Capítulo 4 - Amaneceres familiares
Capítulo 4
Amaneceres familiares
El significado de ese "temprano" que Etka dijo resulta ser distinto a lo que Leona había imaginado.
La mujer despierta con la voz gentil del joven llamando su nombre. Se da cuenta ausentemente de cómo lo pronuncia un poco distinto: Léona, dice una y otra vez. Así como antes había dicho Únir en lugar de Unir...
Al abrir los ojos, se encuentra con que todo está oscuro, pero de una manera que le es conocida. Ese color de la noche que a veces tanta intranquilidad trae, ahora le brinda cierto alivio.
—Perdona la hora —se disculpa él.
Leona se sienta en la cama con el cuidado de no molestar a su hija y se despereza. Se aparta del rostro un par de rizos negros antes de responder con toda la cordialidad que logra conjurar en su somnolencia:
—No te preocupes, siento que he dormido bastante. —Etka, por otra parte, no luce descansado en lo absoluto—. ¿Tú has estado trabajando hasta ahora?
—Hasta hace un rato, sí. Quería dejar todo listo para mañana... hoy, en realidad.
—Podemos esperar si es necesario.
—No, la Torre no es un lugar cómodo para quedarse. Mientras antes lleguemos al hogar, mejor.
—¿Está muy lejos?
—Más o menos. Tengo calculadas dos paradas, una en el Hormiguero y otra ya dentro del país que es nuestro objetivo, Longevia. Allí hay complejos de departamentos destinados a estas ocasiones, que no son muy lujosos que digamos pero siguen siendo mejores que la habitación de un hospital.
—Así que tienen un procedimiento armado para la brisa.
—En la teoría, sí. En la práctica... —No acaba la frase, pero ésta resulta fácil de completar: nunca se puede estar preparado del todo. Es así como son los fenómenos naturales, tanto aquí como en la Tierra y en quién sabe cuántos otros planetas.
Etka lleva a Leona hacia el otro extremo de la habitación, hasta una ventana de forma oval. Al ver que él se apoya en el marco y mira hacia afuera, lo imita. No hay edificios de ninguna clase en las cercanías, solo tierra multicolor y vegetación de distintos tipos, todos ellos extravagantes. El único rastro de civilización es un camino tosco que desaparece hacia el horizonte, por el cual seguramente de día transitan vehículos desconocidos para ella.
No encuentra luna alguna en el cielo, pero no está segura de si Cambalache no posee semejante cosa o si sencillamente se debe a que el amanecer ya casi llega.
—¿Necesitabas hablar sobre algo? —pregunta al ver que, al igual que las veces anteriores, él la está esperando.
—No, solo supuse que te vendría bien un momento de tranquilidad.
Leona mira a su alrededor. La cantidad de personal se ha reducido bastante y la mayoría de los extranjeros se encuentra durmiendo.
—Gracias. Yo también creo que lo necesitaba.
—¿Se siente distinto estar aquí que en la Tierra?
—Sí y no. Es raro... Algunas cosas se me hacen familiares y diferentes a la vez. —Tras vacilar un poco, agrega:—. Me pasa contigo. Siento que casi podrías ser de mi mundo, pero...
Pero tienes las orejas puntiagudas, completa interiormente. Y colores extraños y rasgos no del todo comunes.
—Eso es normal, creo. Mis ancestros... y los de mi gente en general, eran humanos de otro planeta.
—¿Pero somos la misma especie?
—Eso parece. Según los que vinieron de allí, ese planeta se llama Eco, y así le dicen a los míos cuando nos quieren diferenciar de los humanos que vinieron de la Tierra. Aunque eso no sucede mucho, la verdad. Aquí tanto tú como yo somos humanos.
Con todo lo que ha presenciado Leona hasta ahora, no nos sorprende verla asentir sin mayores conflictos. Se han visto cosas más extrañas, se recuerda, como evidencia solo hace falta echar un vistazo a las criaturas que ocupan esta habitación. Ellas también provienen de lugares ajenos y seguramente se sienten igual de perdidas que ella. Es la primera vez que se le ocurre esto desde que llegó, y le produce un extraña sensación de camaradería.
Piensa entonces en toda la gente que, como ella, ha sido arrancada de su hogar. También en su propia vida que ha quedado allá lejos, junto a sus conocidos, su casa y el trabajo en el que llevaba ocho años. Todo aquello lo había obtenido poco a poco, con tiempo, esfuerzo y algo de suerte. ¿Cómo volver a conseguir todo eso en un sitio donde no es más que una inmigrante accidental?
Decide decir algo, lo que sea, con el único motivo de no dejarse ganar por las lágrimas que amenazan por salir.
—¿Te molesta si te cuento un poco sobre mi mundo?
—Todo lo contrario, me gustaría escuchar al respecto.
Al ver que el otro parece interesado de verdad, Leona comienza a relatar poco a poco las cosas que hasta hace unas horas constituían su vida: su trabajo de tiempo completo y salario básico, su departamento a medio caer cuyo alquiler pagaba siempre a duras penas, la escuela de doble jornada a la que enviaba a su hija para que no se quedara sola en casa.
