Capítulo extra - Cafeterías listadas
Capítulo extra
Cafeterías listadas
—... esas serían todas las opciones —concluye el hombre luego de una conversación entera acerca de las cafeterías cercanas—. ¿A cuál vamos?
Otras personas (nosotras, por ejemplo) estarían exasperadas a esta altura, pero no es el caso de Leona, quien ha escuchado con interés y metido algún que otro bocado en el medio.
—Si nos guiamos por la cantidad de pros y contras, diría que ésta. —La mujer coloca un dedo índice sobre el nombre "Calle con esquina". Listadas a la derecha, con una letra que denota claro esmero, están las ventajas en verde y las desventajas en rojo—. Es la que tiene mejor café, además. La cita nos la debemos hace un montón, así que creo que podemos ignorar lo de los precios caros.
Etka, sentado hombro a hombro con ella, asiente con la seriedad de quien acaba de tomar una decisión importante. Aclarado el asunto, se levanta y tiende una mano a Leona para ayudarla a ponerse pie. Sin embargo, no se sueltan tampoco al echar a caminar bajo el poderoso sol de las tres de la tarde. Se supone que el verano ya está a días de acabar, pero tiene intenciones de seguir mostrando que es el que manda de momento.
Han pasado seis meses desde el final de la aventura y, si bien se han visto en varias ocasiones durante ese tiempo, siempre ha sido en presencia de sus amigos y familia. Esta es, en otras palabras, la primera cita que tienen, esa que se habían prometido hace tanto.
Por supuesto, en el medio hubieron largas conversaciones a distancia que han ido cementando su relación. Cuando el hechizo conecta bien, pueden extenderse hasta más de tres horas. Cuando no... bueno, muchas veces no queda otra que rendirse luego de tres o cuatro veces de molestar a la persona equivocada.
Como anécdota para la historia ha quedado la noche en que Etka intentó llamar a Leona y la casualidad quiso que cayera justo en la casa de Jackie, a unas diez cuadras de la de la otra. Al final la dragona fue a buscar a la mujer y su hija y las llevó a su casa, dando lugar a una interesante suerte de llamada grupal.
A causa de todo lo anterior, no hay incomodidad en la interacción, solo la alegría de ver a alguien que quieres, sumado al agradable nerviosismo de estar a solas por primera vez en mucho tiempo.
En la cafetería los recibe un espacio pequeño pero coqueto, con paredes de pizarra negra donde tanto empleados como clientes han hecho coloridos dibujos e incluso escrito alguna frase existencial. La pareja se sienta entre un hermoso dibujo de una radiante flor roja y una cita célebre de nuestro poeta favorito en letra torcida, algo acerca de cómo cada persona está a donde está por alguna razón superior.
Piden un café para cada quien y una porción de pastel para compartir. Por suerte, el chocolate es otra de las cosas buenas que este mundo recibió de parte de la Tierra. Probablemente haya sido para compensar por los mosquitos.
—Eli ha empezado la escuela este mes, ¿no? —pregunta Etka, extendiendo el tenedor hacia el pastel—. ¿Cómo le está yendo?
Una de las cosas que Leona ha descubierto en estos meses es que el joven tiene un gusto por los dulces, y desde ya predice que tendrán que pedir alguna otra cosa para comer.
—Bien, por suerte. El papel de nueva le está yendo mejor de lo que creía.
—Es que estuvo todo el verano practicando. —El hombre sonríe, sin duda recordando el montón de consejos que la niña le pidió acerca de cómo llevarse bien con la gente de este mundo.
—Sí, está aprovechando esto de empezar desde cero. En su escuela anterior estaba demasiado encasillada, porque había ido ahí toda la vida... Aunque aún hay momentos en los que extraña, a veces hasta me permite consolarla. Pero todo es de a poco, supongo.
—¿Qué hay de ti?
—No tengo mucho tiempo para pensar en la Tierra. Apenas comencé la universidad, pero ya me está destruyendo.
—La universidad ha destruido a varios —concuerda Etka con diversión—, pero por lo general se recomponen a final de cuatrimestre. Y me has dicho que te gusta, ¿verdad?
