Tres

Una vez tuve un pececito que se murió en uno de mis episodios de depresión.

Recuerdo haberlo visto nadar durante días en su inmundicia, me acostaba en la cama y solo veía al pez ir de un lado a otro casi agonizando ante la falta de comida.

En mi mente, estábamos igual, quería ver quién duraba más sin probar bocado.

Mi padre acababa de ser llevado al basurero y yo solo limitaba mis salidas al baño.

Mi progenitora creyó que era un berrinche, pero esa fue la primera vez que dejé que la oscuridad de mi mente me tragara.

Cuando el pez amaneció boca arriba lloré por horas, enterré las manos en mi cuero cabelludo y jalaba de a uno para sentir ese picor mezclado con dolor.

Cuando eso no fue suficiente busqué unas tijeras y las enterré en mi piel sin lograr mucho daño.

Ni siquiera fui capaz de ir y tirar el cadáver, lo veía y me recriminaba el experimento, sollozos y lágrimas me ahogaban, la culpa y tristeza me inundaban.

Me angustiaba el hecho de que pude salvar una vida y preferí ver como se desvanecía lenta y dolorosamente.

Lo peor es que tenía cientos de actos como esos, dónde una cosa dicha o hecha afectaba más de lo que pretendía.

Orpheo miraba la pantalla apagada como si estuvieran pasando una película ganadora del Oscar, no se había movido de ahí en una hora.

Ni siquiera cuando me bañé.

Y no lo podía culpar, eso de las primeras impresiones no eran mi fuerte, siempre dejaba ver mi lado frío y cínico.

«No es como si lo fuera a violar»

La frase giraba en mi mente cual mantra de control.

Chiara y Elliot le habían dicho casi una docena de veces a Orpheo que los buscara en cualquier momento y hora, que lo sacarían de ahí en menos de lo que viajaba la luz.

Y me cansó, no era una de esas locas enfermas que abusaban de los hombres... Sí, los seducía, pero nos los obligaba.

Al decir la frase Orpheo se tensó más de lo que ya estaba, incluso empuñó las manos con tanta fuerza que sus brazos temblaban.

Creí que se lo llevarían inmediatamente pero cuando Elliot le preguntó si estaba bien, él sólo asintió.

Llevaba horas preguntándome cómo sería su voz, hasta el momento no había dicho una palabra.

Hice el comentario más fuera de lugar dada la situación y aparentemente era la única que pensaba una y otra vez en lo estúpida que había sido.

Fue tanta la culpa que me encerré en el baño y apreté las puntadas causando que una se abriera.

Pero al traer manga larga, nadie se dio cuenta de que había puesto una gasa sobre ella para detener el ligero sangrado.

Y entonces, estábamos Orpheo y yo.

O el cuerpo de Orpheo pues su mente parecía estar a cientos de kilómetros de ahí.

Incluso cuando preparé algo de comer él permaneció inerte en el sillón, lo único que cambió fue que recargó la cabeza en el respaldo y cerró los ojos.

Se veía inmensamente agotado.

Chiara y Gioia recomendaron comida sencilla, sopa, gelatina, cosas blandas para que su estómago no lo resintiera.

Lo cuál me dio a entender que llevaba días sin comer.

Fruncí el ceño y apreté mis labios con fuerza, siempre supe que Beatriz era una mal nacida pero llegar a dónde se decía que había llegado la ponía en un nuevo nivel de desprecio.

Lo peor era que estaba segura que se libraría.

Nuestro gobierno no distaba mucho de aquél creado por los hombres, la corrupción, el poder, todo tenía un precio y Beatriz nunca dudaba en pagarlo.

¿Por cuántas mujeres había pasado Orpheo?

Me estremecí al pensar en la vida que seguro había llevado, Sofía no me habló mucho de él, solo me explicó la situación actual.

Me imaginé por un momento tocando una parte de su cuerpo y él brincando y mirándome con absoluto terror.

