Capítulo 28 - Pañuelos empapados
Capítulo 28
Pañuelos empapados
Las palabras de Mágica, como es de esperarse, producen un revuelo general. Las emociones que predominan son el descontento y la frustración, extrañamente reconocibles en todos los lenguajes, sin importar qué tan alejados estén del propio.
Sin embargo, aquella hacia quien quisieran dirigir su furia es intocable, como ha quedado demostrado. Las opciones son dos: aceptar la oferta o rechazarla. Aquellos capaces de sobreponerse al enojo comienzan a murmurar entre ellos, sopesando la mejor decisión.
En el caso de Leona, el grupo a su alrededor queda en silencio, parece que lo consideran algo en lo que no les corresponde influir. Ella posa su mirada solo en Eliana, quien se la devuelve temerosamente.
Ambas sabían que no podrían regresar a casa. Como mínimo, la mujer estaba bastante segura de ello, pues con todas las brisas que han pasado, de haber un método ya lo habrían descubierto. Vino aquí más bien buscando respuestas, y esas las ha obtenido. Si la única otra cosa que puede hacer es echar una mirada de despedida, lo hará.
O eso se dice, pero es consciente de que en lo profundo le quedaba una pequeña llama de esperanza. Así era cuando apenas llegaron, lo cierto es que se había ido achicando. El relato de Mágica acaba de apagarla, ha quedado claro que no es una deidad todopoderosa, sino un ser tan perplejo como otros ante las cuestiones irracionales del mundo.
Piénsalo como si Mágica fuera una niña, se recuerda. No tiene manera de comprobar del todo que la comparación sea adecuada, pero le ayuda a no perder la calma. Podría soportar que un cachorro le quemara la casa entera sin conseguir con ello que ella le levantara la voz. En cambio, un adulto consciente...
—Eli —llama luego de haber juntado la valentía—. Yo quisiera poder ver nuestra ciudad una última vez, pero tú no estás obligada a ir conmigo. Si prefieres, puedes quedarte aquí.
—No —responde la niña casi al instante—. Yo también quiero ir.
Apenas avisan al grupo antes de ir caminando hacia Mágica. Otros se les han adelantado, así que esperan. A diferencia de la vez anterior, la visión no queda a ojos de todos, sino solo de a quién le incumbe. Si esta es una forma de amabilidad de Mágica para darles algo de intimidad, es imposible de saber.
El corazón de Leona late con fuerza mientras aguarda su turno, y se acelera aún más cuando le llega.
Se planta frente a Mágica, pisando el barro sin cuidado, con un brazo rodeando el hombro de su hija y el otro apretado un puño. A pesar de lucir minúscula en comparación, no se deja intimidar.
—¿Estás enojada conmigo? —Ahora que la criatura solo está hablando en español, a la mujer le resulta más fácil ubicar el origen de su voz.
Parece provenir ser desde la altura en la que normalmente estaría el pecho, cubierto en este caso por el manto. Esto implica que o lo que ella asimila a una calavera es una máscara, o que posee varias bocas...
—Lo estoy, pero ¿qué te interesa?
—Quiero tener una opinión. También preguntaré al resto.
—¿No puedes formar la tuya propia?
—Aún no. Quizás nunca podré. Quizás sea mejor que la magia no tenga demasiados juicios de moral.
—Creo que es bastante tarde para eso, teniendo en cuenta que no permite ser usada para herir a otros y que trae aquí a las personas que considera que necesitan ayuda. No quita el daño hecho, pero al menos la intención no es maligna.
Es algo común en los niños, a veces también sucede con los adultos. El deseo de hacer el bien puede acabar teniendo el efecto contrario si no se tienen en cuenta los sentimientos del otro.
—Uno de tu especie me dijo algo similar hace mucho tiempo. Era un escritor a quien Vimar quiso mucho, y uno de los pocas personas que conocí que no me pidió ningún favor. Se llamaba a sí mismo poeta, a pesar de que la gente decía que sus poemas eran mediocres, y en realidad era famoso por sus cuentos y trabajos sociológicos. Él decía que la magia era verdaderamente amable.
—Eso ya me parece una exageración.
—Lo mismo opinaba la mayoría. También fue él quien me prestó la manera de relatar ciertas historias.
—¿El discurso de recién sobre la creación, por ejemplo?
—Así es. Yo le explicaba y él me devolvía una manera de expresarlas más propia de una persona.
—¿Era tu amigo?
