Capítulo 27 - Personas únicas
Capítulo 27
Personas únicas
Más de trescientas personas y, sin embargo, ninguna se atreve a decir palabra ni hacer gesto alguno. Esto pese a que la respuesta a su pregunta es sencilla: nadie los invitó. Es que, aun habiéndosela encontrado con anterioridad, Mágica no deja de ser intimidante.
—Me estaba preguntando qué estaba haciendo toda esta gente aquí, así que esperé —dice la criatura, sin parecer afectada por la falta de reacción—. Horas después me di cuenta de que era a mí a quien buscaban. ¿Qué quiere de mi persona una multitud entera?
El silencio continúa, a pesar de conllevar en sí cierto riesgo. Una persona puede enojarse por recibir una contestación que no le guste, pero la falta de ésta es quizás peor.
Eventualmente una valiente avanza hacia Mágica, no caminando ni volando, sino deslizándose por encima de la tierra húmeda y las piedrillas. Se trata de un tipo de criatura que debería ser fácil de ver en estas oscuras horas que preceden al amanecer, pero del que en este caso solo brilla un ojo verde.
—Vimar, a ti sí te esperaba, luego de tanto tiempo sin verte. —Hay un ligero cambio en su tono al dirigirse a su antigua conocida—. ¿Qué hay del resto?
Necesitan ayuda, escribe la Iridiscente frente a Mágica.
—¿Todas a la vez?
Es por la brisa.
—¿Qué tiene que ver la brisa dorada?
Si tuviera una apariencia más querible o una voz más expresiva, esta falta de comprensión hacia la situación podría considerarse inocente. Siendo como es, en cambio, resulta sencillamente insensible.
Extrañan su hogar.
Tras leer eso, Mágica se eleva un poco en el aire y desvía sus ojos en cien direcciones, examinando la multitud. A sus pies, las siluetas se ven pequeñas y algunas incluso diminutas, iluminadas tan solo por el brillo dorado de las partículas de magia.
—Ahora que me fijo, son pocos los rostros que desconozco. —Al decir esto, uno de sus ojos se posa en TR, quien en lugar de retroceder se posiciona de manera protectora respecto a las personas que ha estado cuidando este último tiempo—. Entonces vinieron con la brisa y extrañan su hogar, dice Vimar. Sean específicos, ¿qué es lo que quieren?
Quizás porque se han dado cuenta de que al menos se puede dialogar con ella, los presentes comienzan a expresarse en murmullos y gestos. Imposible traducir cada uno, pero no es necesario porque transmiten mensajes en común.
Necesito regresar a casa. Quiero recuperar mi vida. Temo haberlo perdido todo. Pese a las enormes diferencias entre una especie y otra, si Mágica acaso les diera un solo deseo para aplicar a todos los presentes, podrían sin dificultad ponerse de acuerdo en el siguiente: envíame a mi mundo.
—Ustedes me piden que los devuelva a sus planetas. —La voz de Mágica, diez veces más poderosa que la de cualquiera de su audiencia, acalla el bullicio al instante—. No es posible con un hechizo voluntario, ni siquiera para mí. No hay antecedente semejante.
No es noticia para nadie. Todos han sido advertidos, y aun así han venido porque, como se dice a veces, el "no" ya lo tenían asegurado. No hay razón para enojarse con la criatura que tienen en frente, por lo que no se escuchan ni quejas ni culpas. El silencio se mantiene mientras la gente busca alguna alternativa, un pedido relacionado que no sea tan avaricioso.
Para sorpresa de todos, Mágica comete un acto del cual no sería capaz si fuese una máquina o una pared, como la han comparado antes: mete la pata.
—¿Para qué quieren irse de aquí, de todos modos? Ninguno de sus mundos es mejor que éste. Así lo juzgo después de haber visto cada uno.
Bueno, ahora sí hay una razón para enojarse. ¿Qué crees que haces, Mágica?
La gente en este caso ya no se queda callada, ¿cómo hacerlo, si están insultando sus hogares? Se oyen voces encendidas, se observan gestos acalorados. Montones de patas se agitan con efusividad, voces se alzan como aullidos.
—Que ahí se habían criado, dicen, que allí está lo conocido —repite Mágica las palabras que le arrojan, como un político en una rueda de prensa que no está yendo a su favor—. He visto sus vidas allí, ninguna era muy buena.