Aún con lo delgado que estaba, su cuerpo era mucho más grande que el mío pero dudaba que pusiera resistencia si llegara a querer tocarlo.

Su piel me llamaba, lo pálida y demacrada me hacían querer pasar mis manos sobre ella para tratar de hacerle sentir algo... Que no fuera miedo o desprecio.

Sacudí la cabeza para regresar a mi tarea, hice una sopa de pasta y una ensalada de verduras.

Serví todo en la mesa, Orpheo seguía en la misma posición, su pecho se levantaba y bajaba con lentitud.

—Hice algo de comer —dije observándolo con atención.

Él giró la cabeza, su mirada me incomodaba, era como si en realidad no estuviera ahí, pero no hizo nada por cambiar de posición.

Crucé los brazos y me puse en modo arpía.

—No pienso comer sola así que ven y siéntate a la mesa.

Orpheo se tensó, bajó la vista antes de levantarse y caminar hacia la mesa, evitó hacer contacto visual conmigo en todo momento.

Me senté frente a él y traté de contener la culpa frente a mis acciones.

Pensé en mi difunto pez, curiosamente fue verde y hermoso y había sido tan frágil como el hombre en mi mesa.

Orpheo observó el plato de comida frente a él.

—No te voy a envenenar, estamos comiendo lo mismo —espeté.

La paciencia no era mi fuerte.

Él tomó la cuchara y movió el contenido de un lado a otro.

—Así es siempre, ¿no?

Lo miré con cierta sorpresa, su voz era ronca aún con el susurro.

—¿Cómo?

Orpheo se encogió de hombros, parecía arrepentido de haber hablado.

Suspiré y dejé de lado mi comida, no sabía cómo hacer eso, Orpheo seguía sin probar bocado solo movía la sopa de un lado a otro.

—Lamento... Lo que dije, estuvo fuera de lugar —susurré, era pésima para las disculpas pero debía crear un puente de comunicación entre nosotros.

Su mirada verde se fijó en la mía, era increíble lo mucho que veía de mí en él a pesar de tener dos situaciones totalmente contrarias.

Bueno, hasta el mismo abismo en los ojos teníamos.

—No importa... No tengo mucha hambre, ¿puedo...?

Le hice una señal al pasillo adyacente.

—Tercera puerta al fondo.

Él asintió, bajó de nuevo la mirada y tras levantarse caminó con los hombros caídos a la que iba a ser su recámara.

Cuando escuché la puerta ser cerrada entrelacé mis manos frente a mí y puse la frente en ellas dejando escapar aire por la boca.

Parpadeé varias veces tratando de controlar el picor en mis ojos.

Había sido una pésima idea, no tenía cómo ayudarlo.

Iba a ser como mi pez, lo vería morir lentamente sin hacer algo por tratar de ayudarlo.

El momento en el que el ser humano se encuentra más vulnerable es a la hora de dormir.

El inconsciente toma control y hace uso de los sueños para recordarnos miedos, deseos o momentos dolorosos.

Cada que iba a dormir lo hacía con el temor de despertar sintiendo esas ganas de terminar con todo, mi mente siempre me recordaba lo inestable que era, lo difícil que era mantener una relación y lo desdichada que me solía sentir por dentro.

Todas las madrugadas despertaba, no había día en el que no lo hiciera, y en esas horas de insomnio me ponía a leer o estudiar, rara vez trabajaba.

Fruncí el ceño, pronto se acabarían mis vacaciones impuestas; mi jefa me había dado un mes de vacaciones para que no cobrara todas esos días de descanso que no había tomado en los últimos años.

Lista la muy maldita, si llegara a renunciar con todos esos días me habría llevado una gran cantidad de dinero.

Me encontraba recargada sobre la cabecera de la cama mientras leía un artículo sobre el TLP en el que nos hacían ver cómo unas manipuladoras.

Pocas personas se animaban a investigar bien el trastorno y siempre terminaban por determinar mi situación con menos importancia.

