Capítulo 8 - Transportes poco confiables

Capítulo 8

Transportes poco confiables

El sol comienza a descender, los pájaros cantan en sintonía, y una planta de girasol surca el cielo usando sus hojas como alas. El aleteo de este último no es muy grácil que digamos, pero se lo dejaremos pasar porque hace apenas un par de horas que ha adquirido la capacidad de volar. Por otra parte, nada asegura que la mantenga para siempre, así que mejor que la disfrute...

Leona, que mira el espectáculo desde la ventana del quinto piso del hotel, pone un gran esfuerzo en no dejar escapar una risa. Sabe que es una situación por la que estar preocupada, y por supuesto que lo está, pero... es un vegetal... con alas...

No ayuda para nada que a su lado Eli lo señala con diversión.

A sus espaldas, sentado al borde de la cama, Etka luce mucho menos alegre.

—¿Qué hacemos ahora, Tere?

—Allá abajo había otros miembros de la asociación, ¿no? ¿No acordaste nada con ellos?

—Sí, pero nadie estaba muy seguro de qué hacer. Cada uno intentó comunicarse con la central de su país y fue imposible, la magia no obedece. Una colega y yo dijimos de seguir el protocolo de la brisa, pero...

—¿Qué protocolo?

—Eso mismo dijo el resto. —Etka suelta un suspiro, dirigido tanto a su compañera presente como a los ausentes—. Según las reglas, pase lo que pase deberíamos mantener el plan de dirigirnos hacia el país de la especie que corresponda y dejar a los recién llegados en alguna ciudad que tenga un hogar de emergencia.

—Hagamos eso, pues. ¿Dónde hay un hogar?

—No tengo idea.

—¿Y para qué tienes el papelito entonces?

—El protocolo no es un "papelito"... —Si bien comienza con un tono de reproche, el hombre pronto se resigna y suelta su enésimo suspiro—. La brisa anterior fue hace cincuenta años, dicen, pero no vino ningún humano en esa. La última vez que vinieron aquí personas de la Tierra fue hace unos cien años, los hogares podrían haberse movido o desaparecido en todo ese tiempo.

—Revisa la lista de hogares actuales, entonces.

—Los tiene la central con la que te digo que no me pude comunicar.

Por un instante parece que incluso TR se ha quedado sin nada que responder, sin embargo, no dura mucho.

—Odio la burocracia —se queja al final—. En cualquier caso, hay que ir a Longevia. Así que ustedes preparen sus cosas mientras yo bajo un momento a comprar los boletos para el ejerún.

—Espera. —Leona, que había estado escuchando sin decir nada, se une a la conversación—. Ese transporte también usa magia, ¿verdad?

Su experiencia reciente y no muy grata le ha generado cierta desconfianza hacia todo lo que funcione a base de ésta. No es difícil entender por qué.

—No te preocupes. —El comentario, proveniente de TR, no produce mucha calma teniendo en cuenta que a ella nada parece preocuparle—. Nunca hay accidentes.

—Pero la magia se ha vuelto loca. Todas esas cosas que pasaron recién...

—Y nadie salió herido, ¿cierto?

Nosotras lo habíamos señalado con anterioridad, pero la mujer lo nota ahora por primera vez. Trae a su mente los hechizos fallidos, y como ya no está rodeada por el caos y la confusión, puede admitir que fueron bastante inofensivos (repetimos: al menos físicamente, el daño emocional es otro asunto).

Aun así, considera que una falla en una máquina puede ser muy peligrosa. Por lo que se mantiene en el lugar, con un brazo alrededor de Eli.

—Tal vez fue buena suerte —argumenta, con una lógica que sería más que obvia en la Tierra.

—No te preocupes. —El tono de Etka es pura seguridad y calma—. La magia nunca ha matado a nadie.

—No puede ser. Algún accidente debe haber habido, ¿no?

El hombre niega con la cabeza al instante y sigue hablando con total convicción.