—No lo sé. Pero supongo que desde el punto de vista de ustedes, él y Vimar serían lo más cercano a eso. —Si alguna vez Leona ha registrado algo de afecto en la voz de Mágica, pues es ahora—. Él murió hace años. Solo queda Vimar.
Pese a sí misma, la mujer acaba sintiendo un poco de compasión. Ah, lo que es ser una persona con buenas intenciones. En ocasiones se ha planteado que la vida hubiera sido más fácil si hubiera podido odiar, cosa que no ha logrado ni cuando lo intentó.
Aun así, no tiene deseos de inmiscuirse demasiado en la vida de la otra criatura, por lo que menciona lo que realmente le importa.
—¿Nos mostrarás la Tierra?
Mágica asiente.
—¿Están listas? —pregunta, en una extraña muestra de consideración.
Leona espera a que su hija diga que sí antes de hacerlo ella misma. Se siente como en un funeral, a un paso de echar el último vistazo a un ser querido.
Sobre una superficie como la de un espejo, pequeños retazos van formando un lienzo familiar para ella, teñido de nostalgia luego de tan solo dos semanas. Desde afuera, su ciudad luce un poco distinta a como la recuerda, pero los recuerdos que tiene allí siguen intactos.
Su mirada busca cada detalle, cada rostro de los desconocidos que transitan las calles y cada reflejo del sol en los charcos de una lluvia reciente. Intenta grabar en su mente todo ello, en especial los objetos que probablemente nunca volverá a ver en persona: los coloridos autos haciendo fila en un semáforo en rojo, un avión surcando el cielo y dejando tras de sí una estela blanca, los celulares, minúsculos desde esta perspectiva, en cuyas pantallas seguramente se reflejan noticias que a ella ya no le incumben.
Esas y muchas otras antiguas cotidianeidades quedarán (o, más bien, han quedado) en una lista bajo el nombre de lo ajeno. No son suyas ya las paradas de autobús sin techo en las que acababa mojándose mientras esperaba, así como tampoco lo es la vieja colección enciclopedias ilustradas que decoraban su departamento. Se pregunta si ya se habrán llevado ese único lujo que se había permitido en los años recientes y, de ser así, quién se los habrá quedado. ¿Su madre? ¿Su tía? ¿Algún primo?
En realidad, olvídense de las enciclopedias. ¿Qué hay de su familia, en general? ¿La echan en falta o es un alivio para ellos no tener que lidiar más con una madre soltera y su hija? Aún ahora, Leona teme saberlo, aún con lo mucho que le intriga. Si su madre actuaba ofendida cada vez que la veía, ¿será más feliz o más desgraciada ahora que no tiene a quién recriminarle que no ha tomado más que malas decisiones?
No es posible conocer las respuestas a esas preguntas. Es mejor, piensa entonces, que su vida pasada quede como la está viendo en este instante: una imagen lejana de lo bueno y de lo malo, sin personas específicas a las que extrañar.
Guardará en una cajita los recuerdos felices que la convirtieron en quien es: su primer amor, sus tardes de niña leyendo sola junto a un árbol, las películas de animación que vio mil veces junto a Eliana. Asimismo, guardará los malos recuerdos en otra, porque esos también la formaron, pero intentará que queden más lejos de su corazón.
La mujer se gira hacia su hija, intentando definir su expresión. ¿Qué añorará Eli? ¿El peluche con el que solía dormir de más pequeña? ¿Su única amiga cercana, esa que a su madre no le agrada para nada? Quizás incluso haya algo que le sea desconocido a Leona, uno de esos secretos de niños que los adultos nunca llegan a enterarse.
Sea cual sea el duelo que Eliana tenga que atravesar, Leona se jura que no permitirá que lo atraviese sola. Así lo piensa al ver las lágrimas en los ojos de su hija, y lo sigue haciendo mientras la acerca hacia ella para darle el abrazo que ambas necesitan.
Tal vez porque ha notado que ambas humanas han apartado la vista de aquella ventana a otra dimensión, Mágica la cierra.
Leona levanta la vista hacia la criatura sin emitir palabra. A cualquier otra persona le dedicaría un agradecimiento o una despedida, pero a ésta en particular no tiene deseos de decirle ninguna de las dos.
—¿Ha ayudado en algo? —Mágica, pese a haber revelado su identidad, sigue siendo indescifrable.
—No lo sé. Quizás sí.
—Lo tendré en cuenta.
A la mujer no le caben dudas de que le hará el mismo interrogante a todos los que pidan presenciar una última visión de su mundo de origen, a la manera de uno de esos molestos mensajes que te piden que califiques un servicio luego de usarlo.
