lunática y expresiva de mi amiga.
B) El chico muerto que pertenece al sexo opuesto.
C) La desconocida con parálisis facial.
Bueno, si lo uso y me dicen que no, al menos estaré oficialmente libre de la maldición de los estúpidos trajes.
Retiro lentamente el que llevo puesto sintiendo dolor e incomodidad a medida que me acerco a esta gran prueba, muchas chicas gritarían de alegría al tener que modelar, pero si algo odio más que el mono del cereal, es mostrarme, ¡esta cosa es como estar en ropa interior!
Suelto un suspiro mientras me coloco la parte superior, la cual encaja perfectamente con mis senos. Bueno, ahora voy a por la segunda, un triángulo no muy amplio pero tampoco tan pequeño como para ser obsceno, amplitud común. El problema es que se sujetan a mis caderas
por unos cordones delgadísimos, no, esto no sirve. Pienso cancelar todo y comunicarles a los de afuera que el show terminó, pero Ann se oye impaciente a través de la cortina:
–Vamos, no tenemos todo el día.
– ¡Ya voy!–. Grito molesta tratando de ocultar a toda costa mi nerviosismo...el conflicto inverosímil entre una chica y el traje de baño, algo que puede traspasar cualquier frontera en el espacio...sip, definitivamente no quiero salir.
Veo el espejo de al lado y me devuelve una imagen extraña y desconocida:
Hay una chica esbelta y pálida, ojos enormes y grises, confección angulosa. Sus largas piernas cuyos músculos se contraen por la inseguridad están tan blancas y finas como el resto. Al igual que una vieja estatuilla de porcelana.
Ahora está de perfil, puedo apreciar todas sus curvas que aunque no muy pronunciadas, delicadas, hasta denotan cierta femineidad. Sus senos y trasero enormes, descomunalmente enormes... ¡No puedo salir con esto, me hace ver indebidamente voluptuosa! (ok, Juliet, ¿y ese vocabulario?)Sí, exagero, son...normales.
Ya cansada decido acabar con esto abriendo la pared de tela que separa a los verdugos de mí, la adolescente mitad monja mitad tortuga que tiene problemas de personalidad catalogables como graves, pero a mí que.
Quedo rígida esperando una negativa para volver a ingresar cuando me percato de sus rostros: Ann está sonriente y complacida, hasta tiene cierto tinte de deslumbre; la mujer de sonrisa perpetua agrandó los ojos con expresión seria y Kevin se encuentra pasmado, completamente boquiabierto. Movido como por un resorte se levanta de su asiento mientras veo como el color ilumina sus mejillas al rojo anaranjado, si eso es posible. Su reacción me incomoda a tal punto que también me sonrojo, siento como el calor sube por todos mis vasos sanguíneos para llegar a la cabeza. Ninguno de los dos aparta su vista hasta que es imposible soportarlo. Parecemos una par de niños. Sin embargo, me permito una sonrisa interior (¿quién es el cobarde pudoroso ahora?).
Por fin mi amiga corta con todo este silencio tonto aplaudiendo feliz:
–Oh Ju, ¡sabía que tenías buen cuerpo!–. Da pequeños brincos de emoción.
–Sí señorita, ese le favorece–. Agrega la mujer señalándolo con el dedo índice.
Kevin me observa nuevamente, aun con rastros de rojo.
<<Mmm, sí, bonito>>Farfulla, alejando su mirada de nuevo.
Una vez tomo consciencia de lo que estoy usando básicamente huyo al probador para volver a mi ropa casual.
Como era de esperarse, no pude convencer a Ann para que no comprara el bikini, es más, se lo tomó tan a pecho que ni siquiera me dejó pagarlo, alegando que como amiga y salvadora social es su deber colaborar con aquello que me haga ver sexy, o al menos así fue como lo dijo. Pero ella no entiende que no soy sexy, de hecho soy tan sexy como una roca. Sí, aunque tal vez ella sí crea que son sexys, en ese caso no sé qué pensar...bah, igual no lo soy.
–Bien, –canturrea Ann mientras volvemos a la cabaña con paso animado–ahora que ya cumplimos con uno de los requisitos de la playa, debemos ir a lo de mis padres porque me dijeron que fuésemos a almorzar a la una. Luego, pasadas las dos horas ¡podremos por fin sumergirnos en las tibias aguas del amor veraniego!–. Termina imitando a una soprano de ópera.
<<Oye, ¿cómo son los de Ann?>>Pregunta divertido y curioso.
Abro mi estrecho canal de conversación:
<<Mmm, ¿con respecto a la locura?>>
Asiente sonriente.