—Jamás. La magia es incapaz de matar, incluso cuando falla o rebota.

Quizás ustedes se queden con el ceño fruncido y boqueando como pez, que es exactamente lo que está haciendo Leona en este momento. Por más extraño que suene, él tiene razón.

No es una hipótesis a comprobar ni una teoría a medias, es un hecho: en Cambalache, la magia no mata. El motivo, si es que lo hay, es desconocido. Lo único que sobra es evidencia, pues atacar a otro es sin duda una de las primeras cosas que las personas harían tras descubrir un hechizo nuevo.

—Te daré un ejemplo —intercede TR al ver que la mujer no termina de creérselo—. Estás discutiendo con un vecino en medio de la calle. Estás muy enojada, así que haces levitar una piedra mucho más grande de lo que jamás podrías levantar con la mano e intentas arrojársela. En lugar de chocar contra la persona, la roca hace una elegante voltereta y sale disparada hacia otra parte, siempre que esta parte no sea una persona. Puede que acabe rompiendo una ventana de la casa de dicho vecino, pero con la increíble consideración de que nadie quede dentro de la zona de desastre.

>>Así, la magia ha impedido que lastimes a otro, incluso de manera tangencial. No impedirá, no obstante, que tu vecino te arroje un puñetazo, que te haga pagar por la ventana rota o que insulte tu árbol genealógico de aquí al primer ancestro que haya llegado a Cambalache.

El ejemplo, bastante ilustrativo, ha permitido a ambas extranjeras hacerse una buena imagen mental. Será una cosa increíble, pero de esas ya han tenido que presenciar bastantes, así que la aceptan como verdad sin mucha oposición.

—Aun así —replica Leona, aunque no tan duramente como antes—, creo que sería mejor tomar otro camino, por más que tardemos más o lo que sea.

—Bien, aquí hay otro argumento que quizás te convenza: no hay manera de llegar a donde tenemos que ir sin usar magia.

—¿Ninguna?

—En lo absoluto. Así que o nos tomamos el ejerún o nos quedamos atascados aquí quién sabe cuánto tiempo.

La mujer echa una mirada hacia Etka en busca de confirmación.

—Es verdad —afirma él con expresión un poco culpable—. Es un trayecto muy largo y los únicos transportes que no usan magia deben estar abarrotados ya. Habría que esperar días, y ahí si nos pedirían dinero...

—Que tampoco tenemos tanto —aclara TR— y que además necesitaremos para hacer el resto del camino.

Aquel último dato es lo que obliga a Leona a ceder. Se siente muy agradecida del apoyo que está recibiendo y lo que menos quisiera es causarle molestias a nadie... En vista de que la han traído hasta aquí y parecen tener puras buenas intenciones, supone que puede confiar en ellos esta vez también.

Igualmente decide que no está de más preguntar:

—¿Me prometen que llegaremos vivos allá?

—Más vale, mujer —responde TR—. A Etka y a mí también nos quedan años de vida por delante y no es nuestra intención tirarlos.

—Hay otras formas de decirlo —la regaña su amigo—. Pero sí, no subiríamos si no estuviéramos cien por ciento seguros.

Leona suelta un largo suspiro, resignada.



Una vez dentro del ejerún, los cuatro toman asiento sin que medien muchas palabras.

El interior del vagón rebosa de tensión. No se trata solo de nuestro pequeño grupo, sino que la ansiedad y la preocupación se hacen evidentes en todos los rostros sin importar qué rasgos los formen.

—¿Cómo es Longevia? —pregunta Leona sin preámbulo alguno. Sería mentira decir que no le interesa genuinamente la respuesta, pero la verdad es que lo hace más que nada para aligerar el ambiente.

Sin embargo, la reacción que obtiene no es la esperada. Ella había imaginado que Etka respondería con gusto y sin vacilar... En lugar de eso, el hombre se muestra sorprendido.

—No sé... No sabría cómo describirla.