—Suena duro —dice Etka con genuina empatía.
—Sí, era un desastre —admite ella con una sonrisa amarga—. Pero al menos había conseguido armar algo. Y me costó tanto hacerlo, además... Incluso sacrifiqué un sueño, ¿sabes? Quería ser bióloga, pero luego nació Eli y con todas las horas que tenía que trabajar ya no hubo tiempo.
—Debe haber sido difícil llevarlo sola.
—Lo fue, pero en verdad Eli me ayudó mucho. Durante estos diez años pasaron muchas cosas que no hubiera podido superar sin su compañía, es solo que... extraño estudiar, dedicarme a lo que me gustaba. Pensaba retomar la universidad en un par de años, cuando Eli entrara a la secundaria, pero...
Pero ahora no tiene sentido, piensa para sus adentros. La biología que conoce seguramente no coincide con la de aquí, para empezar. Una parte de ella teme que nada de la experiencia que posee le sirva en este mundo...
Pese a que siente los ojos húmedos, decide seguir. Poner en palabras la angustia es doloroso, pero liberador.
—Dios, creí que nunca tendría que empezar de cero otra vez, que ya había superado esa etapa de ser nueva en todo y tener que adaptarme. Sé que puedo hacerlo... que tendré que hacerlo. —Las lágrimas comienzan a escapársele—. Pero tengo miedo. ¿Qué pasa si no logro que nos adaptemos? Eli se pondrá triste cuando sepa que no podemos volver, tendrá que dejar a su mejor amiga, sus hobbies, sus cosas... Ni siquiera se ha podido traer su peluche favorito o los útiles para pintar que se compró con el dinero de su cumpleaños. No sé si podré con la tristeza de las dos.
Contra sus propias esperanzas, hablar ha desatado el llanto en lugar de contenerlo. En el fondo, es probable que ella supiera que esto acabaría así y haya continuado con ello justamente para poder descargarse.
Etka extiende una mano tímidamente, tanteando la reacción de la mujer y tocándole apenas el hombro. Ella se lo permite, sabe que un abrazo es lo mejor que puede recibir en este momento. Así que se reclina hacia él y le pasa un brazo por la cintura. Ante el gesto, el otro le rodea los hombros del todo y susurra:
—Sé que no estoy en posición de decirlo, y que este lugar parece un desastre... bueno, es un desastre... Pero hay mucha gente buena. No te faltará ayuda, lo prometo.
Leona le cree. En parte porque no le queda otra opción, pero también porque él mismo la está ayudando en este momento.
—También hay lugares hermosos —continúa diciendo Etka en tono gentil—, buena comida y cosas divertidas que hacer. Parece difícil, pero encontrarás un lugar aquí. Haremos lo posible para eso.
Si bien las palabras de por sí no significan mucho para ella en esta situación, la intención con que fueron dichas, el mero hecho de que alguien se preocupe por ella, sí lo hace. Así que de momento Leona asiente y moja con sus lágrimas la chaqueta del joven.
Él se queda quieto, sin decir más, hasta que la mujer considera que ya ha llorado todo lo que tenía y se aparta. Ahora que se siente más aliviada, vuelve a su hábito de intentar aligerar el ambiente a la fuerza.
—Dime que no hay impuestos aquí —dice en tono de broma mientras se seca los ojos con la palma de la mano.
Etka sonríe por un instante, pero pronto se cubre la boca con una mano, probablemente pensando que no es adecuado.
—Lamento decir que sí.
—¿Por qué justo tienen las cosas que no extrañaría jamás?
—Lo siento. Espero que también tengamos de las buenas.
Uno y otro comparten una pequeña sonrisa antes de desviar la vista otra vez hacia el cielo. Un silencio agradable se cuela entre los dos, acompañado por una suave brisa matutina de las normales, esas que no andan trayendo gente de otros planetas.
Pasado un rato, el sol por fin comienza a asomar. Porque sí, sin duda es eso, un sol. Aunque su luz se le hace a la extranjera más suave, asoma por el horizonte con la misma pereza que aquel que conoce, tiñendo poco a poco el paisaje con tonos cálidos.
Es un amanecer como tantos otros que ha visto en su vida. Un nuevo día comienza de la misma manera que los miles y miles que ella ya ha dejado atrás. Tanto en Cambalache como en la Tierra hay día y noche, existe un sol que sale, se oculta y vuelve a salir. Este simple hecho, que para el universo no es más que otra de sus tantas reglas, le trae a Leona un enorme alivio sin que ella sepa bien por qué.
—Es hermoso, ¿verdad? —dice el hombre con entusiasmo y una pizca de orgullo.
Ella no hace más que asentir. Por una razón que no comprende, se guarda para sí misma el hecho de que sea tan similar al que ya conoce.
Al menos hay dos cosas aquí que me son familiares, se dice con una mezcla de gracia y nostalgia. Los amaneceres y los impuestos.
Tras pensarlo un poco más, agrega una tercera: la calidez de alguien al consolar a quien acaba de sufrir una pérdida.
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