<<Padres completamente normales, en parte, abuela chistosa y cascarrabias, hermano excéntrico, con pinta de genio o idiota según el punto de vista. >>Wow, ni yo sabía que podía describirlos tan fácilmente.
Tras tres o cuatro golpes en la puerta nos recibe su padre Frank, un hombre alto y castaño, básicamente Anna versión hombre, paro de ojos verdes, más fornido y no tan loco (igual de risueño, es cierto, pero no tan loco).
Entramos. Su cabaña es igual que la nuestra solo que más poblada, la actividad familiar se desborda por la ventana y el olor a comida haciéndose en el horno abre mi apetito.
Allí está la abuela, sentada en el sillón viendo su novela la cual no perdería ni aunque hubiese amenaza de bomba nuclear. La voy a saludar...no sé qué tengo que hace que me adore, siempre me regalaba caramelos cuando iba a su casa y me trata como una nieta más, incluso a veces mejor. Tal vez porque soy la única en la casa que no la interrumpe durante su sagrada hora y media de pasión desmedida en baja resolución.
– ¡Juliet, cuanto que no te veía preciosa!, ¿cómo estás?–. Coloca una mano en mi espalda mientras me inclino y me besa ambas mejillas–Ya eres toda una señorita. –sonríe...la vi ayer, pero su memoria no es precisamente...funcional.
Antes de que pueda retribuirle el saludo de forma correcta vuelve a centrarse en su novela. Mejor no decir nada.
Paso a la cocina a ver a Emilia, está sumamente ocupada revolviendo una olla que desprende vapor espeso, cuando me nota se voltea a saludar con la misma sonrisa que su hija, brillante (pero sin tanta sobrecarga de éxtasis).
–Hola, Ju– agrega– ¿puedes revolver la salsa por mí, por favor?
Asiento y voy a la olla mientras ella revisa el horno donde hay un pollo horneándose.
Tomo la cuchara de madera y traigo los condimentos del fondo a la superficie, apreciando su aroma. Justo en ese instante aparece Marcos, hermano pequeño de Ann y niño excéntrico de seis años coleccionador de pelusas de obligo. Corre como un avión por la cocina, tengo que moverme para evitar que me tire con todo y salsa. Sus cabellos, tan lacios como los de su hermana, le cubren toda la frente, lo que le da un aspecto aún más extraño.
–Marcos, ¡no corras en la cocina, además, ¿dónde están tus modales?, saluda a Juliet!–. Su madre le lanza una mirada de reproche, él aminora la marcha y va hacia mí con cabeza gacha.
–Lo siento, Juliet Bronson, ¿cómo te encuentras?–. Es su costumbre, saluda por nombre y apellido.
–Bien, ¿y tú?
–Espléndido.
Emilia se muerde el labio y rueda los ojos.
–Vamos, vete a jugar.
Kevin observa al chico mientras se va, sonriente.
Nos sentamos a la mesa y degustamos un delicioso pollo al horno con papas y salsa. Yo estoy sentada entre Ann y su hermanito mientras que Kevin se coloca detrás de mí. Todo va tranquilo hasta que Marcos habla:
– ¿Quieres jugar?
–Luego–. Le sonrío.
Menea enérgicamente la cabeza en forma negativa:
–Le digo a él–. Señala a Kevin de forma natural y decidida, mi compañero se queda pasmado.
<<No es común que me vean a esta edad, suelen dejar de hacerlo a los 2 o 3 años>>Se dirige a mí mentalmente.
Me inclino disimuladamente a un lado de la mesa para decirle algo al pequeño, pero este me aparta apresurado mientras le sonríe a Kevin, luego su a su madre.
–Mamá, ¿puedo ir a jugar?
Ella ve su plato severamente, examinando si el porcentaje faltante llega al aceptable, como todas las madres suelen hacer. Un instante más tarde acepta:
–Está bien, pero no hagas travesuras.
Con un entusiasmo enorme, guía amablemente al fantasma con señales obvias.
–Ven, ¡quiero presentarte a alguien!
Kevin me ve con sonrisa infantil y va tras él divertido.
Ann blanquea los ojos acompañado de un suspiro cargoso:
–Otra vez con sus tontos amigos imaginarios.
Ahora me doy cuenta de lo que esto conlleva. Recuerdo que cuando Marcos era más pequeño solíamos reírnos de sus "amigos", siempre se enfurecía diciendo que no lo entendíamos...todo está tan claro, la veces que hablaba solo, que se pasaba horas observando a la nada. No son amigos imaginarios. Son muertos.