—Tú comparaste mi actitud con la de alguien en su etapa de niñez. ¿Crees que creceré, entonces?
—No tengo manera de saber, pero... supongo que sí. —Queriendo dejar todo el asunto atrás lo más rápido posible, agrega:—. Me parece que ya deberíamos retirarnos.
—Es una pena. Me interesaría volver a encontrarte en algún momento.
—Si te digo la verdad, yo preferiría que no.
—Ya veo, aunque debes tener en cuenta que tengo maneras de hacer que las cosas sucedan.
Mágica les da la espalda antes de que ellas puedan hacerlo. La última imagen que se queda Leona antes de dar la vuelta ella también es la de la enorme silueta iluminada de dorado con sus brazos levantados, invitando a otra persona a acercarse.
La mujer, con su hija muy cerca, echa a andar hacia el lado opuesto.
—¿Te tomo la mano, Eli?
—Má, ya estoy grande para eso. —Pese al resto de lágrimas, la niña consigue sacar un ligero tono burlón.
—Entonces, ¿me la tomas tú a mí? Tu mamá ya está grande para hacer el camino sin andar de la mano.
Eliana ríe un poco mientras le reprocha:
—¡Estás vieja!
Y, sin embargo, busca la mano de Leona y tira de ella.
Ambas avanzan entre el camino que la multitud ha dejado abierto. Hay algo indescriptiblemente hermoso en aquel gesto, se le ocurre a la mujer mientras mira a su alrededor. En tantos rostros de formas tan disímiles, encuentra no obstante miradas y gestos de compasión. Gran parte de esa gente sabe que son una madre y su hija en un sitio nuevo, del mismo modo que ella sabe que entre quienes la miran también hay un montón de historias que están por fuera de su imaginación.
Se encuentran con su grupo en donde la senda se abre. Etka, entre TR y Vimar, luce tenso con una mano sobre su bolso. Con la otra sostiene frente a su pecho un bonito pañuelo celeste, seguramente preparado para ser ofrecido en cuanto Leona y Eli se acerquen. Se ve un poco gracioso, como un taxista sosteniendo un cartel en un aeropuerto...
Así que Leona ríe.
—Gracias —es lo primero que dice al llegar al resto. Luego deja una palma hacia arriba, esperando el pañuelo.
El hombre debía estar esperando una actitud más decaída, pues parece sobresaltarse al punto de olvidar qué es lo que pretendía hacer.
—¿Es que lo sacaste solo para mostrarlo? —se burla TR.
Aquellas palabras devuelven a Etka a la realidad, quien coloca con un gesto suave y desesperado a la vez el cuadrado de tela sobre la mano de Leona.
—Perdón. ¿Cómo están?
—Más o menos —responde Eli, usando las mismas palabras que hubiera empleado su madre. A continuación parece darse cuenta de algo, tras lo cual suelta a Leona—. Aunque mamá dijo que no podía caminar sola.
—Bueno, supongo que las cosas serán duras por un tiempo —dice la mujer, un poco triste de que su mano haya quedado vacía—. Pero estamos bien acompañadas, así que nada que no podamos superar.
Vimar escribe en el suelo: muy bien. Unos instantes después, agrega dos puntos y al lado una línea curva, que Leona tarda un poco en interpretar como un rostro sonriente. Eli le ha pasado del todo la costumbre de agregar símbolos a sus palabras.
—Etka —lo llama Leona con voz un poco apenada—, ¿te molestaría que usara el pañuelo para sonarme la nariz? Lágrimas no me quedaron, pero con tanto llanto creo que algunos mocos sí...
Esta vez es el hombre quien ríe, un fenómeno mucho menos común pero igual de encantador de observar.
—Sí, claro. Te diría que te lo quedaras, pero...
—Pero se lo regalé yo —intercede TR con orgullo—. Así que lo lavas bien y se lo devuelves, ¿eh? En cualquier caso, ¿sabes qué seca mejor las lágrimas que un pedazo de trapo?
—¿Una toalla? —ofrece Eli.
—No, cachorra, un buen café.
A este comentario de la Segmentada siguen otros igual de alegres y despreocupados. Ya han dedicado demasiado tiempo por hoy a pensamientos trágicos, es hora de darle espacio a los agradables.
Nuestro grupo no es el único, además: de a poco los nuevos integrantes de Cambalache atraviesan el camino que los aleja de Mágica y sus visiones, cerrando tras ellos puertas viejas y abriendo otras nuevas.
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