Capítulo 3 - Torres Universales
Capítulo 3
Torres Universales
La Torre Universal, el sitio donde ahora se encuentran reunidos todos nuestros protagonistas, es un lugar un tanto peculiar.
Piensen en uno de esos castillos majestuosos, construidos por pedido de un monarca, planificados por un arquitecto con gran sentido artístico y llevado a cabo por una tropa entera de constructores. Todos hemos fantaseado alguna vez con las altas paredes de piedra, los vitrales coloridos y los adornos de oro y plata. ¿Quién no ha soñado con recorrer mil recámaras diferentes y ascender por las escaleras infinitas de un palacio que guarda secretos centenarios que no podrían ser develados en su totalidad durante lo que dura una efímera vida? ¡Y oh, qué espectacular visitar la sala de trono con sus enormes asientos relucientes, o mejor, disfrutar de un banquete sentados en largas mesas de caoba, rodeados por la élite del reino!
Se han hecho la imagen mental sin problemas, ¿eh?
Pues ahora arrójenla a la basura, junto a las princesas perfumadas y los reyes benevolentes. Eso, rómpanla en pedazos y que no vuelva.
En primer lugar, en Cambalache no existen los gobiernos monárquicos, hay demasiada gente y muy mezclada como para que se le conceda tanto poder a una única persona. Si bien a cada especie se le permite organizar de manera relativamente libre su territorio y estructura política, los asuntos internacionales se manejan a través de consejos y cancilleres.
Con este mismo criterio, es de esperarse que cada especie tenga su propia opinión sobre la estética y la cantidad de dinero a invertir en un sitio de tutelaje estatal. Entre debates de que para qué se necesitaba un techo y discusiones acerca de por qué había que gastarse en poner extraños cuadrados con símbolos dibujados en cada habitación, se llegó al acuerdo más justo (y, lo más importante, menos costoso): hacerlo barato y sencillo. ¡Pero qué decoración ni qué comodidades, y nada de eso de hacer distinción entre especies!
El resultado fue un engendro que podríamos asemejar al desgraciado vástago entre un hospital público y un centro municipal. Con el tiempo y las refacciones se fue volviendo más grande y complejo, pero nunca más lujoso.
Pese a la naturaleza laberíntica del edificio, Etka lo recorre como si él mismo lo hubiera construido. No es de extrañar, lo ha visitado en varias ocasiones para cumplir trabajos del mismo estilo que las entrevistas que le ha tocado realizar ahora, aunque es la primera vez que lidia con personas en semejante estado de perplejidad.
Así pasa la tarde, yendo de una habitación a otra y cambiando de gestos y de lenguaje según a qué recién llegado debe dirigirse. Cada tanto, su mente viaja hacia la extranjera que más le ha preocupado: aquella humana de nombre Leona. Luego de preguntarse si se debe a que es de su misma especie o es porque tiene una hija... ha llegado a la conclusión de que no es nada eso, sino su actitud tan calmada.
No lo había llenado de preguntas ni se había mostrado desesperada. De todas las personas que entrevistó, ha sido la única en responder todo (¡y con qué compostura, además!). Etka está convencido de que esta reacción no es natural y en algún punto explotará, así que decide hacer un desvío y volver con ella para explicarle mejor la situación.
La encuentra donde la dejó hace unas horas, sentada en una de las camas del sector de enfermería. La habitación está repleta, pero es fácil identificarla porque es la única de su especie.
Él apenas ha entrado cuando ella lo descubre. Etka imagina (e imagina bien) que para la recién llegada él es un rostro familiar entre mil extraños.
—Volviste —lo recibe Leona con alivio.
Luego procede a llamar a su hija Eliana para que se acerque a presentarse. Ésta muestra una actitud muy común para su edad: lo saluda con timidez, pero su mirada desborda curiosidad. Sin embargo, algo debe tenerla ocupada, pues se escabulle rápidamente por donde vino.