Mi cerebro chisporrotea por la nueva información, realizando otras de mis tantas notas mentales:
1) Disculparme con Marcos.
2) Ver qué es lo que sabe.
3) Felicitar a Emilia por el pollo.
–Está delicioso, Emilia–. Digo.
Ella sonríe agradecida:
–Buen provecho.
Asiento con una pequeña curvatura.
Listo, punto tres borrado, ahora lo siguiente.
–Disculpen, ¿puedo usar el baño?
Frank afirma, servicial.
–Por supuesto.
Me retiro lentamente y camino por el estrecho pasillo, llego a una puerta entornada donde escucho la voz animosa de Kevin junto con la de Marcos, pero también hay otra suave y sinuosa de niña.
Ingreso sin pensarlo y Marcos se gira, alarmado:
– ¡Toca antes de entrar, la asustaste, desconsiderada!
Gatea hacia abajo de su cama.
Decido sentarme al lado de Kevin en el suelo.
<<Tienes razón, es un genio, ¿has visto su colección de pelusas?, ¡es alucinante!>>
Espera, ¿acaso le gustó esa mugre?, en serio, se ve que ambos tienen problemas. O sea, nunca la vi por el hecho de ser de pelusas de ombligo..., ¿podría ser atractiva?, hummm.
–Tengo que verla–. Digo.
El pequeño continúa en la cama, murmurando cosas.
Le dirijo una mirada curiosa y expectante, Kevin se levanta y va hacia allí, se arrodilla junto a él y habla de forma que yo pueda oírlo:
<<Vamos, sal, es gruñona pero no muerde. >>
Mi ceño se frunce automáticamente:
– ¡Oye...!–. Las palabras se me atoran en la garganta cuando la veo salir de su escondite: Una niña de no más de cinco, está completamente empapada, con sus enormes y tímidos ojos castaños cubiertos por mechones mojados. Es tan diminuta y frágil que no puedo evitar lamentarme, pero lo peor de todo es que...está muerta.
Me cubro la boca para ahogar la exaltación, no debo, no me permitiré sentir lástima frente a la pequeña porque simplemente no tengo derecho. Aun así estoy en el límite, cuando los ojos brillan como vidrio pulido por lo conmovedor.
– ¿Qué te pasó?–. Susurro.
Ella está recostada a Marcos, quien la cubre como coraza.
–Tú eres tan grosera como mi hermana, ninguna de ustedes dos puede jugar aquí–. Su expresión es seria y demasiado determinante como para un niño que comenzó la escuela.
Recuerdo nuevamente lo de las burlas estúpidas de mi parte y me siento culpable.
–Yo...lo siento, no, no tenía idea de nada–observo detenidamente a Kevin y a la niña, quien se encoge sobre sí misma, temblando–tú...tenías razón–coloco una mano en el pecho a modo de juramento–prometo tener mejores modales.
<<Es demasiado para ti. –agrega mi agradable compañero, yo por mi parte le dedico una adorable y mortífera mirada fulminante que podría hundirlo diez metros bajo tierra– Sí...un encanto. >> Sonríe a medias con labios tensos.
A pesar de todo logro persuadir a Marcos, que se aleja unos centímetros para que pueda apreciarla mejor.
–Se delicada–. Advierte.
Me coloco de rodillas con las manos en el regazo y pregunto suavemente:
–Hola, soy Juliet. ¿Cómo te llamas?
Al principio no hay respuesta, pero luego de unos susurros de Marcos un insignificante hilo de voz llega a mis oídos.
<<Lily. >>
Sonrío. Bien, un avance. Ahora debo romper el hielo como sea.
–Qué lindo nombre, ¿sabes?, yo tenía una gatita llamada Lily–. Bueno, nunca tuve uno, pero a los niños les gustan, ¿no?
Kevin alza las cejas con incredibilidad:
<<Ok..., ¿tú, un gato?, solo dime cuando reír para que la broma surta efecto. >>
Lo fulmino otra vez:
–No querrás saber lo que tendrá efecto–. Amenazo molesta. Rápidamente intento retractarme puesto que no es conveniente mostrar mi característica hostilidad. Pero para sorpresa de todos Lily ríe tímidamente:
<<Eres graciosa. >>
Le devuelvo el gesto.
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–Ella se fue muy lejos.
– ¿Qué?–. Pregunto.
–Ella se fue muy lejos–repite–y no pudo respirar, las olas se la tragaron–. Habló Marcos; Kevin juega con Lily un poco más allá.
–Es terrible–. Continúo viéndolos interactuar, una imagen linda pero perturbadora, teniendo en cuenta que ambos están muertos. Algo completamente surrealista a y su vez cercano casi palpable...