—¿No has ido?

—Al contrario, nací y crecí ahí. Así que si me preguntas, solo sé decir que hay casas, tiendas, campo...

Este fenómeno es mucho más común de lo que uno esperaría. Algunas personas recuerdan más detalles de lugares que visitaron una única vez y les dejó algún impacto, en cambio aquellos frente a los que pasan con frecuencia no son más que un cúmulo de imágenes imprecisas. Etka es uno de estos individuos, que precisamente ahora parece estar arrepintiéndose de no haberse fijado más en los paisajes del día a día.

El silencio vuelve a instalarse entre los presentes, al menos hasta que TR lo corta de manera repentina.

—Acabo de acordarme de un juego que tenemos aquí en Cambalache.

La declaración enciende en los ojos de Eli una chispa de interés.

—¿Cómo se llama? —pregunta.

—Se llama... —la Segmentada se queda pensando de una manera que Leona interpreta fácilmente: está inventando las cosas sobre la marcha—. Se llama "Está este lugar".

Etka, demasiado ingenuo para seguir la corriente de una improvisación, frunce el ceño.

—No lo conozco.

—Claro que lo conoces —insiste TR—. Solo te lo has olvidado.

—Pero si no lo he escuchado nunca—

—¿Cómo es el juego? —interrumpe Leona en un intento de que la farsa no caiga.

—Es fácil. Uno describe un lugar y el otro tiene que reconocerlo y decir el nombre.

Es una idea similar a juegos como el "veo" o contar autos de un color u otro, sin duda inventados por adultos que debían llevar niños en un largo viaje y ya no sabían qué hacer para mantenerlos ocupados.

—Está este lugar... —TR piensa durante unos segundos—. Ah, ya sé. Está este lugar bastante cerrado, algo sombrío. En su interior hay un montón de gente apiñada, la gran parte del tiempo hablando en tonos indiferentes, contando el tiempo que hace falta para poder salir.

—¿Una oficina? —aventura Leona, que tuvo su época de empleada administrativa en una empresa y sabe que no es precisamente un sitio lleno de sonrisas.

—No, pero cerca. A ver, qué más... Es muy difícil vender una casa que esté al lado de este sitio, nadie quiere tenerlo de vecino.

—¿Una cárcel...? —sugiere Etka no del todo convencido.

—Cerca, cerca. Quizás algunos sonidos ayuden.

A continuación TR produce con la boca una serie de ruidos que impresionan por lo reales que se oyen: lápices escribiendo, una tiza deslizándose por un pizarrón, la campana que da inicio al recreo.

—¡Una escuela! —exclama Eli con entusiasmo. No obstante, éste se esfuma en cuanto cae en cuenta de las implicaciones—. ¿Aquí también tengo que ir a la escuela?

—Lamento decirte que sí, cachorra. Y puedo apostar a que la gente va con las mismas ganas aquí que allá.

—Haz otro más, TR —pide Leona con una voz un poco aniñada. Eli hace eco de este deseo.

—Si el público lo pide... —Hay una resignación claramente falsa en las palabras de TR—. Está este lugar donde la gente lucha entre sí de manera encarnizada, y el bullicio nunca cesa. Filas y filas de gente por doquier.

—¿Un concierto, tal vez? —pregunta Leona. Cómo olvidar esos recitales en los que salía con el cuerpo adolorido como si hubiera peleado por su vida en un ring...

—No, menos divertido que eso. Además, la gente va por pura supervivencia. Los gritos... los gritos son lo peor, sí. Al día de hoy cuando me dan un susto si me toman desprevenida. —Los tres se quedan observándola, expectantes. TR deja, adrede, un breve silencio antes de continuar con un tono de voz que todos sus acompañantes reconocen al instante—. ¡Fruta fresca, treinta por ciento de descuento, aunque usted no lo crea! ¡Solo por hoy!

A Leona se le escapa una risita al comprender de qué lugar está hablando.

