Capítulo 25 - Pueblos Dorados
Capítulo 25
Pueblos Dorados
Estamos al tanto de que existe entre los extranjeros, y quizás incluso dentro de Cambalache, un preconcepto respecto a las especies más mágicas. Suele existir la creencia de que en cuanto más relacionadas a la magia estén, más caprichosa será su naturaleza, más impredecible será su conducta.
No negamos que haya algún que otro caso así, es solo que los Acorazados no se cuentan entre éstos. Como con toda especie, los individuos que la componen son en verdad variados, por lo que encontraremos gente más alegre o triste, introvertida o extrovertida. A nivel político, sin embargo, sí podemos hacer una generalización como la siguiente: adoran la burocracia.
Mejor dicho, no la burocracia en sí, sino la estandarización que implica. En el Pueblo, los nombres de sus habitantes, como los de las provincias, son números. También la cantidad de edificios por cuadra, la altura que éstos deben tener y de qué color pintar cada uno son cosas que están estrictamente pautadas.
El paisaje que se encuentra Leona a medida que avanzan por la ciudad, entonces, es todo lo opuesto al de Puerto Imposible. Las anchas calles de tierra están señalizadas a la perfección, los árboles están podados para ser idénticos entre sí, las edificaciones son tan simétricas que casi parece una maqueta realizada por un arquitecto perfeccionista.
Al igual que los Acorazados de afuera, los habitantes de la ciudad se mantienen flotando cuando están estáticos, y de moverse lo hacen sin bajar al suelo. Llaman la atención sus extravagantes ropas y accesorios, en parte por sus vivos colores, pero hay algo más que eso.
—Las mariposas de ese chaleco se están moviendo —señala Eli, quien por quedar hipnotizada por eso casi se lleva puesto un cartel.
La palabra "moverse", creemos nosotras, queda corta para describir el espectáculo. Sin escapar de la tela, los gráciles insectos aletean y danzan entre ellos, desapareciendo por una manga para luego reaparecer por el cuello de la prenda. Fenómenos similares pueden encontrarse a todo su alrededor, en listones que cambian de color al final de las largas colas o pendientes que pasan de una forma a otra.
—Lo pueden hacer gracias a su nivel mágico —explica TR—. Yo no uso ropa, así que no sé a qué viene el bullicio al respecto, pero se ha vuelto popular entre otras especies también.
—Quisiera un vestido así.
—Ni te gastes. Sería muy costoso, tendrías que hacerle mantenimiento mágico con frecuencia y, lo peor de todo, se lava a mano sí o sí.
El sentido de la moda de los ciudadanos no es lo único colorido, sin embargo. También las enormes estructuras que hacen de casas, oficinas y tiendas recuerdan a versiones extravagantes de los rascacielos de la Tierra. Por las amplias ventanas a veces se ve salir a los Acorazados volando de manera un poco errática con sus cuatro alas similares a las de las mariposas.
—Es impresionante que una edificación hecha por gente sea tan alta, ¿verdad? —A pesar de que no es la primera vez que Etka visita este sitio, se muestra igualmente fascinado al respecto.
—En casa hay muchos edificios así —le comenta Eli—. Nosotras vivíamos en uno.
—¿En serio?
—¿No lo viste en la ilusión de Mágica? —Leona se muestra un poco sorprendida al respecto.
—No me fijé mucho... Estaba concentrado en ti.
—Pero qué galán —suelta TR, quien hasta ahora no parecía interesada en la conversación.
—Es que estaba en problemas, Tere —le reprocha el hombre—. Pero admito que me hubiera gustado poder echar un vistazo a la Tierra.
Doblan una esquina tras otra en esta ciudad en la que parece ser imposible perderse. Las direcciones que les dieron fueron bastante claras, y en el mapa que les fue entregado se puede apreciar que el lugar de destino se trata de una llamada "zona verde" entre un área y la otra.
Si bien no está prohibido ni mucho menos ingresar a estos territorios que están distribuidos a lo largo del país, los ciudadanos no suelen hacerlo, siendo la principal razón que no se permite realizar ningún tipo de hechizo allí por cuestiones de conservación ecológica. La única magia que ocupa estas zonas es la utilizada para hacer de alarma si se registra alguna actividad que contradiga la norma. Para los Acorazados, que muchas veces requieren de ésta incluso para movilizarse, resulta una gran incomodidad.
