Cinco

Una vez a mis dieciséis arruiné una fiesta de mi madre.

Me había hecho enojar por su insistencia a que empezara a ahorrar para un marido, que debía estudiar lo mismo que ella y comportarme como una reina.

Así que en un impulso, mezclé la salsa tártara de su banquete con pimienta y dejé que la gente casi se ahogara por el horrible sabor que les causaba mucha tos.

Observé todo desde la escalera con una sonrisa de autosuficiencia.

Cuando algo tomaba mi mente no había ser humano que me hiciera cambiar de parecer.

Así fue como aún cuando Sofía y Orpheo me intentaron detener, terminé manejando del otro lado de la ciudad al que alguna vez llamé hogar.

Mis manos apretaban el volante con tanta fuerza que mis brazos temblaban y mi piel se estaba tornando blanca.

De todas las bajezas...

Aunque no me debió sorprender, por eso conocía a Beatriz, íntima amiga de mi madre, una maldita perra que se creía la diosa Venus o algo parecido.

El desprecio que sentía por los hombres iba más allá de lo que los humanos podríamos considerar normal.

Estacioné el auto frente a la puerta, saqué esas llaves que había dejado abandonadas en una caja y salí de mi vehículo.

Cuando entré al lugar dónde me crié solo silencio me recibió, mi madre prácticamente vivía en el hospital así que sabía que muy probablemente no la encontraría, aunque hubiera dado lo que fuera por hacerlo.

Subí los escalones a gran velocidad, las palabras de Orpheo resonando en mis oídos.

«Le gustaba guardar evidencias, fotos y vídeos»

Corrí hasta el estudio y prácticamente me tiré al suelo y quite la alfombra persa de un jalón.

Ahí estaba, esa caja de seguridad que ella creía que nadie conocía.

Cuándo necesitas encontrar algo qué hacer para contratacar un ataque de ansiedad terminas descubriendo cosas que tal vez no deberías.

Como la caja de seguridad de tu madre donde guardaba drogas, documentos de quién sabe qué y dinero.

Saqué todo, al estar en el suelo debía remover todo para llegar al fondo dónde no dudaba que estuvieran "las evidencias" de su... Lo que fuera.

Mi corazón latía tan fuerte que podía sentirlo en mi cabeza, mordí mi labio inferior al encontrar un sobre amarillo y un pequeño cassette de una cámara de vídeo antigua.

—Hija de perra —murmuré furiosa.

Abrí el sobre y tomé lo que indudablemente era una gran cantidad de fotografías, las saqué y comencé a verlas.

Las primeras eran de Orpheo, mi respiración se hizo ajetreada cuando observé a detalle las imágenes, esa mirada pérdida, a veces había otro chico presente...

Sentí algo subir por mi garganta, dejé caer las fotografías y puse ambas manos sobre mi boca.

Corrí al baño más cercano y me dejé caer frente a la taza, todo el alimento que había ingerido en las últimas horas salió por mi boca, mis ojos se llenaron de lágrimas y empuñé con una fuerza descomunal el blanco mármol.

Cuando mi estómago terminó de desechar todo, me levanté con piernas temblorosas y lavé mi boca con un exceso de agua.

Parecía que me quería ahogar.

¿Acaso mi locura era debido a la de mi progenitora? ¿En algún momento haría lo que ella?

Me dejé caer al suelo y enredé ambas manos en mi cabello, sollozos comenzaron a escapar de mis labios.

¿Cómo pudo? ¿Cómo podíamos caer tan bajo?

Comencé a entender porqué Orpheo se estremecía tanto con mi tacto, porqué pensaba que solo era una máquina de placer y servicio, porqué se había negado rotundamente a tomar algo para dormir.

Y dolió, su situación me quemó el alma, desgarró mi fachada de cinismo y tiró esas paredes con las que trataba de controlar la oscuridad de mi mente.

Grité, lo hice como jamás lo había hecho, dejando escapar el asco, la furia, la impotencia, mi dolor y el de Orpheo.

No supe cuántas horas permanecí en el lugar, ni cuántas llamadas de Sofía había desviado.

Solo noté la oscuridad que se fue posando sobre la sala de mi madre mientras yo esperaba con un vaso de whisky a mi lado.

Cuándo ella entró por la puerta, dejó su bolso en la mesa de la entrada, comenzó a revisar su correo, puso su celular a un lado de la bolsa y se giró.