—Está jugando con tu amiga —explica Leona—. Parece que es muy buena con los niños. Eli estaba algo ansiosa ya, pero la distrajo diciendo que la desafiaba a hacer un ruido que ella no pudiera imitar.
Al seguir la mirada de la mujer, efectivamente entra en su vista la enorme y oscura criatura acorazada.
—No podrá ganarle, Tere es capaz de reproducir la gran mayoría de los sonidos que hacen otras especies.
—No creo que a Eli le importe perder. —Leona ríe despreocupadamente, como si no estuviera en un mundo paralelo sino en el sofá de su casa—. Eventualmente se cansará, pero espero que no sea pronto...
—¿Puedo hacerte una pregunta?
—Ah, ¿seguimos con la maratón?
—No, en realidad... es más bien por curiosidad. ¿Acaso... crees que esto es un sueño?
No sería raro, varios entrevistados parecían pensar eso. Al menos explicaría por qué se la ve tan relajada, piensa Etka.
—Nah. Mi hija es demasiado real, me hubiera dado cuenta al oírla o abrazarla o... —Por un momento se detiene y da la impresión de que esta vez sí mostrará alguna inseguridad. No obstante, pronto recupera la que parece ser su expresión usual y añade:—. Además, no tengo una pizca de creatividad. Con las ciencias exactas me va perfecto, pero he desaprobado redacciones, trabajos de plástica e incluso clases de música. No puedo estar inventándome todo esto, y menos aún de manera tan vívida.
Tiene que ser un mecanismo de defensa, se dice el hombre, perplejo. No puede estar tan desafectada. Es evidente que piensa en su hija, pero ¿no le preocupan los asuntos de vivienda? ¿El trabajo? ¿Cómo puede no sentirse atacada por la incertidumbre?
—Pero bueno, dime. —Es ella quien trae de vuelta la conversación—. ¿Ha sucedido algo?
—No, solo quería saber cómo están. Y si tienen alguna pregunta.
—Es muy amable de tu parte. En realidad, tengo unas cuantas.
—Imagino que sí.
Asumiendo que lo siguiente tomará su tiempo, el joven se sienta en el mismo lugar que hace unas horas.
—Para empezar, ¿cómo llegamos aquí?
Toda la experiencia acumulada a lo largo del día ha dotado a Etka de cierta habilidad para explicar la brisa dorada de manera breve y concisa. Le habla de lo básico: que es una cuestión mágica, que trae gente de mundos muy distintos y que es un fenómeno que se repite cada tanto.
—Entonces ya ha sucedido varias veces —señala Leona una vez que el otro ya terminó su relato.
—Así es.
—¿Tú también viniste en una brisa?
—No, yo nací aquí. Los humanos llegamos por primera vez hace mucho tiempo, pero al parecer la brisa trae siempre personas de las mismas especies.
—Entonces debe haber una manera de regresar, ¿no? Si la magia puede traer gente, también debería poder devolverla.
Ha llegado el momento que Etka más temía. Informarle a una persona que jamás regresará a su mundo es un momento nada grato para ambas partes, así que busca la manera de hacerlo lo más leve posible.
—El problema de la brisa es que no es un hechizo que hace alguien, sino que se hace solo —explica con tono suave y apenado—. Tampoco sabemos cómo se genera. Así que no tenemos un hechizo que funcione al revés... Lo siento.
Esta vez sí ve algo quebrarse en los ojos de la mujer, sin embargo, Etka sabe que ella no llorará ahora. No con tanta gente alrededor, no cuando su hija podría escucharla.
—¿Entonces no podemos volver...?
—Lo siento —se disculpa Etka nuevamente—. Ha habido un más de diez de brisas ya, pero nunca volvió a llevarse a nadie.
—Es una porquería —se queja Leona, sin saber que está haciendo uso de la definición más común de la brisa dorada.
—Esa es una opinión que mucha gente ha compartido a lo largo de la historia.
