Prólogo

Prólogo

Uno de los pocos poetas no depresivos en la historia del planeta Cambalache (y, probablemente, del universo) describió la brisa dorada con las siguientes palabras:

"Quien la hubiera presenciado bien podría haberla confundido con una lluvia de oro. Cual brillante polvo de estrellas, diminutas motas doradas se dispersaron por el aire y cubrieron tanto el cielo como la tierra. La mágica nube avanzaba a la manera de un río, deslizándose hacia el horizonte con la aparente intención de abarcarlo todo, dejando tras de sí pura vida nueva y prometiendo la llegada de una era distinta".

La opinión popular respecto a este fenómeno, en cambio, es mucho más breve y concisa: es una porquería.

Se trata de una cuestión de perspectiva, como todo. Si ya vivías en Cambalache, quizás consideres a la brisa como tan solo un espectáculo visual o la oportunidad de tener vecinos nuevos. Por otra parte, si eres uno de los pobres seres que el dichoso vendaval arrastró desde otro mundo mientras estaba trabajando, limpiando su casa o yendo a buscar a sus hijos... seguramente estés más de acuerdo con la segunda definición que dimos. En este caso, es probable que también desees reclamarle al viento que se meta en sus propios asuntos y te devuelva al lugar donde te encontró.

El problema es que jamás se lleva nada, únicamente lo trae.

Esa es la crueldad de lo que llamamos la brisa dorada.

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