Al notarme dio un paso atrás de la sorpresa y posó una mano sobre su pecho.

—Maldición, Lisa, me asustaste —dijo con enojo.

Le di una sonrisa irónica, tomé de un trago lo que quedaba de mi vaso y me levanté con esa gracia que a ella le encantaba.

—No me esperabas —comenté con desdén.

—Si hubieras llamado como se supone que uno hace al visitar...

Hice un ademán de desinterés con la mano.

—No soy esa damita que tanto anhelaste, ya debiste hacerte a la idea que soy tu más grande fracaso.

Mi madre me miró con dureza mientras cruzaba los brazos.

—¿Qué quieres, Lisa? —preguntó hastiada.

Le di una enorme sonrisa y ella arqueó una ceja.

—¿Sabías que sufro de trastorno Borderline?

Me miró con sorpresa.

—No lo haces, me hubiera dado cuenta...

Levanté ambas mangas y dejé expuestos mis marcados brazos.

—¿De esto? Sí, también lo creí, supongo que eres más idiota de lo que pensé.

Mi madre jadeó.

—¡Lisa!

—¿Qué? ¿Te debo alguna clase de respeto? —espeté, estábamos a unos diez pasos de distancia pero nos veíamos de manera desafiante.

—Soy tu madre. —Casi gritó.

Hice girar los ojos.

—No por elección y el respeto se gana, tú. —La miré de arriba a abajo—. Eres una mierda.

La vi caminar hacia mí con pasos decididos, sabía que estaba por recibir una bofetada.

—¿O como llamarías, querida madre, a una mujer que paga para que droguen y literalmente violar a un hombre? —grité empuñando las manos con tanta fuerza que hice que me temblaran.

Y eso hizo que se detuviera de golpe.

Nos vimos fijamente, su mirada era tan fría como la mía.

—No sé de dónde...

Reí con sarcasmo, como si estuviera loca, pero saqué las fotos de mi espalda y las aventé a sus pies.

—¿Decías?

Ella observó las fotos.

—Creo que tu fijación por tener pruebas de tus actos es lo que te hundirá —dije con una enorme sonrisa.

Ella no desvió la mirada de las fotos.

—¿Qué piensas hacer, hija, llevarme ante las autoridades?

Reí de nuevo y sacudí la cabeza, ella me miró con odio, bueno ya éramos dos que sentíamos un profundo desprecio hacia esa sangre que nos unía.

—Claro que no, querida madre, ¿para que tu amiga desaparezca las pruebas? No, tengo otros planes en mente.

Sus ojos café se fijaron en mis azules.

—Pienso darle uso a esa posición tan alta que tienes.

—¿Me estás extorsionando? —preguntó con incredulidad.

Caminé a ella y me detuve justo a medio paso, la miré fijamente a los ojos.

—Claro que lo hago, por primera vez en tu vida vas a servirme de algo —espeté.

Mi progenitora entrecerró los ojos y yo le di la sonrisa más irónica que pude formular.

Días después.

Miraba el reloj de la pared mientras Orpheo me ayudaba a vertir salsa sobre la lasagna casi terminada.

—Estas distraída —murmuró a mi lado.

Sonreí y negué con la cabeza.

—¿Lo dices porque miro una y otra vez el reloj? —pregunté con ironía.

Él asintió, le dio los últimos detalles a la lasagna y me observó.

Levanté la mano y la acerqué lentamente a su mejilla, él se tensó pero cuando finalmente lo toqué suspiró.

—¿Segura que esto es un tipo de terapia? —preguntó cerrando los ojos.

Me encogí de hombros y acaricié con ternura su piel.

—No, pero poco a poco debes ir acostumbrándote al tacto.

—Dudo que en el basurero alguien me quiera tocar —dijo con esa media sonrisa que de pronto dejaba escapar.

—¿Con lo guapo que eres? Evita cantar, vas a tener demasiados admiradores si les das ese plus —comenté guiñando un ojo.

El rio levemente, era un sonido que había escuchado al menos cinco veces en estas casi cuatro semanas que llevábamos juntos.

Orpheo seguía con los terrores nocturnos pero ahora cada que despertaba se lograba detener antes de reaccionar de manera defensiva ante mi presencia.

Increíblemente terminaba con su cabeza en mi regazo mientras uno de los dos cantaba algo.