Aventé la tablet y enredé ambas manos en mi cabello, ¿acaso existía alguien que en realidad pudiera entender cómo era vivir así?

Mi mente viajaba de un tema a otro a gran velocidad, una palabra o gesto cambiaban toda la perspectiva que tenía de una persona.

No sabía si quería ser querida, si lo necesitaba o si me espantaría.

La soledad me abrumaba, sentí que las cuatro paredes de mi recámara se iban cerrando y que todo empezaba a acelerarse.

Respiré lentamente por la boca enterrando las uñas en mi cuero cabelludo, no me podía perder ahora, necesitaba retomar el control.

Un gemido me hizo fruncir el ceño, estiré mis piernas y bajé las manos.

Puse atención al silencio del departamento hasta que lo volví a escuchar, era grave y provenía del cuarto a un lado del mío.

Me puse una sudadera sobre la blusa de tirantes y sin ponerme algún tipo de calzado corrí a la otra recámara.

Asomé la cabeza, Orpheo estaba girando en la cama, ni siquiera se había metido debajo de las cobijas.

Me acerqué un poco y pude notar el sudor en su frente, las manos empuñadas y como se movía en la cama de un lado a otro con el ceño fruncido.

Otro gemido escapó de sus labios, este más cargado de dolor y desesperación que los demás.

Dudé en despertarlo, no sabía si era buena idea, eso hasta que un "No" me sacó de mis pensamientos y me acerqué a la cama para poner mis manos en sus hombros.

—Despierta —casi grité pero él no reaccionó.

Hasta que hice presión sobre sus hombros y lo zarandeé, abrió los ojos con sorpresa antes de que sus manos tomarán mis brazos y me lanzaran a un lado.

Para mi suerte caí justo sobre el brazo con las puntadas, un dolor se extendió a gran velocidad y siseé.

—Carajo —susurré cerrando los ojos con fuerza, podía escuchar mi agitada respiración... O más bien, una agitada respiración.

Abrí los ojos y encontré a Orpheo sentado en la cama viendo su entorno a gran velocidad, parecía confundido y desubicado su pecho subía y bajaba de manera rápida.

Me incorporé en el suelo y él fijó su mirada en mí, hice un movimiento pero sus ojos se tornaron amenazantes.

—No te acerques —espetó.

Quise hacer girar los ojos, estaba loco si creía que eso quería hacer después de que me mandó a volar, literalmente.

—No pensaba hacerlo —murmuré.

Él volvió a mirar la recámara, pude notar como sus ojos fueran agarrando color y el reconocimiento se empezó a denotar en sus facciones.

Suspiré frustrada y me levanté, noté sangre correr por mi mano, seguro otra puntada se había abierto.

—Maldición —susurré cuando una gota cayó en la alfombra.

Me giré y salí de la recámara para ir al baño y buscar con qué detener el sangrado.

Siseé de nuevo cuando me quité la sudadera, ahora eran dos las puntadas abiertas y dolía con un demonio.

Abrí el botiquín en el espejo para buscar las gasas y una venda mientras mantenía el brazo pegado a mi pecho.

Escuché un jadeo detrás de mí pero no volteé.

—Regresa a dormir —ordené sin querer.

Saqué lo que iba a necesitar y cerré el espejo con algo de fuerza, fue entonces que noté la mirada verde llena de preocupación y culpa.

—Lo lamento, no pude... No sabía... —titubeó.

Me sentí expuesta ante su mirada que no dejaba de ver el brazo lleno de marcas de cortadas y de recientes puntadas.

—No importa, ve a dormir —espeté, necesitaba que se alejara, que olvidara lo que vio.

Incluso sentí ganas de llamar a Sofía para que vinieran por él, lo necesitaba a miles de millones de kilómetros de mí.

Bajé la mirada esperando que obedeciera y con manos temblorosas logré abrir un empaque de gasa.

Mis manos estaban tan inestables que cuando por fin la saqué esta cayó al suelo.

—Mierda —susurré.

