Capítulo 23 - Pasados no tan trágicos

Capítulo 23

Pasados no tan trágicos

Justo cuando uno cree que todo lo que podía pasar ha pasado, la vida suele dar alguna sorpresa. O, por lo menos, lo intenta. La realidad es que gran parte de las veces ha sucedido tanto ya que no obtiene mucha más reacción que un ligero levantamiento de cejas.

Como mínimo, la mañana siguiente así recibe nuestro grupo al momento de partir la noticia de que está nevando. Hemos oído anteriormente acerca de lluvias en días soleados, pero nunca de nieve en un día de primavera.

Eli es la primera en salir a comprobarlo, seguida de su madre. Ni una ni otra han visto un montón de nieve en sus vidas que digamos, tampoco la verán hoy: los copos logran llegar al suelo, sin embargo, su esfuerzo encomendable no alcanza y pronto le dicen adiós a este mundo cruel.

El resultado es un panorama curioso, en el cual sigue predominando el verde y las flores de tonos cálidos típicos de la estación, pero durante breves instantes puedes vislumbrar motas blancas sobre la colorida imagen. El cielo gris también proyecta sombras atípicas para el momento del año, y la temperatura ha bajado un poco pero solo hasta llegar a unos deliciosos quince grados.

Irónicamente, pese a su transformación de búho nival y su tiempo en unas montañas denominadas gélidas, el que más se ha abrigado es Etka. Además de su usual saco oscuro de la asociación, hoy trae enroscada alrededor del cuello una bufanda azul brillante.

TR y Vimar, por otra parte, lucen por completo indiferentes, aunque la primera modula su tono con interés cuando Eli señala alguna flor vistosa o menciona que le gustaría dibujar tal otra. En ese círculo también se encuentra Leona, observando todo con una curiosidad casi tan grande como la de su hija, cuando Etka se acerca y le toca el hombro con suavidad. Ella lo observa con intriga en sus ojos verde-marrón, aunque el hombre piensa que ya debe tener una idea de lo que quiere contarle.

Si bien vacila durante un instante, nuestro joven no es ningún cobarde.

—Quería decirte unas cosas sobre Mágica —dice con timidez, su voz casi un susurro—. Si es que tienes un rato.

La minúscula ilusión de que Leona pueda negarse le dura un segundo o dos, pues la mujer pronto asiente y le avisa a las otras tres que dos se irán a conversar unos minutos.

Nativo y extranjera le dan la espalda al resto de la compañía y echan a caminar sin rumbo. Etka espera a que las voces se vuelvan lejanas antes de comenzar a hablar.

—He mencionado antes que conozco a Mágica, ¿no? —Ni con toda la intención de sonar casual consigue ocultar del todo el temblor en su voz—. Que me la había encontrado una vez antes de lo del jardín mágico.

—Sí. —Leona, que ha notado algo en el otro, responde con voz suave—. Habías insinuado algo así esa noche en el puerto.

—Seguramente ya lo habías supuesto, pero... la razón es que hace mucho tiempo fui a pedirle un deseo.

Leona asiente. Por supuesto que había considerado esa opción, al igual que nosotras y, asumimos, también ustedes.

—La verdad es que sí, pero no se me ocurre qué puedes haberle pedido.

En lo que es probablemente un intento inconsciente de esconder su expresión, Etka hunde un poco su rostro en la bufanda.

—¿Te molesta si te cuento un poco de mi vida? No es que sea necesario, pero tal vez así se entienda mejor... y como tú me has contado de dónde vienes, quisiera hacer lo mismo.

—Por supuesto, adelante. Me gustaría saber.

El hombre la mira durante un instante antes de clavar su vista en el suelo. La hierba bajo sus pies brilla con las gotas de la nieve derretida.

—Nací en una familia que, supongo, no era mala, pero en la que cada uno hacía su propia vida. Tenía madre, padre y un montón de hermanos, pero ninguno me prestaba particular atención y yo tampoco era demasiado apegado a nadie. Aunque la casa estaba repleta de gente, cada quien estaba solo.

>>Me la pasaba leyendo y estudiando, me gustaban en especial los idiomas. Cuando aprendes un idioma también comienzas a saber más sobre la cultura en sí, sobre el lugar del que proviene. Te surgen las ganas de ir allí, ver todo en persona, y una vez que cumplí los trece años yo pasé a tener a mano una herramienta muy útil: mi trasformación.

