Dos
Cuando algo se quiebra es imposible volver a juntarlo; puedes reunir las piezas y pegarlas con el pegamento más fuerte del planeta, pero esos límites que delinean cada pieza, siempre estarán ahí aunque lo pintes, dibujes y pongas arcilla encima.
Sofía me había tratado de mantener junta desde que llegó a mi vida, pero cada que me quebraba, que me marcaba, algo dentro de mí moría.
Ser el sexo "fuerte" e imponente no importaba cuando se sufría de trastorno límite de personalidad, las enfermedades mentales no respetan posiciones, no piden permiso, solo se cuelan en la mente para hacer y deshacer.
Mi mano se había enredado en mi cabello al menos diez veces mientras caminaba de un lado a otro con nerviosismo.
Las puntadas en mi brazo pulsaban dolorosamente pero era capaz de soportarlo, el dolor no era nada en comparación a lo que traía por dentro.
Observé a Sofía salir por la puerta y noté como se sorprendió ante mi presencia, estaba segura de que creyó que desaparecería apenas pudiera.
Y ese había sido el plan original.
—¿Lisa? Creí que...
—Necesito consigas un nombre y su estado —interrumpí con desesperación.
Ella arqueó una ceja y me miró con confusión, mi respiración estaba agitada y no dejaba de moverme de lado a lado, sentía que si me detenía moriría.
—Esta bien —murmuró con incertidumbre.
—Hay un chico, allá adentro... Es el único...
—¿Orpheo? —preguntó con curiosidad.
Me detuve y la observé con sorpresa, ¿acaso era alguien conocido?
—¿Cómo sabes su nombre? —cuestioné con firmeza.
Ella volteó un poco a la entrada del deplorable hospital.
—Acaba de ser rescatado de... Una situación.
Asentí instándola a seguir y ella suspiró.
—No es fácil, Lisa, ¿te suena la trata de personas?
Me detuve y la miré unos momentos, si las torturas de mi madre eran crueles... Lo que Sofía decía era lo peor y más bajo de la sociedad.
—¿Acaso él...?
Sofía asintió con cierta tristeza.
—He estado apoyando con algunos eventos los movimientos de Chiara, todo bajo el agua claro, habían estado detrás de un grupo y finalmente. —Suspiró con pesadez—. Orpheo lo pasó mal, mucho muy mal.
Fruncí el ceño y comencé a jugar con mis manos en un acto de nerviosismo, cuando Sofía hablaba con redundancias era porque quería dejar algo muy en claro.
—¿Qué será de él? —pregunté.
Sofía se encogió de hombros.
—Sabes cómo es nuestra sociedad, mientras no sea mujer... supongo que irá al basurero o algo así.
Un muy ligero jadeo escapó de mi boca, Sofía me vio con sorpresa y yo desvié la mirada, no debió importarme bien pude darme la vuelta y regresar a mi rutinaria y destructiva vida...
Pero esos ojos verdes y abismales me habían atrapado.
Necesitaba... Algo...
Hacer algo.
—Necesito un favor.
Sofía me dio toda su atención.
«Está mal»
Mi departamento era pequeño, constaba de dos recámaras, una sala, comedor, cocina y un baño, una de las recámaras era para cuando necesitaba a Sofía para mantenerme cuerda.
«Es un error»
Así que estaba amueblada y lista para ser habitada en cualquier momento, que era dos veces a la semana algo así.
«No puedo cuidar a nadie en mi estado»
Sofía —y todas mis psicólogas— decían que comprarme un esposo era la peor idea; dadas mis tendencias dependientes y destructivas, tener a alguien en mi vida sería... Catastrófico.
«Debí cambiar las sábanas, poner unas azules o verdes, debo ir a comprarlas así que no pueden llegar en este momento»
El timbre interrumpió mis pensamientos y me puse tensa, miré el departamento una vez más, estaba todo impecable, pero yo me encontraba hecha un desastre.
Di una mirada más antes de dirigirme a la puerta, al abrir encontré la mirada preocupada de Sofía pero detrás de ella habían dos pares de ojos celestes que me miraban con algo parecido a la desconfianza.