No éramos pareja, distábamos mucho de serlo, pero al menos teníamos una relación de confianza y respeto.

—Lisa. —Escuché.

Parpadeé varias veces, él me veía preocupado.

—Te fuiste —dijo bajando la mirada.

Bajé mi mano y me senté en la barra de la cocina, con fingido desinterés activé la radio en mi celular y lo dejé en una estación de noticias.

—Estaba pensando en que deberías salir del departamento, has estado aquí encerrado demasiado tiempo.

Orpheo me miró con confusión.

—Pero si Beatriz...

—Y en las últimas noticias, sigue la investigación sobre la muerte de Beatriz Fogo, la fiscal expuso en conferencia de prensa que los estudios de sangre realizados arrojaron restos de Redotex, un medicamento para controlar la obesidad que causa taquicardia entre otros efectos secundarios... Fuentes cercanas han comentado que la señora Fogo tomaba el medicamento con frecuencia... —Una voz femenina dijo en la radio.

Bajé el volumen de mi celular y traté de controlar la sonrisa en mi rostro pero podía sentir la intensa mirada de Orpheo sobre mí.

—Lisa...

—Parece que el karma existe, mira que morir de una manera tan vanal —interrumpí apagando el celular y encogiéndome de hombros antes de saltar de la barra.

Intenté salir de la cocina pero él se puso en la entrada y me bloqueó el paso, arqueé una ceja.

—¿Qué? —pregunté fingiendo hartazgo.

Y fue la primera vez que Orpheo me miró con una intensidad que me robó el aliento, despertó en mí esas ganas de provocarlo y besarlo hasta perdernos.

—¿Hiciste algo? ¿Tuviste que ver en eso?

Crucé los brazos y me puse a la defensiva.

—¿Me ves acercándome a la arpía sin levantar sospechas?

Orpheo entrecerró los ojos, vaya, tal vez por fin íbamos a pelear.

—No pareces sorprendida —alegó.

Me encogí de hombros y pasé a su lado, mi corazón retumbaba a gran velocidad en mis oídos.

—El karma siempre te alcanza —dije antes de huir a mi recámara de manera disimulada.

Una vez que me encerré suspiré y cerré los ojos con fuerza.

La imagen de esa perra vomitando sangre y estremeciéndose a mis pies mientras suplicaba por ayuda era algo que estaba segura que jamás olvidaría.

Y sinceramente, no me arrepentía, lo volvería a hacer.

Tener una madre doctora y famosa tenía sus ventajas; un veneno que no dejaba rastros en la sangre, una pastilla que causaba más daño que pérdida de peso... Y una fiesta de mujeres egocéntricas que se odiaban entre ellas pero fingían soportarse.

Obviamente mi extorsión estaba funcionando, tenía a mi madre bien agarrada en muchas maneras, ya no solo eran las fotos y el vídeo de Orpheo, eran sus huellas en el frasco de veneno y su presencia en aquella fiesta a la cuál me metió en la cajuela.

No me sentía mal por inculparla, me arrebató al único hombre que me amó verdaderamente y ultrajó de la peor manera a Orpheo y otros.

Fue una experiencia desagradable limpiar el desastre, pero entre mi madre y yo lo logramos, todo sin que nadie se diera cuenta de lo que se había suscitado.

Porque aparentemente mi madre se fue y Beatriz se había quedado sola y bebiendo.

Aún quedaba hacer algo con Monique, pero mientras Orpheo estuviera en la ciudad...

Al haber sido de su propiedad, la culpa de cualquier acto en su contra podría recaer en él y eso jamás lo permitiría.

Lo que me llevaba a los acontecimientos que pronto pasarían.

Orpheo estaba ausente, veíamos una serie en la televisión pero él no estaba ahí conmigo.

Era casi de madrugada, después del acontecimiento en la cocina ninguno habló, solo nos limitamos a mirarnos.

Sabía que sospechaba pero era mejor no decirle a la cara si tenía razón, lo haría cómplice.

—Cuando fuiste a ver a tu madre...

—Ya te dije, solo la confronté y negó todo, no tengo pruebas en su contra así que lamento no haber logrado algo —espeté con enojo cruzando los brazos.

Nadie sabía hasta donde había llegado para alcanzar un poco de justicia y así se quedaría.