—Sí, eso me motiva. El trabajo también es interesante, aunque a veces me siento un poco intimidada.
Después de haberse tomado un par de meses para ajustarse, Leona aceptó la oferta de Etka de trabajar en la Universidad Nacional de Puerto Imposible, apodada con cariño la Universidad Imposible. El sobrenombre no solo es gracioso sino también cierto, pues en cuanto a nivel y prestigio iguala a la más grande de Longevia. Pese a ello, Ryan le hizo allí un lugar de manera rápida... nos atreveríamos a decir, sospechosamente rápida.
Quizás no siempre esté mal tener un amigo metido en la política.
Desde entonces, ha estado asistiendo algunas horas a la semana para relatar sus experiencias y las de sus conocidos y familia, así como también de comentar sobre las tecnologías, arte e incluso comidas de la Tierra. Esto le ha permitido entrar en contacto con otras personas provenientes de su mismo mundo, a su vez.
—Imagino que no es fácil hablar con todo un grupo de gente alrededor escribiendo lo que tú dices.
—Deberías verlos anotando como si yo les trajera la verdad universal. A veces me toman de la mano y me agradecen, yo me muero de vergüenza. Lo único que estoy haciendo es contarles sobre mi vida y el lugar donde crecí.
—A este ritmo te convertirás en una gran profeta.
—No, gracias —dice Leona con espanto, pero entre risas.
No será profeta, pero en algo sí acertó: el pastel se ha acabado antes de que el hambre, así que la mujer levanta la mano. Por consideración a que paga ella, su acompañante intenta detenerla, pero acaba cediendo cuando le señalan un postre caliente con helado encima que encargaron en otra mesa.
Así siguen un buen rato. Mientras la gente alrededor se va y llega otra nueva, ellos piden un relleno de café, luego unos sándwiches tostados, dos exprimidos... Hasta que el lugar se llena y la camarera les trae la cuenta en una insinuación de que tal vez ya sea hora de que se marchen.
Al momento de salir, Leona se acerca a un estante donde reposan tazones ocupados por tizas de cien tonos distintos. Le ha estado echando el ojo desde que pasaron por allí al entrar, así que piensa sacarse las ganas.
—Cualquiera puede usarlas, ¿no? —Por las dudas, busca la confirmación de su acompañante, antiguo cliente regular de la cafetería.
—Sí, mientras hayas consumido algo. Yo nunca me he animado, dibujo feo.
—Yo tampoco soy una artista, pero...
La mujer encuentra rápidamente los tres colores que le interesan: blanco, negro y amarillo. Etka sonríe con solo ver el gesto pensativo, exagerado a propósito, que ella hace.
—¿Qué vas a dibujar?
—Un búho.
—Es un animal un poco difícil —comenta el hombre con una risita de ternura.
—Lo sé, saldrá horrible. Por eso es importante que no me dejes dibujando sola.
Normalmente Etka no se atrevería a hacerlo, sin embargo, por Leona está dispuesto a sacrificar un poco de su dignidad.
—Te acompaño, pero ¿qué dibujo?
—Lo que tú quieras.
Su compañera espera pacientemente mientras él decide. Etka acaba por poner expresión de que alguna ficha le cayó y tomar de la pila tres colores. Ambos se muestran de acuerdo en hacer el dibujo lo más alto posible en el rincón más escondido, para que no sea borrado tan rápidamente.
Ninguno de los dos estaba siendo humilde ni subestimando sus habilidades artísticas, resulta. El búho de Leona es una patata blanca con dos esferas de un dorado bien elegido, por otra parte, el dibujo de Etka es... Bueno, hay dos posibilidades. Podría ser una obra ligeramente surrealista de una flor con ojos dentro de un jarrón, de cuya base se desprende una manija acabada en un plumero.
O podría ser un león de pelaje castaño, melena oscura y ojos de un marrón verdoso.
—Qué bonita. —El halago de la mujer no es sarcástico ni mucho menos, sino que viene de la ternura—. Pero las leonas no tienen melena.