Me hice a un lado y las tres mujeres entraron, me asomé disimuladamente al pasillo esperando ver esa mirada triste y verde pero al no encontrarla cerré la puerta.
La de cabello negro inspeccionaba mi departamento como si esperara encontrar un ejército o algo parecido, la otra solo me veía de arriba a abajo.
Mi pants negro y blusa verde de manga larga definitivamente no me daban el mejor de los aspectos.
—Lisa, ella son Gioia y Chiara Freeman —dijo Sofía señalando a cada una.
Crucé los brazos y me recargué en la puerta haciendo una mueca, las hermanas Freeman ni siquiera se habían acercado, una me inspeccionaba y la otra observaba el entorno.
—No sé qué buscas, pero te aseguro que en mi ropa no lo vas a encontrar —espeté a la de cabello castaño.
Ella finalmente sonrió.
—Sofía me dijo que responderías así —comentó mirando a su hermana que observaba con el ceño fruncido.
—¿Sabes en lo que te estás metiendo? ¿Estas perfectamente consciente de ello? —cuestionó Chiara con dureza.
Su mirada celeste era prenetante y aunque despertaba a esa Lisa que se intimidaba, se la sostuve, incluso levanté la barbilla en ademán desafiante.
—Lo sé —contesté sin que mi voz vacilara.
Las tres mujeres se miraron y yo hice girar los ojos, Sofía ya me habia advertido de la situación pero aún así, me hartaba que se comunicaran en silencio.
—Orpheo está esperando con Elliot en el auto, debes entender que él es clave en el caso que estamos armando en contra de...
—Ya me explicó Sofía y la respuesta sigue siendo la misma —interrumpí hastiada.
—Aquí es el último lugar en el que lo buscará, Chiara, es buena idea —comentó Sofía.
—Orpheo está muy inestable, no sé... Tu amiga tiene cierta reputación —espetó Chiara escudriñándome con la mirada.
—Sigo aquí, no tienes porqué hablar como si no lo estuviera y para aclararte, esa misma reputación es la que me hace menos sospechosa y de este, el lugar más seguro —comenté con firmeza aunque mi estómago había dado un vuelco al escucharla decir aquellas palabras.
—Iré a hacer café, pueden decidir y hablar de mí sin que me entere —espeté saliendo de la sala y entrando a la pequeña cocina.
Empuñé las manos con tanta fuerza que las uñas se enterraron en mis palmas, miré las puntadas en mi brazo y ansié hacer presión para que el dolor me despertara.
Pero, un brazo sangrante no mejoraría la impresión que ya tenían sobre mí.
—Lisa, debes entender, Chiara solo está velando por...
—No me interesa, pero si me iban a hacer perder el tiempo mejor no hubieran venido —espeté en voz baja mientras vertía agua en la cafetera.
Sofía suspiró.
—Los rumores se corren, lo sabes... No hay nombres solo...
Hice un ademán de desinterés, en realidad me importaba poco lo que la sociedad pensara de mí, mientras mi madre no invadiera mi vida, podían decir lo que quisieran.
—Ve con ellas, estoy bien aquí —le pedí.
Sofía me miró con aprehensión, noté de reojo que revisó la cocina e hice girar los ojos.
No me cortaba con cuchillos y ella se había encargado de llevarse todos mis instrumentos de "tortura escapatoria" así que estaría bien mientras sus amigas discutían los pros y contras del plan.
Cuando por fin me encontré sola enredé una mano en mi cabello y jalé levemente, el dolor era suficiente para mantenerme.
Mi reputación era de una zorra... Aunque ¿cómo se podía ser eso en un lugar dónde los hombres tenían compromisos intocables?
Fácil, seduciendo a los esposos; y esas mujeres de alcurnia eran tan egocéntricas que solían tragarse la vergüenza, sobre todo por quién era mi madre.
