Cuatro

Sofía sacudía la cabeza mientras su amiga volvía a poner las puntadas, yo tenía la cabeza girada a un lado y observaba por la ventana del departamento.

—Si no te cuidas puedes atrapar una infección y será peor —dijo la doctora cortando el hilo y terminando su labor.

—Tropecé en la oscuridad de la noche —dije con desdén—. Esta vez no fue autoinfligido.

Sofía me miró incrédula, lo vi de reojo, la doctora dejó unas pastillas para el dolor, la inflamación, para evitar infecciones y se retiró.

Observé el brazo, se había hinchado y lo sentía tenso.

—No te creo eso de que te caíste —comentó con seriedad.

—Lástima —dije con desdén y me levanté para ir a la cocina.

—Lisa, no puedes hacer eso con Orpheo aquí, si algo te pasa la PoliFem no dudará en hacerlo responsable.

Bufé frustrada, eso lo sabía, saqué una taza y me preparé café.

—Orpheo me lanzó por los aires así que... Literalmente sí es responsable —susurré poniendo dos cucharadas de azúcar.

Sofía me miró con sorpresa.

—¿Cómo que te lanzó?

Hice girar los ojos, bebí un poco del café antes de fruncir el ceño, sabía a agua de calcetín.

—Tiene terrores nocturnos o pesadillas, intenté despertarlo y pum, la mujer maravilla voló por los aires —conté con sarcasmo.

Sofía cruzó los brazos y se recargó en la tarja.

—Tal vez no fue buena idea.

—¿Sabes qué otra marca de café no sabe a agua de calcetín? Esta últimamente es nefasta —pregunté tirando el contenido de la taza al drenaje.

Sofía frunció el ceño.

—Tuviste un ataque.

Lavé la taza después de hacer a mi amiga a un lado.

—Necesito encontrar algo que hacer con Orpheo, a este paso voy a terminar por volverlo loco.

—No estás loca, Lisa —dijo mi amiga en ese tono de tristeza que odiaba.

—Zafada, inestable, cucú; escoge un término, debo encontrar un punto medio... ¿Ya saben qué será de él?

Sofía miró hacia el pasillo, seguramente quiso reiterar que Orpheo estuviera encerrado en la recámara.

—Si la prueba de ETS sale limpia puede que lo regresen con Monique... Si no, irá directo al basurero —susurró.

Crucé los brazos y la miré con hartazgo.

—Un infierno u otro —espeté.

Sofía se mostró nerviosa y arqueé una ceja.

—Hay una tercera opción pero es la más ilegal y peligrosa. —Le hice un ademán para que siguiera explicando—. Centauria.

Abrí los ojos con sorpresa.

—Ilegal y peligrosa se queda corto.

Sofía asintió.

—Chiara y Elliot lo hicieron con una pareja, dicen que es lo mejor para Orpheo dadas las circunstancias.

Bufé y gruñí.

—Beatriz se libró de nuevo, ¿eh?

Sofía sacudió la cabeza con tristeza.

—El caso ni siquiera llegó a tribunales, a este paso deseo que regrese con Monique.

Fruncí el ceño, ese nombre me era conocido.

—La dueña del bar... —Mi amiga asintió y yo levanté ambas manos en exasperación—. Claro, un niño tan bonito es una mina de oro, me pregunto cuánto cobraba por él.

Sofía sacudió la cabeza, ambas estábamos en contra de la venta de hombres como artefactos.

—Dudo que Monique lo acepte de regreso después de todo... Estoy segura que su destino será el basurero —susurró Sofía.

—Sí bueno, a como lo dejaron dudo que ponga resistencia —susurré.

—Tan mal está —dijo mi amiga mirando de nuevo hacia el pasillo.

—Digamos que a su lado soy una persona completamente normal —espeté siguiendo su mirada y sintiéndome mal por el futuro que le esperaba a ese hombre de mirada verde quebrada.

Decidí ponerme a trabajar y adelantar algunos proyectos, amaba sentarme en el suelo de la sala y poner mi laptop en la mesa ratona con música alta.

Aunque, con mi visita, limité el volúmen.

—The worst is over now and we can breathe again I want to hold you high, and steal my pain away —canté en voz baja.

Amaba el rock de la época donde los sexos eran "iguales"

La música de ahora era más bien poemas mal hechos de odio y desprecio a una cultura machista que jamás vivimos.