>>Al comienzo salía cerca, luego un poco más allá, y más y más. Un año después, cuando ya lo tenía bien aprendido, decidí irme lejos en serio. Así fue que llegué a las Montañas Gélidas, donde viven los dragones.

Para cuando termina de hablar, su mirada ya no se encuentra en la tierra, sino todo lo opuesto: se ha perdido en el cielo gris. Por sus cabeza pasan fragmentos de aquel largo viaje en el cual se encontró cielos como éste, así como también otros más azulados.

—¿No fue difícil vivir allí arriba?

—Sí, incluso más de lo que hubiera creído. Son tan frías como su nombre lo indica... y, además, la manera en que los dragones viven no tiene nada que ver con la nuestra. Arman sus hogares dentro de túneles en las montañas y no conviven con gente de otras especies.

—¿Entonces eras el único humano?

—Así es. Pero la comunidad de Jackie me adoptó enseguida, al principio por pura curiosidad. —Llegado este punto, una sonrisa se abre paso por el rostro de Etka. Parece que ha llegado la parte alegre de su historia—. Lo extraño era que allí me sentía más cómodo que en mi casa anterior. Era una familia muy unida, al contrario de esa en la que nací. Nunca había recibido tanta atención junta.

Háganse la siguiente imagen mental, sin duda poco común: en una cueva llena de adornos y arte, libros antiguos y objetos relucientes, un adolescente flacucho se encuentra rodeado por enormes criaturas cubiertas de escamas. A veces le cuentan historias, otras le hacen preguntas acerca de cómo se siente ser tan frágil. El alimento también se lo proporcionan ellas, pero no solo eso, además ponen a su disposición todo lo que les pertenece.

Entre todas las posesiones que le ofrecieron, no obstante, la que más valoraba era de naturaleza abstracta.

—El conocimiento que poseen es increíble —explica Etka con entusiasmo. Los ojos se le han iluminado y sus palabras se atropellan un poco entre sí—. No interactúan mucho en persona con otros, y aun así los tienen estudiados por completo. Había libros y libros sobre cultura e historia, muchos traídos de viajes en los que se habían camuflado como la gente del lugar. Me enseñaron un montón de idiomas e información sobre el resto de las especies.

Pese al relato animado, un "pero" queda en el aire. Leona, igual de aficionada al conocimiento que el joven y con un gusto extra por la ciencia, lo caza al instante.

—Pero todo eso sin salir de ahí, ¿no? Todo puramente teórico.

Etka asiente con la felicidad propia de quien se siente comprendido.

—Así es. Es una sociedad que aprecia mucho lo teórico, el placer está en leer, contarle a otros y debatir. Por otro lado, la práctica... esto que te digo de los viajes, se hace muy cada tanto y por poco tiempo. Los idiomas no son para hablar con gente distinta, sino para acceder a más información. Lo que importa de los objetos que se traen del extranjero no es su uso cotidiano, sino los materiales o las técnicas con las que fueron construidos.

—No coincide mucho con cómo pareces tomártelo tú —comenta Leona con interés.

—No, ¿verdad? Llegó un momento en el que pensé eso mismo. Después de unos cinco años allí leyendo y escuchando acerca de esas cosas, empecé a querer verlas. Además, luego de haber estado entre tanta gente ya no era tan solitario.

Etka cuenta entonces cómo un día juntó coraje y se fue. Recorrió primero los lugares que estaban más a su alcance, empezando por el país de las Gentes Dependientes a causa de su fama de recibir a otros con el mayor gusto.

Aun siendo parte de Cambalache, él había vivido siempre en comunidades cerradas. Su contacto con las Gentes fue el primero que tuvo con alguien que no fuera un humano ni un dragón.

—Quedé encantado —dice, reviviendo parte de la emoción que sintió en aquel entonces—. Fue la primera vez que sentí deseos de conocer a más personas. Nunca antes lo había pensado, pero ese día me di cuenta del milagro que es que podamos entendernos a pesar de ser tan distintos. Es increíble, ¿no?

—Sí, te conmueve un poco. —Leona sonríe con ternura, quizás al recordar a las Gentes, quizás al pensar en los que la han ayudado desde que llegó—. Imagino que tuviste aventuras interesantes. Por lo que entiendo, has llegado lejos en tu trabajo.