Leona sonríe por un instante, pero pronto el gesto desaparece de su rostro y da paso a una expresión seria. El joven no se atreve a decirle nada, luce demasiado concentrada como para interrumpirla. Tiene tanto que procesar...
Trascurre un minuto, luego otro, sin que medie palabra. Por un lado él comienza a preguntarse si sería mejor retirarse, por el otro no le da el corazón para dejarla sola luego de semejante noticia.
—¿Siguen charlando? —pregunta de repente una voz brusca que Etka conoce muy bien.
Ha llegado su salvadora.
Al voltear se encuentra con la figura imponente de TR, casi el doble de alta que él. En su espalda lleva a la hija de Leona, un privilegio que solo tienen permitido aquellos que ella considera "cachorros".
—¿Qué estás haciendo, Eli? —comienza a reprocharle su madre, quien sin duda considera que es grosero subirse arriba de la gente.
—Es que dijo que no había problema... —replica la niña, aunque sin mucha fuerza. No es, por lo general, una chica desobediente, por lo que casi se prepara para bajarse al oír el tono de Leona.
—Es pequeña —la defiende TR—, así que no molesta. Ustedes dos sí que lo tienen prohibido.
Leona abre la boca un momento antes de volver a cerrarla. No cabe duda de que pese a la diferencia de especies ha podido interpretar la voluntad de la otra: deja que la chica se divierta con lo que pueda, que tiene unos cuantos problemas por delante.
—En cualquier caso —sigue hablando TR—, estaba pensando que les falta tomar un poco de aire. Vamos al jardín.
No espera ninguna respuesta antes de salir hacia la puerta con Eli aún sobre ella. Su andar es similar al de un ciempiés, primero un par de patas, luego el siguiente, entonces el de atrás. Ninguno de los otros dos se opone a la idea, por lo que la siguen a través de la puerta y a lo largo del pasillo.
Al ver pasar a una criatura que lleva el mismo gorrito rosado que ella, TR la detiene y le ordena en el idioma que corresponde:
—Dile a administración que prepare ropa y transporte para dos humanas. Se van mañana temprano. —Cuando la otra está a punto de replicar, se le adelanta y señala a Etka:—. Lo pide la gente del gobierno de Longevia.
Esta última frase surte el efecto esperado. El individuo, una cosita pequeña y peluda de varias patas, cierra la boca dócilmente, asiente, y le echa un vistazo al susodicho antes de irse.
Pese a lo satisfecha que su amiga se ve, el hombre en cuestión no se lo ha tomado muy bien que digamos. Por su parte, la pobre extranjera no parece entender otra cosa que español, y la escena la ha dejado visiblemente confundida.
—No me uses así, Tere —le advierte Etka con enojo. Bueno, al menos todo el enojo que puede darle él a su voz, que en verdad no es mucho. Es un alma demasiado pacífica.
—¿Para qué eres un político si no aprovechas tu autoridad?
Leona abre la boca antes de que el otro pueda negar nada.
—¿Eres un político? —pregunta con incredulidad.
—No —responde él rápidamente. Luego le echa a TR una mirada que, al igual que antes, se ve menos amenazadora de lo que pretende—. Trabajo en Relaciones Internacionales.
—Trabajas para el gobierno. —TR empieza su comentario antes de que el otro siquiera acabe de hablar.
—Lo que me hace empleado del Estado, no político. —Para que su amiga no pueda seguir metiendo su opinión, agrega de manera exageradamente veloz:—. YconelEstadomerefieroalpaíshumanodeLongevia.
Leona le dedica una mirada un tanto vacía, de esas que uno pone cuando no escuchó bien pero no se atreve a admitirlo y que comparten algún aire con la expresión de las vacas mientras pastan.
—El Estado para el que trabajo —repite el joven, esta vez de una manera que sí se puede captar— es el país humano, Longevia. Se llama así porque somos una de las especies que más años vive.
—Así que cada especie tiene su país.
—Sí y no. El territorio se dividió de esa manera, pero cada quien es libre de vivir donde quiere y la verdad es que la gente se mezcla bastante.