Increíblemente este tipo de música que hablaba sobre almas quebradas era la que más me mantenía equilibrada, jamás entendí el porqué, tal vez era que alguien lograba expresar de una mejor manera el infierno que cargaba por dentro.

Noté de reojo movimiento a mi izquierda, volteé y encontré a Orpheo con un vaso de agua en la mano mientras veía hacia la ventana.

—¿Te desperté? —pregunté pausando la canción.

Él sacudió la cabeza y puso el vaso en la mesa, me miró con algo de aprehensión antes de que me hiciera a la derecha y palpara el suelo a mi lado.

—No muerdo —dije cuando lo noté dudar.

Él hizo una media sonrisa antes de caminar y sentarse a mi lado dejando algo de espacio entre nosotros.

—Necesito una opinión, yo digo que el rojo le quita seriedad al logo, la clienta exige que lleve algo de rojo por una absurda creencia gitana —conté girando la laptop para que pudiera observar de qué hablaba.

Orpheo miró la pantalla con cierta confusión, parpadeó varias veces antes de mirarme.

—¿Quieres escuchar lo que pienso?

Asentí controlando las ganas de hacer girar los ojos, tratar con Orpheo era como lidiar con un niño.

Pero, de nuevo, no podía culparlo, maldita Beatriz.

—El rojo tiene mucha intensidad, podrías bajar el color hasta llegar a un vino y le darías lo que quiere manteniendo la seriedad.

Hice la cabeza de lado imaginando lo que había dicho.

—¿En la escuela les enseñan a combinar colores? —pregunté divertida comenzando a teclear para cambiar el color.

Orpheo miró hacia la pared.

—Todo para satisfacer a la mujer, si se nos pide remodelar una casa, debemos hacerlo —susurró.

—Las mujeres se hicieron inútiles —espeté sacudiendo la cabeza.

Orpheo guardó silencio pero estaba segura de que me apoyaba.

Le di play a la canción y le subí dejando que la batería y los violines viajaran en el departamento, ahora que estaba segura que Orpheo estaba despierto no me limité.

Lo vi cerrar los ojos y perderse en la música, luego recordé lo que Sofía me había contado, estaba segura de que él amaba la música tanto o más que yo.

Cuando la canción llegó a la parte final lo escuché suspirar.

—Nunca había escuchado esa canción —susurró.

—Es de la época antes de mujeres inútiles llegan el poder —murmuré.

—¿Puedo ver la letra?

Dudé un poco, era muy personal, para ambos, pero finalmente tomé la libreta a mi lado y la escribí.

Se la di y esperé a que asimilase la letra.

—Es potente... —susurró.

Asentí y regresé el track, podía escuchar esa canción un millón de veces sin aburrirme.

Noté que Orpheo puso mucha atención a la letra y melodía, incluso creí que tarareó el coro.

—¿Le cantabas a Monique? —pregunté en un susurro.

Orpheo se tensó y empuñó la libreta.

—A ella, a quién lo pidiera —contestó.

—Debiste ser buen cantante, lástima que la odio tanto como a todas las amigas de mi madre, si no, te hubiera conocido antes —murmuré recargando la cabeza en el sillón.

Orpheo bajó la libreta.

—Lo era, al menos eso pensaban las que pagaban por mis servicios... Todas excepto una que dijo que necesitaba clases.

Reí divertida, si todas lo adulaban, que una lo rechazara debió ser un duro golpe para su ego.

—La peor clienta de seguro —comenté con ironía.

Orpheo levantó la mirada y noté como una vez más su mente se ausentó.

—Fue la mejor —susurró—. Pero no volví a verla y cuando le dije a Monique de las clases se negó rotundamente a invertir dinero en mí.

Chisté e hice girar los ojos.

—Se fuera a quedar pobre la muy perra —espeté.

Orpheo se encogió de hombros, cuando la canción acabó miró mi laptop.

—¿La repito?

Me observó con sorpresa, sabía que no estaba acostumbrado a que le preguntaran si quería alguna cosa, maldita sociedad.

—Si no te molesta.

Hice un ademán de desinterés con la mano y repetí la canción, Orpheo comenzó a mover los labios en sincronía con el cantante de Seether, seguramente estaba acostumbrado a aprender rápido las canciones para poder complacer a su clientela.

Empezó a cantar en voz muy baja el coro, aún con ese volumen pude notar que su voz era realmente hermosa pero que también denotaba lo quebrada que estaba su alma.