Algo en la expresión del hombre se nubla cuando oye esas últimas palabras.

Ah, ha llegado por fin el verdadero punto del relato, aquello que debe (pero no quiere) revelar. Los viajes no siempre son pura diversión, después de todo, y hay conocimientos que a veces uno se arrepiente de haber adquirido.

—El problema es que también me encontré con cosas malas. Al ver culturas distintas, comienzas a comparar, a ver lo bueno y lo malo en cada una, a notar los sufrimientos comunes a varios y los que son más específicos. Hay tanto por hacer, pensé... Tantas personas a las que ayudar...

Es un dilema universal, antiguo como la vida misma. ¿Cuánta gente, con sus oficios, sus profesiones o sus actos cotidianos, intenta mejorar el mundo? Aportan lo suyo, su vida y su esfuerzo, y aun así las cosas parecen seguir igual.

—Para entonces estaba establecido en Dulik —continúa narrando Etka—, en el Puerto Imposible, y ya me había unido a la AFI. La asociación hace mucho por la gente, pero como no tiene apoyo oficial está bastante limitada. Busqué un trabajo en el Estado desde el cual pudiera aportar algo más, pero me di cuenta rápido de que gran parte de las personas que ocupaban los puestos importantes de verdad no estaban allí por sus capacidades.

Semejante fenómeno no es ajeno para los habitantes de la Tierra, en especial para una ex empleada pública como Leona. De aquel lado del charco, se le llama amiguismo.

—¿Le pediste a Mágica que te hiciera un lugar allí?

—En realidad, no fui tan específico. El problema eran los requisitos que pedían para los cargos, obviamente armados de manera en que solo gente de su círculo pudiera cumplirlos. En la teoría cualquiera podía postularse, en la práctica llevaban cien años siendo ocupados solo por parientes y amigos. No niego que en algún punto esperaba que alguno me quedara a mí, pero me conformaba con que no siguieran siendo los mismos de siempre.

El hombre se detiene y Leona con él. Ahora que el ruido de pisadas ha cesado y no hay nadie más en las cercanías, el silencio se ha vuelto absoluto. Etka mira a su alrededor, sin embargo, lo único que ve es el suelo húmedo y, más allá, un lago que no ha tenido (y probablemente no tendrá) tiempo de congelarse. Luego se gira del todo hacia la mujer, aunque sin poder mirarla a los ojos. Aun si teme perder el agrado que ella parece tenerle, no puede ocultarle la verdad siendo que él mismo la empujó hacia Mágica.

—Le pedí a Mágica que cambiara las reglas —confiesa por primera vez en su vida.

Leona no luce sorprendida. ¿Cómo estarlo, cuando la conversación se dirigía hacia allí de manera tan clara?

—¿Y ella lo cumplió?

—No lo sé. —Estas palabras, en cambio, sí consiguen una expresión de perplejidad por parte de la otra.

—Las reglas cambiaron, ¿no? Por eso estás donde estás. —La última frase, aunque dicha sin malicia, se clava en el pecho del hombre.

—Cambiaron... tres años después de que yo fuera a buscar a Mágica. En el momento ella no me dijo ni que lo haría ni que se negaba a hacerlo, tampoco se puso en contacto conmigo después de mi visita.

—O sea que quizás Mágica no tuvo nada que ver...

—Quizás. Investigué acerca de las estadísticas y demás, parece que la cantidad de asuntos que requerían de comunicación internacional había estado aumentando a lo largo de los años, y con ella el descontento ante la ineficiencia de los que estaban en el poder.

—Entonces es probable que haya sido el curso natural de las cosas —afirma Leona con un tono que tiene un objetivo evidente: está intentando consolarlo.

—¿Cómo saberlo? Tres años es un montón de tiempo para cumplir un deseo, pero es poco para que haya un cambio de ese estilo.

La lógica de Etka es la de todo decepcionado de la política: cualquier suceso es mucho más probable que un político cambiando las cosas para su propia desventaja.

—Pero si ella lo hubiera cumplido, debería haber podido hacerlo en un instante, ¿no? Si es que fue un hechizo.

—No estoy seguro, lo que me da miedo de Mágica es lo ambiguo que es todo con ella. Vimar dijo que le extendió la vida a cambio de que alguna condición que no nos quiso decir, pero ¿cómo saber si no son justamente esas condiciones las que hacen que siga viviendo?