–Ella no dice nada, pero sé que está triste...llora mucho.
–Supongo que es lo normal, ella...–no es tan fácil hablar con un niño sobre estos temas, por más que para él sean cosas cotidianas. Aunque no tengo que subestimarlo, ya lo hice antes y me equivoqué rotundamente, así que aclaro mi garganta y prosigo–murió.
Ni se inmuta, apenas si me presta atención. Apuesto lo que quieran a que sigue rencoroso por lo del amigo imaginario.
–Sé lo que pasará con Lily si no se va. –comenta de la nada–Los he visto antes, dan miedo. Mamá dice que los monstruos no existen, pero yo no le creo, porque cuando llega la noche están en todas partes...esperando.
Asiento seria:
–Marcos, ¿alguna vez te lastimaron?
Sonríe en forma pícara:
–No me atrapan, siempre tengo una linterna bajo mi almohada y duermo con la luz encendida, no les gusta la luminosidad. Es gracioso cuando se van por ella. –corre hacia la pared y toma unos dibujos hechos con lápices de colores–Toma.
Los veo con detalle, en uno de ellos está él (supongo) usando una linterna, y una mancha negra con rostro enojado en la esquina. En el otro hay una mujer rodeada por las manchas negras, llorando.
–Eso–pone su dedo en la mujer–es lo que hacen.
Paso a la siguiente, en ésta hay lo que parece ser un auto destrozado, al lado se encuentra un monigote en el suelo con sangre, otro de pie y un bulto negro que toma por la mano al dibujo parado.
– ¿Qué es?–. Lo señalo.
El pequeño se estremece al verlo, traga saliva y suelta la información:
–Ese no sé quién es, lo vi cuando volvíamos a casa, mamá me cubrió para que no viera el accidente pero lo hice igual. El señor del auto roto estaba al lado de su cuerpo y esa cosa se lo llevó. – hace una pausa– Mamá y papá me quieren llevar con un especialista por jugar con ellos y dibujarlos. Tal vez se enojaron porque piensan que miento...o estoy mal–. Baja la cabeza algo entristecido, le coloco una mano sobre el hombro como consuelo, pero se aparta un poco.
–Tú no estás mal, –le digo–el problema es que muchas personas no entienden, no comprenden lo que no pueden ver o sentir.
–Como tú y mi hermana–. Compara.
Inclino la cabeza:
–Sí, algo así...ahora yo te creo porque puedo verlos también, pero los demás no. Por eso piensan que estás enfermo y te llevarán al doctor, lo hacen porque te quieren–. Los recuerdos de la nana re afloran en mi cerebro causando punzadas de dolor, pero los ignoro como puedo.
–Mis padres creen que no sé lo que hace un psiquiatra, pero veo los programas médicos a escondidas; tratan a la gente que tiene mal la cabeza. Estoy completamente seguro de que no hay nada en la mía. Puedo sumar, restar, dividir y multiplicar números complejos, leer libros sin la necesidad de imágenes y escribir. –enumera con los dedos sus habilidades–Hago mis tareas bien. Soy un niño más de seis años, solo que yo prefiero leer otras cosas, Caperucita roja es en realidad una desobediente y dos de los tres cerditos unos holgazanes...no creo que sus enseñanzas sirvan para mi crecimiento–. Menea la cabeza con mirada crítica, este pequeño no es tonto, sino una especie de erudito infantil.
En eso entra Ann desesperada golpeando la puerta contra la pared, Lily se escabulle debajo de la cama y hasta Kevin se sobresalta por la intromisión.
– ¡Tú!–. Le sisea a su hermano, quien la mira como diciendo "¿Y ahora qué?"– ¡Deja de influenciar a mi amiga, no quiero que te la robes!
Trato de aclarar la situación:
–Ann, solo estábamos jugando, nada más.
Pero continúa alterada:
– ¡Así fue como empezó con el perro de la familia!, luego el gato, ¡hasta la tortuga que yo misma alimenté fue a parar a su cuarto!
Marcos se muerde el labio inferior molesto y se cruza abruptamente de brazos:
– ¡No puedo creer que comiences con esto otra vez!, eres tan infantil...
Ella me jala del brazo y lo apunta acusadoramente con el dedo:
– ¡No me vengas con tu numerito de niño raro e incomprendido, tú eres el mocoso de primaria, así que te toca ser el infantil!
Me lleva repentinamente, arrastrando a Kevin también. Pero la freno antes de dar otro paso.
–Espera.
– ¿Qué?
Sonrío levemente.
–Quiero ver algo primero.
ceder a I;UH
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