Las consecuencias de esta dependencia mágica se han vuelto más claras hoy que nunca. Por el camino nuestro grupo avista más de un pobre Acorazado yendo tras el equipaje que normalmente haría levitar a su lado, además de alguno que otro peleando con puertas o ventanas para que se mantengan en su lugar, por lo general con las de perder. La idea de ayudarlos surge en varias ocasiones entre Leona y compañía, pero en todos los casos es impedida por el hecho de que no tienen mucho que aportar.
—Si con su nivel mágico no pueden hacer nada —se lamenta Etka—, menos podemos nosotros.
Las complicaciones, por suerte, parecen ser más ridículas que dañinas.
Ya habiendo presenciado varios desperfectos de esa clase, llegan a la muralla dorada que indica el final del área, en todo idéntica a la que tuvieron que pasar para entrar. Luego de conversaciones con los guardias y papeles de por medio, al grupo se le permite atravesar la puerta y salir hacia la zona verde.
La diferencia resulta ser como el día y al noche. Desde el primer paso los recibe un sitio completamente agreste, con pastos sobrecrecidos, ramas caídas aquí y allí, e incluso la presencia de pequeños animales salvajes que se esconden en cuanto ven que han invadido su territorio.
—¿No hay ningún camino? —pregunta TR, no muy fanática de lo silvestre.
—Es que nadie viene por aquí jamás... —responde Etka, mirando hacia uno y otro lado.
Vimar hace uso de un cuaderno cortesía del hombre para escribir:
Es el lugar perfecto para Mágica. Puedo sentirla, está más allá.
Sin hacerle ningún asco al terreno, la Iridiscente echa a andar a la cabeza del grupo. TR invita a Eli a subírsele encima y, tras pensarlo un poco, mira hacia los dos adultos.
—Solo por hoy —empieza advirtiendo— tendrán permiso para ir sobre mi espalda. Pero es solo por hoy, para que no se lastimen esas patas flacuchas con todas las porquerías que hay en el suelo.
—Si siempre dices que no, Tere. —Etka no cabe en sí de la sorpresa.
—Por algo les aclaro que es una oportunidad única.
Sin embargo, el hombre no es el único en vacilar.
—¿No será demasiado peso? —se preocupa Leona.
—¿Qué, me ves delicadita? Vamos, arriba.
Aún sin mucho convencimiento, los dos obedecen. El tacto de las placas de TR es firme, haciendo que se sientan seguros aún con el balanceo rítmico experimentan con los movimientos de la Segmentada.
—Eres bastante cómoda —señala Etka con diversión.
—Sí, pero no te acostumbres.
Leona examina el lugar con inquietud. Tiene la no muy alegre corazonada de que paso a paso se alejan de un lugar seguro y entran en territorio desconocido. Se dice a sí misma que es una tontería, pues sigue en el mismo país que hace menos de media hora, pero ver que los animales y la vegetación escasean a medida avanzan no ayuda.
Incluso el clima está en su contra, pues se ha nublado por completo pese a ser aún de día.
—¿Creen que Mágica nos estará esperando? —pregunta, sin poder esconder sus nervios.
Vimar, aún a la delantera, extiende un tentáculo desde su espalda y escribe simplemente:
No.
—¿Podría enojarse, entonces?
Quién sabe. Pero no he sabido de nadie que haya sido herido por Mágica.
Las últimas palabras son, seguramente, un intento de consuelo por parte de Vimar. La Iridiscente, no obstante, no es la única en querer darle algún apoyo: a sus espaldas, Etka extiende una mano en su dirección. Ella la toma, agradecida.
A medida que el grupo avanza, el paisaje se va tornando más y más lúgubre. El hecho de que el sol se esté ocultando aporta a esta impresión, pues la oscuridad acompaña el ambiente cada vez más húmedo y un cierto algo en el aire que insinúa la presencia de agua cerca.
Lo que no los abandona en lo absoluto durante el trayecto es la presencia del color dorado, ya no en edificios ni en vestimentas pero sí en el aire, en la forma de las minúsculas motas a las que Leona comienza a acostumbrarse. Por otra parte, la toma desprevenida es una sensación de conocer el lugar, que sin que le sea necesariamente familiar le trae el mismo sentimiento que si lo hubiera visto en una foto...
Le toma hasta que llegan a un área más abierta para darse cuenta de qué se trata.
Por delante de ellos, bajando una pequeña colina, en un terreno de tierra poco firme se abren paso senderos angostos entre pequeños estanques. Sí que ha visto este lugar, pero no ha sido en ninguna pintura ni nada así de decorativo, sino que es la escena que apareció en la tercera llamada fallida de Etka a Jackie.
Es aquel sitio que conectó a pesar de no haber ninguna persona a la vista.
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