—¿Dices que quizás no hizo un hechizo?

—Más bien, puede que haya hecho varios. Lo mismo con la científica del ejerún, Mágica no pude leer mentes así que no hay manera de que le haya metido una idea en la cabeza... pero puede haber causado sucesos que la llevaran a encontrar una solución.

—O sea que también podría haber hecho cosas que hicieran que replanteen las condiciones de selección para los puestos de los que hablabas.

Etka asiente.

Este es el centro del problema, la cuestión que pesa genuinamente sobre su conciencia. Si lo que Mágica hizo fue generar eventos que llevaran a un cambio, la historia dice que éstos no pueden haber sido positivos.

—Puedo perdonarme haber hecho trampa —dice, sin orgullo pero sin vergüenza—. Lo que no soporto es pensar que esa decisión haya perjudicado a alguien. Ella me aseguró que no daña a nadie con sus hechizos, pero... en realidad no sabemos qué considera ella "dañar".

—Pero no sabemos si de verdad ha hecho algo. —La voz de Leona es casi una caricia—. Podríamos asumir un montón de cosas, sin modo de saber si pasaron. Además, es probable que tu "trampa" no haya funcionado y que haya sido el curso natural de las cosas, ¿no? En todo caso, por lo que dices habría sucedido tarde o temprano

—Aun así. La posibilidad existe.

—De cualquier manera, sea como sea que haya sido el proceso, lo que tú querías pasó y ahora estás aquí. No queda otra que seguir adelante.

Pese a que se nota que Leona está poniendo su mejor esfuerzo, las justificaciones no parecen resonar en el corazón del Eco. Aprecia el sentimiento de ella, sin duda, pero la culpa es más pesada. Para otros este asunto no resultaría tan grave, individuos como Ryan incluso podrían jactarse de ello. No obstante, Etka se ha forjado a lo largo de los años un ideal de justicia según el cual no está mal ir en contra de las reglas de vez en cuando, pero dañar a otros con ello está prohibido. El solo pensar que el aumento en descontento puede haber sido su culpa lo aterra.

Al parecer la mujer se ha resignado con las palabras, pues en lugar de hablar extiende su mano y toma la de quien a estas alturas debe de considerar un amigo. No estamos en su mente en este momento como para poder corroborarlo (dos cabezas al mismo tiempo sería excesivo), pero la conocemos lo suficiente para estar seguras de ello.

Él le devuelve el apretón, aliviado de al menos no haberse ganado el desprecio de Leona.

—Perdón —se disculpa Etka—. Sé que pensabas que era un tipo más honesto.

—Eres lo suficientemente honesto para sentirte mal por ello, evidentemente. Aun si es como dices... que yo creo que no, estoy segura de que has ayudado más que suficiente para compensarlo. —La sonrisa tranquilizadora de Leona adquiere un repentino brillo travieso—. Además, creo que personas como el marido de tu amiga te felicitarían por lo que hiciste.

—Oh, no. —Aquella imagen mental hace que el hombre abra mucho los ojos, horrorizado—. Me daría miedo caerle bien a Ryan.

Leona ríe un poco al ver la expresión del otro. La alegre risa produce un efecto calmante en el corazón de Etka, quien a pesar de todo comienza a sentir que confesar lo sucedido hace un par de años le ha quitado un peso de encima. O quizás es solo que ha elegido la persona adecuada para contarle...

—Apuesto a que TR se burlaría de ti, te diría ¿esto es lo que te ha tenido mal tanto tiempo?.

Hay que admitir que la imitación que hace la mujer del tono mecánico de TR es bastante acertada. Ya sea por esto o por la cálida sensación que le produce ver sonriendo a Leona, Etka también sonríe.

—No lo dudo, pero... no le cuentes, por favor.

—Tranquilo, no lo haré. —Leona tira suavemente de él mientras dice:—. Vamos, creo que hemos tomado bastante frío ya.

Etka asiente y espera a que ella lo suelte para no ser descortés apartando él la mano primero. Sin embargo, Leona se echa a andar aún con las manos unidas.

Aunque un poco avergonzado, el hombre permite que lo lleve así durante todo el camino de regreso hacia donde los esperan los demás.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top