—Es el mercado, ¿verdad?

—Pues sí. Nunca he visto cosa tan salvaje en mi vida. Las Segmentadas no tenemos sitios donde se acumule tanta gente, así que la primera vez que fui a uno casi me desmayo. Pensé que había habido un problema grave o lo que fuera, no se me ocurrió que fuera parte de la rutina.

Eliana, a quien no le quedaba otra opción que ir al supermercado con su madre para no quedar sola en casa, asiente con ganas.

—Es un lugar muy aburrido.

—Y que lo digas. Ahora tú, Etka —le indica TR con un par de palmaditas en el hombro.

El joven, que hasta ahora había estado sonriendo en silencio, se muestra pasmado.

—¿Yo? Pero no soy bueno en estas cosas. No sé cómo hacer que suene interesante...

—Vamos, no seas agrio. Inténtalo.

Varios pares de ojos se posan sobre Etka, dejándolo acorralado. El pobre, débil ante la presión, cede rápidamente.

—Está este lugar que... —comienza diciendo, aunque es evidente que no tiene nada pensado. Sin embargo, pronto su expresión se ilumina—. Está este lugar que suele ocupar la azotea de algunos edificios antiguos, por lo general se hace ahí para crear buena atmósfera.

>>La disposición es bastante típica de los restaurantes que ofrecen algún tipo de espectáculo. Hay un escenario rodeado de mesas en las que la gente se sienta a comer y desde donde pueden mirar cómodamente mientras los participantes pasan.

—¿Es como un show de talentos? —pregunta Eli.

—Sí, pero de algo especial: de magia. Hay excepciones, pero por lo general la gente que se anota es habilidosa de verdad, nada de calentar agua o mover un poco el viento.

>>He visto gente crear ilusiones que hasta podían saborearse, abrir portales que te llevaban a cien kilómetros de ahí o manipular el clima durante segundos. Esa última fue increíble, salimos empapados y por un instante casi pareció que a alguien lo iba a partir un rayo. Fue una tormenta de menos de medio minuto, pero de las más impresionantes que he visto en mi vida.<<

¡Imagínense lo que sería poder hacer lo contrario y despejar el cielo un día de lluvia, aunque sea durante el par de minutos que te toma encontrar la parada más cercana del autobús o un sitio en el cual refugiarse! En lugar de arrojar una respuesta posible, Leona se queda pensando en esta y más posibilidades. ¿Se podrá lavar toda la vajilla con un simple movimiento de la mano? ¿Rellenar varias planillas a la vez, con telepatía pura?

Eli también se queda callada, pero en su mente se reproducen escenas mucho más espectaculares que las de su madre, con explosiones y efectos salidos de películas de acción.

—Etka. —Es TR quien corta el silencio expectante—. No hay manera de que ellas adivinen ese, ¿cierto? No hay magia en la Tierra.

—Ah. —El aludido parece caer en cuenta tan solo ahora—. Tienes razón. Lo siento, fue lo primero que se me vino a la cabeza y me dejé llevar.

—No, está muy bien —se apresura a decir Leona—. Pero ahora queremos ir.

—¿Cómo se llama el lugar? —pregunta Eli.

—Etka se refiere a los jardines mágicos. He ido a alguno que otro y no están nada mal, debo decir. La comida es buena.

El hombre mira a su amiga con las cejas levantadas, como si no pudiera creer lo que acaba de oír, y con un tono que expresa lo mismo dice:

—La comida es lo de menos en lugares como ese.

—No es cierto. La comida es lo de más, vayas a donde vayas.

Ese último comentario da lugar a una discusión juguetona acerca de tonterías que nada tienen que ver con catástrofes mágicas ni futuros inciertos.

De esta manera, con la tensión habiéndose deshecho en el aire, entran al país humano de Longevia, tierra de escuelas que parecen cárceles, mercados que se asemejan a luchas a muerte y jardines mágicos con buena comida.

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