Los más valientes se le aproximan en algún movimiento desafiante, dándoles ánimos a otros a que los sigan. La multitud se agolpa, hecha un mar de expresiones iracundas, pisando barro y agua sin cuidado.
Nuestro equipo de cinco no se encuentra entre ellos, sino en el mismo sitio en que se habían establecido a esperar. No es que les falte enojo, es que son más cautelosos.
—¿Por qué dice esas cosas? —pregunta Eli, un poco herida.
—No tengo la menor idea —susurra Etka, perplejo.
A su lado, Leona aprieta los labios.
—Hizo lo mismo la vez que hablé a solas con ella. No sé qué problema tiene con los otros mundos.
—Pero es extraño, como si hubiese perdido la calma.
—Por las dudas, mejor quedarse lejos —aconseja TR.
Así, sin meter bocado alguno, el grupo decide seguir observando mientras Mágica echa a andar, haciendo que la gente a su alrededor se aparte de manera casi automática.
—Ustedes vienen de lugares de pobreza, de guerras, de peligro y tristeza.
Más clamores y algunos insultos cruzan el aire. El dragón, una de las pocas especies en superar a la hechicera en tamaño, arroja una llamarada que la traspasa como si ni siquiera estuviera allí.
—¡No entienden! —Los destellos mágicos comienzan a revolverse en torno a su cuerpo, su voz ha adoptado ese mismo tono alarmante que Leona había notado en el jardín mágico—. La magia los ha traído de mundos en riesgo. Los dragones solo han llegado en la primera brisa dorada porque poco después se extinguieron en su tierra de origen. No ha habido Ardientes nuevos en el último par de siglos a causa de que su planeta no es ya más que una roca inhabitable.
Esta revelación, realizada sin duda por vez primera, produce gran impacto entre el público. No se trata solo de las especies mencionadas, pues al resto le queda también preguntarse: ¿significa que, como esos otros, yo podría haber estado a punto de desaparecer?
—Este planeta... Cambalache, como ustedes lo llaman, al comienzo no era más que un sitio vacío. No había nada que nadara en los ríos ni volara por los cielos, tampoco vegetación que se abriera paso por el suelo. Yo era su única ocupante.
Sin previo aviso, el polvo dorado que rodea a Mágica estalla sin sonido alguno. Las luces antes concentradas se esparcen con rapidez en un espectáculo no del todo distinto al de hace unas noches, dejando tras de sí un paisaje distinto al real. El humedal queda oculto bajo una ilusión que se ajusta a la descripción de mágica: la imagen se asemeja a las fotos tomadas de Marte, sin mucho más que tierra y rocas.
En contradicción con esta escena que garantiza que ella ha estado presente, las palabras no parecen pertenecerle, o al menos eso siente Leona. Alguien le ha contado la historia, se le ocurre, y ella la está repitiendo del mismo modo en que le fue transmitida.
—Se trataba de un planeta muerto, donde reinaba la soledad... hasta que la primera brisa arribó. —Como si buscara imitar el fenómeno, la hechicera esparce a su alrededor otra ola dorada, cambiando el escenario por otro un poco más alegre, con parches de verde y personas de distintas especies observando a su alrededor confundidas—. Eran pocas personas, pero había que confirmar la intuición de que las especies elegidas serían adecuadas para el entorno. Aun cuando era evidente que así era, hacía falta más gente, así que hubo una brisa y otra más.
En sincronía con su discurso, Mágica agrega más y más elementos al mundo. Árboles de zonas cálidas y frías, pájaros de distintos tamaños, animales coloridos. A su vez, no es nada más naturaleza lo que se incorpora, sino además construcciones artificiales. Frente a las asombradas miradas se forman edificaciones hasta acabar por mostrar ciudades conocidas incluso para ustedes: las estructuras de barro del Hormiguero, las dispares casas humanas de Longevia, los simétricos rascacielos de Pueblo Dorado.
Superada la primera sensación de desconcierto, Leona nota algo fuera de lugar en el relato. Hacía falta más gente, dijo. ¿Hacía falta para qué?