—¿En serio?
—En serio.
Etka echa otro vistazo a su creación, desconcertado. Hay que tener en cuenta que los leones no existen en Cambalache, por lo que lo que la mayoría de la gente tiene es una idea vaga del animal. Cosas como las diferencias entre un sexo y otro son tenidas en cuenta casi únicamente por especialistas y artistas con un interés por las criaturas de otros mundos.
—¿Debería borrar esa parte?
—No, hagamos de cuenta que es la representación de mis rulos. En realidad, creo que más bien voy a agregar algo. Dame un momento.
Leona va hacia el montón de tizas a paso rápido y vuelve de allí con el mismo ritmo, llevando entre dos dedos un único color: rojo intenso.
Con esta nueva tiza hace un corazón entre los dos pseudoanimales.
Ahora sí, habiendo dejado una pequeña marca, la pareja sale de la tienda.
Después de un rato de mirar vidrieras, surge la propuesta de bajar hacia la costa.
Sería romántico decir que tienen la playa toda para ellos, pero nosotras siempre priorizamos la sinceridad, por lo que diremos exactamente lo opuesto: en esta época de calor, el mar está igual de repleto que las heladerías. El Puerto Imposible no tiene aguas cristalinas ni nada que le merezca ser usado en postales, pero sí un montón de habitantes desesperados por quitarse el calor de encima.
—No me di cuenta de traer un traje de baño —se lamenta Leona, ya cerca de la orilla.
—Yo tampoco lo pensé... Qué pena.
Aunque sabe que el otro probablemente lo dijo con ingenuidad, la mujer no pierde la oportunidad de preguntar, traviesa:
—¿Lo que te da pena es no haberlo traído tú? ¿O que no lo haya traído yo?
Tras el segundo que le toma procesar la insinuación, el rostro de Etka se enciende y, pese a un par de intentos de contestar algo coherente, acaba cerrando la boca. A su lado, Leona ríe con ganas.
Deciden caminar mojándose los pies aunque sea, por lo que ambos se quitan el calzado y el hombre se remanga el pantalón de traje.
—¿No se te ensuciará? —Su compañera se muestra un poco preocupada.
—No es nada, en todo caso lo lavaré y ya.
Leona sujeta bien las sandalias con la mano izquierda y está a punto de extender la libre hacia Etka cuando se le ocurre una cosa.
—¿Puedo llevarte el bolso?
—¿El bolso?
—Luce más pesado que de costumbre y ya hicimos un buen tramo caminando.
—Ah, es que traje del trabajo los documentos que debería completar en cuanto regrese a casa. Pero no es necesario... Tú ya tienes tu cartera.
—Esta miseria no pesa nada. Vamos, dame el gusto.
Etka acaba por ceder, recordándose que de vez en cuando uno debe aceptar la amabilidad de la gente, en especial de aquellos que quiere. Luego toma la mano de ella, como si necesitara su calor a pesar de los treinta y tantos grados de temperatura.
Caminan poco a poco por la orilla, bajo la luz anaranjada del sol ocultándose por el horizonte. Los acompañan el murmullo de las olas, los pájaros que surcan los cielos y, principalmente, una multitud de gente cruzándoseles por adelante corriendo y gritándose entre sí como si estuvieran a un kilómetro.
Ignorantes a todo ello, ni Leona ni Etka tienen atención para otra cosa que no sea la persona que va a su lado.
A las siete de la noche ya están en la estación, pese a que aún queda algo de luz y ambos desearían seguir en compañía del otro un rato más. Mañana domingo Leona tiene el día libre, pero Etka necesita presentarse en la capital a primera hora. El joven no estaba bromeando cuando dijo que el trabajo complicaba sus relaciones románticas, parece.
Intercambian promesas de reencuentro y saludos antes de soltarse a regañadientes. No obstante, incluso después de los hasta luego, se quedan quietos en el lugar como si se encontraran pegados al suelo. Leona probablemente no tiene la menor intención de marcharse hasta que él no entre a la estación, pero no hay duda de que Etka piensa esperar a que ella se vaya antes de subir las escaleras hacia el andén.