La sola idea de varios seres inteligentes coexistiendo parece dejar asombrada a la mujer. Etka, para quien este es el estado natural de las cosas, se pregunta cómo será un planeta en el que solo hay una especie capaz de formar su propia cultura y si el hecho de ser todos iguales hace que tengan menos problemas.
Cada uno continúa pensando acerca de la situación del otro mientras caminan en silencio hacia la planta baja.
Lo que recibe a Leona cuando da su primer paso al exterior en este mundo es un aire que es, como todo, ligeramente distinto al de la Tierra. Solo entonces se da cuenta de que ha estado respirando en otro planeta como si nada.
Resulta que lo que ella creyó que sería un jardín no lo es del todo. No hay cercas ni nada que limite el terreno, tampoco otros edificios a su alrededor, sino una pradera que se extiende hasta donde ella llega a ver. Por otra parte, eso que "llega a ver" no es en realidad mucho, pues la noche ya ha caído y ha traído consigo la misma oscuridad que la caracteriza en el mundo de origen de la mujer.
La poca iluminación la proveen unas esferas brillantes de tamaño no del todo despreciable que flotan por aquí y allá, de las cuales Leona intenta discernir el mecanismo hasta que recuerda la manera en la que el joven le habló de la brisa dorada.
—En este mundo hay magia, ¿verdad? —pregunta en dirección a Etka, quien tiene la vista fija en un par de partículas doradas que danzan erráticas por el aire.
—Así es —responde tras atrapar una con un aplauso, como si se tratara de un mosquito.
—¿Hay magia? —Eliana, ausente durante la conversación acerca de la posibilidad de retornar a la Tierra, se entera de esto recién ahora—. ¿Qué se puede hacer?
—Muchas cosas.
—¿Volar? ¿Prender fuego cosas?
—Sí, por ejemplo.
La niña abre la boca como si estuviera a punto de lanzar una lista de hechizos posibles, pero su atención se ve desviada cuando Etka abre las manos y toma entre dos dedos la mota amarilla.
—¿Y eso qué es?
—Un residuo de la brisa, supongo —contesta él con interés. Sus ojos brillan del mismo color que la minúscula esfera—. No es más que un miligramo de magia materializada. Para mañana ya no quedará nada, probablemente.
—Excepto toda la gente que trajo a este mundo —señala TR, causando con su comentario un ambiente incómodo. O al menos incómodo para la mayoría, porque ella sigue diciendo sin malicia alguna:—. Esa sí que se va a quedar.
Aquí Leona no pierde el tiempo: aún no le ha dicho a su hija que no hay camino de regreso a casa, por lo que trae rápidamente una pregunta que de todos modos no carece de importancia.
—Ahora que lo pienso, ¿cómo se llama este lugar?
—Esta es una Torre Universal. —Es Etka quien le da la respuesta—. Es un lugar que se mantiene por acuerdo de varios países, se usa más que nada para situaciones de emergencia o cuestiones internacionales.
—En realidad, me refería al planeta.
Un pequeño oh escapa de los labios del hombre.
—Únir —dice esta vez.
—Cambalache —afirma TR al mismo tiempo.
Por un momento, la mujer cree haber escuchado mal.
—¿Tiene dos nombres? —se adelanta a preguntar su hija. Parece que el peligro de interrogantes más complicados ha sido evitado con éxito.
—Algo así. En la mayoría de los idiomas, al menos, sí. El español es uno de esos. —Etka se rasca un poco los cabellos peinados hacia atrás, parece que no está seguro de cómo explicarlo—. Uno es el nombre que aparece en los documentos oficiales, el otro es como la gente realmente le llama.
—¿Cuál es cuál?
—Únir es el oficial, por supuesto.
—¿Qué significa?
—Él lo está pronunciando mal —aclara TR—. Que ya te indica lo poco que lo usa. Es "Unir", como en "unión". Pero como este sitio es más desorden que otra cosa, y la primera gente llegó aquí con las mismas ganas que ustedes dos, su verdadero nombre es Cambalache.