—La magia lo fue llenando, dándole un lugar nuevo a las especies que cumplían las condiciones para sobrevivir aquí. La gente se encontró entre sí, los países nacieron, las culturas se adaptaron. Las brisas ya no solo traían gente, sino también conocimiento, tecnología. Cosas que se consideraban necesarias para el avance de este mundo.
Ahí estaba otra vez: se consideraban necesarias. Las consideraciones no se hacen en el vacío, alguien debe hacerlas, y si una cosa es necesaria, es porque una persona así lo creyó.
—Trece veces ha sucedido el fenómeno hasta hoy —concluye Mágica, deshaciendo la imitación de una gran capital en tan solo motas—. El resultado ha sido exitoso. Especies han sido rescatadas, personas han encontrado vidas de más valor. Yo ya no estoy sola y el mundo no está marchito.
Esté al tanto de ello o no, la criatura habla con subjetividad infiltrada entre sus hechos. No es una entidad narrando sin juicio, es un científico presumiendo su experimento. Aquello confirma la sospecha que había estado formándose en la mente de Leona y tantos otros presentes.
—¿La brisa dorada es un hechizo tuyo? —pregunta, a pesar de que se siente capaz de afirmarlo. Cien voces la acompañan en el interrogante.
—La brisa dorada no es un hechizo, sino una parte de mí —responde la criatura a todas ellas—. Yo soy la magia.
Semejante declaración no produce en el grupo más que confusión. La magia no está en las personas, sino en la naturaleza. Eso es lo que Etka dijo en su momento, y lo que todos afirman sin rechistar. Es uno de los pocos asuntos sobre los que hay un acuerdo unánime en Cambalache (y una de las frases más tatuadas, aunque no venga al caso).
—Pero la magia no está en las personas —replica Etka, siempre con su creencia tan firme en las normas. Su comentario es uno entre muchos similares.
Casi podría decirse que hay verdadera curiosidad en la voz de Mágica cuando cuestiona:
—¿Soy yo una persona?
Nadie se atreve a contestar. Eso el primer minuto, en realidad, porque en cuanto las implicaciones de la equivalencia entre el extraño ser y la magia, empiezan a decirle que es unas cuantas palabras, ninguna demasiado bonita.
¡Cómo te atreves!, le reclaman. ¡Cómo puedes haber sacado a gente de sus casas para traerla a tu antojo...!
—No ha sido a propósito —se defiende ella—. La brisa es una parte de mí, pero una que no controlo. Así como el aire entra a los pulmones o la sangre corre por las venas, la brisa sucede de manera natural. Las teorías de ustedes que la asocian a los terremotos o los tornados no son desacertadas.
Poco sirven de consuelo unas explicaciones como éstas. Sobre Mágica continúan cayendo acusaciones, maldiciones y exigencias. ¡Hay que tener coraje!, expresan entre gestos, voces y caracteres escritos, ¡hay que tener coraje para arrancar a alguien de su tierra y decir que no has tenido nada que ver!
—¡No los entiendo! ¡Los he sacado de su miseria, he evitado que me usen para herirse los unos a los otros y he cumplido los deseos de quienes venían a buscarme! ¿Qué más necesitan?
Por primera vez surge en su voz una verdadera emoción: el desamparo. El grito le trae a Leona una imagen fugaz pero intensa: su hija llorando apenas nacida.
—Eres como una niña —murmura la mujer para sí misma, tan bajito que ni siquiera el resto del grupo llega a oírla.
En cambio, sí la escucha una criatura muchos metros más allá, probablemente la que menos deseaba que lo hiciera.
—¿Una niña? ¿Una como esa que tienes ahí al lado? —pregunta Mágica, ahora con toda su atención puesta en ella—. ¿A qué te refieres?
Por lo visto esto no estaba en los planes de Leona, quien se queda helada en el lugar al ver que la criatura avanza en su dirección con paso pesado, soportado sobre tantos pies. Sus amigos no tardan en notarlo y rodearla a la manera de unos guardaespaldas.
La idea había escapado de sus labios sin mucha justificación consciente, así que se ve obligada a armar una sobre la marcha.
—Bueno... lo que estás haciendo es un poco un berrinche. Creo.
—Define berrinche.