Tal vez era una desgraciada por usar a los hombres, es más, me hacía bipolar, pues odiar el estilo de vida que se llevaba, pero caer en ese uso desmedido del sexo masculino me llevaban a tener una personalidad ambivalente.
Pero cada cierto tiempo necesitaba sentirme... Especial, deseada, necesitada.
Aunque fuera por un ínfimo momento.
En alguna ocasión traté de controlar esos impulsos con las drogas pero me di cuenta que el efecto no duraba lo mismo.
Y es que, encontrarse a una de tus aventuras y notar como les habías impactado la existencia me llenaba de vida.
De esa que necesitaba para seguir adelante por unos días.
Parpadeé varias veces al darme cuenta que me había perdido en mi mente y que el café estaba listo, apagué la cafetera y no me serví, ya no tenía ganas de nada.
Cada que me perdía en la oscuridad de mi mente el tiempo se iba de mis manos cual arena, así que me sorprendí al salir de la cocina y encontrar más habitado mi departamento.
Había dos nuevas personas, una supuse que era el tal Elliot pero no le presté atención aunque hablaba con Chiara y observaban el lugar con atención.
Mi mirada se quedó clavada en el hombre recargado a un lado de la puerta, tenía la cabeza caída y ambas manos en las bolsas de un pantalón que le quedaba ridículamente grande.
Su cabello rubio estaba húmedo, como si acabara de salir de la regadera, sus hombros estaban caídos y si no fuera por el ligero subir y bajar de su pecho, creería que ni siquiera respiraba.
—Lisa, él es Elliot, uno de los azules —comenzó a decir Sofía.
—El director de los azules —interrumpió Chiara.
Bien pudieron decir que el hombre era el mesías y ni así hubiera volteado a verlo, necesitaba ver esa mirada verde, una potente ansiedad anhelaba perderse en ese mar de tristeza.
—¡Lisa! —chistó Sofía.
Hice girar los ojos con irritación y finalmente miré a los otros cuatro, dos personas me veían con preocupación, dos con desconfianza.
—Es el director de los azules, si alguien se entera que está envuelto en esto su destino será peor que el basurero —repetí con voz monótona—. ¿Algo más?
Elliot me miró con aprehensión.
—Tu madre...
—No vendrá, la mujer esta demasiado ocupada tratando de hacer creer a la población que la terapia de electroshock es la respuesta a los maridos rebeldes —dije con desdén.
Y solo así conseguí una muy ligera reacción de Orpheo, arqueó una ceja y frunció el ceño, sí corazón, te salvaron de más de lo que creías.
—Estamos en eso también, tratando de desacreditar los experimentos —comentó Chiara.
Hice un ademán de desinterés con la mano.
—Por mí hundan el hospital donde trabaja, a ver si así se arrepiente de haberme arrebatado... —Me detuve de golpe y empuñé las manos.
Nunca comentaba nada sobre mi padre y la falta que me había hecho, ni a Sofía o mis múltiples psicólogas lo hacía.
Elliot, Chiara y Gioia cuchichearon más cosas, noté que en la mesa del comedor había una bolsa negra que antes no había estado ahí.
—Son las "pertenencias" de Orpheo —susurró Sofía siguiendo mi mirada—. No podemos ir a comprar ropa decente sin vernos sospechosos, están moviendo cielo, mar y tierra para encontrarlo.
Fruncí el ceño y volví a observar al hombre que seguía como estatua junto a la puerta.
—¿Porqué harían eso? No es como que los prostíbulos...
Sofía se puso frente a mí y me miró con absoluta seriedad.
—No es por el lugar, es por quién manejaba el lugar —susurró.
Arqueé una ceja instándola a seguir pero mi amiga solo volteó a mirar a los que seguían susurrando, Elliot incluso había cruzado los brazos.
—¿Quién lo manejaba?
Sofía me miró con cierto arrepentimiento, supuse que esa información se la guardó cuando me contó la situación de Orpheo.
—Beatriz —contestó con pesadez.
Y fue como si hubiera abierto una caja de Pandora.
«Maldita mi suerte y esa perra desgraciada» pensé con enojo y preocupación.
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