—Cambalache es el primer nombre que aparece registrado para este mundo, después de todo. Así que es el que ha quedado. Pero, bueno, no es una palabra bonita para usar en un contexto oficial...
—¿Por qué no? —Eliana, para quien la palabra bien podría ser inventada, busca la mirada de TR.
Leona tiene la ligera impresión de haberla oído en un contexto muy específico. Algo de una canción, se le ocurre, probablemente alguna que escuché en la casa de mi abuela. Sabe que existe en la Tierra también, sin embargo, el significado se le escapa por completo.
—Es una manera despectiva de referirse a un intercambio de cosas —explica Etka, aunque con cierta sorpresa—. Como en las tiendas de segunda mano y eso, donde está todo mezclado y nada tiene mucho valor. Hubiera pensado que el término venía de la Tierra.
—Lo he escuchado alguna vez —admite Leona—, pero creo que ya casi no se usa.
A nuestro gusto, la comparación del planeta con una tienda de segunda mano es bastante justa. La humana, de acuerdo con nosotras, asiente y echa otro vistazo a su alrededor. No están solos en el... ¿jardín? Sino que otras criaturas han comenzado a salir del enorme edificio, la gran mayoría muestran algún grado de confusión en sus gestos. Qué misterioso, piensa ella, que pueda darme cuenta de que están desorientados cuando hay algunos que no tienen ni ojos.
A su lado, Eli empieza a consultar a los dos nativos sobre los distintos seres, sin embargo, las palabras no llegan a los oídos de Leona. La sensación del aire de campo en sus pulmones, la visión clara de un césped y árboles que no coinciden con los que ella conoce, la nitidez de esas voces que hablan con sonidos que sería incapaz de reproducir, todo ello es demasiado genuino. Si bien creía ya haberlo asumido, ahora lo sabe de verdad: adiós posibilidad de que sea un sueño, hasta la vista la opción de que se lo estuviera imaginando.
Se ha... la han mudado, sin la menor consideración de su voluntad. Se agolpan en su interior las preguntas que había estado evitando: ¿de dónde sacará un hogar? ¿Qué puesto de trabajo puede haber en un mundo mágico para una persona con no mucha otra capacitación que un título de secundaria? ¿Cómo adaptará a su hija a una escuela donde no está segura de que todos hablen la misma lengua? Para empezar, ¿habrá escuelas...?
Mis bisabuelos eran todos inmigrantes, se dice a sí misma en un intento de cortar con esa espiral interminable de pensamientos poco optimistas, y lo sobrevivieron bastante bien, así que no es que sea imposible. Este salto en su lógica es de nivel casi olímpico, pero sería muy poco... bueno, nosotras no podemos decir humano. Diremos en cambio: sería muy poco persona echarle abajo la ligera esperanza que se ha hecho.
Con todo, las mismas cuestiones le dan vueltas en la cabeza una y otra vez. Es tan solo cuando sus acompañantes proponen regresar a la habitación para la cena que finalmente vuelve a la realidad... ¡la realidad! Qué extraño para ella llamar así a una situación en la que una oruga le está explicando lo que le servirán de comer.
—Ah, Leona. —Etka la llama como si hubiera olvidado decir algo, una vez que ya echaron a andar—. ¿Te molestaría que te despertara temprano?
—No hay problema, tú despiértame.
En realidad sí hay un problema o dos, el principal siendo que desde que llegó que se siente increíblemente agotada, mas no lo dice. Si quiere hablar con ella, por algo será. Lo único que espera es que no sean más malas noticias.
Algo de ese sentimiento debe haberse colado en su expresión, ya que el otro no tarda en intentar tranquilizarla.
—No te preocupes, no es nada malo.
Las palabras no la consuelan en lo absoluto, no obstante, Leona igualmente asiente con una sonrisa bien fingida.
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