—Ya sabes, cuando los niños quieren una cosa pero tú no se los das y se enojan. Entonces se te ponen en frente para que no puedas seguir leyendo un libro, desordenan la habitación, se echan a llorar... —Con un recuerdo específico en mente que hace que Eliana a su lado se sonroje al oírlo, añade no sin afecto:—. A veces estás caminando por la calle y se sientan en el suelo diciendo que no se moverán hasta que les compres alguna golosina.
—¿Eso opinas que hago?
—Digo, has desordenado bastante todo porque a la gente no le gustó lo que hiciste...
Mágica se aproxima a Leona tanto como el grupo se lo permite, que es más de lo que a ella le gustaría. Esto trae aparejado un descubrimiento: bajo el manto, la hechicera respira.
—Explícate. ¿Por qué haría yo un berrinche a causa de lo dicho por otros?
—Rechazamos el lugar al que le tienes cariño, supongo. —El volumen de voz de Leona va tomando seguridad al notar que la otra está más curiosa que irritada—. No es muy lindo para nadie. Aunque tú has hecho lo mismo con nuestros mundos, ¿sabes?
—Tu conclusión es que le tengo cariño a lo que ustedes llaman Cambalache.
—Eso creo.
Entre la multitud muchos parecen apoyar esta idea: sí, dicen, ¿por qué sino se enoja? ¿Para qué ha intentado poblarlo, para qué ha hecho el esfuerzo de mantener la paz y el contento de sus habitantes?
A Cambalache y su gente, escribe Vimar, aplastada contra el cuerpo de Leona. Tal vez por eso intentas entendernos.
—Ya veo. No carece de lógica, he visto muchas personas que buscaban entender lo que amaban. No se me ocurrió que yo podía ser una de ellas. —Un largo silencio precede a sus siguientes palabras—. Siempre supe que no podía dejar morir este mundo. Debe existir.
—¿Nunca pensaste por qué?
—No, solo que haría lo necesario para mantenerlo vivo. Pero... sí, tiene sentido. Sí, no contradice ninguna evidencia...
Con la mente ocupada ahora por otro pensamiento, se aleja de nuestros protagonistas y echa a andar otra vez de forma errática. Verla dudar tanto sobre sí misma hace resurgir en la mujer de la Tierra no por primera vez la definición de lo que es ser persona. Si el criterio es poder tener crisis existenciales, Mágica lo ha cumplido con creces, siendo que ha involucrado en la suya a todo un planeta y unos millones de nativos de otros. Con ese nivel de confusión, no es de extrañar que los hechizos hayan estado teniendo cualquier efecto excepto el original.
Con una sintonía que casi da miedo, el mágico ser pregunta:
—¿Me convierte eso en una persona?
Aunque las respuestas no son todas iguales, es seguro decir que más de la mayoría asienten. El querer algo lo suficiente para aferrarte a ello sin importar qué y buscar la manera de protegerlo es, en todas las especies, un signo de alguien que tiene su propia voluntad.
—No está mal... Me he estado sintiendo distinta estos últimos años, luego de haber tenido contacto con tantos de ustedes. —Cosa inédita, una insinuación de alegría asoma en su voz.
Si hacemos caso a la lógica de Leona, que ahora no suena tan descabellada, tiene sus razones para estar contenta. Después de todo, bien podría pensarse que ha traído a todos estos habitantes para no estar sola. ¿Qué mejor, entonces, que sentirse parte del grupo? En este aspecto, también, puede que sea una niña.
—Pero si soy una persona, y dicen ustedes que los quiero, ¿qué se supone que haga?
—Podrías ayudarnos —sugieren varias personas en cantidad de lenguajes, Leona y Eli incluidas. Otros dan opiniones menos agradables acerca de lo que le recomiendan hacer a la señora todopoderosa, pues para ellos nada cambia si se considera persona o no.
—Imposible devolverlos, apenas sé cómo los he traído.
Durante unos instantes se mantiene quieta, al punto en que hasta las motas mágicas a su alrededor quedan inmóviles. Parece que así es cuando está pensando.
Las propuestas, mezcladas entre expresiones de enojo y quejas, no se hacen esperar. La criatura las deja pasar, sin que podamos saber si las ha oído o no.
—De todo eso que me dicen, lo máximo que puedo ofrecerles es un último vistazo —dice al fin—. Una despedida.
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