—Cause I'm broken when I'm open and I don't feel like I am strong enough, 'cause I'm broken when I'm lonesome.

La voz se le quebró en la segunda estrofa y empuñó con fuerza la libreta, dejó de cantar mientras dejaba escapar aire por la boca.

Un impulso me llevó a poner mi mano sobre su brazo, él se tensó ante el tacto y lo sentí estremecerse.

Un nudo se instaló en mi garganta mientras violines resonaban en la sala y el coro se repetía.

—Lo siento —susurré con voz tensa, él fijó su mirada vacía en la mía y apreté un poco más su brazo—. Diosa, no sabes cuánto lo lamento.

Nuestra sociedad había agarrado a los hombres y los convirtió en desechables, era inhumano el poder que teníamos sobre ellos para poder hacer y deshacer.

Nunca me sentí tan desgraciada e insignificante como aquella noche que una canción conectó mi alma atribulada a una totalmente quebrada.

Abrí los ojos con confusión y miré alrededor, seguía en la sala, me incorporé y noté que Orpheo y yo nos habíamos quedado dormidos en el suelo.

Para distraerlo le conté sobre las múltiples sesiones de terapia que había llevado, no supe porqué lo hice, pero me di cuenta que tener a alguien que me escuchara sin juzgar o que de mínimo fingiera que no lo hacía me servía de mucho.

Realmente no supe cuándo nos quedamos dormidos.

Me estiré tratando de deshacer los nudos en mi espalda y suspiré con frustración al no lograrlo, luego puse mi atención en el hombre a mi lado.

Nadie podría negar que era sumamente guapo, incluso con la piel pálida y las ojeras debajo de esos ojos verdes.

Me acerqué un poco y lo estudié, aparentemente no tenía marcas de tortura o de los juegos enfermos a los que seguramente Beatriz lo obligó, pero también pensé en que las heridas y marcas del alma eran más difíciles de borrar.

Un rebelde mechón rubio había caído en su frente así que con cuidado traté de ponerlo en su lugar y mi mano se quedó sobre su rostro.

Hubiera dado lo que fuera por poder tocarlo sin que se tensara o me viera con terror.

Cuando estaba por alejarme sus ojos se abrieron lentamente y me miró con curiosidad, por un momento recordé cómo había actuado la noche anterior, pero en ese momento solo me observaba en silencio.

No supe porqué lo hice pero de pronto me senté a horcajadas sobre él y no desvíe mi mirada de la suya, su pecho subía y bajaba de manera lenta así que supuse que estaba tranquilo.

Puse ambas manos a cada lado de sus mejillas y ni así reaccionó, solo me miraba, pero cuando hice contacto con su piel cerró los ojos y su pecho comenzó a subir y bajar a una velocidad más rápida.

—Tranquilo, no te haré daño —susurré.

Lo vi tragar con pesadez pero no abrió los ojos, pasé mi pulgar por sus cejas, su nariz y finalmente sus labios, dejó escapar un poco de aire al sentir ese último contacto.

—Hey, abre los ojos —le pedí.

Orpheo suspiró pero lo hizo y me di cuenta que lo había hecho más por qué creyó que era una orden que una petición.

Mi corazón se aceleró y mi mirada se fijó en sus labios, muy lentamente me acerqué a él y rocé su boca.

No lo sentí tensarse ni nada así que me acomodé en otro ángulo y lo besé con suma lentitud sintiéndolo responder.

No era nada como besar a esos esposos que se dejaban seducir, eso fue algo muy íntimo y diferente, su boca se movió en sincronía con la mía mientras mi estómago brincaba de emoción.

Entonces se me ocurrió alejarme y observarlo, tenía la mirada vacía y ausente.

Y fue que me di cuenta de lo quebrado que estaba, pues si optaba por desnudarlo para que me diera placer, él lo haría sin chistar, sin quejarse ni poner resistencia.

Porque en su mente, eso era para lo único que existía.

Llevaba toda una vida creyendo que ese era su lugar y Beatriz lo había humillado aún más.

—Mereces más —susurré.

Él volteó a gran velocidad y me miró con incredulidad mientras fruncía el ceño, incluso abrió la boca con algo de sorpresa.

—Todo esto está mal.

Dos semanas más tarde.

La convivencia con Orpheo se había vuelto amena hasta cierto punto, ayudaba en las tareas del hogar pero siempre tenía que recalcarle que me estaba ayudando y no sirviendo.