Vi a Orpheo abrir la boca pero afortunadamente la campana me salvó, tocaron a la puerta y yo suspiré.

Él me vio con aprehensión, bajé la mirada hasta que volvieron a tocar.

—¿Esperas a alguien? —preguntó en un susurro.

Asentí pero no hice nada por moverme, Orpheo frunció el ceño y lentamente se levantó, sabía que si no le había pedido que se ocultara era porque quién nos visitaba sabía de su estadía en mi hogar.

Abrió la puerta y miró con sorpresa a Chiara, Elliot, Sofía y Gioia, luego desvió su vista al reloj en la pared, yo me levanté y me puse detrás de él.

—¿Qué hacen aquí? —preguntó Orpheo en un susurro.

Chiara me miró con algo de enojo, me había advertido que tenía que informarle a Orpheo sobre lo que iba a pasar.

Pero me acobardé.

—Nos vamos, tenemos todo listo para cruzar... —dijo Elliot pero Orpheo levantó ambas manos en ademán de que se detuviera.

—Espera, ¿cómo que cruzar? ¿De qué hablas?

Gioia suspiró y sacudió la cabeza.

—Debes ir a Centauria, ya no es seguro aquí.

Orpheo la miró con extrañeza.

—Pero, Beatriz está muerta...

—Y eso está levantando más sospechas de lo que creímos, Monique no dudará en hablar si eso le salva el pellejo, debemos sacarte —insistió Chiara entrando al departamento y fulminándome con la mirada.

Orpheo los veía a todos y luego a mí, yo no me atreví a regresarle la mirada.

—¿Sabías? —cuestionó con más seriedad de la que jamás le escuché.

—Sí y los apoyo, debes irte.

Él asintió, me vio con algo de enojo antes de dirigirse a la que fue su recámara por casi un mes.

Chiara cruzó los brazos y me vio con enojo.

—Agradece que tenemos otro asunto, de no ser así sacarlo sería demasiado riesgoso.

Hice girar los ojos con molestía.

—Siempre dices que esto se trata de ellos, Orpheo necesita empezar de cero y lejos de este lugar, no has estado presente en las pesadillas...

Me detuve cuando Orpheo apareció de nuevo, traía un sweater negro y unos jeans.

—Estoy listo.

Lo dijo con tanta frialdad que me estremecí, Sofía me miró con preocupación, sabía que estaba ahí como apoyo moral para mí, me habia apegado a Orpheo y no sabía lo que pasaría cuando se fuera.

Elliot y las hermanas Freeman salieron del departamento, Orpheo detrás de ellos, no me dedicó una mirada ni nada pero yo tomé su brazo y él se detuvo.

—Es lo mejor, debes...

—A menos de que nos atrapen y me manden directo al basurero o algo peor —espetó.

Lo obligué a voltear, los demás lo esperaban en el elevador.

—No pasará, tus análisis salieron limpios y estaban optando por regresarte con Monique, ella accedió.

Orpheo me miró con algo de sorpresa.

—No te dejaría volver a ese mundo, donde eras tratado como una vil máquina...

—Es lo que soy —interrumpió.

Sacudí la cabeza rápidamente y puse ambas manos en sus mejillas, él se estremeció como siempre lo hacía.

—Eres más que eso y mereces mucho más de lo que yo u otra persona en este lugar te podría dar —insistí.

Sus ojos verdes me miraron con algo que no logré entender, era como ternura pero nunca estuve segura.

—¿Te volverás a cortar? —preguntó en un susurro.

Le di una sonrisa triste.

—Hagamos esto, tú trabajas en superar ese pasado y yo prometo no cortarme.

Orpheo me dio media sonrisa, tomó mi mano y la puso en su pecho, noté que su respiración se entrecortó con el movimiento.

Luego recordé algo, lo solté y corrí de regreso a la sala, saqué la caja de plástico que contenía el disco y regresé a la puerta.

—Para que no me olvides —murmuré dándole el disco de Seether.

El miró con atención la caja de plástico y asintió.

—Dudo hacerlo —susurró dándome una última mirada.

Una vez que desapareció por la puerta me quedé ahí viendo a la nada.

Hasta que sentí el cálido abrazo de mi mejor amiga y me permití desmoronarme entre sollozos y gemidos.

Era el segundo hombre importante que perdía en mi vida.

Y seguía doliendo con un carajo.

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