Vi un brazo pasar delante de mí y tomar otro empaque, no dijo nada, abrió ligeramente la llave del agua, sacó la gasa y tras humedecerla, tomó mi brazo y empezó a limpiar con mucho cuidado.

Repitió el proceso hasta que mi piel estuvo libre de sangre, luego continuó con la sangre que aún brotaba, hizo un poco de presión y brinqué.

—Lo siento —susurró sin quitar la mano—. Debes ir al doctor se puede infectar.

Eso lo sabía pero dudaba que la amiga de Sofía estuviera en turno.

—Solo necesito envolver con la venda para hacer presión, mañana llamaré a Sofía.

Orpheo asintió, puso una gasa nueva sobre la herida y comenzó a envolver mi brazo con suma delicadeza.

—¿Te pasa seguido? —pregunté en un susurro.

Él no me miró, se limitó a cubrir mi brazo.

—Porque si es así tengo unas pastillas...

Orpheo se estremeció visiblemente, negó con la cabeza una y otra vez.

—Nada de drogas —murmuró.

Suspiré con pesadez, tonta, claro que no querría tomar algo para dormir.

—¿Hace cuánto que no duermes una noche entera?

Orpheo se encogió de hombros, terminó de vendar mi brazo y se sentó en el suelo del baño.

Parpadeé con extrañeza, ni siquiera me di cuenta de cuándo me senté en la taza y él se puso en cuclillas para curarme.

Odiaba perderme en mi mente.

—No recuerdo —susurró con esa voz rasposa que podría seducir a una santa... Pero que a mí me parecía de lo más quebrada.

Observaba mi brazo con intensidad y sentí que tenía preguntas, normalmente me cerraría a cualquier interrogatorio pero pensé que si él conocía un poco de mí tal vez se abriría y me ayudaría a ayudarlo o al menos a que pudiéramos convivir.

—Si tienes preguntas, hazlas, odio que me vean así —dije con cierto enojo.

Orpheo me vio con sorpresa antes de bajar de nuevo la mirada.

—¿Por qué? —preguntó en un susurro tan bajo que casi no lo escuché.

—¿Por qué me corto? —Asintió, suspiré antes de responder—. Sufro de un trastorno poco conocido, se llama Borderline o límite de personalidad.

Orpheo me miró con cierta incertidumbre y yo aclaré mi garganta.

—Suelo sentir mucho, mi mente es un caos que a veces me consume, esto. —Levanté el brazo—. Es lo único que me ayuda a mantenerme, cuerda... Aunque también tener relaciones lo hace pero en esta sociedad los hombres son difíciles de seducir, el miedo a sus esposas es frustrante.

Orpheo me dio media sonrisa antes de parecer recordar algo y bajar de nuevo la mirada.

—Somos un asco, ¿no? —pregunté sin querer.

Orpheo se volvió a encoger de hombros y sentí esas ganas de pelear o lograr que me llevara la contraria, me desesperaba su pasividad.

Conté hasta diez para calmarme, debía entender su situación, seguro Beatriz lo quebró lo suficiente para que aceptara nadar con la corriente.

—Me educaron para poder satisfacer a las mujeres así que... Si es necesario... —Se estremeció y no terminó el comentario.

Lo vi fijamente, su mirada estaba ausente y su postura era una de derrota.

Bajé de la taza y me senté frente a él, ni así me miró pero pude notar que su respiración se había entrecortado ante el movimiento.

—Después de lo que has pasado... —Comencé a decir llevando mi mano a su rostro, fue solo así que logré una reacción en él, me vio con absoluto terror y se tensó, no continué el trayecto, parecía aterrado ante la probabilidad de que lo tocara—. ¿Por qué te ofreces así?

Orpheo vio mi mano y luego a mí, repitió el patrón varias veces antes de responder.

—Porque es para lo único que sirvo, ¿no? —cuestionó en un hilo de voz.

Tuve que tragarme el nudo que se había hecho en mi interior.

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