Elliot venía cada tercer día a verlo, Chiara siempre llegaba de sorpresa y eso me irritaba, parecía que quería atraparme en la movida o algo.

Orpheo aún se perdía en su mente por momentos pero encontré un tema en común que podíamos manejar con facilidad: La música.

Mi familia tenía muchos discos viejos, cuando me mudé me llevé prácticamente todos.

Introduje a Orpheo al rock de Metallica, Linkin Park, Seether, entre otros.

Curiosamente el sinfónico de Metallica era su favorito, nunca le mencioné que también era el mío.

—La mezcla con la orquesta es... Sin palabras —dijo mientras veía la carátula de atrás del disco y las notas de "No Leaf Clover" nos rodeaban.

—Hubiera dado lo que fuera por estar en la grabación —comenté desde mi posición en el suelo—. Aunque seguramente mi madre me hubiera encerrado, este tipo de música es casi sacrilegio.

Orpheo me dio esa media sonrisa que últimamente dejaba escapar un poco más cuando hablábamos de música o cosas vanales.

—Pero mi padre me hubiera llevado, estamos hablando de que en ese entonces no le debía obediencia al sexo femenino así que estoy segura que me hubiera llevado —continué tamborileando los dedos sobre la mesa ratona al ritmo de la batería.

—Tal vez lo pueda buscar cuando me lleven —susurró Orpheo bajando el disco y mirando a la pared.

—Aún no dan los resultados, no seas pesimista —le recordé.

Él bajó la mirada.

—Monique no me querrá de vuelta, no después de... —Suspiró con pesadez—. El basurero es mi destino quiera o no.

Recargué la cabeza en el sillón y lo miré de soslayo.

—Aún queda Centauria, deberías aceptar.

Orpheo negó con la cabeza, Elliot le había propuesto sacarlo y ayudarlo a cruzar pero él se había negado rotundamente.

—Ya han corrido mucho peligro teniéndome aquí, no pienso arriesgar así lo que están haciendo.

Hice girar los ojos, no había manera de hacerle entender que incluso en el basurero corría peligro.

—¿Tienes una foto de tu padre? —preguntó tratando de cambiar el tema.

Asentí y me levanté del suelo en un movimiento.

—Espera.

Fui a mi recámara y saqué de debajo del colchón mi diario, últimamente escribía más en él y me estaba ayudando a no tener un ataque, incluso mis puntadas estaban sanando a la perfección; el tener a Orpheo en mi hogar me estaba ayudando más de lo que creí.

Aunque, a veces cuando rozaba mi mano o brazo me daban ganas de comerlo a besos y recorrer su piel con mis manos, pero me mantenía controlada.

Esa mirada vacía y ausente me seguía persiguiendo y cada que yo lo tocaba aunque fuera para algo superficial, él se estremecía.

No podíamos ofrecerle ayuda psicológica, vaya sorpresa, yo había sugerido eso aunque no creía en ello.

Saqué la única foto que tenía de mi familia de en medio del diario y la observé.

Mi madre se encontraba a la izquierda con esa mueca de asco con la que solía ver a mi padre, un hombre alto de cabello negro y ojos azules se encontraba a su lado con una pequeña niña de aproximadamente cinco años en brazos.

Ese hombre había sido mi adoración.

Maldito el momento en que decidió defenderme de mi progenitora.

Suspiré sacudiendo la cabeza y regresé a la sala, Orpheo se encontraba mirando por la ventana.

—Aquí está.

Volteó un poco sobresaltado pero se recuperó y tomó la foto de mis manos.

Y literalmente el color desapareció de su rostro al observar la imágen, incluso se tensó.

—¿Qué? —pregunté confundida por su reacción.

Orpheo abrió y cerró la boca varias veces, no dejaba de ver la imagen, sus labios parecían estar temblando.

—Ella... Es... —titubeó.

Fruncí el ceño y me puse a su lado para ver la foto y tratar de encontrar algo fuera de lugar pero solo éramos mis padres y yo.

—Mi madre, esa mujer es mi madre —dije con firmeza.

Orpheo me miró y sus ojos estaban llenos de rencor, miedo... Era la misma mirada con la que lo había conocido, una mezcla de todo lo negativo que podía albergar alguien en su interior.

Y solo bastó esa mirada para entender el porqué de su reacción.

—No me jodas.

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