En síntesis, si nadie hace nada se quedarán de pie como un par de tontos toda la eternidad, mirándose el uno al otro e impidiendo el paso a otros transeúntes. Por más que saben que deben moverse eventualmente, ninguno de los dos desea hacerlo primero...
—Ah, espera —dice Leona como si hubiera notado algo de la manera más repentina—. Te has olvidado algo.
Etka se toma el comentario con su calma usual, es decir, ninguna. Enseguida se palpa los bolsillos y está a punto de abrir el bolso cuando oye que la mujer le señala:
—Mira, por aquí.
Apenas tiene tiempo de levantar la vista antes de sentir los labios de ella sobre los suyos. Nuestro joven será ingenuo, pero no estúpido, así que la acerca hacia sí lo más posible y la besa una, dos, tres veces, como llevaba meses deseando hacerlo.
—Ahora sí llevas todo. —La voz de Leona luego de apartarse es tiernamente juguetona.
Nunca en su vida el hombre ha visto una expresión tan hermosa. Los labios de Leona, ahora un poco rojos y secos, dejan entrever los dientes en la ancha sonrisa, y sus ojos lo miran llenos de ilusión.
A Etka se le ocurre que quizás la razón por la que sus relaciones han fallado es que la persona para él había estado en otro planeta todo este tiempo. Se guarda la frase, un poco por ser exagerada para una primera cita y un poco por sentirse culpable. No puede negarse que se alegra de que Leona haya terminado en Cambalache, pero admitirlo a la persona misma le parece insensible.
—Voy a decir una tontería —susurra Leona, quien pocas veces se pone tímida pero cuando lo hace resulta adorable. Y no, no es solo pensamiento de Etka, nosotras lo compartimos—. Este último tiempo estuve pensando... y hoy en especial, que el motivo de que antes no encontrara novio era que la persona en cuestión estaba a, no sé, ¿cuánta distancia crees que haya entre la Tierra y Cambalache?
El hombre la mira con incredulidad.
—Estaba pensando lo mismo.
—¿En serio? —Al ver que el otro asiente, Leona no puede hacer otra cosa que echar a reír—. Entonces lo hubieras dicho antes y me ahorraba la vergüenza.
Aquella risa se le clava a Etka en el corazón.
Por supuesto, él sabe que tiene trabajo por hacer y que nadie lo va a realizar en su lugar. Su obligación es aparecer a las nueve de la mañana en la embajada con las cosas traducidas, hay gente que depende de eso. Lo mejor será que diga adiós, se robe quizás algún beso más y dé la vuelta.
Sin embargo, no es una despedida lo que sale de su boca.
—Creo que si comienzo el papeleo en cuanto suba al ejerún y aprovecho las cuatro horas de viaje, podría en lugar quedarme aquí ese tiempo. —Echa un vistazo al gran reloj de la estación para hacer el cálculo—. Me tomaría el transporte a eso de las once, así que habría tiempo de cenar todos juntos.
—¿En serio? —La enorme sonrisa en el rostro de Leona le confirma al hombre que ha tomado la decisión correcta, aún si implica trasnochar para poder terminar su trabajo.
—Sí. —Luego agrega, con menos seguridad—. Si es que a ti no te molesta.
—¡Claro que no! Las chicas también se alegrarán. ¿Piensas que podríamos invitar a Jackie y a Ryan?
—Su casa está de camino, así que podemos pasar a preguntarles.
Contagiado por el entusiasmo de quien tiene en frente, Etka extiende una mano que es tomada rápidamente. Echan a caminar juntos lentamente, ambos decididos a exprimir lo más posible las cuatro horas que acaban de agregarse a su cita.
Ahora sí los dejamos de manera definitiva, pero con una preciosa imagen: dos siluetas risueñas avanzan a la par entre calles nocturnas, iluminadas por antiguos faroles.
No hay vacilación en el paso de uno ni otro, pues ambos tienen la sensación de estar andando por su hogar en dirección a su familia.
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